El presidente Evo Morales no asistirá a la toma de mando del nuevo mandatario colombiano José Manuel Santos. La oposición, ampliamente publicitada por los medios, ha dicho que se trataría de un desaire; que así no se construyen las relaciones regionales; que si el presidente Chávez no va, Evo no debe hacer lo mismo. La […]
El presidente Evo Morales no asistirá a la toma de mando del nuevo mandatario colombiano José Manuel Santos. La oposición, ampliamente publicitada por los medios, ha dicho que se trataría de un desaire; que así no se construyen las relaciones regionales; que si el presidente Chávez no va, Evo no debe hacer lo mismo. La historia de siempre: el gobierno de Bolivia hace lo mismo que el de Venezuela, el chavismo nos ha contaminado y actuamos como lacayos de Caracas. Por todo esto, los serios analistas, afirman que éste no es el mejor rumbo.
Veamos cuáles son las razones que nos obligan a nosotros, tanto como gobierno cuanto como país, a establecer el carácter de nuestras relaciones exteriores. Las relaciones con nuestros vecinos, con quienes debemos buscar solución a los conflictos que nos separan. Con los países de Nuestra América, en busca de establecer un frente común, para potenciar nuestras economías y fortalecer el intercambio económico, social y cultural. Con el resto del mundo, buscando las mejores posibilidades de intercambio. Hay que asumir que todos, absolutamente todos, estamos de acuerdo con estos principios. Al menos, así lo proclamaron los que pasaron por el gobierno, aunque en los hechos no siempre se hayan seguido estas reglas.
Tenemos problemas con Chile y Perú. El acercamiento trabajado de forma incansable con La Moneda, no se ha detenido pese a que, el presidente Piñera, es de otra ideología. Con el Perú, cuyo gobierno nos acusó de tener actitudes inamistosas y, a renglón seguido, proclamó derechos autóctonos sobre expresiones artísticas bolivianas, estamos en un proceso de recomposición de relaciones sobre la base del respeto mutuo. Por supuesto, la oposición espera que no podamos avanzar en estos aspectos, sobre todo en la reivindicación marítima.
A nivel regional, nuestro gobierno protagonizó la unidad. La prioridad, como era de esperar, fue con aquellos gobiernos que nos brindaron su apoyo. Así, pasamos a ser miembros de la ALBA y propiciamos la creación del Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP). Mantuvimos la estructura del Pacto Andino cuando, el retiro de Venezuela, auguraba la extinción de ese organismo con casi 40 años de existencia. Auspiciosamente, conformamos UNASUR con la participación de todas las naciones de Sudamérica, anhelando que la llamada Guayana Francesa sea pronto independiente y complete el mapa de la Unión de Naciones Sudamericanas.
Pero no todo es color de rosa. Tenemos amenazas de todo tipo. Una de ellas, tal vez la más grave, es el asentamiento de miles de soldados norteamericanos en suelo colombiano. Oficialmente, hay siete bases militares de Estados Unidos en Colombia. De allí pueden salir aviones de reconocimiento o de combate, cuando así lo estime conveniente Washington. El propósito declarado es el combate al terrorismo y al narcotráfico. En el Libro Blanco del Pentágono, Bolivia está incluida como nación donde se promueve el narcotráfico y se consiente el terrorismo. Con una habilidad siempre sesgada, declaran terroristas a quienes han tomado las armas en Colombia, hace ya varios decenios, en contra de un sistema que consideran está al servicio de intereses transnacionales. Pero no es suficiente calificarlos como terroristas, sino que además los vinculan al narcotráfico. Y no necesitan pruebas para hacer una y otra cosa.
Colombia es el país donde se cultiva más coca, se produce más cocaína y se hallan los cárteles que compiten con los mexicanos en el mercado estadounidense. El gobierno de Colombia ha propiciado la formación de grupos paramilitares que victimaron a la población campesina. Esto se ha confirmado plenamente, pues casi 20 parlamentarios oficialistas debieron ir a la cárcel, cuando se constató su vinculación a esos grupos. El horror de los crímenes cometidos por los paramilitares, se constata con el descubrimiento de una fosa común donde, al menos, hay dos mil cadáveres de hombres, mujeres y niños asesinados por cometer el delito de ser pobres.
A renglón seguido, el presidente Uribe, faltando dos semanas para terminar su mandato, arma un escándalo internacional: afirma que hay campamentos permanentes de las FARC en territorio venezolano. Pide la intervención de la OEA, para presentar pruebas que, hasta ahora, no ha mostrado. Por supuesto, las bases militares yanquis están prestas a desempeñar su papel. Washington necesita un foco de conflicto en nuestro continente.
Ahora bien. UNASUR puede encontrar solución a estos problemas, aún teniendo en cuenta su gravedad. Si la reunión de cancilleres que se realizará en estos días encuentra, en el gobierno colombiano, voluntad para buscar y lograr soluciones, se salvará el conflicto. No es difícil. Mostrar las pruebas que evidencien su denuncia con absoluta claridad, es el paso inicial. Sobre esa base, puede convenirse una inspección que sea reconocida por ambos países. ¿Por qué en UNASUR? Porque en la OEA, esta solución es imposible. Allí está presente el animador del espectáculo: Washington. Lo más seguro es que, sin necesidad de pruebas, se advierta a Venezuela que puede haber sanciones, si se verifica la existencia de esos campamentos. En Ecuador pasó lo mismo. El gobierno de Bogotá prometió, en una sesión histórica, entregar los documentos de la instalación de campamentos en ese país. Nunca lo hizo. El presidente Correa sigue esperando que se cumpla esa promesa.
De modo que, no se trata de seguir una conducta, ni siquiera de alinearse con el amigo, lo que estaría plenamente justificado. Se trata de un problema que atañe a los bolivianos. Hay, en Colombia, un peligro que apunta hacia nuestro país. Lo hemos dicho en muchas oportunidades.
Pero, por último, ¿acaso significó un gesto inamistoso que, el presidente Uribe, no asistiera a la posesión del presidente Evo Morales?
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