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Google y sus oráculos

Fuentes: El Cultural

 En estas últimas semanas, la finalización de unos proyectos de desarrollo que tenemos entre manos y su próximo lanzamiento me han hecho prestar más atención a un tema que tenía un poco abandonado, el SEO (Search Engine Optimization), lo que se conoce en castellano como Optimización en Motores de Búsqueda aunque, como veremos, el plural […]

 En estas últimas semanas, la finalización de unos proyectos de desarrollo que tenemos entre manos y su próximo lanzamiento me han hecho prestar más atención a un tema que tenía un poco abandonado, el SEO (Search Engine Optimization), lo que se conoce en castellano como Optimización en Motores de Búsqueda aunque, como veremos, el plural de motores podría eliminarse o cambiarse la E de engine por la G de Google. Alrededor de SEO se ha creado todo un ecosistema de empresas y profesionales que te garantizan colocar tu sitio Web en las primeras posiciones cuando los usuarios realicen búsquedas de palabras pertinentes a tu sitio. Como es lógico, esas garantías no pueden ser muy sólidas, sólo hay un primer puesto posible y muchas empresas luchando por él.

En cualquier caso, lo que más me interesa hoy no son las promesas de los profesionales del SEO sino sus fuentes de conocimiento. La posición de cada sitio Web en las búsquedas en Google viene determinada por una puntuación que Google asigna a cada sitio, el famoso «page rank». Desde sus inicios como un sencillo algoritmo de puntuación basado en el número de enlaces externos que apuntan al sitio, recogiendo las ideas ya muy extendidas en el mundo científico de que un artículo publicado es más importante cuanto más citado haya sido en otros, el algoritmo se ha ido haciendo mucho más complejo, mezclando más variables, llegando según algunas fuentes a considerar más de 70 criterios medibles por sitio Web. El problema es que nadie sabe con certeza cuáles son esos criterios ni qué importancia tiene cada uno de ellos en el cálculo del «page rank», ya que mantienen en secreto el algoritmo. Sólo se conocen las sugerencias, casi triviales, de Google para mejorar la puntuación, así como lo deducible con técnicas similares a las de la ingeniería inversa por los profesionales del ramo. Google tiene todo el derecho a no publicar su algoritmo, como Coca-Cola a no publicar su fórmula; la diferencia es que yo tengo la decisión de comprar Coca-Cola o no en mis manos, mientras que me es imposible prescindir de Google si quiero lanzar un negocio en Internet, al menos en su primera fase.

El dominio del buscador es tan aplastante que si no apareces en un puesto relevante tus posibilidades de negocio se recortan drásticamente. Los demás buscadores, y más en España son absolutamente irrelevantes. Así, hemos llegado a una situación donde los «expertos» en SEO se han convertido en alquimistas que buscan la piedra filosofal o, lo que es lo mismo en nuestros días: aparecer en primer lugar en las búsquedas de Google. Pero el SEO, hoy día, se parece tanto a una ciencia como se parece el marketing, la gestión de hedge funds o la alquimia de la Edad Media; tengo el convencimiento de que aparte de mucha ingeniería inversa hay mucho de arte y eso me preocupa. Lo ha dejado claro Alejandro Suárez en este magnífico post http://www.alejandrosuarez.es). La moraleja de Alejandro es «no toques lo que funciona» con lo que estoy totalmente de acuerdo, aunque yo añadiría: «limita tu dependencia de lo que tú no controlas». Desgraciadamente, esto último no es nada fácil: no hay web con ambiciones comerciales hoy día, incluso aunque sólo sea con ambiciones de notoriedad (todas las tienen, ¿no?) que pueda vivir de espaldas a Google. Es muy preocupante que el gran demiurgo de nuestros días no explique su cosmogonía a los simples mortales y que tengamos que vivir ignorantes, salvo por los mensajes de sus oráculos que, como bien sabían los antiguos griegos, siempre vienen envueltos en nubes oscuras y ambiguas.