En estos años en que la polémica sobre la conveniencia o no del mantenimiento de la monarquía borbónica se reabre en España cada vez que se producen actos de reafirmación republicana, por un lado, o se repiten hasta la saciedad los momentos de reproducción de la familia real, por otro, viene muy a cuento una […]
En estos años en que la polémica sobre la conveniencia o no del mantenimiento de la monarquía borbónica se reabre en España cada vez que se producen actos de reafirmación republicana, por un lado, o se repiten hasta la saciedad los momentos de reproducción de la familia real, por otro, viene muy a cuento una obra que se produjo totalmente a caballo de la agitación antimonárquica y la consiguiente proclamación de la Segunda República en 1931, como luego detallaremos. En otro orden de cosas, ninguna sociedad contemporánea ha resuelto satisfactoriamente el problema carcelario, que colea desde hace siglos. Todo el mundo es consciente de que la cárcel no regenera a nadie. Muchos opinan que la justicia de las condenas es más que discutible. Y, además, las condiciones de habitabilidad de las prisiones sigue siendo tema de estudio; parece que lo único que ha cambiado en tantos años es el nombre, centro penitenciario, centro de detención, centro de internamiento, etc. O.P. es una obra septuagenaria, pero desgraciadamente goza de buena salud. Seguimos disponiendo de muchas razones para adentrarnos en la novela.
O.P. (Orden Público)
Esta obra literaturiza una experiencia biográfica de Ramón J. Sender, su paso por la Cárcel Modelo, en la que estuvo detenido tres meses en 1927, acusado de conspirar contra la Dictadura de Primo de Rivera. El resto de los detenidos eran oficiales de artillería, que fueron condenados a muerte (condena que no se llevó a efecto), por lo que la suerte del joven Sender en verdad corrió cierto peligro, pero las presiones de la Asociación de la Prensa madrileña consiguieron su excarcelación.
Se trata de una novela sin apenas trama argumental. Describe más que narra la estancia de un personaje, denominado el Periodista, en la cárcel y sus relaciones y conversaciones con otros presos. Sólo dos hechos más o menos narrativos sobresalen del hilo novelístico: al Periodista, como a otros presos, lo encierran en los calabozos de castigo como represalia por una protesta y, al final de la obra, son liberados los presos sociales (lo que hoy llamamos políticos) para que participen en una rebelión controlada por las fuerzas de represión; en el último capítulo se cumplen las condenas a muerte.
Los tres personajes esenciales y que constituyen los tres puntos de vista desde los que se accede al texto son: el Periodista, el Viento y un narrador omnisciente, que a veces se diluye y a veces se identifica con el Periodista o el Viento. En cuanto al Viento, constituye el factor lírico que crea un mundo novelístico original y literario. Un componente habitual y paradójico del realismo crítico de la época y en especial de la narrativa senderiana, es la presencia de elementos irreales, oníricos, reflexiones alucinatorias, pero en gran medida con valor simbólico. En este caso, el Viento simbolizaría la esperanza, la libertad, el fin de la represión.
Como sucede con otros libros, también se pueden rastrear en este caso los antecedentes sentimentales de O.P., y remontarlos a artículos que Sender había publicado hacia 1930, en los que trataba de desenmascarar el régimen del general Berenguer como un intento fallido de continuidad de la dictadura monárquica; para Sender la sigla O.P., o sea orden público, era la consigna que trataba de apuntalar el decadente régimen borbónico. Sin embargo se trataba de intentos en vano. El régimen caía en picado. En cualquier caso, poco después estas ideas germinales empezarían a plasmarse en texto novelado, que comenzará a publicarse en La Libertad en marzo de 1931 con el título de El viento en la Moncloa. Aparecerán sólo los tres primeros capítulos de los veinte que ocupa la novela, con ciertas diferencias con respecto al texto editado como libro. El título original aún no hace referencia a la Ley de Orden Público; recordemos que en marzo aún sobrevive el régimen monárquico y la censura era especialmente dura con estos temas, y más aún en el caso de los periódicos y teniendo las elecciones a la vista. Tanto es así que precisamente una de las frases nuevas en O.P., que no aparecían en El viento… por la censura, alude claramente al tema:
Toda España padecía esas dos letras como una marca bordada con balduque sobre el corazón: O.P.
