Las palabras de Carlos Slim sobre la crisis encendieron la pradera pero no la chispa de la inteligencia de los funcionarios que arremetieron en su contra, que no existe. El gobierno de Calderón pasa por una de sus mayores vergüenzas. El primer espectro designado por su jefe para responder a Slim fue Javier Lozano, Secretario […]
Las palabras de Carlos Slim sobre la crisis encendieron la pradera pero no la chispa de la inteligencia de los funcionarios que arremetieron en su contra, que no existe. El gobierno de Calderón pasa por una de sus mayores vergüenzas.
El primer espectro designado por su jefe para responder a Slim fue Javier Lozano, Secretario del Trabajo. Los pronósticos de Slim, según dijo, «son catastrofistas, sin sustento sólido y meras afirmaciones aventuradas». Todavía, con una refinación intelectual admirable, descubre la motivación secreta del empresario: esos vaticinios «simplemente obedecen a un buen deseo de que las empresas se abaraten para luego comprarlas», o que quiere más concesiones en áreas donde no las ha obtenido, por lo que el empresario se ha hecho merecedor, «sin represalias, a un llamado respetuoso pero enérgico».
En la misma cuerda el espectro mayor consideró que lo importante no es ver quién genera el pronóstico más grave, sino qué es lo que cada quién puede hacer por México para enfrentar la crisis. Por supuesto, aludiendo a las famosas palabras de John F. Kennedy, al referirse al «segundo hombre más rico del mundo» recalcó que más que criticar debiera preguntarse «cuál será su propia conducta de ayuda». Cualquier crítica, como se ve, es absolutamente ignorada por los responsables de la política mexicana: «¡Ni los veo ni los oigo», como en su momento proclamó otro insigne mandatario nuestro.
Esta serie de pequeños obuses dirigidos contra Slim, que ya se revierten contra sus autores, hizo mover hasta al sempiterno aletargado Agustín Cartens, quien «durante una reunión privada con los coordinadores de PAN, PRI y PRD en el Senado, se comprometió a enviar en los próximos días un paquete de reformas del gobierno federal, encaminadas a enfrentar en el corto plazo la emergencia económica». ¿Se dan cuenta los lectores que es hasta ahora que nuestro inmóvil espectro comienza a reaccionar, «preparando ya su paquete de reformas»?
Todo indica que él fue el único que se tomó en serie cuando dijo primero que «sólo era un ligero malestar, después una gripita para admitir por fin un catarro fuerte de nuestra economía ante la crisis mundial». Pero bien, más vale tarde que nunca.
La cuestión de fondo es que en estos largos meses y semanas de preocupación mundial, nuestro gobierno ha estado prácticamente «engarrotado» ante la crisis, en una modorra imposible de sacudir. Pequeños discursos van y vienen de parte del ejecutivo que hasta aprovechó la ocasión para recibir y elogiar, fuera de toda medida, a los dignatarios de la Iglesia Católica que visitaron México para alguna reunión sobre las familias.
Las noticias del mundo aluden a una preocupación y ocupación mayúscula referida a la crisis, mientras aquí únicamente escuchamos palabras como «blindaje sin fisuras», «muy buenas condiciones de la economía», «el mejor país para invertir», etc., todo ello sermoneado por el oficiante mayor. Es decir, un descarado ocultamiento de la realidad, una desconexión con el mundo real que raya en la esquizofrenia, dirían los doctores en esos males, en lo que coincide la gran mayoría de la opinión pública del país.
Y todavía añadiendo, ahora con dedicatoria personal: «Debemos rechazar todos los catastrofismos sin fundamento, particularmente ahora llevados a extremos absurdos, que dañan sensiblemente al país, a su imagen internacional, ahuyentan inversiones y destruyen los empleos que los mexicanos necesitan», dijo el mandatario en Querétaro.
Para quien leyeron la intervención del «catastrofista» Slim habría un reproche que formularle: su suavidad en la forma y en el fondo, y sus concesiones al sistema que nos ha empobrecido y abusado hasta estos extremos. Pero para los jerarcas del PAN, devotos y fieles ciegos a la jerarquía, cualquier idea que mínimamente difiera de su verdad merece la condena y el adjetivo hoy de mayor censura: catastrofista.
Pero ¿que dijo Slim? Los «catastrofismos» que hoy circulan en todas partes, en las calles, en los cenáculos, en las universidades, en las reuniones familiares: la especulación con el petróleo, con la vivienda, con los alimentos, el engaño de supuestas inversiones en que no se daba nada a cambio, un mundo financiero y económico como una casa de apuestas en que siempre se ganaría, debido en gran medida a la desregulación y la absoluta falta de vigilancia, que es lo que estamos pagando. Y, además, que el producto interno en México se desplomará (ya está en caída libre), entre otras razones por la caída de los precios del petróleo y de la exportación.
Y otros pecados mayores que también señaló el infiel: que hay que cuidar el empleo y el ingreso familiar, y que la educación es fundamental, y que la piedra angular de toda economía, inclusive la mexicana, requiere de un fuerte mercado interno.
¿No es verdad que tamañas herejías merecen la condena eterna? Sobre todo porque se parecen a algunas cosas dichas por Andrés Manuel López Obrador y otros catastrofistas, y porque rompen en algún grado la devota sumisión que tradicionalmente ha tenido nuestra clase empresarial con el gobierno.