El «conflicto boliviano» como lo asegura El País, no es entre un modelo de Autonomía occidentalista versus un Modelo centralista indigenista (Bastenier, M. Á. Bolivia: tablas o enroque. El País Internacional 13/08/2008). Eso es precisamente lo que no pasa hoy en Bolivia. El sentido común y el sesgo eurocentrista no basta para entender realidades como […]
El «conflicto boliviano» como lo asegura El País, no es entre un modelo de Autonomía occidentalista versus un Modelo centralista indigenista (Bastenier, M. Á. Bolivia: tablas o enroque. El País Internacional 13/08/2008). Eso es precisamente lo que no pasa hoy en Bolivia. El sentido común y el sesgo eurocentrista no basta para entender realidades como la boliviana. Un mar de confusiones ahoga la opinión de ese tipo de artículos como cuando afirma que la «contraofensiva criolla fue consecuencia del proyecto de reconstrucción de un pasado y proyecto ruralizante de Morales». Lo que se cuestiona en el proceso boliviano es un asunto más complejo de lo que algunos opinadores no tan furtivos creen.
La llegada al poder de los movimientos sociales e indígenas no solo es un acto de justicia indiscutible, sino una necesidad y convencimiento de que un país nuevo e incluyente, distinto al heredado de las oligarquías «criollas», era imprescindible para la convivencia social. La construcción de un proyecto nacional diferente al oligárquico-excluyente requería de eliminar el expolio al que era sometido Bolivia desde antes de ser una República independiente. La recuperación de los recursos naturales no era sólo una reivindicación histórica del pueblo boliviano, sino una condición material para llevar adelante un nuevo proyecto de país.
Bolivia se fundó sobre la infamia de la exclusión. Los mismos «criollos» que habían luchado contra los revolucionarios de la independencia, se apropiaron de la victoria en el último momento y consolidan sus privilegios con un nuevo orden que les duraría hasta la llegada de los movimientos sociales e indígenas a la cabeza de Evo Morales. Ciento ochenta años tuvieron que pasar para hacer un ajuste de cuentas con nuestra historia en los marcos de la democracia liberal, a ojos de Occidente, la «única» forma de democracia existente. Había que superar pues una primera etapa, llegar al poder con las reglas del juego de la democracia formal.
La nueva visión de país pone en tela de juicio los patrones de producción en los que se había especializado Bolivia y que se sostenían sobre la explotación (expolio), de sus recursos naturales. Como país, su única opción fue la de exportar productos primarios en función de los modelos de crecimiento de moda, integrándose de manera subordinada y dependiente al mercado mundial con la ilusión de dejar el atraso en un horizonte más o menos largo. Pero si la recuperación de los recursos afectaba a los grupos transnacionales (como el Grupo PRISA por ejemplo); la recuperación y cambio de la estructura de propiedad de la tierra afectaba directamente a las oligarquías conservadoras bolivianas.
Demasiado tiempo tuvo que pasar para expulsar del poder a las élites «criollas» y oligárquicas para los que Bolivia y sus instituciones eran parte de un patrimonio que administraban por turnos y prebendas. El ascenso al poder de un presidente indígena liderizando una revolución democrática y cultural, con un respaldo popular sin precedentes, es el centro del conflicto generado por las élites conservadoras. El entramado de conspiraciones que llevan adelante, cuyo plan han denominado: «Tumbar al Indio», no podía ser más representativo de su forma colonial de pensar Bolivia.
El conflicto boliviano no es entre los que odian España y los que no. El señor Bastenier, portador de un exitismo exagerado, le asigna a España un rol e importancia que ya quisieran tener en el contexto internacional. Pero la realidad es testaruda. Atendiendo a lo que él llama la estricta democracia del voto, las elecciones presidenciales bolivianas de diciembre de 2005, dieron a Evo Morales una victoria con el 53,74% de los votos; porcentaje nunca antes logrado por otro candidato. El sistema político boliviano, construido para reproducir el poder de las clases dominantes por las que Bastenier parece tener harta simpatía, aseguraba la «democracia pactada» y prebendal mediante la cual se elegían presidentes cuyas votaciones bordeaban el 22%. Dos años y medio después de una gestión de gobierno saboteada por una feroz oposición de derecha en todos los niveles, se lleva adelante un Referéndum Revocatorio de mandato cuyo objetivo es ratificar, o no, el apoyo popular al proceso de cambios que lleva adelante Evo Morales. En «la estricta democracia del voto» los resultados del referéndum, le dan un apoyo del 67,41%. A nivel nacional supera ampliamente a la derecha en 6 departamentos, pierde en dos y empata en uno. En términos territoriales significa haber ganado en 96 de las 112 provincias que tiene el país. Me pregunto: ¿Qué es lo que no queda claro de la «estricta democracia del voto» que él mismo plantea?
