Aunque nació hace 130 años, Kraft se hizo grande cuando le vendió al ejército de EE.UU. millones de alimentos enlatados para la Primera Guerra Mundial, y se convirtió así en una de las principales contratistas del gobierno. A partir de allí se dedicó a «alimentar» el sueño americano. La sociedad se mantiene hasta el día […]
Aunque nació hace 130 años, Kraft se hizo grande cuando le vendió al ejército de EE.UU. millones de alimentos enlatados para la Primera Guerra Mundial, y se convirtió así en una de las principales contratistas del gobierno. A partir de allí se dedicó a «alimentar» el sueño americano.
La sociedad se mantiene hasta el día de hoy. En las últimas elecciones la empresa decidió cotizar para la campaña de Obama. Como devolución de gentilezas, el nuevo presidente de EE.UU. ha elegido a Mary Schapiro, directiva de Kraft Foods, como directora de la Comisión de Valores, el organismo que controla a las empresas que cotizan en bolsa. Algo así como poner al lobo a cuidar el gallinero.
Semejante responsabilidad en las finanzas mundiales tiene una explicación. El propietario de la mayoría de las acciones de Kraft es hoy Warren Buffet, el hombre más rico del mundo y asesor económico de Obama.
Nadie amasa una fortuna…
«Kraft Foods informó hoy que en la primera mitad del año ganó 1.487 millones de dólares, lo que supone un aumento del 10,6 por ciento respecto de 2008» (EFE, agosto 2009). La noticia recorría los noticieros en los mismos momentos que la empresa descargaba el brutal ataque contra sus trabajadoras/es de la planta Pacheco.
No conforme con sus fabulosas ganancias, Kraft prosigue con el camino iniciado en 2004, cuando planificó un proceso de despidos que afectaría a 10.000 trabajadores y el cierre de veinte fábricas. La promesa se está cumpliendo, pero las ganancias de la empresa siguen aumentando. Así queda en evidencia el fenomenal aumento de la explotación obrera que se ha propuesto la patronal yanqui.
No le va a ser fácil. Este año, trabajadores de Kraft en distintas partes del mundo han encarado luchas contra esos cierres y despidos, como ocurre en España, Venezuela y Colombia. Este último caso muestra los métodos Kraft sin vueltas. En 2005, luego de decenas de despidos a trabajadores por sindicalizarse o reclamar, la empresa optó por el terror: encerró a treinta trabajadores en un comedor para obligarlos a firmar su renuncia. Al no aceptar el apriete, los trabajadores fueron más tarde reprimidos por la Policía Nacional. La denuncia del Sinaltrainal, el sindicato de trabajadores de la alimentación de Colombia, es concreta: Kraft quiere «el aniquilamiento del sindicato y avanzar en la tercerización y precarización de la totalidad de la mano de obra». Cualquier parecido con lo que pasa en Argentina es pura coincidencia.
… sin hacer harina a los demás
Detrás de las líneas que escupen millones de toneladas de chocolate y galletas trabajan, en gran parte, mujeres.
Cuenta una compañera: «somos muchisimas las obreras que trabajamos ahí adentro. Tenemos que bancarnos de todo. En el turno noche trabajamos por dos o tres personas. Hay madres embarazadas que están trabajando sin sillas, no les reconocen tareas livianas. Muchas mamás viven dentro de la fábrica, doce horas por día».
La presidenta de la empresa es, paradójicamente, otra mujer. Irene Rosenfeld jamás tuvo tendinitis, ni debió trabajar doce horas parada, pero el año pasado cobró un ‘salario’ de 19,2 millones de dólares, algo así como 73 millones de pesos (www.cnnexpansion.com). Para ganar ese dinero, una obrera de la planta Pacheco necesita trabajar… 3.000 años. Sí, leyó bien… ¡treinta siglos!
La terrible receta de Kraft arranca mucho antes de llegar a la fábrica. Para producir el chocolate, Kraft Foods adquiere las materias primas en Costa de Marfil (África). En esas plantaciones trabajan, según la denuncia de UNICEF, «miles de niños que son golpeados, maltratados y explotados. Lo que ocurre allí se llama lisa y llanamente esclavitud».
Ese es el verdadero origen de las ganancias de la empresa: millones de campesinos explotados, el saqueo de los recursos naturales y la explotación de la clase obrera en 150 países. En definitiva, una lacra del imperialismo.
Patio trasero
La presidenta de la compañía, la pobre Rosenfeld, reconoce en la página de Kraft: «quiero ser presidenta de los EE.UU.». No sabemos si lo logrará, pero mientras tanto ejercita apoyando golpes militares en otros países.
En Honduras está sucediendo uno, en estos momentos, sostenido por las fuerzas armadas, la Iglesia y las grandes empresas. Uno de los principales soportes del golpe es la Cámara de Comercio Hondureño-Americana (AMCHAM), quien «manifestó su respaldo al nuevo presidente de Honduras, Roberto Micheletti». AMCHAM está presidida por el City Bank, Wal Mart y, como no podía ser de otra manera, por Kraft Honduras S.A.
En Argentina, Kraft forma parte de la versión local de AMCHAM. Comparte la dirección de la misma con Coca-Cola, Monsanto, General Motors y Ford, gente siempre entusiasmada en hacer buenos negocios, aplastando a cualquiera que se meta en su camino.
Kraft ya fue una de las empresas boicoteadas por cientos de organizaciones antiguerra, por su apoyo al gobierno imperialista en la invasión a Irak. ¿No será momento de repetir la medida?
Club social
Kraft llegó a la Argentina en el año 2000, luego de comprar Nabisco. Heredó así parte del emporio de los Terrabusi, que se dedicaron desde entonces a la cría de caballos pura sangre y la soja. Pero antes amasaron fortunas. En los momentos en que esas fortunas parecían estar amenazadas, los Terrabusi no perdieron el tiempo. En febrero de 1976 fundaron la COPAL, la Coordinadora de Productos Alimenticios que promovió el lock out empresario de febrero de 1976, la antesala del Golpe de Estado en nuestro país.
¿Cosas del pasado? Para nada. Hoy la COPAL está encabezada por Jorge Zorreguieta, el Secretario de Agricultura de aquella dictadura sangrienta. Y es liderada por Kraft, que ha puesto como vicepresidente de la entidad a Alberto Pizzi.
Podemos decir que los directivos de Kraft hacen honor a las tradiciones de su Club Social.
Peor que en los ’90
En estos últimos años que Nabisco y Kraft compraron los negocios de los Terrabusi, los trabajadores del grupo pasaron de 8 mil a 4 mil. Lejos de achicarse, los negocios de la multinacional fueron creciendo, al ritmo de la producción. Por eso ha logrado concentrar casi la mitad del mercado de galletitas, y ha convertido la planta Pacheco en la más importante fuera de los EE.UU.. Por eso la importancia de esta batalla en el patio trasero del imperio.
Los jóvenes son el otro sector que, junto a las mujeres, han estado al frente de los últimos reclamos. Son los que cuentan: «es una patronal muy negrera, peor que en los ’90. Por eso decidimos elegir un cuerpo de delegados, por turno, para que controlen la mano de esta patronal. Ahora, los despedidos estamos firmes, vamos a llevar la lucha hasta que la patronal se doblegue».
Ellos son los que están enfrentando al Imperio Kraft, resistiendo a los despidos que quieren liquidar el Cuerpo de Delegados y cualquier organización sindical. Son los que cantan en cada marcha: «estos yanquis de mierda, nos quieren echar / si nos echan, quéquilombo se va a armar».