No cabe duda, las castas dominantes de Bolivia fueron siempre las más cavernarias, retrógradas y racistas del continente. Lo fueron en todas las épocas, pero como nunca, entre los años 2005 al 2008 tocaron el fondo de lo inadmisible, llegaron al tope de lo inaceptable. Su objetivo básico fue demoler el país, tal como ocurrió […]
No cabe duda, las castas dominantes de Bolivia fueron siempre las más cavernarias, retrógradas y racistas del continente. Lo fueron en todas las épocas, pero como nunca, entre los años 2005 al 2008 tocaron el fondo de lo inadmisible, llegaron al tope de lo inaceptable.
Su objetivo básico fue demoler el país, tal como ocurrió con Yugoslavia. No lo lograron, de ninguna manera. Al contrario, la violencia desatada se transformó por primera vez en la historia, en la peor derrota jamás sufrida y en el triunfo histórico más grande del pueblo boliviano. La resistencia de las organizaciones indígenas, obreras, campesinas y sociales, el rechazo contundente, reiterado del pueblo a través del voto democrático y sus movilizaciones, más aún, la madurez política, la serenidad y la paciencia que demostraron el gobierno de Evo Morales y el país entero ante la arremetida reaccionaria, fueron determinantes para detener de plano a los enemigos del país. Los provocadores se hundieron, se fueron abajo.
A esa mutilación infame concebida por la CIA, la llamaron «autonomía», palabra fetiche utilizada para montar la confusión y engatusar a mucha gente y que les llevó al fracaso. La mayor parte del pueblo se dio cuenta de la trampa que encerraba el señuelo envenenado.
El país necesitaba de cambios estructurales profundos y urgentes. Las autonomías fueron reivindicaciones justas de los bolivianos. Era indispensable que se delegue responsabilidades administrativas en cada punto del territorio, donde cada región gestione sus propios recursos, atienda las necesidades de sus habitantes en forma directa, eficaz, en estrecha coordinación con el Estado y que el desarrollo beneficie y sea equilibrado, solidario entre todas las regiones. Esta autonomía no fue obra de una camarilla, fue elaborada, analizada, promulgada por organizaciones sindicales, indígenas, campesinas y el pueblo en general e inscrita en la nueva Constitución Política del Gobierno Plurinacional luego de un referéndum ampliamente ratificado por voto mayoritario.
Bolivia y su especificidad étnica indígena y popular fue ignorada sistemáticamente durante siglos, su presencia nunca fue aceptada por la oligarquía, mucho menos reconocida por Constituciones procesadas por ellos; sin embargo, fueron los que aportaron la esencia de nuestra nacionalidad, no solo en el plano cultural milenario que es la esencia misma de nuestra nacionalidad, sino también en la economía del país. Los campesinos indígenas alimentaron al país durante siglos, sin embargo fueron ellos los más discriminados a tal punto que fueron considerados extranjeros en su propia tierra. El cambio histórico solo podía darse en éste contexto revolucionario y democrático. El ascenso político de las masas al poder hoy es una realidad, gracias a la victoria de todo un pueblo que permitió que se cumplan objetivos fundamentales para el futuro de las nuevas generaciones.
Una mezcolanza de barbarie, de oscurantismo, de ofuscación, de resentimiento, de infantilismo senil e irresponsable les llevaron a creer que Bolivia era inviable y, que Santa Cruz y el Beni les pertenecía como si fuera su botín de operaciones, por tanto, un proyecto factible para que desaparezca Bolivia e instaurar un nuevo espacio político oligárquico lejos de la chusma, de los hambrientos y de los explotados, para que nadie los fiscalice y de esta manera, seguir usufructuando a sus anchas en medio de la corrupción, el favoritismo y el pillaje como lo hicieron en el pasado.
Para ellos Bolivia ya no les interesaba en absoluto, los cambios que se dieron a partir del 2002 daban la victoria política y reiterada del pueblo sobre ellos. El vuelco histórico inexorable produjo pánico en las filas reaccionarias, el único camino que les quedaba fue complotar para fundir al país.
Se pusieron manos a la obra para que Bolivia desaparezca, resolvieron simplemente que el territorio de la «media luna» (símbolo de Croacia) era tan desemejante y lejana del resto de Bolivia, como la distancia que separa de la tierra a la luna, pero se equivocaron o…quizás tuvieron razón, porque lo que fue diametralmente diferente y distante fueron ellos con el país entero. Los Ustachi, nazis y fascistas llegaron a Bolivia huyendo como ratas, fueron la consecuencia de una Europa racista y genocida. Por extraño que parezca, inmediatamente de la derrota de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, decenas de miles de ellos recibieron protección de la CIA y reacomodados en Argentina, Chile, Paraguay y Bolivia, para que sirvieran luego de punta de lanza del imperio en America del Sur.
