Gloria Muñoz desanduvo los pasillos de la Casa de las Américas cual senderos de la Selva Lacandona, subió y bajó escaleras como si atravesara comunidades indígenas y luego desapareció, quizás en la misma bruma que resguarda a los zapatistas en Chiapas. Pero los días que estuvo en La Habana alcanzaron para conversar sobre la invitación […]
Gloria Muñoz desanduvo los pasillos de la Casa de las Américas cual senderos de la Selva Lacandona, subió y bajó escaleras como si atravesara comunidades indígenas y luego desapareció, quizás en la misma bruma que resguarda a los zapatistas en Chiapas. Pero los días que estuvo en La Habana alcanzaron para conversar sobre la invitación a participar en Casa Tomada, II Encuentro de Jóvenes Artistas y Escritores de América Latina y el Caribe, y para conocer de cerca su experiencia de vida en las comunidades zapatistas, en las que habitó casi ocho años.
«El acontecimiento previo a esta invitación de la Casa de las Américas, es el Premio José Martí que me dan en el 2005 por un trabajo sobre la autonomía en las comunidades indígenas zapatistas», recuerda Gloria. «Esta fue la primera sorpresa, porque yo tenía muy poco conocimiento del interés que pudiera generar el zapatismo en Cuba. El hecho de que premiaran un trabajo sobre el movimiento zapatista para mí ya era una sorpresa, y que fuera mío, pues mucho más todavía», sonríe la periodista mexicana.
La frase de Gloria despierta memorias, la cuenta de los años regresa y sobrevuela dos décadas, cuando el desplome del socialismo eurasiático provocó un desconcierto en la izquierda mundial y aquellos que mantuvieron la esperanza se preguntaban dónde renacería la utopía. Poco tiempo después apareció una respuesta en la mitad del continente americano: el mismo día que México se disponía a entrar en el primer mundo -publicidad que antecedió a la firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá el primero de enero de 1994-, el país de Zapata y Villa amaneció con una rebelión protagonizada por un ejército de miles de indígenas que tomaron siete cabeceras municipales del estado de Chiapas.
No era cuestión de aguar la fiesta por aguarla. Era para recordar que muchos, muchísimos mexicanos y mexicanas iban a quedar fuera del festín «primermundista», porque llevaban ya siglos fuera del mundo; para recordar que aún quedaban demasiados en México sin otra opción que recurrir a las armas para demandar trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz.
«Por primera vez, pueblos indígenas diferentes -tzotziles, choles, zoques, mames, tojolabales, tzeltales…- estaban juntos en una insurrección; esto no había pasado nunca antes. Por primera vez hay un movimiento revolucionario que consigue unir a todos estos pueblos indígenas con culturas diferentes, con percepciones diferentes», destaca Gloria.
La noticia fue toda una sacudida en los noticieros cubanos, pero un sismo que duró muy poco: apenas días después de aquel enero de 1994, sobrevino el silencio en la Isla con respecto a los acontecimientos que dibujarían un pedazo de historia en la América Latina rebelde. Sin embargo, muchos en Cuba hicieron todo tipo de malabares para encontrar información sobre el conflicto, otros desplegaron su solidaridad -sobre todo mediática-, pero algunos llegaron incluso a aterrizar en plena zona de conflicto para llevarles a los zapatistas un mensaje de aliento, un abrazo desde Cuba.
«He tenido una relación de intercambio y afectiva con compañeros de aquí de Cuba que han estado en Chiapas -dice Gloria y me regresa a la realidad-, compañeros que se han interesado en el movimiento, que lo han llevado a espacios de revistas y talleres en Cuba».
La inquieta y sonriente escritora mexicana ha regresado a Cuba y parece como si trajera de vuelta el mensaje de aliento, un abrazo donde cuenta el ahora del zapatismo, cómo marcha el nacimiento de un nuevo mundo, mejor y posible, en los que ya pueden llamarse territorios autónomos. «El zapatismo -advierte- no pretende ser un micromundo ideal que se plantee la desconexión con el exterior, creando sus escuelitas, sus hospitales, sus cooperativas de comercio, para hacer un mundo nuevo. No, de ninguna manera. El zapatismo se concibe dentro de un país y de un mundo, con luchas y resistencias similares. El reto desde 1994 ha sido vincular estas luchas, estas resistencias de México y del mundo».
¿Cómo reaccionaste ante la invitación a participar en Casa Tomada?