Por entonces Sender ya colaboraba en Solidaridad Obrera y las repercusiones editoriales de Imán le hicieron entrever la posibilidad de dedicarse a la literatura. En marzo de 1931, aprovechando una de las numerosas suspensiones que sufrirá en su andadura el diario cenetista barcelonés, Sender comienza a redactar El viento… y a publicarlo por entregas en La Libertad, donde a la sazón ya había publicado también en diez entregas lo que posteriormente será Teatro de masas. Es de suponer que estas entregas se publican antes de estar terminado el libro, a juzgar por la enorme cantidad de correcciones a que el autor somete el texto ya publicado sólo pocos meses antes. Incluso se podría aventurar que la novela de las experiencias carcelarias de Sender podría haber sido de tono distinto, si los sucesos políticos hubieran sido otros. Efectivamente los tres primeros capítulos, publicados aún bajo el régimen borbónico, aunque en franca decadencia, son bastante más suaves que los diecisiete restantes, más contundentes en la denuncia del régimen carcelario. Con todo, el libro está ideado para ser publicado durante y contra la monarquía; luego, los acontecimientos se precipitaron. Podemos seguir día a día los pasos:
En febrero de 1931, Sender no llegó a publicar ni un solo día su crónica habitual en Solidaridad Obrera. A principios de marzo se decide a comenzar la publicación de sus experiencias de cárcel. Satisfecho por el efecto propagandístico de denuncia conseguido con Imán, y animado por el ambiente de vertiginosa decadencia en que se hunde el régimen monárquico, concibe la narración de dichas experiencias en un registro mitad denuncia política, mitad creación lírica. Las dos primeras entregas se publican el 12 y el 18 de marzo; a ese ritmo tocaba la tercera para finales de marzo. Pero para entonces se reabre Solidaridad Obrera, donde Sender publica el 26 y el 29. Apenas hay tiempo para publicar la tercera entrega en La libertad el 2 de abril; luego la campaña electoral se encrespa, llegan las elecciones y la proclamación de la República. El ambiente político madrileño estaba muy caldeado y Sender debía dar cuenta de él a sus lectores del diario catalán: en la primera quincena de abril publica su crónica «Postal política» en diez ocasiones; teniendo en cuenta que salían seis números semanales, publica prácticamente a diario. No hay tiempo para El viento… Después de la proclamación de la República, las circunstancias son otras y el planteamiento general del libro también varía. La denuncia del régimen caído será más virulenta; pero el cauce de difusión pasará del periódico al libro, toda vez que la urgencia del efecto propagandístico ya no era tan necesaria.
En cuanto a la corrección textual, ya hemos adelantado que el autor la ejerce con intensidad sobre el texto publicado en el periódico. La cantidad de amputaciones, sustituciones y ampliaciones del texto original excede la labor correctora que Sender realizará con Una hoguera en la noche o con otros textos posteriores. Especialmente el capítulo tercero es el más modificado: se amputa un amplio párrafo lírico sobre el Viento y además se cambia la perspectiva narradora (del recluso al Viento), la tercera persona gramatical se convierte en primera. Con todo, coinciden ambas versiones, se trata del mismo texto, aunque corregido. Estos tres capítulos presentan exhaustivamente al Viento como símbolo de la libertad y como personaje encarcelado. En el resto de la novela seguirá apareciendo, pero reduciendo su presencia ante la irrupción de los personajes reales, que en contrapartida apenas aparecen en El viento… El supuesto protagonista es un personaje, al que primero se le llama «muchacho» y después «recluso», pero del que no sabemos nada más, ni siquiera si podemos identificarlo con el auténtico protagonista, el Periodista, que aparece en el capítulo V. Si tenemos en cuenta que Sender fue encarcelado a los 26 años, se trataría de un muchacho relativo, aunque ya es conocida la tendencia del autor a rebajarse años en sus novelas «de joven». El caso es que no se nos ofrecen datos ni para negarlo ni para confirmarlo.
