Recomiendo:
0

Dos ejemplos de manipulación: Gilberto Rincón Gallardo y Carlos Monsiváis

Los «líderes de opinión» sobre el 68

Fuentes: Rebelión

Empezaré proponiendo una variante más de cierto conocido refrán y diré «dime qué conmemoras y te diré quién eres». El movimiento estudiantil de 1968 en México es recordado por muchos en una fecha específica: el 2 de octubre, día en que el gobierno mandó al ejército sobre la gente en la Plaza de las Tres […]

Empezaré proponiendo una variante más de cierto conocido refrán y diré «dime qué conmemoras y te diré quién eres».

El movimiento estudiantil de 1968 en México es recordado por muchos en una fecha específica: el 2 de octubre, día en que el gobierno mandó al ejército sobre la gente en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Un acto bestial que -en una maniobra innegablemente brillante- el mismo perpetrador ha sabido utilizar para su provecho. ¿Por qué? Porque nos ha troquelado la idea de que lo único relevante de ese movimiento fue la masacre. Libros, artículos y documentales van y vienen dando vueltas alrededor de lo mismo: cómo se dieron los sucesos esa tarde, los agentes infiltrados, las imágenes o películas inéditas y cosas similares. El sistema político hábilmente construyó una especie de misterio inexistente; los gobiernos sucesores del mismo partido han negado sistemáticamente que hubiera una deliberada intención de masacrar, se han fabricado falsos debates, como alegar la existencia de provocadores que desencadenaron la violencia, que ellos dispararon sobre el ejército y éste sólo respondió protegiendo a los estudiantes… en fin. Así han mantenido a mucha gente ocupada investigando y dando vueltas sobre lo mismo.

Como resultado, se dejan completamente de lado la conciencia de cambio y del enemigo histórico que se opone al mismo: un sistema de poder encabezado por los grandes capitales, secundados por la élite política que los sirve (el gobierno y los dirigentes de los partidos oficiales) las cúpulas de sindicatos, clero y ejército, la gran mayoría de los medios impresos y electrónicos…y los intelectuales orgánicos. Estos últimos son «líderes de opinión» cuyo prestigio les construyó precisamente el sistema, y que fingen estar en su contra a base de sólo criticarlo. Es un engaño porque la vanguardia ideológica del ’68 entendió que a un enemigo no se le critica, sino que se le derrota. Además, tal crítica la permite el sistema porque así puede presumir de tolerante, y porque sabe bien que eso no le hace daño alguno. Lo que le daña de verdad es el discurso de quienes superan esos esquemas -que el mismo sistema nos ha dado- y miran más allá, como el escritor y activista social Tomás Mojarro.

Lógicamente el sistema de poder no puede darnos directamente esos esquemas falsos. Un tirano no puede instruir a aquellos a quienes tiraniza. Para eso se vale de colaboracionistas, de gente que navega con bandera de ser aliado de la gente, incluso de ser de «izquierda», pero que realmente ha puesto su capacidad al servicio del poder. Hablemos ahora de esta gente.

Como di a entender al principio, las fechas conmemorativas suelen ser buenos indicadores del carácter del discurso. Antes del 2 de octubre el movimiento de 1968 ya había dado páginas muy importantes, que merecen un análisis profundo y no sólo ser referidas como una cadena de anécdotas cuya única finalidad es conducirnos a la Masacre de Tlatelolco. En un texto llamado «En busca del ’68», (publicado en http://www.rebelion.org y en la revista Laberinto, http://laberinto.uma.es ) intenté esbozar algunas ideas al respecto, así como el análisis de gente conocedora y de valía, de modo que remito a ese trabajo y no me extiendo aquí. Sin embargo, sí es necesario destacar ahora dos aspectos: por un lado, ciertos presos políticos del movimiento que el gobierno sacó de la cárcel y que se volvieron sus colaboracionistas; por otro, la forma en que el sistema supo atraer a elementos de la intelectualidad disidente, apoyándolos para que creciera su prestigio, convirtiéndolos en líderes de opinión e inoculándolos a través de ellos esquemas teóricos y prácticos que son derrota segura para nosotros y victoria para el sistema.

Sendos ejemplos de estos dos tipos de colaboracionistas son Gilberto Rincón Gallardo y Carlos Monsiváis.

 

Gilberto Rincón Gallardo: «quien traiciona una vez…»

 

En una de esas ironías de la vida, Gilberto Rincón Gallardo falleció el 30 de agosto pasado, en plena conmemoración del movimiento del cual surgió como líder. Desde luego, hablo de la conmemoración de quienes no se quedan en el 2 de octubre; quienes no comulgan con el esquema que gente como Rincón Gallardo ayudó a divulgar.

Luchó junto a gente como Valentín Campa y Demetrio Vallejo -personalidades destacadas del movimiento ferrocarrilero de 1959- y luego participó en la fundación del Movimiento de Liberación Nacional, que encabezaba el entonces ex presidente Lázaro Cárdenas. Fue uno de los primeros presos políticos de 1968.