-La invitación de Casa de las Américas a Casa Tomada es todo un honor. Yo tengo una relación con Cuba y con la Casa de las Américas que viene desde hace veinte años. En el año 1990 vengo por primera vez a Cuba y regreso en el 91, en el 92, en el 93, siempre de visita por la Casa de las Américas. Hace diez meses estuve aquí y tuve la oportunidad de participar como público en diferentes actividades. Esta relación es parte de mi historia y de mi formación, así que la invitación la tomo desde ese lugar: me está invitando un espacio al que yo he ido como público y como admiradora; y tiene un significado muy especial para mí desde el punto de vista afectivo e intelectual, porque me provoca la institución, me provoca su revista, me provoca lo que aquí se dice… y siempre una provocación es buena. Así que el hecho de que esté invitada a participar del otro lado de la mesa, para mí es muy significativo.
¿Qué expectativas te causó la idea de un encuentro de jóvenes latinoamericanos y caribeños?
-Que este evento sea el cierre por la celebración de los cincuenta años de la Casa de las Américas es un ingrediente más a la satisfacción que tenía por la invitación. Sabía que me estaban invitando también como periodista conocedora del movimiento zapatista y cercana a él. A partir de ahí comienzo a pensar qué voy a decir, y desde dónde lo voy a decir. Venía como periodista a hablar, no por un movimiento, sino sobre un movimiento: eso debía quedar muy claro también. Bueno, hablar de zapatismo en Italia es muy fácil, pero hablarlo en Cuba tiene otro significado. Entonces empecé a plantearme ese tipo de inquietudes desde el momento en que recibí la invitación.
Vienes, como conocedora de un territorio en resistencia, a un país que también conoces y que también está en resistencia. ¿Puedes hermanar estas dos resistencias de algún modo?
-Es una pregunta sumamente difícil, pero te voy a contestar desde lo que propone el movimiento zapatista, que es -y esto es muy importante- un movimiento anticapitalista, un movimiento contra el neoliberalismo que impera, un movimiento por la justicia, por la igualdad; es un movimiento que se da en un contexto no solo de pobreza en México, sino de desprecio y de olvido hacia las minorías, que juntas son mayorías.
«En mi formación yo paso primero por Cuba y luego por Chiapas. Como te dije, yo vine cada año desde 1990 hasta el 93; justo en el 94 dejé de venir a Cuba, lo cual es muy significativo porque ya teníamos una resistencia en México, ya teníamos también un motivo de permanencia y de inspiración propia. No teníamos que estar buscando revoluciones y resistencias en otros lados: se estaba gestando una en nuestro propio país. Y debíamos no solo observarla, sino tratar de entenderla y, en la medida de lo posible, que nos dejaran involucrarnos. Desde luego, Cuba seguía siendo un motivo de inspiración, como lo sigue siendo ahora, como lo son las cosas que se dan contra viento y marea. Si quieres una similitud entre Chiapas y Cuba, esa es una: aun contra viento y marea las cosas son posibles. Es algo muy palpable en estas dos resistencias.
«Cuando venía a Cuba, en medio del Período Especial, me decía «esto no va a sobrevivir»; se me hacía una locura todo: la gente en bicicleta por las calles, los apagones, la falta de comida… Me decía: «¿de qué va a vivir esta gente?, ¿hasta dónde este pueblo va a resistir?». Y sin embargo, aquí están. Con Chiapas pasa de manera mucho más precaria en las comunidades indígenas, pero es la misma sensación: ¿cómo es posible que estén haciendo esto en medio de tanta adversidad?
«También está el referente. El movimiento zapatista tiene, como cualquier movimiento en el mundo, sus referentes; dos de ellos son la Revolución cubana y el Che: tú vas a cualquier comunidad zapatista y te encuentras diez Ches por comunidad. Y no es solo su imagen, es su significado como formador, como paradigma, como horizonte. Es una figura sumamente importante.
«En los pueblos zapatistas hablan mucho del pueblo cubano. Se refieren a una hermandad muy grande con el pueblo cubano, e incluso en el 2006 -viniendo de un pueblo zapatista que nada tenía y en una acción poco difundida en Cuba-, tuvieron un gesto de solidaridad de los pueblos zapatistas con el pueblo cubano. Esto es una similitud con Cuba: la solidaridad desde el más pequeño, cuando el que nada tiene es el que te ofrece.
«Yo estoy en las comunidades en ese momento, y a mí lo que me toca ver es cómo la señora, los señores, los ancianitos, los niños, todos vienen bajando con un kilogramo de maíz en sus manos y se hacen unas filas enormes de miles de personas cargando su kilo de maíz. Eso para mí fue muy significativo. Hay un documental que muestra esta acción, absolutamente simbólica, pero que era además la primera acción pública de un movimiento -que insisto, nada tiene- hacia otra resistencia, como tú la llamas, aquí en Cuba. Fue todo un gesto de hermanamiento público preparar este cargamento que se entrega en Veracruz y que después ya no sabemos su destino».