En el capítulo II sí aparece un personaje, el Piculín, propio del ambiente carcelario, y que recuerda o, mejor dicho, precede sorprendentemente al enano Elena de El rey y la reina. De todas formas, apenas ofrece un carácter marcado, al contrario del resto de los personajes -el Periodista, el Copón, el Curro, el Cojo, etc.-. Lo cual marca una nueva diferencia de El viento… respecto a O.P. En el capítulo III además de las consabidas reflexiones prolijas del Viento sobre el tema de la libertad y de la cárcel, visita al recluso el juez militar, un personaje de paso, que no vuelve a aparecer y ante el que el recluso se comporta con insolencia similar a como se comportará el Periodista ante el inspector en el capítulo XVIII. En el capítulo IV los reclusos oyen misa desde las celdas -cada uno según su color ideológico-; se trata de otro capítulo con mucha reflexión abstracta y poco diálogo con personajes reales; se parece más a los tres primeros que al resto, por lo que muy bien podría haber estado redactado a principios de abril, aunque no se llegara a publicar. Además hay otro dato: se menciona «la pata de madera de X., acusado de matar a un cardenal y gran paseador de celdas y patios», personaje que aparece mucho a partir del capítulo VI pero con su nombre de alias -como el resto de los reclusos-, el Cojo, sin necesidad de iniciales anónimas.
En el capítulo V los personajes, el Periodista, el Profesor, tienen ya nombres reales, responden a motivos reales y se van construyendo una personalidad coherentemente literaria. El Profesor abre el tema del suicidio, al que está dedicado el capítulo, tema que será recurrente para toda la obra de Sender, desde el Viance de Imán, que se lo plantea en algún momento, hasta Nocturno de los 14, libro enteramente consagrado al tema. Vemos cómo toda la obra senderiana se compone de un complejo entramado temático que imbrica los grandes asuntos vitales con otros secundarios hasta llegar a la anécdota más trivial, y los utiliza en repetidas ocasiones.
Los capítulos siguientes -VI a IX- mantienen la coherencia con el anterior, separándolo de los cuatro primeros. En todos ellos se va presentando a los personajes, agrupándolos por tipos de reclusos e individuos de lo más pintoresco o novelesco: el Profesor que le hace un vaso de lata a los nuevos y se identifica con las posturas de la dirección; el Copón, asesino por pura jactancia; el Cojo, sindicalista acusado de matar a un cardenal, el Bibliotecario, humilde y erudito; el Cebra y otro abogado, acusados por estafa, a los que se les adosa el Tripa, «tocaor» de guitarra; los homicidas -el Curro, el Ceneque y el de la Hostia-, etc. Estos personajes son presentados a la luz de sus conversaciones en el patio de la cárcel, microcosmos simbólico de España: los estafadores aliados con la Administración simbolizan la España que están «matando» los presos sociales.
El patio era España, con sus toreros, sus homicidas, sus sabios, sus burócratas. Una España en la que los presos sociales resultaban extranjeros. España enarenada para la corrida de toros o para asegurar las carreras de los caballos de la Guardia civil. Tres vueltas a España, cercada de muros, a la España recia de las cárceles y los patíbulos. A la otra parte de la muralla está el foso, y en el muro contrario la puerta de la capilla junto a la cual se da garrote vil a los enemigos de la propiedad, de la seguridad del Estado y de Dios.