Son sin duda brillantes antecedentes, pero una trayectoria se analiza completa.

El hecho de que estuviera preso en muchas ocasiones ha sido usado como «prueba» de su rectitud. Sin embargo, esto no significa nada por sí solo. También se encarcela a bribones que se rebelan contra el sistema o dejan de serle útiles. En nuestras prisiones hay de todo. Además, una persona bien puede estar presa por sus ideas políticas y luego «doblegarse» y aceptar la libertad a cambio de colaborar. La historia de la humanidad también esta bordada con la traición.

Una muestra de cómo Gallardo dio la espalda al espíritu del ’68 fue precisamente su participación en la falsa Reforma Política de 1977 que dio registro a partidos políticos de izquierda que ya no representaban amenaza alguna, puesto que los mismos ex-presos se encargaron -como dice Mojarro- de descabezar a las izquierdas «desde adentro» para que perdieran su fuerza, para dejar de pensar en la conciencia de enemigo y volver a plantearse como objetivo participar en unas elecciones controladas por el sistema; en suma, para borrar los logros del 68. Además de este ataque por el lado ideológico, el gobierno atacó simultáneamente por el lado organizativo a través de la Guerra Sucia, asesinando y desapareciendo a quienes no se dejaron engañar por los colaboracionistas.

Rincón Gallardo participó en forma entusiasta en esta izquierda de cartón fabricada por el sistema: fue cupular del Partido Comunista Mexicano y diputado entre 1977 y 1980 por dicha organización. Participó en la fundación del Partido Socialista Unificado de México, del Partido Mexicano Socialista y del Partido de la Revolución Democrática.

Y detrás de estos actos está todo un discurso ideológico, así que como pruebas adicionales veamos lo dicho por el mismo Rincón Gallardo respecto a su participación en la falsa reforma de 1977, concretamente en las pláticas con el entonces Secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles para legalizar al Partido Comunista. Lo que sigue son citas tomadas de un artículo de Adolfo Sánchez Rebolledo (La Jornada, 04 de septiembre). Agregaré mis comentarios sobre los dichos de Gallardo.

 

    Ya había pasado el 68, ya se habían abierto negociaciones. La primera la hizo Reyes Heroles bajo el régimen de Echeverría con un planteamiento en este tono: ‘¿Qué quieren que hagamos para registrar al PCM que no sea reformar la ley?’ (que obligaba a entregar la lista de los afiliados al partido). No podíamos aceptar algo así… Le dijimos a Reyes Heroles que era una locura entregar esas listas porque al mismo tiempo que negociábamos éramos perseguidos. Obviamente no avanzamos nada (…) Yo acababa de salir de la cárcel. Estábamos seguros de que Reyes Heroles empujaba hacia la vía de la negociación y la reforma, pero Echeverría se opuso.

    Entonces ocurrió el l0 de junio y, naturalmente, cuando empezó el discurso de la ‘apertura democrática’ lo rechazamos totalmente. Nos quedó claro que Echeverría no quería reformar nada, ni la ley electoral, ni ninguna institución. Era únicamente una apertura democrática que te permitía ir a hablar con el presidente y llegar a acuerdos para que la represión bajara, pero nada más. Pero es importante decir que eso sólo ocurrió después del 10 de junio de 1971, antes de eso Echeverría incluso mandó matar gente y en el caso de los guerrilleros ni siquiera abrió procesos en su contra.

 

De entrada se nos dice que olvidemos el 68, que ya había pasado y que ahora ya había negociaciones. ¿Nunca nos hemos preguntado POR QUÉ? En todo ese tiempo no hubo movimiento ni presión social alguna para obligar al sistema a negociar, y sólo se negocia cuando se está en igualdad de fuerzas; de lo contrario, no es negociación, sino estrategia. Y si el sistema de poder decidía darles registro de partidos era porque así le convenía. Gallardo quiere dar la idea de que ellos estaban presionando, pero no es así. Sólo pedían cosas (no dar las listas de los afiliados) en una parte mínima de una estrategia general que estaba más allá de su alcance.

Por razones similares es absurdo pensar que el Secretario de Gobernación estaba empujando en una dirección contraria a la de su jefe, el presidente Echeverría. Él fue el artífice de la creación de esta izquierda de cartón cuya legalización culminó su sucesor, López Portillo. La represión de Echeverría de 1971 (la Masacre de San Cosme) no es una contradicción, sino una confirmación, pues su gobierno fue terso con los opositores que aceptaron participar en la imagen de «diálogo» que fabricó y fue duro con quienes no colaboraban.

Tomás Mojarro suele describir esta situación con la imagen de Echeverría poniendo frente a los presos políticos ambas manos, una con plata y otra con plomo y dándoles a escoger, aclarando que sólo hay de esas dos sopas; ninguna tercera opción del tipo «me voy a mi casa y me olvido de todo».