Supimos de esa acción por los comunicados del EZLN. El Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr., en La Habana, hizo una celebración del gesto solidario, con trovadores y tamales. E hizo además una hermosa carta de agradecimiento a las comunidades zapatistas, que fue publicada en La Ventana.
-Nos hubiera dado mucho gusto saberlo en México, porque para los que tenemos el corazón dividido entre Chiapas y Cuba era un momento de unión muy particular. Porque, además, después de una década del alzamiento se habían dado, de uno y otro lados, muy pocos guiños, muy pocas señales, pero que tampoco hacían mucha falta: se sabe de qué lado late el corazón. En esos años empieza una serie de saludos que hasta la fecha perduran.
«Otra sincronía de los dos lados es la identificación del enemigo. El zapatismo es un movimiento anticapitalista. Cuba lo es también. El enemigo no es una persona, no es un gobierno, sino un sistema. En México, me atrevería a decir que hoy el movimiento que más claro tiene esto es el zapatista».
EMPEZAR A VIVIR
En el año 2003, en vísperas del veinte aniversario de la fundación del EZLN y del décimo de su alzamiento, el subcomandante insurgente Marcos escribió:
(…) una mujer de profesión periodista acabó, no sin dificultades, por brincar el complicado y espeso muro del escepticismo zapatista y se quedó a vivir en las comunidades indígenas rebeldes. Desde entonces compartió con los compañeros el sueño y el desvelo, las alegrías y las tristezas, los alimentos y sus ausencias, las percusiones y los reposos, las muertes y las vidas. Poco a poco los compañeros y compañeras la fueron aceptando y haciéndola parte de su cotidianeidad. No voy a contar su historia. Entre otras cosas, porque ella prefirió contar la historia de un movimiento, el zapatista, y no la propia. [1]
Se refería, obviamente, a Gloria Muñoz Ramírez. Tres años después de iniciado el conflicto armado, la periodista «…dejó su trabajo, su familia, sus amigos», hizo silencio y volteó su vida hacia las comunidades zapatistas. Tal vez ya le fastidie responder siempre la misma pregunta, pero ella es comprensiva y sonríe, como si lo esperara.
¿Cuál fue el detonante que te hizo dejarlo todo y radicarte en las comunidades?
-Antes te cuento una pequeña historia. Yo llego a Chiapas el 3 de enero de 1994 enviada como periodista. Llego totalmente inexperta a la cobertura de una guerra, con una formación política atravesada por Cuba y por una tendencia progresista en México, pero que tampoco encontraba dónde ubicarse, no encontraba el espacio de expresión. Era más fácil marchar frente a la embajada de los Estados Unidos en México en solidaridad con Cuba, que tener una propia lucha en México, sobre todo un espacio en el que yo me sintiera representada o reflejada.
«Llego así a la cobertura de la guerra en Chiapas, a la irrupción de un ejército indígena en armas. Para nosotros fue realmente explosivo, y no empezó con un discurso ni con cuentos del viejo Antonio: empezó con la guerra. Esto siempre hay que recordarlo. Con toda la ingenuidad, torpeza e ignorancia del mundo fui dando los pasos para conocer lo que estaba pasando, muchas veces por intuición, sin ninguna experiencia, sin saber por dónde iba ese movimiento, por dónde verlo en medio del caos y de la guerra.
«Muy poco tiempo después la fase de la guerra, de los enfrentamientos directos, pasa a un segundo plano y viene toda la parte discursiva, la parte de la palabra, del diálogo, del encuentro. Y es ahí donde me siento sumamente reflejada en un discurso, en una propuesta que no nos ofrece un manual, sino que habla del caminar preguntando, que habla de la consulta, que convoca a todos, que es incluyente. Desde muchas vertientes me sentía identificada, aunque no sé si esa era la intención del movimiento zapatista, no sé si ellos estaban tan conscientes de todo lo que iban a provocar en materia de identificaciones.
