Para quienes se empeñan en ver a Bolivia sólo como multicultural (enfatizando la diversidad), las fiestas del carnaval recién pasado son un mentís rotundo. El fundamentalismo cultural, con sus afanes de política étnica, les lleva a ver 36 naciones diferentes y les lleva a afirmar que los campesinos e indígenas somos «también» bolivianos, como si […]
Para quienes se empeñan en ver a Bolivia sólo como multicultural (enfatizando la diversidad), las fiestas del carnaval recién pasado son un mentís rotundo. El fundamentalismo cultural, con sus afanes de política étnica, les lleva a ver 36 naciones diferentes y les lleva a afirmar que los campesinos e indígenas somos «también» bolivianos, como si no fuéramos primariamente bolivianos, pues es la identidad sociocultural matriz en la que se entiende toda nuestra existencia, aún la marcada por la diversidad.
El carnaval, desde la mirada antropológica, permite renovar la noción de cultura, que no es un bloque compacto de rasgos que diferencian a un grupo social, a una región o un pueblo indígena de otros, sino es un sistema de relaciones de sentido que contiene diferencias y contrastes, pero sobre todo imbricaciones y complementos. En vez de comparar culturas (y dentro de ellas los carnavales) que operarían como sistemas preexistentes y compactos, el carnaval boliviano nos señala a gritos que debemos prestar atención a las mezclas-articulaciones y los desencuentros-malentendidos que vinculan a la diversidad de grupos socioculturales, es decir entender a las distintas expresiones del carnaval en el marco de la interculturalidad alcanzada hasta hoy por Bolivia. ¿La morenada o el taquirari son sólo indígenas o sólo criollos? Ambos hablan de ritmos, máscaras, ropas, instrumentos musicales, significados, y sobre todo rostros de diverso color en un solo movimiento articulado.
El multiculturalismo querría ver sólo carnavales diferentes en Bolivia, y aunque es cierto que las diferencias existen de región a región, al mismo tiempo en ellas existen masivos elementos comunes (es decir interculturales), tanto en el «sentido» de las prácticas realizadas (la masiva fe católica orientadora en los participantes -no sólo en Oruro-, la expansión del modelo fraternidad o comparsa en los grupos asociativos voluntarios o territoriales, los patrones comunes de organización, de ensayos y de bailes) como en las formas externas de dichas prácticas (modas en el vestuario, en los colores predominantes, en la estructura de los lataphusanas -bandas musicales- etc. Todo ello muestra que en el carnaval y otras festividades existe gran cantidad de cosas comunes y articuladas en el «sistema intercultural compartido» de Bolivia, aún en medio de las diferencias.
Es interesante ver que el masivo carnaval es diferente de la visión fragmentada de la realidad sociocultural que ve a Bolivia como a un montón de tribus desarticuladas que conviven en un espacio geográfico y en un territorio no apropiado ni sujeto de procesos de diferencias y contrastes, pero sobre todo de imbricaciones y complementos, siendo éstos los que confieren sentido a la existencia compartida de los diversos.
El multiculturalismo querría ver 36 carnavales por no decir 400 carnavales diferentes. No le interesan las dificultades y riquezas en la relación de conjuntos humanos, y desde luego no quiere ver los flujos económicos vinculados a las fiestas de carnaval que permean lo local con lo regional, lo barrial con lo urbano central, en una espiral de articulación y encuentro más que de separación.
Las fiestas de carnaval muestran que los bolivianos pugnamos por vincularnos a unidades socioculturales complejas articuladas, desde lo local pasando por lo regional a lo nacional e incluso lo internacional. El carnaval es, entonces, una muestra de la festividad intercultural boliviana que está vivita y coleando. Claro, cuando el alma de algunos está fuera del país, no hay posibilidad de que vivan, disfruten y entiendan a Bolivia como diversa pero sobre todo como intercultural.
* Sociólogo, director de CIPCA, La Paz