Efectivamente, la composición social del voto para Evo en los dos procesos tiene un contenido étnico que lo hace distinto, pero no sólo es étnico. Por primera vez, las mayorías nacionales son protagonistas de su propia historia. Esas mayorías no sólo constituidas por indígenas sino también por obreros, campesinos, clases medias, intelectuales, empresarios, consensuaron la necesidad histórica de refundar Bolivia y superar el escollo de un país controlado por 100 familias y cuyo orden jerárquico estaba definida por una escala en la que el color de la piel era determinante.
Con los gobiernos oligárquicos, durante décadas se violaron sistemáticamente los Derechos Humanos en Bolivia. Los mismos que ahora acusan al gobierno de Evo Morales de antidemocrático y totalitario, fueron miembros destacados de las dictaduras militares y de los gobiernos neoliberales corruptos. Con la legitimidad del voto popular, el gobierno de Evo Morales tiene la posibilidad de hacer respetar el Estado de Derecho y las garantías constitucionales por la fuerza, sin embargo, ha optado por la concertación y el diálogo. Estrategia que lo honra, pero que le deja el campo libre a una oposición que ha encontrado en la sedición, el terrorismo, la tortura y la agresión a los indígenas, los métodos para recuperar las posiciones perdidas.
Lo paradójico de esto es el hecho de que el diario El País se haya convertido en la plataforma de opinión y tergiversación de la información a favor de los sectores de derecha más conservadores y reaccionarios del entramado político-social boliviano. El manejo del discurso denota un evidente apoyo a los «Comités Cívicos» y «criollos», minorías opuestas al gobierno y que bajo la bandera de las autonomías departamentales o la capitalidad, asuntos que no manejaron cuando gobernaron Bolivia, ahora atentan contra el Estado de Derecho.
Sólo un ejemplo. El 24 de mayo de 2008, día conocido como el de «La Vergüenza Nacional», en la ciudad de Sucre, grupos radicales de derecha alentados por los Comités Cívicos torturaron en la Plaza Pública a campesinos e indígenas con consignas racistas al estilo del Ku Klux Klan. El País no informó o dio a conocer opinión alguna sobre un atentado a los derechos humanos de las personas cometidos por la derecha facciosa, sin embargo, este hecho provocó un escándalo a nivel mundial y protestas de diferentes organismos internacionales sobre lo ocurrido.
Me pregunto si es razonable que, un diario con el prestigio de El País, haya tomado partido por los grupos radicales y bandas paramilitares que atentan contra el orden constitucional y ponen en riesgo el sistema democrático boliviano. Se podría explicar esto de dos formas: 1) El País, como una entidad corporativa responde a un Grupo económico que se siente afectado por las políticas de descolonización del gobierno de Evo Morales, por lo que toma partido abiertamente en contra; ó, 2) La prepotencia de la cultura y la sociedad de Occidente niegan expresamente o no aceptan la posibilidad de nuevos paradigmas construidos desde la comunidad y sus propias formas organizativas, desde sus saberes tradicionales, su conocimiento local, sus mecanismos cognitivos y experimentales, sus formas diferentes de relacionamiento con la naturaleza, de sus cosmovisiones distintas a las «modernas» dominantes.
Esta segunda explicación es demasiado elaborada para la capacidad de comprensión de los opinadores de El País. Lo que a mi me queda claro, es que el proceso de cambios boliviano es un proceso sin retorno, un proceso arduo, difícil, incluso con algunas dudas y muchos errores, pero cuyo horizonte motiva a los movimientos sociales e indígenas a continuar construyendo su historia a pesar de la brutal oposición de la derecha fascista u opiniones como las de El País.
Atte,
[email protected]
[email protected]
Barcelona, 18 de agosto de 2008.