«Bueno, así me la paso tres años: 1994, 1995 y 1996, entrando y saliendo de las comunidades, tratando de entender qué era lo que estaba ocurriendo. Yo tenía una duda muy básica y muy ingenua también: el movimiento zapatista nace el 17 de noviembre de 1983. Durante diez años se mantuvo en la clandestinidad. Son diez años de formación, de crecimiento, de ir persona por persona, casa por casa, familia por familia, creando esta base de apoyo que después conoceríamos como EZLN. A mí este período de los diez años me quedaba totalmente lejano, me preguntaba ¿qué es esto? Porque platicadito así, por Marcos o por los comandantes sonaba muy bonito, ¿no?, pero fueron diez años. Y yo me preguntaba: en esos diez años, ¿dónde estábamos todos los demás?, ¿dónde estaba nuestra cabeza, nuestro pensamiento, todo, cuando había un ejército en ciernes en el sur de mi país?
«Entonces eran diez años que se me escapaban, que no podía entender porque no tenía ningún elemento para hacerlo. Esa era una de las dudas primarias que me hacen quedarme durante cada vez más tiempo en las comunidades, tratando de comprender ese proceso fundacional del EZLN, sobre todo al nivel de las comunidades: cómo empezaron a armarse, cómo eran los talleres donde hacían los uniformes… Y todo esto ocurría mientras uno estaba estudiando inglés y computación, porque ya íbamos a pasar al primer mundo. Era un choque muy fuerte.
«Pero pasó algo. Yo trabajaba para tres medios de comunicación, y siempre tenía que salir de las comunidades a dejar una nota de prensa, a dejar un cable… y a lo demás: pagar la renta, pagar la luz, pagar el teléfono, y estas cosas cotidianas. Todo esto interrumpía un proceso de acercamiento, de confianza, de entendimiento con las comunidades -que ya no eran tan abstractas: ya era una familia a la que yo iba a ver allá; las personas comenzaban a tener rostro para mí en estas comunidades-. Así que paso cada vez más tiempo dentro y cada vez le veo más inutilidad a salir a cobrar un cheque, a pagar la renta o a dejar una nota. Además, ya esa nota no me decía nada; si a mí misma no me decía nada, ¿qué le iba a decir a los demás? Era una nota de rutina, de agencia, que al otro día iba a ser vieja y que ya no me estaba diciendo absolutamente nada.
«Hasta que en cierto momento decido dejar de interrumpir esos períodos en los que permanecía más tiempo en las comunidades. Al principio fue un mes, luego dos, tres meses hasta que decidí dejar los compromisos que tenía fuera y solicitar un permiso para permanecer por tiempo indefinido adentro. Esto podía ser dos meses, quince días, seis meses o un año. Y fueron cerca de ocho años».
¿Fue una decisión difícil, o ya te sentías preparada?
-Fue un proceso totalmente natural, carente de todo estoicismo, del mito de «me voy a meter en las comunidades y abandono lo urbano». Mentiría si te lo contara como el sacrificio de mi vida y la gran renuncia. Todo lo contrario, no fue ni una renuncia ni un sacrificio: fue un proceso muy natural que se da entre estas comunidades que ya yo conocía y mi necesidad de permanecer más tiempo, nunca planteándome cuánto tiempo. Lo único que sabía es que no tenía que tener ningún compromiso laboral. Los años se fueron pasando y dejé de escribir; no solo de publicar, también dejé de escribir. No sé en qué momento dejé de grabar, de tomar notas, de apuntar, de preguntar. Y empecé a vivir.
«Hay una imagen que yo uso mucho para relatar este momento. Los zapatistas bailan mucho, siempre están en continuos bailes, es un movimiento muy alegre; y yo cubría periodísticamente todos esos bailes, ya fuera en el aniversario del alzamiento, o de la fundación, o de la autonomía, o sea, mil cosas que eran un pretexto para bailar. Los periodistas rodeábamos el baile y escribíamos la crónica; así era todo el tiempo. No te daba tiempo -ni gusto- de tararear la canción y mucho menos de bailotearla. Y a mí de pronto me daban ganas de bailar, de aplaudir y de gritar ¡viva!, pero también quería escribir, entonces ¿qué hago? Y hay un momento en que decido bailar. La premura de escribir para entregar una nota ya no se me hizo tan importante. Entonces dejé de apuntar, dejé de grabar y me puse a bailar, literalmente.
«No sé si ese aspecto lúdico sea políticamente correcto -porque le resta estoicismo y algo de consigna que allí no había-, pero estar allí fue y sigue siendo una experiencia totalmente gozosa, aun con los momentos críticos de militarización, de paramilitarización, de precariedad extrema. Es que el gozo que tienen ellos por la lucha y por la cotidianidad de esa lucha es sumamente contagioso, y por eso me sentía privilegiada. Así que durante más de siete años dejo de escribir y de publicar».
¿Qué hacías en las comunidades?
