Con un país con 67 mil asesinados, ocupado militarmente, en el que el narcotráfico despliega ejércitos mejor armados que las fuerzas del Estado, y donde Estados Unidos manda, entra, sale, actúa, controla, manda armas a los narcos, lava dinero de la droga, espía y hace y deshace en la política y en la economía -y […]
Con un  país con 67 mil asesinados, ocupado militarmente, en el que el  narcotráfico despliega ejércitos mejor armados que las fuerzas del  Estado, y donde Estados Unidos manda, entra, sale, actúa, controla,  manda armas a los narcos, lava dinero de la droga, espía y hace  y deshace en la política y en la economía -y en medio de la mayor  crisis capitalista mundial de todos los tiempos- no estamos ante una  simple renovación electoral de la cúpula del Estado. Lo que está en  juego es si México culminará su integración subordinada con Washington.  Es la independencia del país y la posibilidad de una alternativa al  neocolonialismo y de la construcción de un sistema que asegure trabajo,  estabilidad, desarrollo, paz y justicia, trabajando para eliminar la  explotación y la opresión. El peligro es inmediato pues incluso se  ventilan abiertamente en sedes gubernamentales estadunidenses los  proyectos de anexión de México. Las elecciones se dan en este contexto.  El pantanoso terreno electoral, por consiguiente, forma parte del frente  de batalla entre explotadores y explotados cuando los primeros están  llevando a cabo una feroz ofensiva contra los salarios, los derechos y  todas las conquistas civilizatorias logradas por casi un siglo de luchas  obreras y populares y quieren revivir las condiciones del siglo XIX. Si  los que en 2006 promovieron la abstención favorecieron a Calderón, con  los resultados conocidos, ahora no sólo favorecen al PRI/PAN en el poder  -y particularmente a la banda de Peña Nieto-, sino que también -al no  ofrecer una alternativa- siembran desorganización, desunión,  desmoralización, pasividad y ayudan así poderosamente al capitalismo  para que éste haga pagar su crisis a sus víctimas. Son apolíticos
 que hacen la peor de las políticas: la de la pasividad y el conservadurismo. Son antielectoralistas
  que salen de su carencia de ideas y su mudez sólo para proponer la peor  de las posiciones electorales, la abstención que deja el camino libre  al candidato más reaccionario.
Toda revolución burguesa -la estadunidense, la francesa, las guerras  de Independencia en América Latina, la Revolución Mexicana- siempre vio  enfrentarse sectores de las clases dominantes o sus representantes, y en  ellas los oprimidos y explotados, aunque no las dirigieron,  participaron en esa lucha con mayor o menor independencia (Zapata se  alzó con Madero contra Díaz, pero sin someterse al maderismo). Sólo los  estúpidos pueden creer que son todos iguales
 y que da lo mismo  que gane Juárez o Maximiliano (o, con todas las diferencias del caso,  Calderón o López Obrador, éste o Peña Nieto). Porque, aunque los  trabajadores no pueden esperar nada sino de sí mismos y de su  independencia política y su autorganización, no les es indiferente si  existe o no un marco constitucional en el país, si se logran o no  espacios democráticos, si se roba y mata impunemente o si el gobierno al  menos trata de poner reglas y de impedir que funcione la ley del más  fuerte.
Sólo los que ignoran la historia creen que los movimientos  dependen ciegamente de sus líderes. Quienes creen en AMLO no son  forzosamente la réplica de éste. López Obrador gobernó la ciudad de  México autoritaria y arbitrariamente y favoreció a los sectores  empresariales. La política de Morena depende exclusivamente de sus  decisiones y su programa escrito se da de patadas con su política de  alianzas con sectores que buscan lo opuesto de lo que él proclama.  Cuando las políticas que engendran muertes, hambre, pobreza extrema,  ilegalidad, emigración masiva y colonización del país enfrentan a unos  pocos multimillonarios con el resto de los mexicanos, AMLO se olvida de  las clases y nos dice que el eje de su política es el amor (¿a quién?) y  la lucha contra la corrupción (¿de quiénes?). Ahora, a riesgo de perder  parte de su apoyo, se presenta como moderado para tratar de ganar el de  los sectores capitalistas preocupados por el hundimiento del mercado  interno y para eliminar la imagen de peligro para México
 que le  fabricó el oligopolio televisivo, aunque Jorge Castañeda y Adolfo  Aguilar Zinser hundieron a Cuauhtémoc Cárdenas con esa misma táctica…  Además, nunca llamó a sus bases a movilizarse sino con fines  electorales, y así las mantiene sin iniciativa y desorganizadas cuando,  como lo demuestran los fraudes de 1988 y de 2006, no existe ninguna  garantía de que no habrá que rebelarse contra otro despojo de la  voluntad popular. AMLO es un político formado en la escuela priísta del  pragmatismo y las maniobras sin principios que sin embargo apoyó al  neozapatismo chiapaneco, creó universidades y escuelas, no robó ni  reprimió y, por eso, sólo calumniadores de la más baja estofa moral  pueden llamarlo bribón.
Pero lo que está en juego no es meramente una elección sino la creación de una nueva relación de fuerzas entre las clases. Y quien puede evitar el desastre no es AMLO sino el movimiento político-social que lo apoya. No existe en México otra fuerza democrática de masas. Ella ocupó el paseo de la Reforma para defender la voluntad popular e imponer cambios sociales. No depende de AMLO aunque lo sigue y confía en él. No existe otro sector que pueda organizarse y luchar por el cambio social ni donde sea posible promover ideas anticapitalistas.
Por lo tanto, manteniendo la independencia política, criticando las concepciones teóricas y las políticas erróneas del candidato, es indispensable luchar por el triunfo electoral del movimiento que lo apoya y por la organización autónoma y el desarrollo del mismo. Las bases de Morena tienen una capacidad de comprensión que los ultraizquierdistas desprecian. Un voto crítico de apoyo permitiría a quienes quieren una política anticapitalista consecuente estar junto a ellas ayudándolas a organizarse, a combatir toda claudicación y a hacer frente a un nuevo fraude. La abstención, en cambio, es una actitud pasiva y ayuda a la derecha. La lógica más simple lleva a condenarla.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/12/18/index.php?section=opinion&article=019a2pol


