Dicen que las crisis son oportunidades y aunque la frase es bastante trillada no deja de tener una buena dosis de verdad. Por eso, una visión optimista del frustrado gasolinazo podría llevarnos a pensar que es posible discutir, finalmente, el modelo económico que queremos que acompañe el proceso de cambio político y social. Hasta ahora, […]
Dicen que las crisis son oportunidades y aunque la frase es bastante trillada no deja de tener una buena dosis de verdad. Por eso, una visión optimista del frustrado gasolinazo podría llevarnos a pensar que es posible discutir, finalmente, el modelo económico que queremos que acompañe el proceso de cambio político y social. Hasta ahora, han convivido varias visiones, que casi no han discutido ni dialogado entre sí; más bien han tratado de imponerse de facto, generando un no despreciable enredo ideológico, especialmente respecto al modelo de desarrollo y el horizonte económico.
Una visión -la hegemónica- propone un Estado fuerte acompañado de políticas macroeconómicas «prudentes», incluyendo el control de la inflación mediante la apreciación del boliviano respecto al dólar. Esas políticas, sin bien garantizaron la estabilidad fueron insuficientes para avanzar en un modelo productivo más consistente. Una especie de capitalismo de Estado que no se anima a serlo por completo. Y, como se vio ahora, incluye ajustes que no son socialmente sostenibles y son económicamente discutibles. La línea del capitalismo de Estado más audaz parece haber quedado excluida con la salida de Andrés Soliz Rada del Gabinete (y sus críticas no suelen ser respondidas desde el gobierno).
Una línea más retórica/catártica que efectiva se expresa en otros espacios (cumbres y contracumbres del clima, reuniones de movimientos sociales, seminarios de la vicepresidencia, cursos de formación, etc.): propone un horizonte utópico poscapitalista y comunitario, apoyándose en el pluralismo que sanciona la nueva Constitución y las supuestas cosmovisiones de los pueblos y naciones indígenas. Incluso algunos funcionarios son desarrollistas, «pachamámicos» y «prudentes» al mismo tiempo. Así, mientras somos ultrarradicales en Cancún, la ministra Antonia Rodríguez admite estar negociando la legalización de los transgénicos y las minas y chaqueos hacen estragos ambientales.
La incidencia culturalista en las políticas públicas tiende a cero, pero tiene un efecto nocivo: al incidir en la formación de cuadros lleva las discusiones a un terreno estéril y deja la economía en manos de los técnicos. Como varios de sus exponentes (como Raúl Prada) niegan cualquier autonomía de la economía, ello conduce a discutir «grandes cuestiones» filosófico políticas, y no cuestiones tan prosaicas como la inflación, la producción petrolera, la baja productividad agraria en occidente, la pobreza y la igualdad social. Otros compañeros son hoy entusiastas de la «filosofía de la vida» que daría respuestas a todas las preguntas. Así, se pierde la perspectiva de que cualquiera de estos problemas tiene respuestas progresistas y ajustadoras, y que a menudo economía y sentido común no van de la mano.
Los neoliberales lograron imponer la idea de que las economías son como las casas (se gasta lo que se tiene) pero ya Keynes mostró que las cosas son más complicadas. Lo mínimo que deberíamos hacer es un balance de los países periféricos que lograron dar el salto industrial para sacar lecciones de lo que podríamos hacer y lo que deberíamos evitar. En segundo lugar discutir honestamente si queremos un modelo no desarrollista (con las consecuencias sobre el consumo que ello implicaría) o un nuevo desarrollismo con conciencia ecológica. Esta segunda posición se expresa -sin mucha problematización- en las declaraciones del viceministro Wilfredo Chávez: «Hay que hacer obras para que el país progrese, pero también hay que cuidar a la Madre Tierra, lo ideal es el equilibrio». Una posición muy sensata pero que -sin ninguna duda- no tiene nada de particularmente revolucionario en términos de concepción del desarrollo o la naturaleza. ¿Cómo vamos a lograr la soberanía alimentaria y energética? En ambos casos, estamos en problemas. ¿Es posible construir un modelo de desarrollo económico que no sea sólo «capitalista atenuado» sino basado en una progresiva desmercantilización de la vida?
La crisis del gasolinazo dejó en evidencia que las bases de este proceso están lejos de la visión idealizada del bloque comunitarista: sectores populares informales, microempresarios que no cumplen con los derechos laborales, contrabandistas, cocaleros que derivan parte de su producción al narcotráfico (Evo mismo lo reconoció)… y es con esos «sujetos» que vamos a cambiar Bolivia. Supongo que no caeremos en la «decepción» que el Partido Comunista alemán dijo sentir por su pueblo cuando la rebelión de 1953. A lo que Bertolt Brecht respondió que el Partido cambie de pueblo.