Al cumplirse diez años de la pueblada que hizo naufragar el proyecto neoliberal que había destruido material y espiritualmente a la sociedad, y dio origen a la multitud de asambleas que durante varios años se desparramaron por la ciudad de Buenos Aires y las principales ciudades del país, la Asamblea de Juan B Justo y […]
Al cumplirse diez años de la pueblada que hizo naufragar el proyecto neoliberal que había destruido material y espiritualmente a la sociedad, y dio origen a la multitud de asambleas que durante varios años se desparramaron por la ciudad de Buenos Aires y las principales ciudades del país, la Asamblea de Juan B Justo y Corrientes expone su visión sobre dicho proceso.
La exclamación ¡que se vayan todos! expresaba, en primer lugar, el rechazo profundo, visceral, absoluto, de los partidos políticos y sus representantes, de las instituciones jurídicas, empezando por la degradada Suprema Corte de Justicia, y de toda institución o representación que de alguna manera expresase el sistema neoliberal que nos había destruido.
Se rechazan todas las instituciones y en su lugar surgen las asambleas que no reconocen reglamento alguno, no tienen autoridades, no asigna funciones a alguno de sus miembros. Son plenamente horizontales y, en consecuencia, nadie puede ejercer liderazgo o conducción. No hay representación. La asamblea sólo existe cuando se reúne. Entre reunión y reunión el vacío es total. Ello es exigido por la plena horizontalidad, pues ésta se quebraría si alguien fuese designado por la asamblea para cumplir una función, pues ello no dejaría de darle una cuota de poder que rompería la horizontalidad.
Los debates al internos de cada una de las asambleas y de las asambleas entre sí fueron intensos, variados, ricos de contenido. Cada asamblea se consideraba «autónoma», significando la autonomía la prescindencia de toda relación con cualquiera de las instituciones del Estado. Los denominados partidos de izquierda nunca reconocieron la originalidad que presentaban las asambleas. Donde tuvieron hegemonía las destruyeron. Pero la implosión de las asambleas que puede ubicarse a fines del 2003 tiene que ver con deficiencias fundamentales en la concepción de una horizontalidad utópica que las llevó a la paralización. Pasado el primer momento que podemos ubicar en los primeros meses del 2002, un grupo significativo de asambleas logró conformar es espacio de «asambleas autónomas» que se reunía mensualmente,
Si bien ya no eran las asambleas multitudinarias del principio, no dejaban de ser un espacio significativo que, sin embargo, no pasó de ser una suma de asambleas que como átomos se juntaban para tratar ciertos temas, y luego se separaban sin que nunca se trascendiesen en un proyecto común.
El freno era la misma concepción de la asamblea como espacio completamente autónomo y horizontal. Ni hablar de una coordinación que como tal debe tener ciertas atribuciones que genera poder, y menos de una conducción. Las asambleas permanecían en la pura utopía asamblearia, alimentada por determinadas construcciones intelectuales que hablaban de la «multitud» que rehúye toda organización y representación, y del endiablado círculo del poder del que es necesario mantenerse a distancia.
La experiencia de los partidos políticos, de derecha, de centro y de izquierda, era tan pesada que cualquier organización que se propusiese era rechazada. En el centro de los debates se encontraba el tema del poder que es lo mismo que decir, de lo político. Las asambleas no trascendían el ámbito de lo social.
Era el momento en que se escuchaba con fervor al sub-comandante Marcos, en que se creía ver en la experiencia zapatista el descubrimiento la nueva sociedad que barrería con el neoliberalismo. Se trataba de la idealización utópica de una experiencia valiosa que, como toda experiencia real, no se la puede comprender fuera de su contexto.
Las asambleas no lograron crear una organización que trascendiese políticamente porque su misma concepción lo impedía y ello las llevaba lógicamente a su disolución. En el momento de su declinar llega desde el sur patagónico un dirigente político que supo captar los reclamos que expresaban las asambleas y una gran cantidad de movimientos sociales, de derechos humanos, culturales y comenzó a darles respuesta.
Ello no quiere decir de ninguna manera que la experiencia asamblearia fue inútil. Todo lo contario. Los debates despertaron conciencia. Al mismo tiempo que el espacio se diluía, algunas asambleas se concentraron en sí mismas y mientras seguían con sus compromisos acotados al espacio barrial, fueron debatiendo sobre la horizontalidad, la construcción del poder, la relación entre lo social y lo político y, esa manera, se fue produciendo un verdadero crecimiento cualitativo.
Cuando en le 2003 llega a la presidencia Néstor Kirchner y comienza a tomar medidas que respondían a los reclamos que habían levantado las asambleas, junto con una cantidad de movimientos sociales, ya nuestra Asamblea había superado la utopía de la pura horizontalidad y del asamblearismo puro. Se había organizado y había comenzado a abrirse a otras organizaciones y grupos que desde abajo seguían construyendo poder.
Pero es cuando se produce el enfrentamiento con las corporaciones agrarias que se da el salto cualitativo que significa asumirse como asamblea, movimiento social, que asume plenamente el compromiso político junto a los sectores populares que comienzan la conformación del movimiento nacional, popular latinoamericano.
Hoy, a diez años de su nacimiento reivindica toda su experiencia, con sus aciertos y errores. Como asamblea conforma un sujeto colectivo que contribuye a la creación del poder popular. Al mismo tiempo que continúa con el esfuerzo de responder a las necesidades y problemas que le plantea el barrio en el que está enclavada, es un espacio de encuentro de diferentes grupos, organizaciones y partidos del movimiento popular.
Asamblea de Juan B. Justo y Corrientes
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