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El elemento mágico de las minas en la obra de Víctor Montoya

Fuentes: Rebelión

Las temáticas de la literatura minera son varias y han sido narradas por medio de distintos estilos. Ahí tenemos, por citar un caso, el compromiso social de César Vallejo, quien definió su novela «Tungsteno» como una obra de la literatura proletaria. Augusto Céspedes, en su «Metal del diablo», lanzó ataques furibundos contra la política boliviana, […]

Las temáticas de la literatura minera son varias y han sido narradas por medio de distintos estilos. Ahí tenemos, por citar un caso, el compromiso social de César Vallejo, quien definió su novela «Tungsteno» como una obra de la literatura proletaria.

Augusto Céspedes, en su «Metal del diablo», lanzó ataques furibundos contra la política boliviana, a tiempo de denunciar la opresión de los trabajadores y el rol predominante que las multinacionales mineras tenían sobre los gobiernos.

Los «Cuentos de la mina», de Víctor Montoya, se alejan no sólo de las temáticas abordadas por los autores mencionados, sino también de su propia producción literaria. Si en sus obras anteriores analizó y criticó las difíciles condiciones de vida en los centros mineros, en «Cuentos de la mina» dirige su mirada hacia el ámbito de la mitología minera.

 

El libro, compuesto por 18 cuentos, recrea con un estilo personal las leyendas, los mitos y las tradiciones orales de los mineros bolivianos. El protagonista indiscutible es el Tío; deidad de la cosmovisión andina, ser mítico, sagrado y demoníaco, que decide la vida y la muerte de los mineros.

Así como ocurre en los relatos orales, Montoya describe al dueño de las tenebrosas galerías sentado en su trono, esperando la pleitesía de sus «súbditos»: los mineros. El centro neurálgico de la realidad de los trabajadores del subsuelo es el mismo diablo, que regula los sentimientos de los hombres. El Tío es, a su vez, demonio y energía reanimadora, que permite la realización de sueños y deseos. Él determina la producción de los minerales, él da y quita la vida.

«Cuentos de la mina» es una colección de relatos, leyendas y mitos que, según se lee en la dedicatoria, han sido transmitidos por vía oral. No obstante, es importante destacar que el libro refleja también la memoria y los sentimientos del autor, que se convirtió en una suerte de depositario de los relatos referidos por las generaciones anteriores. De ahí que el autor revela al principio de su obra:

«Aún recuerdo el día en que mi abuelo me refirió por primera vez la leyenda del Tío: dicen que el diablo llegó a las minas una noche de tormenta.»

Un elemento fundamental en la obra de Montoya es, por otra parte, su experiencia personal. Sus orígenes, en el seno de una familia de mineros, permiten que los cuentos sean ricos en veracidad y tengan un intenso compromiso con el tema tratado. Montoya es testigo directo de la realidad minera, como él mismo declara:

«Conozco la miseria de sus hogares, el drama de sus luchas y la tragedia de sus vidas.»

El autor nos define al demonio en varios ámbitos: en su reino natural o durante las fiestas, describiendo sus caprichos y su relación con la población minera.

«Cuentos de la Mina», sin dejar de ser fiel a las narraciones mineras, se distancia en cierta medida de la tradición oral y añade algunas variaciones: el diablo, que generalmente, en las leyendas, reside sólo en los socavones, en algunos cuentos de Montoya emerge de su reino y toma apariencia de hombre para hacer gala de sus trampas de seducción. Por ejemplo, en uno de los cuentos se afirma que el Tío entra por el ojo de la cerradura al cuarto oscuro de las mujeres, las seduce y las penetra sin que ellas se den cuenta.

En otro cuento, por una apuesta ganada, abandona su reino para acostarse con la mujer de un minero; en «El hijo del Tío» sale de las galerías «dispuesto a hacer germinar su semilla en el vientre de una de las mujeres más jóvenes y hermosas del campamento minero», para así tener un legítimo heredero.

El Tío, aparte de su rol de seductor, es cruel y vengativo con los mineros que le faltan el respeto y no le rinden tributos. En algunos casos, el Tío se disfraza de mujer para atraer a los mineros ingenuos e infligirles castigos brutales.

En «El castigo del Tío», Montoya nos cuenta la venganza que el Tío tenía reservada para su abuelo por no haberse despedido debidamente del diablo al salir de la galería: el Tío esperó a su víctima en la puerta de su casa, disfrazado de anciano, y lo castigó severamente, dejándolo paralítico en la cama hasta el día de su muerte.

La narración de los mitos, hechos en forma de los cuentos, nos permite también entender de qué modo las leyendas tomaron forma. En el cuento «El último pijcheo», asistimos al diálogo entre el último minero y el Tío. El escenario es una mina abandonada, poco antes de su cierre definitivo. El último minero se para delante del Tío, depositando al pie de su trono, por última vez, un puñado de hojas de coca. Aquí comienza una larga conversación en la que el diablo le revela al minero el origen de su nombre y su genealogía. Así nos enteramos que, en principio, el Tío representaba a la divinidad Huari que, según cuenta la leyenda, era venerado por la antigua comunidad de los Urus, los mismos que vivían en la región situada entre el lago Titicaca y el lago Poopó, y cuyas tradiciones han sido heredadas por los quechuas y los aymaras.

Huari era una de las divinidades más veneradas, considerado el protector de los animales silvestres y los árboles. Un día Huari, al darse cuenta de que los humanos le habían vuelto las espaldas para adorar a otra divinidad, decidió vengarse desencadenando el fuego de los volcanes y lanzando a las bestias más feroces contra los Urus. Sin embargo, a pesar de su actitud implacable y vengativa, fue derrotado por la divinidad femenina ñusta Anti Wara, la cual neutralizó en un solo instante todos los castigos inflingidos a los hombres, obligándolo a esconderse en las entrañas de la tierra. Desde ese momento el dios Huari es conocido por los mineros como el Tío, deidad protectora de las riquezas del subsuelo. El cuento, además de revelar el verdadero origen del diablo, menciona algunos elementos históricos, como es el caso de la crisis de la minería.

