Las elecciones del 22-XII-05, en las que Evo ganó con el 54 %, fue el resultado de las marchas de indígenas, iniciadas el 2000, en las que exigieron su inclusión plena en la vida nacional, y de la insurrección popular del 17-X-03, que derrocó al neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada. Ese halagüeño escenario colocó al […]
Las elecciones del 22-XII-05, en las que Evo ganó con el 54 %, fue el resultado de las marchas de indígenas, iniciadas el 2000, en las que exigieron su inclusión plena en la vida nacional, y de la insurrección popular del 17-X-03, que derrocó al neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada. Ese halagüeño escenario colocó al nuevo gobierno ante la disyuntiva de rescatar los mejores logros históricos del in constituido Estado nacional y erradicar la discriminación, el racismo y la exclusión aún presentes en la sociedad boliviana o, por el contrario, rediseñar el país a partir del indigenismo.
Al inicio del gobierno, se adoptó la primera posición, ya que la nacionalización de los hidrocarburos fue apoyada por el 85 % de la ciudadanía, con un alto grado de cohesión social. El anhelo de Sergio Almaraz, Carlos Montenegro y Pablo Zárate Willca de construir una Patria unida y soberana parecía cercano. Infelizmente, el decreto fue desvirtuado por contratos petroleros, los que volvieron a entregar a las empresas el control de las reservas de gas y petróleo.
Para encubrir el retroceso, se exacerbó lo étnico y se proclamó el reconocimiento a 36 naciones aborígenes y similar número de idiomas oficiales. Como contra parte, el presidente electo, Barak Obama, repitió esta idea fuerza a lo largo de su campaña: «No hay un EEUU negro y un EEUU blanco, sino un EEUU de Norte América».
En tanto la primera potencia militar del planeta hará de la unidad interna su eje defensivo, Evo impulsa un proyecto constitucional, que será aprobado en enero, en el que las naciones originarias tienen derecho a la libre determinación, territorialidad y sistemas jurídicos paralelos. A su vez, las corrientes conservadoras toleraron lo plurinacional a cambio del respeto a los latifundios y «derechos adquiridos» de las petroleras.
Imaginamos el semblante de Obama si las ONG, los Albó, los García Linera y los Prada hubieran dicho que EEUU tiene que acatar la Resolución 169 de la OEA y las determinaciones de NNUU sobre pueblos excluidos, a fin de reconocer, entre otras, las identidades nacionales de pieles rojas, comunidades interculturales, musulmanes, afro descendientes y latino emigrantes, cuyas poblaciones son mucho más numerosas que las que tienen nuestras etnias. Tal vez con otras palabras, les habría dicho que se vayan con la música a otra parte.
Obama dice que la unidad interna debe servir para encarar de inmediato los desafíos que tiene EEUU para enfrentar la crisis económica más grande de su historia y los desastres bélicos impulsados por la administración republicana, lo que no implica ignorar que el afro descendiente estará casi inmovilizado por los banqueros y sus paraísos financieros, fabricantes de armas y de drogas del Club Bilderberg y los demás todo poderosos del planeta, con los que tuvo que transigir para ganar la presidencia.
En Bolivia, en cambio, se adelantó que en la próxima década serán necesarias alrededor de 200 leyes, cada una de las cuales será objeto de envenenados debates, a fin de conciliar las competencias del Estado central, regiones, departamentos, municipios y pueblos originarios.
De manera tardía se admitió desde el oficialismo que lo que se quiso incluir en la Constitución es el reconocimiento a las culturas originarias, ya que el concepto nación es una categoría histórica aplicada sólo a comunidades humanas con determinado grado de desarrollo económico, cultural e idiomático. La introducción de este concepto en nuestra ley de leyes es plenamente legítima, lo que hubiera significado continuar con el proceso de reparar injusticias históricas, sin necesidad de ahondar nuestras diferencias y atomizar a la República.
Evo y Obama simbolizan la emergencia de culturas subyugadas y sus triunfos electorales encarnan la emergencia de los pueblos oprimidos. Pero, en lo concreto, sus rumbos son antagónicos.