Sigue Gallardo.

 

    «La polémica sobre la lucha armada adentro del partido fue durísima y tuvo sus efectos. A pesar de que nos habíamos propuesto lograr el registro y abrir cauces legales, era muy difícil decirlo de esa manera. Me acuerdo que cuando alguien hablaba de ‘defender la legalidad’ Valentín Campa no podía quedarse callado, era una reacción biológica. ‘La legalidad burguesa, eso quieren’, decía a gritos. Entonces tenías que decir ‘defensa de la Constitución’, pero de ahí no pasabas. Las leyes burguesas había que echarlas abajo. De verdad creo que el único que llegó a hablar de ‘defensa de la legalidad’, como tal, fui yo. Arnoldo lo compartía, es cierto, pero, como cabeza del PCM, no podía decirlo así.

 

Aquí hay mucha tela para cortar. Se habla de la intención de buscar el registro y con ello «abrir cauces legales». De entrada, ellos no abrieron nada, sino que sólo transitaron por los cauces que el sistema les abrió pero parte importante del discurso de esta gente es platicar las cosas de manera diferente, adornándose. Pero además con esta línea de registrarse y ser legal se dijo adiós a la conciencia de enemigo y se regresó al paradigma ideológico de luchar dentro de las reglas del opresor. No hay justificación alguna para aceptar exactamente las mismas reglas que antes se cuestionó y combatió.

Otra muestra de cómo se trabaja cuando se quiere difundir un discurso falso es la barata descalificación. Rincón Gallardo la aplica a Valentín Campa, quien les echó en cara que esa «legalidad burguesa» era precisamente someterse al sistema. En lugar de refutar, Gallardo prefirió decir que lo de Campa era una reacción biológica y que lo decía a gritos. Eso era lo que importaba y no la razón de sus palabras. Bien dice Mojarro: cuando se carece de argumentos sólo queda la descalificación. Con la misma actitud muestra desprecio por la tesis que era el objetivo de la vanguardia del ’68, pero OJO: Gallado cita esta postura usando la expresión «echar abajo las leyes burguesas» que suena a una especie de grito fanático. La vanguardia del ’68, en cambio, lo concebía como un programa político y social coherente, nacido de una conciencia de cambio histórico y la necesidad de hacer un lado a quien se opone a ese cambio, para lo cual hay que organizarse y sin armas, sino con un poder popular construido desde abajo.

Los recursos de la descalificación no son muy variados, y después de un poco de práctica uno los aprende y se da cuenta de que son repetitivos. Las burdas maniobras de Rincón Gallardo no son en absoluto diferentes de las de otras personas.

Finalmente, la referencia a Arnoldo (Martínez Verdugo) es bastante «afortunada»: ese individuo, que pensaba como Rincón Gallardo, es uno de los peores ejemplos de gente de izquierda que se corrompe y se pone al servicio del poder. «Dime con quién coincides y te diré quién eres»

Ahora veamos algunas cosas respecto a la posición de estos dirigentes de izquierda respecto a los grupos que habían tomado las armas, como el legendario guerrillero Lucio Cabañas. Dice Rincón Gallardo:

 

    «Hubo una ocasión en la que se organizó un pleno para discutir el registro del partido y el apoyo a Lucio. Ahí intervine para señalar que era incongruente defender la lucha por nuestra legalidad y al mismo tiempo apoyar la vía armada.» Pero dicha postura fue derrotada en la dirección del partido. «En esas estábamos cuando llegó el 18 congreso, en el cual Arnoldo, a pesar de que hablaba muy bien de Lucio Cabañas, no decía que había que apoyarlo. Desde luego que no era el deslinde que se podía esperar, pero la discusión fue avanzando y en los hechos el partido se empezó a separar de la lucha armada… Se comenzaron a filtrar frases como ‘defensa de la legalidad’, y la famosa idea de la vía armada como ‘la más probable’ dejó de aparecer.» Sin embargo, apunta Rincón, «no hubo un deslinde explícito» respecto de dichas formas de lucha.

 

De entrada Gallardo planteó una falsa disyuntiva respecto a su búsqueda por la legalidad y apoyar la lucha armada, pues bien se podía argumentar que quine toma la lucha armas está respondiendo a agravios y pugnar por una política de diálogo en lugar de tomarlo como pretexto para dar la espalda a los que no podrían disfrutar del juguete nuevo del registro legal que tanto interesaba a gente como Gallardo. Además, no se olvide sobre todo que esta legalidad era por sí sola una falacia, pues significaba aceptar las reglas del sistema. La actitud de Arnoldo Martínez Verdugo es lógica de un simulador: hablar bien de quien se juega la vida, pero sin comprometerse a nada. Es la clásica actitud de «no te ayudo, pero te apoyo» que tanto vemos también hoy día en muchos miembros del Partido de la Revolución Democrática que «respetan» la lucha del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pero que nunca arriesgan nada por él, salvo unos minutos en la tribuna.