-Pues hacer tortillas, trabajar la milpa, hacer periódicos murales, escuchar cuando me dejaban escuchar, participar en la vida comunitaria… Y dejar de hacer preguntas, porque todo te llegaba: cuando dejas de preguntar te empiezan a hablar. Entonces empecé a platicar: dejé de entrevistar y comencé a platicar.
«No me planteaba salir. Cada vez menos tenía esa inquietud de en qué momento voy a salir y cómo. Incluso tuve algunas enfermedades de acoplamiento, como fiebre tifoidea, paludismo, cólera, todo lo que te puede dar en condiciones de insalubridad y de falta de alimento, que es como viven las comunidades indígenas. Yo me decía, bueno, si ellos viven así, ¿por qué una no?
«Pero también ahí viene una cosa que quiero dejar clara: en ningún momento me planteo convertirme en indígena, ni dejar mi ser mestizo para transformarme en otra persona que no tiene que ver conmigo ni con mi historia. Eso me relajó mucho y me permitió estar allí más de siete años sin salir. Porque no me importaba no caminar descalza, porque no podía; me fastidiaba el lodo y tenerlo por todos lados. Tenía una vida de la que no me avergonzaba; es decir, no vivía con culpas, sino con motivaciones, que son las que sigo teniendo. Eso es lo que me permitió vivir, burlarme de mí misma, de mi situación, que tenía bastantes aspectos cómicos, porque era una mujer urbana con una fragilidad física… o sea, no caminaba, porque en la ciudad tampoco camino nunca, y ahí tienes que caminar a fuerza. Entonces, bueno, pues a caminar, si de eso se trataba; ¿a comer frijol?, bueno, pues a comer frijol; ¿te enfermas?, pues te dan la pastilla y te la tomas. Es un proceso de adaptación que tiene que ver con la maravilla cotidiana de la lucha zapatista».
Adaptación que incluye construir una confianza mutua, ¿no? Conversando con amigos que han estado en comunidades zapatistas, nos divertíamos con los cuentos de que les fue bastante difícil lograr que los niños les dijeran sus nombres, por ejemplo…
-Hay que tener en cuenta que ellos venían de diez años de clandestinidad, diez años de mentiras: todo era mentira en la comunidad durante esos diez años; eso después lo entendí. Los niños están acostumbrados a no decir nombres, ni quiénes son, ni quiénes son sus papás. Yo recuerdo una imagen. Tú podías tener un cartel, o una camiseta, o una postal del subcomandante Marcos y les preguntabas «¿quién es él?, ¿es el subcomandante Marcos?». Y ellos te respondían: «a saber…». Y podías insistirles: «él es, él es el subcomandante Marcos», que ibas a recibir por respuesta: «no». «Que sí es, ya es público, es él». «Yo no sé», terminaban diciéndote. Entonces, bueno, era algo muy fuerte, la discreción de la clandestinidad, el cuidado, la seguridad con que habían crecido y que había hecho posible que llegaran a ser lo que hoy son. Eso después fue quedándome más claro.
Después de todos aquellos primeros años con una presencia mediática muy fuerte -sobre todo con iniciativas de apropiación del ciberespacio y también de los medios tradicionales-, el zapatismo fue cada vez más silencioso, a medida que empezó a poner en práctica ese mundo otro y posible con el que soñó y por el que ha batallado arduamente. ¿Qué riesgos supone para el zapatismo ese tránsito de los medios al silencio?
-Sin dudas, los dos momentos que marcas han sido muy significativos. Este momento actual de organización y de consolidación del proyecto es mucho más «verdadero» que los momentos mediáticos que tuvo el EZLN. Me atrevería decir también que sin estos momentos mediáticos no hubiera sido posible la construcción posterior. Todos los que acudimos a la selva en esos años creo que construimos un cierto aro protector para que el proyecto pudiera ser posible y desarrollarse. Fue también una cuestión de seguridad, el mantenerse tan visibles.
«Era primero presentarse ante el mundo: «esto somos, esta es nuestra base, esto pensamos» y todo el esfuerzo posible dedicado a eso: los eventos, las entrevistas, el contacto, la llegada de mil periodistas a invadir las comunidades. Era ofrecer una presentación, y con ella la legitimidad del movimiento, y con esa legitimidad poner una barrera protectora ante el asedio militar y paramilitar que hasta el día de hoy se sigue gestando; aunque que por alguna razón -que tiene que ver con esos primeros años en los que fueron muy visibles- no se ha podido implementar una ofensiva militar contra el EZLN tan grande después de la del 9 de febrero de 1995. [2]
«Ya no eran solo los periodistas quienes los protegían, sino que había una gran cantidad de figuras, artistas, intelectuales, campamentos civiles de prácticamente los cinco continentes; tú llegabas y te encontrabas, como te sigues encontrando, gente de África, de Asia, de Europa, de América Latina, principalmente de Argentina. Toda esta cuestión mediática de darse a conocer y de protegerse permitió la construcción del proceso de autonomía. Pero el proceso de autonomía arranca en 1994: el 19 de diciembre de 1994 ellos dan a conocer las nuevas demarcaciones municipales autónomas de estas cinco regiones zapatistas.