Se llega así al capítulo X que rompe la cotidianeidad de los reclusos: el obispo visita la cárcel, con arenga paternalista incluida; el Curro -homicida que ha aglutinado tras de sí a algunos presos sociales- protesta por la mala calidad del pan. Acabada la visita, son apaleados los considerados cabecillas de la protesta, los reclusos golpean las puertas de toda la galería, más reclusos son apaleados y otros -entre ellos el Periodista- encerrados en las celdas de castigo. La siguiente realidad carcelaria -capítulos XI a XV- es descrita desde la oscuridad de los calabozos. Antes de la represión y aún en el importante capítulo X -posición central en la estructura global de XX capítulos- el Periodista reflexiona largamente sobre su pasado, la coyuntura de su presente profesional e ideológico y la esperanza emocional de un nuevo futuro con palabras que lógicamente responden más al Sender de 1931, liberado de El Sol y del régimen monárquico, que al Sender encarcelado de 1927:
Desde los catorce años vivo de mi trabajo luchando y esforzándome al mismo tiempo para seguir educándome. Ha sido preciso destruir primero toda la engañosa y falsa educación del hogar y comenzar después a reconstruir lentamente […] No hay ya impulsos sentimentales, sino la fe sencilla y honda. Aquellos versos adolescentes sobre la tumba de Rosa Luxemburgo, aquella tendencia a la amistad de los desvalidos porque en su vencimiento veía la fuerza de mañana, ha perdido su fondo de ternura. Desde los veinte años ya no hay móviles sentimentales en los actos, en las ideas. Hay un sereno convencimiento de la nueva lógica universal que hay que imponer con la disciplina, la audacia y la sabiduría […] Miserias íntimas, torturas de la infancia, explotación de la adolescencia, lucha en la calle junto a todo el que protestaba y en la biblioteca contra todo el que se conformaba, sucia epopeya de Marruecos, trabajo oscuro y forzado en la Prensa capitalista con la disciplina de lo cerril.
Después de leer lo anterior, no cabe duda del carácter autobiográfico del personaje del Periodista y por lo tanto de sus vivencias carcelarias. Otros episodios de esta parte de la obra inciden en dicho carácter autobiográfico. En el capítulo XII visita al Periodista su madre, y ambos recuerdan el episodio en que el protagonista, de chico, socorrió al ciego Alifonso, a quien un niño le había matado el lazarillo. En estos capítulos -XI a XV- el Periodista sólo se relaciona con los otros reclusos de los calabozos de castigo, como el Chavea -a quien han maltratado despiadadamente y que acabará muriendo-, el Curro -que trata de amaestrar a las ratas-, el Cojo -que reflexiona sobre el futuro utópico- o el Ceneque -a quien sacan a la fuerza para el juicio-. Además, siguen las conversaciones simbólicas y abstractas con el Viento y los diablos que arrastra -capítulo XIV-.
En cuanto a las reflexiones sindicalistas del Cojo son interesantes por cuanto aportan unas observaciones sobre las Federaciones de Industria, que parecen referirse más bien a la postura heterodoxa de Sender dentro de la CNT, organización en la que durante mucho tiempo se debatió la preponderancia de dichas Federaciones de Ramo de estructura vertical o la de las uniones locales de estructura federativa. La postura de Sender a estas alturas, como la del sector más reformista o economicista de la Organización, se inclinaba por las Federaciones de Industria. Reflexiones similares, desviadas de la ortodoxia anarcosindicalista, volverán a aparecer en Siete domingos rojos y serán importantes para analizar la futura evolución ideológica y posicionamiento político del autor. La mencionada bifurcación ideológica se ejemplifica en esta novela con la aparición de un nuevo personaje, que es también encerrado en los calabozos de castigo, el Chino, un activista puro a quien se «interroga» para que denuncie a los otros miembros de un comité de huelga, e incluso se le mete un soplón en la celda para sonsacarle información -capítulo XV-. El alineamiento ideológico de los dos personajes, el Chino y el Cojo, representantes de las dos opciones tácticas dentro de la CNT, se aclara y el Periodista toma partido por el Cojo, es decir, por las tesis reformistas y pragmáticas.