Cuando se dice que «la discusión fue avanzando y en los hechos el partido se empezó a separar de la lucha armada… Se comenzaron a filtrar frases como ‘defensa de la legalidad» se ocultan evidentemente muchas cosas, como quiénes trabajaron para que esos partidos fueran quedándose con puras mentes dispuestas a dar la espalda a sus aliados potenciales y someterse al sistema. Es en estos renglones donde los colaboracionistas hacen «labor de cepa».

Pero para paliar las cosas Gallardo alega que nunca hubo un deslinde explícito, pero en política la falta de un apoyo claro en el discurso equivale a un deslinde en los hechos. Los colaboracionistas siempre trabajan con trampas verbales, y el antídoto para ellas es analizar los hechos.

El resto de las citas son más anécdotas de las pláticas con Reyes Heroles, ya como Secretario de Gobernación de López Portillo, para echara a andar la reforma que parió partidos de izquierda domesticada. Así que sólo agrego dos comentarios de Sánchez Rebolledo, que describe a Gallardo como «conciliador con los suyos, dialogante con el adversario» y como «un militante con aciertos y equivocaciones». Con ello -quizá involuntariamente- sintetiza bien al difunto: alguien que borró la conciencia de enemigo histórico de su mente y decidió dialogar con él; y quien dialoga con el enemigo sin una fuerza de sustento no está dialogando, sino haciéndole el juego, y con su ejemplo nos manda por el camino equivocado. Pero a esa traición de la conciencia es común llamarla «equivocación».

Este hombre, calificado tantas veces como «luchador social» indudablemente lo fue en una etapa de su vida. Luego, además de todo lo anterior, apoyó a la más repugnante derecha al apoyar la candidatura presidencial del panista Luis H. Álvarez y promover en 2000 la baratísima tesis del «voto útil» a favor de Vicente Fox. En algún tiempo el sistema le recompensó dándole su propio negocio, con el Partido Democracia Social, que luego perdió el registro por falta de votos. Y también hizo algo que tarde o temprano todo converso de las luchas sociales hace: condenar a otros de la misma forma que lo condenaron a él. En 2000 se expresó del Consejo General de Huelga (CGH) de la UNAM en la misma forma que todos los otros merolicos del sistema: un grupo de pseudo-estudiantes que tenía secuestrada la universidad. Él participó en un movimiento que no cayó inocentemente en el «diálogo» ofrecido por el gobierno de Díaz Ordaz porque sabía muy bien que sus propuestas eran veneno puro… y sin embargo no quiso ver que el CGH tampoco cayó en la trampa que se le tendió, que no le cumplieron los Acuerdos de Minería y que sin embargo fue presentado en los medios como el «intransigente» de la historia. Aquí la actitud de Gilberto Rincón Gallardo fue de un cinismo insolente y repugnante.

Ésa sí que es una larga cadena de «equivocaciones», expresión favorita de algunos vivos para «reivindicar» a quienes traicionan. Y quien se «equivoca» una vez, puede «equivocarse» muchas otras…

Pero desde luego tales «equivocaciones» siempre son agradecidas por otros. Fox premió su promoción por el «voto útil» y en 2001 lo puso al frente de la delegación oficial de México en la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia. Dos años después lo nombró presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, y el actual ilegítimo que cobra como presidente de México le rectificó el nombramiento, que ostentaba cuando murió.

Además, a su funeral asistieron por ejemplo: la esposa de «presidente» de México; Jorge Castañeda, de juventud izquierdista, con su propia historia de traición y que como Secretario de Relaciones Exteriores de Fox organizó la peor política sucia contra el gobierno de Cuba; algún ex-funcionario del gobierno de Zedillo, artífice de la masacre de Acteal en 1997; Luis de la Barreda, hijo de uno de los más efectivos represores y asesinos del gobierno de Echeverría durante la Guerra Sucia; y por supuesto cupulares del PRD, el partido «de izquierda» por excelencia actual, que no es otra cosa que el heredero de la izquierda de cartón creada por el sistema con ayuda de gente como el difunto.