«Paralelamente a todas estas actividades mediáticas, con reflectores, flashes y toda la parafernalia del mundo, ellos están construyendo en silencio, eso nunca se detuvo. En 1994 y 1995 empiezan a funcionar las primeras escuelas, los primeros centros de salud comunitarios, empiezan a explorar nuevas formas de comercialización, principalmente con el café, empiezan los talleres de calzado para su consumo y para comercialización.
«Todo esto hay que verlo en tres planos: está el plano del Intercontinental,[3] del gran encuentro; el plano de mantener la negociación con el Gobierno, que también daba esta visibilidad y les permitía comunicarse con el exterior, con otros movimientos, con la sociedad civil; y al mismo tiempo el plano de construir casi imperceptiblemente las autonomías, que se anuncian en el 2004 con el nacimiento de las Juntas de Buen Gobierno, pero que ya cuando las formalizan tenían diez años trabajándolas. Y las formalizan porque cuando en el Congreso les niegan los derechos y la cultura indígenas en una ley,[4] lo que ellos deciden es practicarlos, anunciar un proyecto que ya venía construyéndose con cinco autogobiernos que tienen que ver con regiones indígenas distintas: tzotziles, choles, zoques, mames, tojolabales y mestizos.
«Este dato es importante: por primera vez todos estos grupos indígenas estaban juntos en una insurrección, esto no había pasado nunca antes. Por primera vez hay un movimiento revolucionario que consigue unir a todos estos pueblos indígenas diferentes, con culturas diferentes, con percepciones diferentes, que aunque vengan de origen común maya tienen cosmovisiones distintas.
«Así nos podemos explicar la demarcación de los cinco Caracoles, porque la educación en los altos de Chiapas, habitados por tzotziles, no puede ser la misma que la región de la selva fronteriza, que es tojolabal, ni la misma que la región tzeltal, porque ven de manera diferente las cosas. Y la autonomía empieza desde adentro. Por eso no puede haber un programa de educación zapatista; no lo hay, porque los tzotziles piensan de una manera y los tojolabales de otra, los mestizos de otra y los zoques de otra. Entonces cada uno va haciendo su programa educativo, su programa de salud, sus maneras de comercialización, sus métodos ancestrales de siembra…
«Así es como se da este proceso de autonomía, como llegan al anuncio de las cinco regiones autónomas con casi cuarenta municipios autónomos, cada uno de ellos con varias comunidades que juntas suman más de mil, y les calculamos más de 100 000 personas organizadas.
«Hay un momento de menor visibilidad, como tú lo apuntas; hay un riesgo y una fragilidad en este proyecto que no se plantea de ninguna manera el aislamiento. Ahí está todo el reto permanente de encontrarse, de vincularse, de dialogar, de conocer, de aprender del otro; y los encuentros no paran. Ahora son menos mediáticos, pero siguen -en el pasado verano hubo uno contra la impunidad para el que llegó gente de todo el continente-, en cada aniversario hay fiestas, con coloquios, con la convocatoria de mucha gente y de pensamientos que sigan generando esta construcción de la que dependemos todos».
EL FUEGO Y LA PALABRA
El fragmento del subcomandante Marcos, citado antes, se incluyó en el prólogo al libro EZLN 20 y 10. El fuego y la palabra concebido con motivo del doble aniversario que el EZLN celebró el 17 de noviembre de 2003 y el 1º de enero del 2004. En la presentación del volumen, el líder zapatista explicó:
Hace dos años […] vi una especie de botella gorda, como una olla de boca angosta. Era de barro, creo, y estaba forrada con pedacitos de espejo. Al reflejar la luz, cada espejito de la olla-botella devolvía una imagen particular. Todo a su alrededor tenía en ella su reflejo singular y, al mismo tiempo, el conjunto semejaba un arco iris de imágenes. Era como si muchas pequeñas historias se unieran para, sin perder su ser distintas, formar una historia más grande. […] Si pudiera sintetizar este libro en una imagen, nada me vendría mejor que la de la olla-botella forrada de pedacitos de espejo». [5]
Nos quedamos en que habías dejado de escribir. ¿Cómo lo retomas después? ¿Cómo surge el libro EZLN 20 y 10. El fuego y la palabra?