En Bolivia, la violencia racial, el terror, la muerte, masacres programadas que culminaron en septiembre del 2008 con la expulsión del país del embajador estadounidense Phillip Goldber y la propaganda de la impunidad propalada por los medios de difusión de la oligarquía, fueron episodios preparados minuciosamente por estrategas y agentes de alto calibre. Armaron verdaderos despelotes a lo largo y lo ancho del territorio, para aterrorizar y traumatizar a la población, compraron conciencias de gente corrompida, de demagogos influyentes de partidos políticos conservadores y agrupaciones de extrema derecha, armaron a delincuentes y asesinos. Corrió plata a raudales. Sin embargo, con todo el arsenal de recursos subversivos la inteligencia criminal no funcionó en Bolivia, erraron el tiro y el tiro les salió por la culata. Sus cálculos y previsiones de la conspiración fallaron. Jamás imaginaron que Bolivia, «el eslabón más frágil», de la cadena de países «subversivos», pudiera ocasionar un desastre de tales dimensiones no prevista ni si quiera en sus manuales de «contrainsurgencia». Los peritos en masacres, en informaciones falsificadas y en focos de terrorismo «de daños colaterales» no pudieron hacer nada frente a la formidable movilización de los bolivianos.
Históricamente las oligarquías, nunca actuaron solas. Si así hubiera sido, hace tiempo hubieran sido aniquiladas. Invariablemente se apoyaron en el poder colonial, en la supremacía imperialista y en estrecha colaboración con los intereses geopolíticos de dominación. Por eso que en su tentativa canallesca para echar abajo el país, emplearon el sabotaje y la brutalidad tal como utilizaron para destruir a Yugoslavia, Irak, Afganistán.
La CIA y el neofascismo híbrido de Hungría y Croacia, estuvieron presentes en Bolivia bajo el patrocinio de EE.UU. y al mando de Phillips Goldman ex-embajador de EE.UU., principal conspirador y especialista en descuartizamientos de países y regiones como Kosovo, Montenegro, Macedonia. Dejaron innegablemente estigmas profundos en la conciencia de cada boliviano pero que sirvieron para reforzar la unidad y rechazar el golpe de estado. Esta característica propia del país, que otorga la resistencia tenaz de 500 años de lucha frente a los invasores y explotadores lo ignoraban los vende patrias. En su sempiterna ceguera, creyeron que la memoria colectiva de los desheredados no influye ni determina nada positivo. Solo pavor, espanto, esquizofrenia.
Actuaron un tanto como aquellas sectas religiosas extremadamente peligrosas, obstinadas en creer en lo absurdo, proclamando lo inadmisible y que luego colectivamente se suicidan al no lograr sus tenebrosos objetivos. De alguna manera sirvieron como pedagogía: enseñaron y alertaron a los bolivianos que un país o una sociedad que no está preparada, podrá ser destruida fácilmente por el imperialismo.
Hoy, muchos de los cabecillas atinaron a camuflase en la selva del oportunismo, otros huyeron y los demás se esfumaron, esperando el momento para arremeter nuevamente contra Bolivia. Pero lo cierto es que en su exagerada propensión por conservar privilegios y negar al país, ellos mismos se asestaron el golpe de gracia, sin necesidad de recurrir a la fuerza pública o militar.
Hubiera sido fácil de repelerlos militarmente y no sin razón, pero era justamente lo que esperaban los provocadores para que el gobierno de Evo Morales cometa el «error» fundamental y desencadenar la tan ansiada guerra civil y separar a los bolivianos. Necesitaban de muertos, de victimas reales de carne y hueso, para echarle la culpa. La maquinaria de la prensa reaccionaria solo esperaba el momento clave para lanzar la buena nueva al mundo entero: «que Bolivia arde y que los bolivianos se matan entre ellos». Esperaban con impaciencia lanzar la propaganda ensangrentada tal como lo hicieron con Ruanda, Yugoslavia, Irak, Afganistán. La misma táctica, los mismos métodos, para que la prensa internacional copie automáticamente los mismos argumentos y que sirva de excusa para descuartizar a Bolivia.
En su intento de dividir el país, traidores y canallas fracasaron, en esa espiral de violencia dirigida por la CIA,
Bolivia vive ahora una nueva etapa histórica, mirando el futuro de una manera diferente. Los avances sociales, los logros económicos pueden contarse por miles fácilmente. En el lapso de cuatro años, el país consiguió salir de país mendigo a país ejemplo de progreso. Pese a la tamaña destrucción desencadenada por el neoliberalismo en los últimos 20 años,.hoy Bolivia está viviendo días de relativa prosperidad.
La tarea de construir y reconstruir no es nada fácil. Es muy fácil destruir, más aún si trata de una ideología que busca la destrucción El gobierno está en ese camino de rehacer y avanzar, por la voluntad y apoyo de las mayorías nacionales.
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