Las fuerzas policiales de Granada han sido repetidamente laureadas por su empeño en la persecución de la piratería. Detrás de muchos de esos reconocimientos están, por descontado, los grupos de recaudación de derechos de autor, los primeros interesados en que los agentes se dediquen preferentemente a detener a los copistas y a intimidar a los […]
Las fuerzas policiales de Granada han sido repetidamente laureadas por su empeño en la persecución de la piratería. Detrás de muchos de esos reconocimientos están, por descontado, los grupos de recaudación de derechos de autor, los primeros interesados en que los agentes se dediquen preferentemente a detener a los copistas y a intimidar a los compradores. Pero no es de la piratería de lo que quiero escribir hoy, sino de la perseverancia de la Policía de Granada, frente a la de otras ciudades, en decomisar discos y películas. Hace unos meses, la Policía Local avisó a los periodistas y montó una redada cinematográfica en unos pisos de la Chana contra un grupo de subsaharianos que no se merecían tanto perro, tanto coche, tanto uniforme ni tantos informadores armados de cámaras. A mí me pareció que la Policía eligió aquel fácil objetivo con el propósito de lucir sus prendas de asalto y exhibir sus habilidades. Y de camino, y esto fue lo más preocupante, exhibir a una pandilla de chicos indefensos refugiados en casas de un barrio obreros de un país desconocido. Como si fueran los únicos chorizos que merecían publicidad.
Ayer fue la Policía Nacional la que irrumpió en ocho cibercafés y locutorios, detuvo a otros tantos individuos e inmovilizó 117 viejos ordenadores. ¿La razón del despliegue? Que las computadoras tenían instalados programas piratas. Pero no programas piratas en general, sino programas específicos de Microsoft, la gran multinacional estadounidense que a todos nos ha amargado la existencia en algún momento con sus habituales estropicios sobre fondo azul. Actuar en nombre de una marca (la más poderosa) o de una sociedad de recaudación es sospechoso. Es como si la Policía irrumpiera en una tienda de barrio en busca de refrescos falsificados de una sola marca y abandonara los demás. O como si sólo fuera delito falsificar a Microsoft. No conozco los ordenadores incautados pero me juego un dólar (como dicen en las películas americanas) a que tenían programas pirateados de otras marcas sin tanta influencia como para animar una avanzadilla policial.
Por otro lado, a todos nos consta (incluida la Policía) que para detectar programas sin licencia de Microsoft en un ordenador no hace falta entrar en un locutorio. Bastaría con examinar los ordenadores privados de cualquier manzana o incluso los de algunos organismos e instituciones oficiales. A ver, que levante la mano derecha (o que tire la primera piedra, o incluso que arroje su primer ratón) quien no haya traicionado a Bill Gates. Y ahora, que levante la izquierda quien no se haya sentido engañado por el propio señor Gates. Ya pueden bajarlas, muchas gracias.
http://www.granadahoy.com/article/opinion/805310/gates/y/los/piratas.html