«Dime quiénes te homenajean y te diré quién eras»

 

Carlos Monsiváis: el enredo de la palabra

 

Uno de los colaboracionistas del sistema de poder más arraigado en la conciencia de muchos como gente «de izquierda» es el escritor Carlos Monsiváis. Hábil con la palabra y los conceptos, suele emplear este recurso para tender trampas discursivas que nos inoculan los esquemas equivocados que convienen al poder. Es uno de los mejores ejemplos del intelectual «crítico», aquél que cuestiona al gobierno pero nunca dice que a éste las críticas no le dañan en absoluto y jamás plantea cómo avanzar más allá de tal discurso. Ante movimientos sociales de resistencia como la huelga universitaria de 1999-2000 adoptó una posición de cero compromiso y además los criticó de un modo tal que INNEGABLEMENTE contribuyó a la imagen de «intransigencia» que el gobierno construyó para justificar la represión. Eso sí, cuando viene el golpe del sistema, cuando llegan las represiones, es de los primeros en protestar. Volviendo al ejemplo de la huelga universitaria, Monsiváis publicó un artículo llamado «Ultra: la histeria me absolverá», donde se unió al coro de los demás merolicos del sistema que pusieron de moda el término «ultra» para satanizar al Consejo General de Huelga; y semanas después, tras la ilegal e ilegítima invasión de Ciudad Universitaria, de inmediato publicó otro artículo llamado «los ultras por antonomasia», criticando al gobierno por su represión, a la cual él contribuyó significativamente.

Así funcionan estos intelectuales servidores del poder: al final actúan para salvar su imagen, conservar su credibilidad a los ojos de muchos y así continuar siendo útiles al sistema. El escritor Octavio Paz renunció a su puesto de embajador en la India después de la represión de Tlatelolco, como si el gobierno no hubiera ya dado para entonces muestras de su espíritu represivo, tanto en los primeros meses del movimiento como con otros de años anteriores, como el de los médicos en 1964. Nada de eso le molestó jamás como para aceptar ser parte de semejante gobierno.

La expresión que mejor sintetiza quién fue Octavio Paz como intelectual al servicio del poder la dio René Avilés Fábila unos días después de la muerte del escritor: «más útil mientras más fingía oponérseles».

Con base en tan espléndida fórmula, creo que no existe mejor heredero de Paz en este sentido que Carlos Monsiváis, seguido de lejos por otro endiosado Carlos: Fuentes.

En otro gentil montaje de la historia, pocos días después de la muerte de Rincón Gallardo, Monsiváis dio una conferencia llamada 1968, la herencia en busca de herederos, que pretendo comentar en términos generales basándome en las citas publicadas en el diario La Jornada el 07 de septiembre pasado, así como en la carta de rectificación a dos aspectos que el propio escritor envió y que apareció en el diario al día siguiente.

Empecemos por el título de la conferencia, que ya es un engaño, pues organismos como Coordinación Ciudadana tienen años trabajando en el país con una forma de organización popular que recoge las experiencias del movimiento de 1968. Para ellos el ’68 no está perdido ni fue sólo una masacre -como tanto ha divulgado Monsiváis-, sino un triunfo en el aspecto de conciencia y organización.

Pero hay otras cosas igualmente desorientadoras. Veamos.

Dijo el escritor que es falso que en 1968 la situación fuera mejor «…no, era peor que ahora, y con ello no hago un elogio a una situación presente realmente lamentable». Antes, dijo, casi no existía la posibilidad de protestar debido a la represión, que era mucho peor que ahora, tampoco se habían organizado diversos grupos de resistencia de la sociedad civil, como ahora, ni se permitía el acceso a los medios de comunicación, que aunque hoy todavía es incompleto se han ganado algunos espacios, sobre todo en la prensa escrita. Opinó que ahora la libertad de expresión es «infinitamente mayor» que hace 40 años, continuó, y mientras antes al poder le importaba lo que dijera la crítica, en el presente no le interesa lo que se diga, pues considera que eso «no sirve para nada» ni llevará a un cambio.

Mucho se puede decir que esta avalancha de trampas. Veamos cuáles son los parámetros de Monsiváis para considerar mejor el hoy que el ‘68.

Uno es «la posibilidad de protestar». Igual que Octavio Paz, dice que la gente debe ser capaz de protestar, no de organizarse ni de cobrar conciencia de cambio, sino sólo de salir a manifestarse. Si bien es cierto que en aquellos años era efectivamente muy arriesgado salir a protestar, nunca ha sido ése un fin en sí mismo, sino sólo un medio, un paso hacia formas de organización. Gente como Monsiváis lo convierten en un fin en sí mismo y ahí está la trampa.

Otro parámetro de comparación es la organización de grupos de resistencia, inexistentes según él en el ’68. Sin embargo, un analista honesto y lúcido no omitiría mencionar por ejemplo las brigadas informativas que, en palabras de Mojarro, encontraron con su movilidad el antídoto al pesado sistema represivo del gobierno. Ninguna mención se hace tampoco del concepto «autogestión», que gente destacada como José Revueltas convirtió en parte importante del discurso ideológico del movimiento. ¿Cómo hablar del ’68 y de resistencia civil sin detenerse ampliamente es el concepto de autogestión, ni de los comités de fábricas y sindicatos creados como apoyo al movimiento, y que fueron proyectados al futuro como comités populares de autodefensa? Y ninguna mención se lee tampoco de que tales comités fueron concebidos por la vanguardia ideológica del movimiento como un esquema para aplicar en distintos sectores de la sociedad, como «pequeña semilla de una organización popular independiente nacional que en el futuro pueda ser creada», como reza un documento de aquellos años. Nada de eso existe para Monsiváis.

