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Bolivia: lo que está en juego

Fuentes: La Jornada

El referendo secesionista de Santa Cruz, en efecto, fue una media derrota de la derecha, ya que entre la abstención, los votos en blanco no nulos o los votos contrarios, la mitad del electorado rechazó la maniobra. Pero fue también una victoria del golpismo ya que el gobierno no tuvo ni una posición firme ni […]

El referendo secesionista de Santa Cruz, en efecto, fue una media derrota de la derecha, ya que entre la abstención, los votos en blanco no nulos o los votos contrarios, la mitad del electorado rechazó la maniobra. Pero fue también una victoria del golpismo ya que el gobierno no tuvo ni una posición firme ni única ante la votación ilegal y, sobre todo, porque la derecha mantuvo su ofensiva con su política de hechos de fuerza consumados, estimulando así no sólo a los referendos sucesivos de otros departamentos, sino también toda clase de presiones y complots subversivos.

Porque no hay que engañarse sobre lo que está en juego. El objetivo de la derecha no es tanto la secesión de la Media Luna (esa sería su posición de repliegue, si se mantuviese sin cambios el empate catastrófico actual) cuanto la reconquista del poder político en Bolivia, aprovechando a fondo el poder económico, social, mediático y cultural que no ha perdido. O sea, busca una Bolivia unida, pero dominada por la minoría capitalista, blanca y racista, después de aplastar a «la indiada» sublevada y que pretende la igualdad.

Todos los esfuerzos políticos y mediáticos de esa derecha van dirigidos a ganar o neutralizar una parte de las clases medias urbanas cholas o mestizas y, sobre todo, a la parte uniformada y armada de las mismas (los mandos medios y altos de las fuerzas armadas). Lo que Bolivia enfrenta hoy es, por tanto, un intento prolongado de golpe, con una parte pública -los referendos, las manifestaciones, las proclamas de los diarios- y otra clandestina, visitando cuarteles y la embajada de Estados Unidos, donde se está tejiendo la tela de araña de una sangrienta dictadura.

Evo Morales, como Salvador Allende, no enfrenta a una oposición democrática que acepte el marco constitucional, sino a un bloque golpista de las clases dominantes -la principal fuerza capitalista- y el imperialismo, protector de aquéllas. Y, si no construye una relación de fuerzas políticas y sociales que le permita aplastar a los golpistas antes de que se fortalezcan demasiado, podría caer como Allende o como cayó la República española ante los sublevados fascistas, aunque combata amparándose en la Constitución, la voluntad mayoritaria, las leyes y la justicia.

Es urgentísimo por consiguiente tomar la ofensiva política y social, dar objetivos claros y la impresión de que el gobierno está unido sin vacilaciones detrás de su obtención, dar a los oprimidos los medios materiales para su autodefensa (lo cual, además, meterá miedo a los aventureros conspiradores y les hará pensar mejor en su propio futuro), dirigir un esfuerzo político especial hacia las bases de las fuerzas armadas y hacia las clases medias urbanas y rurales para hacerles ver que la derecha amenaza la independencia del país y su soberanía sobre los recursos naturales.

Es falso que si gana la derecha deberá esperar quince años antes de reformar la Constitución. Para los golpistas en potencia, ésta es un pedazo de papel mojado, es nula y nulos son también los derechos y conquistas de los indígenas mayoritarios y de todos los oprimidos y explotados, y en el caso de una victoria derechista, sólo posible derrotando sangrientamente a las mayorías, los parlamentarios y miembros del gobierno actual no pasarían a la oposición sino a los cementerios o, con mucha suerte, al exilio. La lucha que Estados Unidos encara e impone es a muerte y los racistas capaces de esclavizar indios hablan de derechos (para ellos), pero se los niegan a todos.

Por tanto, al mismo tiempo que se lleva a cabo una vasta reforma agraria y el referendo sobre la cantidad de hectáreas que pueda tener un terrateniente, como hizo Lázaro Cárdenas, que no era socialista, en los años 30, hay que dar a los campesinos armas modernas y organización militar para defender la democracia y no depender sólo de un puñado de simbólicos Ponchos Rojos mal armados, sino de enteros batallones obreros y campesinos con poder de fuego, porque «la Constitución es sólo un pedazo de papel que está en la boca de un cañón». Para evitar la guerra civil, si aún se pudiese, hay que demostrar no temerla y, además, meterle al enemigo un sano miedo sobre su desenlace.

El gobierno indígena y popular está a la cabeza de un Estado que aún es capitalista y en el que el poder económico y la hegemonía están en las manos de sus enemigos de clase y en ese Estado las clases se enfrentan con violencia y en desorden al igual que las instituciones. Evo no tiene realmente el gobierno de la sociedad ni mucho menos el poder, que requiere además ganar el consenso activo de las mayorías y elevar su conciencia a un nivel colectivo superior. Todavía está tratando de unir a las etnias-clase oprimidas en un proyecto de transformación nacional.

Pero éste exige romper los poderes locales oligárquicos y desarmar sus fuerzas de choque apelando para eso a las leyes y la Constitución y a los organismos legales destinados a la represión de los delitos, reforzados si es necesario por la ciudadanía en armas, por una Guardia Nacional que podría acompañar a unidades militares en esta tarea. Esta no es la hora del apaciguamiento ni de la conciliación en pos del sueño imposible de la unidad nacional. Unos bolivianos -la oligarquía- no sólo no quieren unirse con los otros, sino que también los consideran inferiores, animales, «llamas». Es la hora de la organización, de los objetivos claros y precisos, de conseguir para las clases populares bolivianas «el monopolio de la violencia legítima» y legal contra sus explotadores, casi siempre extranjeros, pero con séquito en sectores de clase media local, del aplastamiento en el huevo mismo, antes de que éste haga eclosión, de la inmunda bestia civicomilitar golpista incubada por la embajada yanqui.