Al salir del calabozo -capítulos XVI a XIX-, el Periodista asiste de nuevo a la vida cotidiana de la cárcel: tres extranjeros se asocian para un asunto de comida, el Chino escribe un memorial sobre su detención y persecución por Martínez Anido, llegan los ecos de la campaña del exterior por la liberación del Periodista, el Chavea muere a consecuencia de las palizas, llega un inspector que estudia «casos» y también un campesino septuagenario, sobre quien a última hora el Estado hace caer todo el peso de su «justicia»… Y por fin, son liberados una cincuentena de presos sociales, para que participen en un complot revolucionario controlado por el Estado, que necesita justificar más represión. Se desvelan, pues, las tramas ilegales y provocadoras del sistema, que utiliza en beneficio propio y para el descabezamiento de cualquier movimiento social. La faceta económica del complot corre a cargo de un tal Formol. La obra termina con el capítulo XX, en el que se asiste al suicidio del Chino y a las ejecuciones de los otros tres condenados por el complot. Se trata de dos temas habituales en la obra de Sender. Con el cumplimiento de las condenas, la situación social se ha solucionado, España se ha salvado. Es el digno colofón de toda la represión carcelaria. Por cierto que las tres condenas presentan el complot como un hecho real de los últimos días de la Dictadura; los hechos de Vera de Bidasoa, toda vez que los detalles de la ejecución coinciden con los reales, tal como aparece en La CNT en la revolución española de José Peirats, por ejemplo, quien da los nombres de los condenados, y según lo cual podríamos identificar al personaje del Chino como Pablo Martín:
… pese a la dimisión del fiscal, pidió y obtuvo la condena y ejecución capital de tres de los encartados: Pablo Martín, Enrique Gil y Santillán. El primero se suicidó, en presencia de sus verdugos, arrojándose al patio de la cárcel desde lo alto de la galería.
El significado de la obra
El tremendismo no sobrepasa en esta novela continuamente el límite del esfuerzo humano, como sucedía en Imán. Lo tremendo de lo denunciable radica en lo absurdo de la represión -paliza y malos tratos al Chavea-, que sólo con las cuatro condenas del último capítulo se hace sangriento. En O.P. el tremendismo no es realista, sino abstracto, ideológico; la falta de libertad se utiliza como excusa para teorizar sobre el Estado, la revolución, la vida, etc. Pero lo esencial de O.P. es la teoría que rezuma sobre el hecho de la represión. En O.P. la represión ofrece una doble vertiente: por un lado, sustenta el edificio del Estado; por otro, proporciona una motivación a los desheredados por el Estado para luchar contra él, y esa lucha prescinde de las diferenciaciones coyunturales que pudiera adoptar el Estado, y que a pesar de su reciente actualidad, ya no deslumbran al autor.
A poco de instaurarse, pues, el nuevo régimen republicano, Sender ya tiene muy claro que éste no va a solucionar el sistema de represión carcelaria, que sigue siendo su sustento. Y ello coincide con la ideología emanada de los artículos de Sender en Solidaridad Obrera de los meses de mayo y junio, por ejemplo. Pero el novelista tiene tan claro lo que ha sucedido con el nuevo régimen, a pesar de que la redacción de O.P. le es simultánea, que incluso profetiza con acierto la futura marcha del Estado republicano en una cita que parecería estar escrita no antes de 1936:
Tres vueltas a España. La primera dejará al país republicano radical, en la segunda quedará España ultraconservadora. En la tercera -a la tercera va la vencida- alcanzará su decisiva y genuina faz: Confederación Sindical Ibérica. Entonces será un país de trabajadores, rico, próspero y culto.
Tengamos en cuenta que en el cambio de régimen se había tenido la posibilidad de comprobar la debilidad del sistema, que, según reflexiona el Cojo, es visto como una estructura inamovible por cierto sector popular no tan concienciado, representado en la novela por los presos comunes, quienes «están abrumados por la idea de un Estado de autoridad formidable, de un armazón gubernativo colosal. Tanto guardia municipal, tantas oficinas recaudadoras de impuestos, tanto jefe de negociado representan una capacidad de inercia que sólo puede ser conmovida por una catástrofe geológica». En cualquier caso, endeble o inamovible, el Estado se presenta como engranaje parasitario montado a costa del individuo y en contra de él.