Un tercer parámetro es el acceso a los medios y la «mayor» libertad de expresión. Cierto es que ahora es menos difícil publicar cosas disidentes que en 1968, pero es un engaño pretender que eso evidencia una sociedad mejor, porque eso no significa mayor libertad de expresión, sino una concesión del sistema para reducir el grado de autoritarismo y evitar la polarización de la sociedad. Y OJO con esto: no es cierto que eso sea libertad de expresión, porque los dueños de casi todos los medios son parte del sistema y sólo publican cosas «disidentes» que no hacen daño de verdad, como las críticas de Monsiváis. El sistema NECESITA la crítica, precisamente porque así gente como este escritor sale a decir que en México hay libertad de expresión y la gente le cree. Pero personas como Mojarro, cuyo discurso dice «a un enemigo histórico no se le critica, sino que se le vence con organización» no pueden publicar su propuesta ni en diarios como La Jornada. En la radio comercial ha tenido espacios que le han durado poco…y de televisión ni caso tiene hablar. Al contrario, Monsiváis recibe constantemente espacios en este medio. Lógico.

Así pues, es falsa la afirmación de Monsiváis de que «se han ganado algunos espacios», ya que no ha habido ninguna fuerza popular que haya presionado en tal sentido, que los haya «ganado». Vinieron del sistema y éste no hace concesiones gratuitas. Todo es estrategia, pero don Carlos nos quiere hacer creer que todos los conquistamos y que por tanto nuestra apatía de siempre es el camino.

Otro parámetro es el asunto de la crítica. Afirma que antes le importaba al gobierno, pero ahora no. En cualquier tiempo, vale repetirlo, la crítica no daña a quien tiene el poder, y cuando Monsiváis afirma que el gobierno sabe que la crítica no sirve para el cambio tiene razón, pero no dice que eso se debe a que -vale repetirlo- a un enemigo no se le critica, sino que se le enfrenta con un poder que lo iguale o supere.

También dijo Monsiváis que las palabras han perdido toda eficacia, y que «hay que reivindicar el uso de la palabra en tanto portadora de denuncias concretas y de necesidades de enmienda rápida». Palabras, denuncias…nada de organización. Sólo hacer lo que el sistema necesita. Eso de enfrentarlo a base de palabras me recuerda al Consejo General de Huelga, que intentó esa estrategia. En lugar de salir a buscar alianzas con la sociedad se entretuvo en interminables asambleas y con sus declaraciones se dedicó a responder ácidamente al sistema y sus merolicos. Los resultados ya los conocemos.

En lo anterior y en eso de las «necesidades de enmienda rápida», sólo basta con decir que nuevamente borra la conciencia de enemigo histórico. Esas cosas sólo funcionan con aliados, no con adversarios cuyos intereses son irremediablemente contrarios a los de nosotros, como puede comprobarse si se observa la realidad cotidiana.

Luego dice la nota que, «ante la incertidumbre expresada por varios jóvenes acerca del presente, que incluso preguntaron si se aproximaba otra revolución en el país, Monsiváis rechazó la efectividad actual de la violencia armada y comentó: «Ya no me convence mucho la revolución, porque no veo a Zapata ni a Villa, pero sí a muchos huertas’ «. Agregó que «la violencia va a perjudicar a todos y ya está perjudicando a la clase gobernante, que se está anclando en su propia incapacidad de manejar la violencia, ya no sabe manejar la violencia, la coherción, el control de los medios.»

Aquí está otra frecuente trampa de los intelectuales del sistema. Cubrirse con una exagerada postura humanista, al rechazar la violencia de cualquier tipo, sin querer admitir que, aunque no nos guste, históricamente muchas veces ha llevado a cambios significativos cuando el opresor no da otra salida. Gente de probado espíritu pacifista, como Mojarro, no ha vacilado en separar los conceptos «violencia causa», la que genera el opresor; y «violencia efecto», que es la que viene como respuesta. El inolvidable Monseñor Oscar Arnulfo Romero dijo que el cristiano es pacífico, mas no pasivo, porque es capaz de combatir; llegó a decir que no compartía la violencia, pero que la entendía y que en El Salvador parecía haber llegado la hora de la violencia legítima.

El verdadero pacifista no es el que rechaza toda forma de violencia, sino el que recurre a ella cuando es absolutamente necesario. Asumir una postura contraria suena muy apantallante, pero ajena a la realidad. Y personajes como Monsiváis lo hacen para inocularnos fobia a la acción y desprecio a quienes se animan a actuar. Si nos negamos a resistir y eventualmente a combatir, dizque por rechazo a la violencia, por un mal entendido amor por la paz, nos estamos resignando a sufrir la permanente agresión del otro, porque éste no va a cambiar su actitud porque nosotros seamos «pacifistas». Esto es cierto tanto para los movimientos sociales como para la vida cotidiana. La historia lo dice.

