Terminaron las elecciones generales en Bolivia. Se hizo el recuento final con porcentajes elevados de votación. Se estableció el número de parlamentarios que, en algunos casos, son casi absolutos a favor del gobierno. A renglón seguido, se inicia el proceso de elección de las autoridades departamentales y municipales. Incidimos en los porcentajes elevados porque, a […]
Terminaron las elecciones generales en Bolivia. Se hizo el recuento final con porcentajes elevados de votación. Se estableció el número de parlamentarios que, en algunos casos, son casi absolutos a favor del gobierno. A renglón seguido, se inicia el proceso de elección de las autoridades departamentales y municipales.
Incidimos en los porcentajes elevados porque, a entender de muchos, las cifras se repetirán o, al menos, rondarán los números que se dieron el pasado 6 de diciembre. Esta afirmación u otra cualquiera, se basa en análisis que lleven a conclusiones. Trataremos de hacerlo para tener claridad sobre el tema.
La elección de presidente y vicepresidente, suele arrastrar a diputados y senadores que componen las listas parlamentarias. En el caso de senadores y diputados plurinominales, no hay ninguna duda, pues se les asigna la misma votación presidencial. No sucede lo mismo con los diputados uninominales, que disputan su banca con un voto que, aunque está incluido en la misma papeleta, registra una opción distinta. Tanto es así que se habla de voto cruzado, cuando el electoral vota por un presidente, pero no lo hace por el uninominal que le acompaña. Basta comparar los porcentajes diferenciados que se dan en todos los casos. Pero, con todo, asumimos que hay una tendencia que aparece en ambos candidatos.
No es lo mismo en otras votaciones. Hemos tenido pruebas evidentes en votaciones anteriores. Las municipales de 2004, por ejemplo, ya fueron una indicación. Si bien, el MAS obtuvo representación en más del 80% de los municipios, no alcanzó mayoría en ninguna capital. No fue ganador ni siquiera en aquellos departamentos en que obtuvo, dos años antes, votación por encima del 60%.
Podría aducirse que, el tiempo transcurrido entre junio de 2002 (elecciones generales) y diciembre de 2004 (elección municipal), fue muy grande y las preferencias sufrieron variaciones. Claro que, un año después (diciembre de 2005), la tendencia favorable al MAS dio un salto espectacular.
Sin embargo, en esa elección ganada por Evo Morales con más del 53%, se postularon por primera vez candidatos a prefecto; estas autoridades, en las elecciones de abril próximo, adquirirán el título de Gobernador. El MAS, que obtuvo mayoría en cinco de los nueve departamentos, sólo logró la elección de tres prefectos. Es más: dos de esos cinco departamentos obtuvieron la mayor votación y, sin embargo, perdieron la elección de prefecto.
Es evidente que, este recuento, tiene una primera e irrefutable conclusión: en la elección de autoridades de los niveles departamental y municipal, actúan otros factores, dando resultados diferentes. Podríamos intentar alguna reflexión. Parece ser que la gobernabilidad nacional es claramente diferenciada con la administración en los niveles del departamento y del municipio. Si es así, las personas esperan que, el gobernador, tenga una visión regional y, el alcalde municipal, se ocupe de las expectativas a corto plazo y más personales que las otras autoridades.
Ciertamente, podríamos encontrar otros factores de diferenciación entre una elección nacional y las otras. Diríamos, por ejemplo, que los valores nacionales tienen un sentido más global y de largo plazo. En cambio, a medida que restringimos el ámbito de competencia, las obras reclamadas son más directas y a plazo menor. Pero es la misma argumentación en otros términos.
La consecuencia lógica es que, la competencia electoral en los niveles departamental y municipal, debe tener un rostro distinto que dependerá, por supuesto, de las tendencias que prevalezcan en estas regiones. No se trata, por supuesto, de ser sumisos seguidores de las prevalencias circunstanciales. Ha sido un método repetidamente usado, con resultados nada halagadores. Habrá que ahondar más para establecer la línea de acción apropiada. No es fácil la tarea que se enfrenta.
En abril, en poco más de tres meses, sabremos los resultados. De allí sacaremos lecciones porque nadie puede abandonarse al exitismo o la desesperación. Esos términos deben borrarse del vocabulario político.