Esa agresividad revolucionaria se dirige en sentido multidireccional hacia todas las facetas de la sociedad, porque en todos sus aspectos ideológicos se sustenta la máquina estatal. Queda suficientemente demostrada la intencionalidad de propaganda política, que subyace en toda la lectura de la obra.
El verdugo afable
Para terminar, convendrá recordar el marcado autobiografismo, que llevará a Sender a incluir toda su experiencia recogida en O.P. y sus recuerdos carcelarios en su obra posterior, aunque sólo reedite una vez el libro en México en 1941. Así, aparecerán a menudo alusiones al motivo de su encarcelamiento, al papel simbólico del viento, a la tipología carcelaria, e incluso detalles idénticos, que repetirá más de cincuenta años después, como sucede con una reflexión anticlerical -«La evocación le llevó a recordar a un viejo republicano de la provincia y le hizo sonreír ante su frase predilecta: «El cura es el único animal que canta cuando muere un semejante»»-, que aparecerá matizada y rebajada en el librito Hughes y el once negro de 1984.
Pero sin saltar tanto (hasta después de su muerte) es cierto que la experiencia carcelaria de Sender, novelada en O.P., se le hace tan personal que, además de la utilización a retazos por toda su obra posterior, el novelista se plantea su reedición en 1941, es decir, ya en el exilio. En el prefacio para esa edición mexicana Sender rescata Orden Público, ahora sin siglas -ya muy atrás en el tiempo y en la historia, en su significado primigenio-, junto con La Aldea del Crimen (quiere decir Viaje a la aldea del crimen) y La Noche de las Cien Cabezas. Parece que su propósito del momento para abrirse camino en el mundillo literario de los exiliados es reconstruir con esas tres obras una trilogía cuyo nombre no utilizará para ese fin, pues sólo O.P. será reeditada en ese momento. La cuestión es por qué éstas y no otras obras de toda la década anterior a 1939. Por supuesto, quedaban fervientemente excluidas todas las que tuvieran que ver con su superado espíritu prosoviético. En el mismo prefacio también excluye Siete domingos rojos por su intención prorrevolucionaria. Por lo mismo parece que cae en el olvido casi toda su obra republicana. La razón de que sea sólo esta novelita la rescatada parece tener que ver con su combinación de experiencia personal y de lirismo novelesco. Pero ahí se quedó todo su propósito en ese sentido. No hubo más. No reedita más por lo pronto. Se dedica a escribir obras nuevas.
Pero la reedición de O.P. en 1941 le hace pensar o sentir al novelista que lo que escribió en la coyuntura sociopolítica de la República o con su saber hacer de entonces no era ya igualmente válido en otra coyuntura y en otro nivel cultural. De manera que, si bien la trilogía proyectada nunca vio luz en la forma pretendida, sí que constituyó el germen de una novela importante, El verdugo afable, de 1952. En ella Sender reelabora no sólo el material básico de esas tres obras, sino también material o detalles narrativos de otras obras o momentos de su vida o de su experiencia literaria. Lo sorprendente es que el novelista consigue hilvanar todo ese corpus en la vida de Ramiro Vallemediano, un aspirante a anarquista que acaba siendo verdugo.