Además, algo que también Monsiváis deja de lado es que, si bien como principio es loable no buscar la violencia, entonces ¿qué hacer? Dice que no debe haber lucha, pero nunca dice que la alternativa es una organización popular de fondo, que vaya por un cambio en forma pacífica, pero demoledora. Al omitirlo nos deja en la mente una falta disyuntiva: o peleamos o nos vamos por la opción de «reivindicar la palabra» recurrir a la denuncia y a demandarle al enemigo histórico.

Sobre los gobernantes sigue diciendo el intelectual: «Son tan ineptos que parece que están descubriendo el ejercicio del poder a través de su ejercicio, y ese es un axioma deveras catastrófico». Sobre esta forma en que el diario reseñó sus comentarios, en su carta de rectificación comenta al respecto: «Creo que no lo dije, y desde luego no me propuse decirlo, sino algo menos reiterativo: «…parece que están descubriendo el ejercicio del poder a través de sus incapacidades específicas y conceptuales». Para el caso, el engaño es el mismo: llamar ineptos quienes no lo son. Es otro mal arraigado en nuestro juicio político. A nivel de persona, de organizaciones y movimientos es frecuente oír calificar de ineptos a nuestros gobernantes, quienes una y otra vez se han salido con la suya. Un analista tras otro habla del «fracaso» de la política neoliberal. ¿Fracaso? ¡Pero si han logrado todo lo que se proponían! ¿Acaso se creyeron que los objetivos de «desarrollo», «crecimiento», «autosuficiencia», «empleos» y demás con los cuales privatizaron empresas estatales, quitaron el apoyo al agro, implantaron el Fobaproa, congelaron salarios, hundieron la planta productiva, impusieron el Tratado de Libre Comercio, abrieron la economía a la penetración extranjera y están privatizando la electricidad y el petróleo eran los VERDADEROS objetivos? Ése es el resultado de la falta de conciencia de enemigo histórico. Acabamos diciendo que el tigre es un gato flaco y tonto.

Monsiváis dijo también que «el 68 fue un movimiento de masas contra el autoritarismo, en favor de los derechos humanos y una búsqueda organizativa de lo que después se llamará sociedad civil».

Decir que el ’68 fue un movimiento antiautoritario es reducirlo a una de sus tres corrientes, la pequeño-burguesa radicalizada, que junto con la democrático-burguesa reaccionó contra la cerrazón del aparato político; mientras que la corriente de ideología proletaria no se quedó ahí, sino que se planteó el cambio social. Ahora, la expresión «búsqueda organizativa» de nuevo deja de lado que desde el mismo movimiento a se estaban dando respuestas a dicha búsqueda.

Dijo también que el 68 fue «un gran desplazamiento antiautoritario que se explica por el cambio de mentalidad que realiza y eso creo que es la herencia hasta el momento más señalada». Sí, la más señalada…por el sistema, de cual él forma parte. Es la más señalada no por coincidencia, sino porque el sistema tiene sus filtros y sólo pasan y se divulgan las tesis que le convienen. Por eso hay tanta coincidencia en lo que escuchamos y leemos en los medios.

No podía faltar la Masacre de Tlatelolco: «una de las proezas posteriores a 1968 es extraer el 2 de octubre de la noción del sacrificio ritual y colocarla en el centro de la demanda de los derechos humanos», pues fue «un agravio brutal y desmedido». Y en ese sentido reconoció el trabajo del Comité de ex Presos Políticos, cuyos integrantes «han rechazado todo simbolismo y se han centrado en la puntualización de los delitos». Nunca estará de más señalar el aberrante crimen del 2 de octubre, y los deseos de justicia pero cuando hay honestidad y lucidez se dice claramente que tales demandas jamás prosperarán si se hacen frente al mismo sistema de poder que cometió el crimen hace 40 años. De nuevo es borrar la conciencia de enemigo y hacernos creer que como ahora gobiernan otras personas e incluso otro partido, las condiciones han cambiado. Nos ocultan que no es cosa de personas, sino de sistemas.

Luego dice el escritor que a 40 años, la pregunta es «si tiene sentido organizarse, resistir, estar en contra del autoritarismo, plantear cambios fundamentales si todo está condenado al fracaso». Nueva mentira; no todo está condenado al fracaso. Hay que inventar, desarrollar los mecanismos de resistencia y cambio. ¿Cómo llamar analista social a alguien que lleva por delante la palabra fracaso?

También habló de la necesidad de «una movilización basada en argumentos racionales, en la resistencia a hechos oprobiosos y en el deseo del ejercicio de las libertades», pese al «aplastamiento» de los medios de comunicación y a la «inmensa capacidad de mentira» y de sordera de las clases gobernantes.