-Cuando me quedo de manera permanente en las comunidades indígenas no estoy pensando en determinado tiempo, pero después de ocho años viene justamente el aniversario veinte de la fundación del EZLN y el décimo aniversario del levantamiento. Nosotros en la comunidad, en los talleres que hacíamos, preparábamos unas hojitas que pensábamos engrapar y repartir en las comunidades que nos los permitieran. Esas hojitas después serían el libro EZLN 20 y 10. El fuego y la palabra. Realmente esa es la historia del libro.
«Nosotros usábamos piedras: les poníamos pegamento a las copias fotostáticas y las dejábamos durante dos días con piedras encima para que pegaran, y esos eran nuestros folletos. Todo esto es el preámbulo de lo que después va a ser el libro. Cuando llega el momento de los aniversarios, con los compañeros y compañeras con los que me encontraba decidimos proponerlo no solo desde las comunidades sino desde la comandancia como un material que podría ser de estudio o conmemorativo a nivel interno. Queríamos hacer unas cincuenta copias y ponernos a trabajar todos de manera artesanal para que llegaran diez a cada región. Esa era la propuesta inicial.
«Simultáneamente, en la ciudad ya se estaba trabajando en la campaña de celebración. Y un grupo de personas se plantea una serie de festejos que incluían un libro que fuera como una bitácora de lo que habían sido esos primeros diez años. Pero esa bitácora ya nosotros la teníamos, al menos su esqueleto, la habíamos formado en talleres y es la que da forma al segundo capítulo del libro: el transcurrir de los primeros diez años públicos. Cuando lo presentamos y nos lo aceptan, dijimos: «Ah bueno, ya que nos lo aceptan, ¿por qué no hacemos además unas entrevistas para cubrir los diez primeros años -que es el primer capítulo del libro- y luego una entrevista con Marcos ya a nivel de conmemoración, para que haga un balance de estos veinte y diez años?»
«La revista Rebeldía me invita a participar en estos festejos y a colaborar directamente en la campaña; no solo en la elaboración del libro, sino en la organización de la campaña a nivel musical, de recopilación de fotografías y carteles, y una serie de cosas que se hicieron: mesas redondas, conciertos… Es el momento en que digo, bueno, parece que toca salir».
¿Cómo viviste esa salida de las comunidades?
-Fue menos natural, menos aterciopelada que la entrada -que tarda tres años: son tres años entrando y saliendo de estas comunidades hasta que me quedé-. La salida fue más abrupta: fue irme a una campaña y de pronto encontrarme en París, en Milán, en Buenos Aires y ahora en Cuba, hablando de zapatismo.
«Fue más abrupta, menos esperada, seguramente menos deseada; pero también supone, desde el punto de vista individual, la terminación de un ciclo en donde ya tenía, no que volver a escribir, pero sí que devolver un poquito de lo que ya conocía, y no nada más devolverlo, sino hacerlo sin que significara ninguna representación.
«Esto es muy importante decirlo en cada espacio: cuando hablo de zapatismo yo no tengo ninguna representación de las comunidades y mucho menos del EZLN; hablo desde lo personal, gracias a que ellos me permitieron estar cerca, conocer una experiencia y después reflejarla en un libro y difundirla, hasta ahorita, en más de veinte países en el mundo».
Entonces, Gloria, según tu criterio y sin que implique representación alguna, ¿hacia dónde crees que va el zapatismo?
-Tenemos toda la incertidumbre que puede provocar una apuesta política de esta naturaleza. Lo que yo te podría decir desde México es que en este momento no tenemos otra propuesta anticapitalista en el país, no tenemos una representación partidaria que vaya en contra de las políticas neoliberales. Entonces lo que estamos tratando de hacer es construir otra cosa. ¿Qué es esa otra cosa y hacia dónde va? También me lo pregunto y también me inquieta. En la medida en que también se lo preguntamos a ellos y ellos nos dicen «no sé», nos meten en una responsabilidad enorme de construir junto a ellos lo que vayamos a querer como propuesta. Lo que sí te puedo decir es que lo que tenemos a nivel partidario e institucional no nos representa a grandes sectores del país.
Los zapatistas siempre han sido «incómodos», o si se mira desde otro lado, siempre nos sorprenden.