Como es lógico, el material procedente de O.P. se incorpora a la primera parte de la vida de ese personaje. Aproximadamente una séptima parte de la obra original. Ha sido amputada, pues, la mayor parte de la obra. Han desaparecido las largas parrafadas reflexivas y simbólicas sobre la situación política y social en España, la cárcel y la libertad. Desaparece también casi en su totalidad la constante presencia del Viento, como personaje protagonista emisor de frecuentes reflexiones líricas. A pesar de haber sido amputado dicho papel, se mantiene en alguna alusión. El orden de los episodios o alusiones a situaciones o personajes no está alterado, se mantiene escrupulosamente, de lo que hay que deducir que Sender no reescribía de memoria; lo que por otro lado habría sido harto improbable por cuanto a veces largos fragmentos se reproducen literalmente o con muy escasa modificación. Ello se va a repetir en la reescritura de las otras dos novelas de la trilogía. A pesar de que la mayoría de los personajes del repertorio carcelario se han mantenido sin variar su función -el Piculín, el Profesor, el Copón, el Bibliotecario, el Curro, el Cojo, el Chino, etc.-, hay algunas figuras cuya ausencia, precisamente por ser tan escasa la amputación de personajes, resulta significativa. Así sucede con el Chavea, que es torturado y apaleado, muriendo a causa de la paliza -caps. XI y XVI-. Es quizá el episodio más desagradable de O.P., que, presumiblemente por ello, será eliminado en la nueva versión. Los reclusos conocen la muerte del Chavea por mediación del grupo de reclusos «invertidos», que también son excluidos de la nueva obra.Ciertamente O.P. no es un libro de crudeza hiperrealista, como podría suceder con una pretendida obra de denuncia de la situación carcelaria; recordemos que se empezó a publicar por entregas antes de la caída de la monarquía. Más bien su tono es de serena reflexión lírica, filosófica y política sobre un régimen, que se permite privar a sus súbditos de la libertad y encarcelarlos «con notoria arbitrariedad», como dice el Chino. Las correcciones, o amputaciones significativas, parecen tender a «quitar hierro» a la denuncia y mantener el episodio carcelario, como una estación más del via crucis que Ramiro Vallemediano realiza antes de llegar a su Gólgota particular: la profesión de verdugo. Sí se mantiene el núcleo episódico central del argumento -protesta ante el obispo, internamiento en celdas de castigo, llegada del Chino, liberación de los presos preventivos, complot preparado por la policía, condenas a muerte y suicidio del Chino-.También se puede comprobar, en esta corrección y reutilización de material, que Sender, en su evolución filosófica de posguerra, abjura o al menos se desentiende de su primer anticlericalismo, que a veces se convierte en simple rechazo del sentimiento religioso. Así es suprimida con discreción la narración en que se contaba el delito que presuntamente había cometido el Cojo: el asesinato de un cardenal. La corrección de lo blasfemo, que se repite continuamente en Sender, cada vez más espiritualista, llega en este caso hasta pulir detalles estilísticos, para hacerlos aparecer con expresiones lingüísticamente más aceptables para la nueva realidad. Así un «Me c… en Dios» se convierte en el más inocente «¡Qué causa ni qué tontería!». Hay otra serie de episodios amputados que, paradójicamente, son los que más carga autobiográfica podrían aportar: la visita de la madre con la rememoración de un episodio de la infancia del protagonista -la ayuda del niño al ciego Alifonso- y la presión que ejerce la prensa para conseguir la liberación del compañero preso -que en el caso de Sender fue real-, y que en el caso de Ramiro es sustituida por la más literaria de un duque -que posiblemente también tenga un referente real-.
Y una vez integrada la antigua novelita O.P. en El verdugo afable ya no existirá más la obra de referencia. La experiencia carcelaria del novelista aragonés pasó a formar parte de la historia ficticia de uno de sus personajes y aunque Sender se referirá posteriormente a menudo a su contribución en la intentona republicana, sólo se tratará de un episodio biográfico de juventud, despojado del peso testimonial que había tenido en 1931.
* José María Salguero Rodríguez es historiador especialista en historia del movimiento libertario, profundo conocedor de la obra de Ramón J. Sender y colaborador de la Fundación Anselmo Lorenzo de Madrid y del Centro de Estudios Senderéanos dependiente del Instituto de Estudios Altoaragoneses.
Además de la actual reimpresión de «OP (Orden Público)» Virus Editorial también reedito, en 2005, «Siete Domingos Rojos» de Ramón J. Sender