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Jesús, la cumbia chicha y la descolonización

Fuentes: Página 7, La Paz

El minibus salió de Coroico en la tardecita. El chofer -«aymara neto»- hizo llevar a los pasajeros los bultos con ellos al salir de la terminal y a los 20 metros paró para subirlos al techo, y así «respetar» las reglas de salida de vehículos. Aunque no era muy nueva, la movilidad tenía una pantalla […]

El minibus salió de Coroico en la tardecita. El chofer -«aymara neto»- hizo llevar a los pasajeros los bultos con ellos al salir de la terminal y a los 20 metros paró para subirlos al techo, y así «respetar» las reglas de salida de vehículos. Aunque no era muy nueva, la movilidad tenía una pantalla de DVD. La película parecía una telenovela pero hacia la mitad quedó claro que era un producto del cine cristiano: una cantante mexicana exitosa y rica pero infeliz encontró al final la plenitud cuando descubrió a Cristo.

A mi lado, una ‘señora de pollera’ atendía a cada rato el celular, que sonaba con una especie de música disco. Pero a no desesperar: como dijo hace unos días el consultor en cosmovisión andina Simón Yampara en la Universidad Pública de El Alto, los celulares no son producto de Occidente sino de la humanidad (¿por qué no usar el mismo criterio para la democracia liberal o el feminismo?). Y apenas terminó la sesión de cine con moraleja comenzó -sin solución de continuidad- la cumbia chicha peruana. Primero, una mujer le decía a su pareja que todo lo aprendió de él, «mentir, hacer el cuento y ser infiel». Otros dedicaba su canción a Perú con todo cariño, sin que ello afectara el nacionalismo cultural que suele esgrimirse para defender algunas danzas frente a los aymaras del otro lado del lago. Y escenas similares se pueden ver y escuchar en cualquier minibus boliviano. ¿No nos dirá algo todo ello acerca de las culturas populares realmente existentes y no las construidas por los buscadores de la alteridad a Occidente? ¿No nos dará algunas pistas acerca de los caminos de la descolonización?

Pero en los seminarios sobre descolonización seguimos escuchando que el clivaje es el occidente moderno versus la cosmovisión originaria. Siglos se filosofía occidental se pueden despachar en dos frases, y hacer tabla rasa con los cuestionamientos occidentales (e irracionalistas) a occidente y «su» racionalidad. La historia reciente de Bolivia muestra que la descolonización se está dando de hecho , a partir del ascenso social de sectores indígenas, que acceden a la educación media y superior, acumulan capital y amplían su presencia en el Estado. Un fenómeno que incluye -como muestra la etnografía de Víctor Hugo Frías, Mistis y mocochinches , sobre los protestantes en el norte de Potosí- reconfiguraciones modernizantes de la comunidad a partir del evangelismo y de la escuela. De hecho, el autor muestra cómo los comunarios utilizan al cristianismo protestante para emanciparse de los vecinos del pueblo (elites locales), en una dependencia creada por el catolicismo y mantenida por las autoridades originarias y las fiestas tradicionales.

En estas formas de descolonización quizás no quepan ciertas proyecciones utópicas sobre la comunidad, y se enmarquen en el poco entusiasmante capitalismo andino, ¿pero no son mucho más reales que los etéreos debates sobre Sócrates, la modernidad y los supuestos desafíos a ella? Los conflictos de estos días en Potosí y con los gremiales y contrabandistas, después de los de Caranavi, muestran que ya pasó la etapa más épica y «filosófica» del proceso de cambio. Fábricas de cítricos o cemento, proyectos mineros, aeropuerto, pelea por la nueva ley contra el contrabando, descontento entre sectores campesinos, anuncian que llegó la hora de los bolsillos. Evo Morales ya lo planteó con toda claridad el 6 de agosto: las dificultades del combate contra el narcotráfico y el contrabando, los bajos niveles de inversión pública, la ambición de dirigentes sociales y regionales, y la industrialización de los recursos naturales aquejan al proceso de cambio. Es decir, es en la construcción del Estado donde se jugará el éxito o el fracaso de las reformas en marcha. Normalmente los países sin Estado se parecen más a Haití o Somalia que a los idealizados proyectos de cambiar el mundo escapando a la compleja construcción de Estado, sea nacional, plurinacional, lo que que sea que fuere.