A Bernard Perrin, un amigo a quien ya extraño No es ninguna evidencia estadística, pero sí una sensación. En un solo día escuché dos veces en La Paz: «no se consiguen empleadas domésticas». Pese a los «atractivos» ofrecimientos de excelente comida y cómodos y luminosos cuartos (ver «Aqueología del ‘cuarto de empleada’ de Fernando Molina […]
A Bernard Perrin, un amigo a quien ya extraño
No es ninguna evidencia estadística, pero sí una sensación. En un solo día escuché dos veces en La Paz: «no se consiguen empleadas domésticas». Pese a los «atractivos» ofrecimientos de excelente comida y cómodos y luminosos cuartos (ver «Aqueología del ‘cuarto de empleada’ de Fernando Molina el viernes pasado en este diario)- además de salarios que rondan con suerte los 100 dólares, al parecer las jóvenes campesinas ya no quieren trabajar cama adentro en las casa de la elite paceña. Si eso es así sería una buena noticia en términos de la tan ansiada descolonización, mucho más que cualquier disgresión sobre la lucha contra la modernidad y un comunitarismo abstracto. Si Bolivia arrastra un rasgo de colonialismo interno es la subalternidad implícita en el trabajo de «cholita» que alguna vez fue la servidumbre y hoy se llama con tono más políticamente correcto empleada doméstica. Si algunos bancos y supermercados contratan «cholas» como cajeras es un dato de que adaptarse al estado plurinacional puede ser también un buen negocio en términos de imagen.
Seguramente, esta situación se relaciona con el boom económico -desconocido en la historia boliviana reciente- que hace que haya alternativas al trabajo doméstico. Una articulación entre mayor peso del Estado (inversión pública etc., proveniente del boom internacional de materias primas) y una extensión de ese siempre incómodo (para la izquierda) «capitalismo popular». Posiblemente, las alternativas al trabajo doméstico no constituyen precisamente empleos de calidad y seguramente muchos se vinculen al auge de diversos tipos de importaciones y de redes comerciales, además de la construcción, donde se puede observar el crecimiento de las trabajadoras -incluso donde los carteles siguen diciendo «hombres trabajando». Sin duda hoy hay nuevas elites económicas, más plebeyas que antaño culturalmente, todo lo cual está dando lugar a variados mitos urbanos que, ciertos o no, hablan por todas partes de cooperativistas mineros con maletines comprando Hummers o casas, y -más cierto- hijos de comerciantes en la Universidad Católica o aprendiendo chino.Este eje aymara-chino parece imbatible.
Recientemente un grupo de comerciantes pidió al Ministerio de Educación que se incorpore el chino mandarín en la currícula escolar (obviamente una medida imposible por una variedad de razones, en primer lugar por ausencia de profesores). Algunos miembros de la elite se burlaban -con tonos racistas- en el Facebook, sobre adónde nos lleva este gobierno cholo/indígena. Pero esas mismas elites -a menudo bastante mediocres a la luz del resultado histórico de su paso por el poder- hoy son más o menos silenciosamente desplazadas -especialmente en La Paz y al parecer también en Cochabamba y supongo que en menor medida en Santa Cruz- por un dinámico «capitalismo popular», siempre en una frontera difusa entre la informalidad y la formalidad, la legalidad y la ilegalidad, pero sin duda expresión de una incorporación al mercado global de sectores subalternos en principio desplazados y hoy artífices de la «otra globalización» que tiene en China a uno de sus nudos.
Este «capitalismo popular» es sin duda la base del MAS -más que un comunitarismo a veces menudo real y muy a menudo completamente reciclado como diversas redes económicas respecto al comunitarismo original-, con ramificaciones en el extranjero, como la Feria de la Salada en Buenos Aires: aunque también hay argentinos, los migrantes bolivianos son un elemento clave en la articulación de esta gran feria de textiles con marcas «truchas» que hoy vende más que los shoppings. Solo abre dos días a la semana, es imposible saber cuánto factura -abundan todo tipo de datos, todos en millones: los conservadores se ubican en unos 15 millones de dólares semanales. Hay unos 60.000 puestos.
Hoy, el metro cuadrado en la mejor parte de esta feria del Conurbano bonaerense vale más que en exclusívismo Puerto Madero (y dicen que su portan web vale 40 millones de dólares). Algo parecido ocurre en La Ceja de El Alto, donde según algunos reportes de prensa el metro cuadrado vale más que en la zona sur paceña.
Es el auge de este «capitalismo popular» -comerciantes, cooperativistas mineros, cocaleros, quinueros, contrabandistas de autos, etc…- lo que explica la ausencia de «sujetos» para un programa más comunitarista, y al mismo tiempo explica parte del rumbo del proceso de cambio. Y, a la postre, da cuenta de las complejidades del movimiento popular boliviano, a la luz de las cuales es necesario discutir la emancipación -para no caer en idealismo puro-. ¿Cómo leer este emprendedurismo más allá de la criminalización de la derecha y de la idealización de algunos subalternistas?