¿Qué quiere decir con «movilización»? Seguramente marchas, que como ya comentamos, estos intelectuales defienden como un fin en sí mismo. ¿Y el ejercicio de las libertades? Pues lo que el sistema permite a los ciudadanos, donde efectivamente entran las marchas. ¿Por qué no dice que antes del ejercicio de las libertades está la organización que lleve al cambio, porque sin ello jamás podrá hacer un pleno ejercicio de libertades? Habla de superar el poder de los medios, la mentira y la indiferencia de los gobernantes, pero nunca los ubica integralmente como un sistema de poder enemigo. Como buen intelectual orgánico, habla de idealismos, pero no de cómo trabajar por ellos ni de cómo construir una base ideológica que sirva para ello.

En su carta aclaratoria a La Jornada, Monsiváis agrega además:

«Hoy la libertad de expresión es mucho mayor, pero la posibilidad de que la crítica modifique las situaciones es todavía mínima, y para el caso véanse las consecuencias de las denuncias documentadas: allí siguen Mouriño, los Bribiesca, el buque Conserje de los Mares, etcétera, etcétera.» La crítica JAMÁS va a modificar nada con un enemigo histórico, así que el sólo ponerse a analizar las supuestas perspectivas de ello es ya un engaño.

Finalmente el escritor remata: «La diferencia entre 1968 y 2008 es que ya se sabe con más detalle los procesos de la impunidad. Y si es una ventaja el conocimiento sin consecuencias, estamos mejor.»

Verdaderamente nefasto. ¿Qué importa que ahora sepamos, supuestamente con más detalle, los procesos de impunidad, puesto que el resultado es el mismo? En todo caso eso sería evidencia de que estamos peor ahora, puesto que a la impunidad se ha agregado el cinismo. Finalmente, ¿qué es eso de conocimiento sin consecuencias? ¿Y cómo puede eso ser una ventaja? No lo dice. Y menos aun dirá que el conocimiento sólo es útil si nos lleva a la práctica correcta, que se debe traducir en organización. ¿De qué sirve conocer por conocer?

Para todo eso el movimiento del ’68 aportó propuestas, pero año tras año los Carlos Monsiváis dicen las mismas cosas en las mismas fechas. Y año tras año los Gilberto Rincón Gallardo nos borran la memoria histórica. Ambos convertidos en líderes de opinión: unos, porque son intelectuales que critican al gobierno y ello «prueba» que no son serviles; otros, dizque por ser protagonistas de los sucesos son los más autorizados para hablar de ellos correctamente, cuando que en todas partes existe gente de pasado combativo y que luego se prostituye. Ésa es la que sale en los medios.

«Dime quiénes te dan espacio y te diré quién eres.»

Se empeñan en hacernos creer que estamos mejor ahora para no volver los ojos hacia las enseñanzas del pasado. Para que no nos demos cuenta de cuándo ha descendido nuestra cultura política y nuestra situación.

Respecto al trabajo «En busca del 68» al que hice referencia al principio de este escrito, éste tiene como subtítulo «La historia no oficial de un movimiento estudiantil en México». Al decir «historia oficial» no me refería sólo a la de los gobiernos sucesivos, sino también a la de los «líderes de opinión» de los que hemos hablado aquí. Ellos también están divulgando la versión del sistema, sólo que lo hacen desempeñando el papel opositor.

Un esquema de propaganda con apariencia democrática siempre es diseñado de modo que contempla una parte oficial y otra de «crítica»; o sea, aquella que discrepa de la primera, y con ello se da la apariencia de pluralidad. Pero esta discrepancia también está planeada, calculada, y se limita cosas ligeras, sin llegar al fondo. Por ejemplo, cuando la invasión a Vietnam, en Estados Unidos se tenía supuestamente un debate plural porque unos insistían en seguir la guerra, mientras la «crítica», la «oposición», cuestionaba esa postura, pero argumentando que la guerra salía demasiado cara y se estaba perdiendo…como se discute ahora sobre Irak. Había otras posturas, como la de Noam Chomsky, que se oponían porque NEGABAN EL DERECHO ESTADOUNIDENSE DE INTERVENIR EN OTROS PAÍSES. Esta oposición, de fondo, no existía para los medios. Para ellos, esas cosas no se cuestionan…son actos de fe.

Así pues, en la versión del sistema sobre el 68 los de la élite política han desempeñado el papel oficial de «no hubo masacre», mientras que la postura de «oposición» insistía en que sí hubo, Y SÓLO INSISTEN EN ESO. Esta posición la ocupan, voluntariamente, los «líderes de opinión» fabricados por el sistema y, sin advertirlo, muchos que de buena fe cayeron en la trampa de esa versión oficial integral y la reproducen.

Para eso funcionan los Rincón Gallado y los Monsiváis, entre otros.

Identificarlos y purgar de su discurso nuestra teoría política llevará a una praxis más limpia y con mayor futuro. Así sea.