De hecho, son varias las minas que en las últimas décadas han cerrado sus galerías, con el inevitable despido de los trabajadores y la dispersión de las tradiciones relativas al culto del Tío. Además, muchos indios prefieren dejar sus tierras y mudarse cerca de las ciudades, con el consiguiente decaimiento de la cultura andina.

«Cuentos de la mina», aparte de abordar la temática del Tío, recoge también otras simbologías. Por ejemplo, es muy interesante la leyenda que nos cuenta sobre el origen de la planta de coca. Las hojas de coca representan, para los mineros y los campesinos de los Andes, un elemento esencial que está vinculado al trabajo. El líquido que extraen al masticarlas, aumenta la percepción de fuerza y resistencia, y mitiga la sensación de cansancio y de hambre. La leyenda cuenta que, en realidad, la planta de coca se originó de los restos de una mujer hermosa pero pretenciosa, que solía burlarse del sentimiento de los hombres que le declaraban su amor.

Entonces los yatiris y amautas de la comunidad, para evitar que los hombres perdiesen la razón por la mujer y se arrojasen a los precipicios, ordenaron su ejecución y dejaron que su cuerpo fuese decapitado. Poco tiempo después, en los mismos sitios donde los restos de su cuerpo fueron enterrados, crecieron unos arbustos verdes que tenían la facultad de dar fuerza a los cansados, mitigar el hambre de los hambrientos y hacer olvidar la miseria de los desgraciados.

Por otra parte, son muchas las narraciones relacionadas con el elemento femenino. Existe la creencia de que el Tío no soporta la presencia de las mujeres en las minas por dos razones: una, porque provoca los celos de su amante Chinasupay (diablesa) y, otra, porque existe la superstición de que el flujo menstrual hace desaparecer los filones de mineral en los socavones.

Otro elemento trascendental en los pueblos mineros bolivianos es, sin lugar a dudas, el Carnaval; Montoya describe esta festividad que se celebra en la ciudad de Oruro, una de las más importantes del país.

El Carnaval representa la perfecta fusión entre los rituales cristianos y paganos. Durante la fiesta se rinden culto a las dos imágenes que, más que ser antagónicas, se complementan en el Carnaval: la Virgen del Socavón y el Tío. En vísperas de la fiesta, hombres y mujeres entran a la mina, adornan la estatua del Tío y le dejan diversas ofrendas: comidas, alcohol, cigarrillos y coca. El Tío, de acuerdo a la creencia de los mineros, se disfraza de Lucifer para bailar en el Carnaval, por eso los hombres se disfrazan de Tío y las mujeres de Chinasupay. Se baila esta danza como una forma de homenaje al demonio. En la fraternidad de la diablada, junto al Lucifer y a otros personajes principales, aparecen también los diablos que representan los siete pecados capitales. Al final de la danza, se representa de manera teatral la lucha de Lucifer contra el arcángel San Miguel, quien, luego de salir victorioso en la batalla, procura la caída de Lucifer hacia las entrañas de la tierra o del infierno; éste es el momento en que la figura del Lucifer y la del Tío llegan a trocarse en una sola entidad.

El Tío, como dice Montoya en una crónica que escribió sobre el tema, es la expresión más alta de sincretismo cultural entre la religión católica y el paganismo ancestral, no sólo porque forma parte de una leyenda que gira en torno a la mina y sus asuntos, sino también porque es un ser mítico capaz de esclavizar y liberar a los hombres con sus poderes mágicos.

Otro aspecto interesante de la cultura minera de los Andes, que Montoya nos describe en sus cuentos, es el elemento lingüístico. El indio en la mina no olvida su idioma materno, el quechua o el aymara. De este modo, las herramientas, los minerales, los lugares de trabajo, así como las divinidades y los apodos de los mineros, están en las lenguas originarias de Bolivia.

Cuando los indios emigran a las ciudades en busca de trabajo, y se encuentran en un contexto donde el castellano es dominante, siguen utilizando su lengua materna. Añaden a las palabras españolas sufijos y prefijos típicos de sus idiomas, creando de este modo innumerables neologismos. En los cuentos Montoya se advierten interferencias idiomáticas tanto del quechua como del aymara, y de muchos otros términos propios del lenguaje minero. Es más, al final del libro existe un glosario de palabras, que ayuda al lector a comprender mejor las interferencias idiomáticas durante el proceso de la lectura.

«Cuentos de la mina» es un libro que, debido a sus descripciones fascinantes, en algunos momentos poéticos y en otros violentos y despiadados, nos da la posibilidad de conocer de manera más amplia no sólo los mitos y las leyendas que desde hace siglos pueblan el mundo de los mineros, sino también los ritos, las ceremonias y el rico lenguaje de la población minera de los Andes bolivianos: todos estos elementos que, con el tiempo y el cierre de las minas, probablemente desaparezcan de manera total o parcial. Por eso mismo, la obra de Víctor Montoya es de vital importancia, porque registra y mantiene viva una parte fundamental de la Cultura Minera Andina.

* La autora, de nacionalidad italiana y ex estudiante de la Facultad de Lenguas y Literaturas Extranjeras de la Universidad de Cagliari, escribió la tesis de licenciatura: «La letteratura nelle miniere: storie, voci e lotte dei minatori. I casi della Sardegna, della Bolivia e del Perú» (La literatura en las minas: historias, voces y luchas de los mineros. Los casos de Cerdeña, Bolivia y Perú).