Es un error pensar que el Partido Revolucionario Institucional es el mismo de hace 30 años. El PRI de ahora, y no sólo por el relevo generacional, no es ni puede ser el de antes de Salinas de Gortari. Por lo que es también un error decir que si gana la Presidencia de la República […]
Es un error pensar que el Partido Revolucionario Institucional es el mismo de hace 30 años. El PRI de ahora, y no sólo por el relevo generacional, no es ni puede ser el de antes de Salinas de Gortari. Por lo que es también un error decir que si gana la Presidencia de la República sería como regresar a los nefastos tiempos del pasado. Esto es un invento de ignorantes o de quienes quieren convertir al PRI en el petate del muerto para justificar sus intentos de aliarse con el Partido Acción Nacional que, por cierto, está en su peor momento desde que se apropió la Presidencia de la República.
Otro error ha sido creer que el PRI era un partido de Estado. Se ha querido entender por éste el hecho de que el aparato estatal ha sido en realidad el partido. La oposición, dijo alguna vez Alberto Aziz Nassif, tenía que competir no contra un partido sino contra el aparato estatal convertido en partido. Esto es en parte correcto. El error ha sido confundir el aparato estatal con el Estado y que éste se convierta en partido. Históricamente no ha sido así. El gobierno, como materialización del Estado, creó su partido y pudo hacerlo porque tenía el poder casi absoluto. El casi
es importante, porque cuando se fundó el Partido Nacional Revolucionario siguieron existiendo por un tiempo los partidos locales y regionales.
Poco a poco, sobre todo a partir de Lázaro Cárdenas una vez que se deshizo de los callistas, el gobierno le dio un uso más directo a su partido convirtiéndolo en un organismo aglutinador de fuerzas sociales al servicio del presidente en turno. Para que no hubiera duda del poder presidencial, Cárdenas quitó a los gobernadores que no le eran afines y puso en su lugar a los que sí lo eran. No fue el partido el que subordinó a los gobernadores a la Presidencia de la República, fue ésta la que, con su poder, los subordinó, al igual que a los diputados federales y a los senadores (y de paso, gracias al control del Senado, al Poder Judicial de la Federación). El partido sólo jugaba dos papeles principales: organizar y controlar los procesos electorales en todo el país, y darles juego a los grupos políticos para que llenaran sus alforjas políticas siempre y cuando no se indisciplinaran al presidente en turno.
Dicho de otra manera, el partido era la escalera al cielo (la Presidencia del país), pero no el cielo. Y ni siquiera la única escalera, la otra era, como dijera Cosío Villegas, la administración pública federal. Unos pasaban de ésta al partido y viceversa, pero otros hacían carrera en un solo carril: el partido o la administración pública. Pero todos, y esto es lo importante, con el visto bueno del jefe del Ejecutivo federal como consecuencia de sus negociaciones que tenía que hacer, pues tampoco el presidente ha sido, como se le ha querido ver, omnímodo ni la sustantivación del poder absoluto.
A la forma de Estado se le ha llamado también régimen político, y el aparato estatal es el tipo de composición de los órganos del Estado para llevar a cabo su función en la lógica del régimen político adoptado por las fuerzas sociales y políticas y por las tradiciones culturales del país de que se trate en un momento histórico determinado. En palabras de Lucio Levi, es el conjunto de instituciones que regulan la lucha por el poder y el ejercicio del poder y de los valores que animan la vida de tales instituciones
. Y aquí es donde cae el partido como una de esas instituciones. Fue por esto que Lázaro Cárdenas, en un gran acierto teórico, señaló que los dos organismos básicos en que se sustentaba el régimen eran el gobierno y el partido, siendo éste el organismo dinámico del régimen
, con relativa independencia del gobierno pero sujeto a éste como complemento disciplinado y armónico. La palabra clave es régimen
.
Mientras el régimen político fue, además de autoritario, estatista y populista, el partido también lo fue. Cuando ese régimen comenzó a transfigurarse en otro, para consolidarse bajo el gobierno de Salinas de Gortari, el PRI tuvo que sufrir cambios y éstos se dieron a partir de que el mismo Salinas le dio una nueva ideología, abandonando el nacionalismo revolucionario
que retomara Zedillo sólo como declaración retórica.
Estos cambios se dieron cuando los viejos priístas ya estaban muy viejos y los nuevos comenzaban a ocupar sus lugares. De la Madrid, para darles espacios a los viejos, pero fuera de la esfera del gobierno, les arrimó las sillas del Congreso de la Unión. Una suerte de compensación de peor es nada
para luego jubilarlos.
El nuevo régimen político, consolidado por Salinas, dejó de ser estatista para convertirse, en alianza lógica con el Partido Acción Nacional, en un régimen más o menos liberal (en lo económico, sobre todo), denominado neoliberal. Los priístas, por lo mismo, tenían que ser funcionales al nuevo régimen so pena de desaparecer. Fue así que el poder en México, materializado en la Presidencia de la República, adoptó un nuevo régimen y el partido del viejo régimen tuvo que adaptarse. El PRI de antes, por lo tanto, era distinto al PRI de ahora. No son lo mismo aunque su nombre sea igual.
Al adoptar la ideología neoliberal (un nuevo liberalismo) el (nuevo) PRI comenzó a parecerse al PAN, de origen liberal, sin ser los mismos. Liberalismo, para quienes no lo recuerden, quiere decir antiestatismo y subordinación a los mercados (garantizar la libertad de mercados).
Esta semejanza es la que no quieren ver ciertos sectores de la mal llamada izquierda (en realidad centro-izquierda) que, aunque no lo dicen, piensan lo mismo que esa derecha ahora más clara que nunca y que conforman, en la esfera partidaria, el PAN y el PRI.
Es así que quienes se oponen al PRI y plantean alianza con el PAN para evitar que el primero gane la Presidencia porque sería el regreso de lo mismo que nos gobernó por más de 70 años
no han entendido nada. Ni el PRI es lo mismo que fue ni el PAN es diferente, ahora, a lo que es el nuevo PRI. Son casi lo mismo, para no decir iguales. La única diferencia entre ambos partidos es que el PAN ha demostrado impericia total para gobernar. El punto es que los neopriístas no heredaron el ADN de sus antepasados. Ni tampoco los neopanistas, que en nada se parecen a los fundadores de su partido.
Son iguales, habrá que combatirlos por igual. ¿Las izquierdas serán capaces de hacerlo? No lo sé. Primero tendrán que entender quiénes son sus enemigos.
– Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/07/14/opinion/024a2pol