-Es que no me negarás que tienen una facilidad para caer mal. Y no lo veo como algo negativo. El hecho de que no logren encasillarlos, acomodarlos y etiquetarlos a mí me parece un logro. Claro, cuando hablo de incomodidades me refiero a ciertos sectores. Por supuesto a otros esta falta de etiquetas y de categorizaciones es lo que nos motiva y nos acerca a ellos, porque decimos «ah, pues yo también estoy así, porque yo tampoco quiero categorías». Los zapatistas dicen: «Déjennos ser, somos zapatistas», con toda la responsabilidad que eso conlleva y la polémica que causa.
«Me voy a detener en un momento clave, y es la marcha del 2001: el momento climático de la movilización zapatista en todo el país.[6] Podemos imaginar un millón de personas en el Zócalo, la primera movilización de esta naturaleza en el país sin gestión oficial, ni partidaria, ni nada, la gente organizándose sola: la gente poniendo de su bolsa, la gente organizando los camiones… En sí misma, la organización de esta movilización es todo un evento inédito en el país. Pero, además, los zapatistas tienen el Zócalo lleno, esa plancha inmensa a reventar y todas las calles aledañas absolutamente atiborradas de gente que los va a escuchar. Y suben los zapatistas al estrado y lo primero que dicen es: «México, no venimos a decirte qué hacer, no venimos a guiarte a ningún lado; venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes».
«¡Uy!, se oye muy bonito, muy poético, pero los partidos se dieron de topes; dijeron: «Bueno, pero si aquí estaba todo para que organizaras, estructuraras, propusieras, dijeras vamos a hacerlo de esta manera», porque además muchos llegaron para eso: «Dinos qué hacer, no nos digas no venimos a decirte qué hacer». Era anticlimático. Y eso fue lo que nos dijeron: «no venimos a decirte qué hacer». Es un momento muy significativo, que puede ejemplificar muy bien la manera en que los zapatistas se proponen construir, pero no solitos, sino junto a nosotros».
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Notas:
1. «Un tapiz-espejo disfrazado de libro», comunicado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, fechado en octubre de 1993.
2. El 9 de febrero de 1995, el gobierno del entonces presidente Ernesto Zedillo -posesionado solo un mes antes-, tras construir un discurso de paz y desplegar promesas de diálogo y negociación, lanzó una ofensiva militar contra el EZLN al tiempo que ordenó la captura de sus líderes. La ofensiva fracasó en su objetivo principal, pero cerró el cerco a las tropas insurgentes e inauguró una política de guerra de baja intensidad.
3. En 1996, el EZLN convocó al I Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, conocido además como «el Intergaláctico», realizado en julio de ese año y al que asistieron unas 4 000 personas de todo el planeta para debatir las consecuencias económicas, políticas, sociales y culturales del neoliberalismo. Sería el germen de lo que hoy conocemos como «movimiento altermundista».
4. En 1995, el EZLN y el gobierno mexicano comenzaron un proceso de construcción de propuestas que serían la base de acuerdos para una eventual firma de la paz. Solo la primera de estas propuestas -referido al tema de Derechos y Cultura Indígenas- logró firmarse en 1996, en lo que se conoce como Acuerdos de San Andrés, los cuales deberían pasar al Congreso de la Unión como una propuesta de ley que le daría reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas. A pesar del reclamo, año tras año, del EZLN y de la sociedad civil mexicana, esta Ley de Derechos y Cultura Indígenas nunca fue aprobada. Con la asunción de Vicente Fox como presidente en el año 2000, la propuesta de ley llega por fin al Congreso, pero el 25 de abril del 2001 lo que se aprueba es una reforma constitucional tan diferente a los Acuerdos de San Andrés, que en la práctica significa su incumplimiento. Cuatro días después el EZLN declara en comunicado que «…formalmente desconoce esta reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas».
5. «Los 20 y los 10 del EZLN», comunicado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, fechado el 10 de noviembre de 1993, donde es presentado el libro 20 y 10. El fuego y la palabra, de Gloria Muñoz.
6. El 24 de febrero del 2001 partieron desde San Cristóbal de las Casas veintitrés comandantes y comandantas zapatistas y el subcomandante Marcos, en un largo periplo por todo México que fue conocido como la Marcha del Color de la Tierra, con el objetivo de exigir el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. La gigantesca movilización tuvo su punto culminante en el discurso de la comandanta Esther en el Congreso de la Unión, el 28 de marzo del 2001, un histórico pronunciamiento en el que reclama la aprobación de la Ley de Derechos y Cultura Indígenas. Un mes después, ya sabemos, la ley nacería muerta.