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Nacionalismo y socialismo frente a la cuestión nacional

Malvinas, un asunto fiscal

Fuentes: Prensa Obrera

Ya en la guerra de 1982, la cuestión de Malvinas estuvo ligada a las posibilidades de la explotación petrolera y pesquera. Un informe oficial de aquella época, elaborado en Gran Bretaña, advertía sobre la importancia de estos recursos y recomendaba un acuerdo con Argentina. Las dilaciones para poner en práctica esta orientación fueron uno de […]

Ya en la guerra de 1982, la cuestión de Malvinas estuvo ligada a las posibilidades de la explotación petrolera y pesquera. Un informe oficial de aquella época, elaborado en Gran Bretaña, advertía sobre la importancia de estos recursos y recomendaba un acuerdo con Argentina. Las dilaciones para poner en práctica esta orientación fueron uno de los factores que se usaron para justificar la ocupación del archipiélago por parte de la dictadura. Hasta ese momento, Malvinas era un tema de soberanía confinado a los manuales de escuela o, esporádicamente, un motivo de distracción política -como ocurrió en septiembre de 1966, cuando un futuro militante montonero saludó con un aterrizaje en la isla el arribo al gobierno de Juan Carlos Onganía.

La cuestión económica torna ahora insoslayable la reaparición del tema Malvinas. El factor distraccionista -en especial en tiempos de ajuste- ocupa en la actualidad un lugar importante, pero secundario. Ninguna de las concesiones que hicieron Menem-Di Tella en su momento permitieron avanzar en la solución del conflicto siquiera un milímetro. Los K acompañaron al menemismo sin chistar, al extremo de apoyar la privatización de YPF en beneficio de Repsol, la cual no es más que una agencia de la City de Londres. El oficialismo emprendió a mitad de mandato un nuevo rumbo ante la evidencia palpable del fracaso.

¿Qué reclama Argentina? No la soberanía de las islas, sino el establecimiento de una mesa de negociación -como ya lo reclamaron Galtieri y Menem. Negociación quiere decir toma y daca -en la mejor hipótesis, el reconocimiento, sólo en principio, de la soberanía argentina a cambio de un régimen económico y jurídico (o sea político) que contemple los intereses británicos y norteamericanos. Este planteo ya se encuentra inscripto en acuerdos precedentes, los que descalifican «los deseos» de los ‘falklanders’, pero reconocen sus «intereses». Esta población, que ha obtenido ciudadanía británica, ejerce el derecho de propiedad sobre las tierras de Malvinas (por lo que solamente puede ser desapropiada por la legislación británica) y su administración legisla sobre las aguas adyacentes (a cuenta de los ingleses). En una negociación, Argentina recibiría el reconocimiento formal de la soberanía como canje a la privatización del archipiélago malvinense.

En eso ha consistido, precisamente, el acuerdo que cedió Honk Kong a China. «Un país, dos sistemas» fue la síntesis que circunscribió la soberanía de China a su conformidad con un régimen político ‘sui generis’. El acuerdo, por sobre todo, consagró la dominación financiera de la Bolsa de Hong Kong, que la convirtió en cabeza de puente de la restauración capitalista de China. La signataria de la renuncia de la soberanía británica a Hong Kong fue Margaret Thatcher. El coloso chino, que había derrotado al ejército de Mac Arthur en Corea, no pudo (ni quiso) sacarle mucho más a los ingleses. Un cuarto de siglo después, la satisfacción de los protagonistas es completa -a excepción de una parte significativa de la población de la isla, que debe sufrir la explotación económica del capital y la opresión política del aparato de la burocracia.

El planteo de ‘negociemos’ es simplemente entreguista. Por eso lo apoya Estados Unidos -hoy por parte de Obama, como en el ’82 por parte de Reagan. El problema es que en las conversaciones puertas adentro, que tienen lugar desde hace mucho tiempo, domina el impasse. Estados Unidos y Gran Bretaña no logran imponer las subidas garantías que reclaman, ni encuentran en Argentina una estabilidad política que asegure el cumplimiento de las garantías que se acuerden. Sin un pelo de zonza, Hilary Clinton apoyó la variante negociadora, porque de ese modo condiciona al gobierno argentino a hacer ‘buena letra’ en su política general para conservar el supuesto apoyo norteamericano a la salida negociada.

El saludo de los Timmerman al apoyo de circunstancia de Obama retrata la vocación colonial de los funcionarios. En lugar de esto, habrían debido denunciar las segundas intenciones de estos apoyos vacíos de contenido, los que ni siquiera buscan ‘congraciarse’ con Argentina, sino con otros gobiernos latinoamericanos. El planteo de ‘negociación’ o ‘salida negociada’ significa la disposición para establecer un derecho compartido sobre la explotación de las aguas de Malvinas. Argentina obtendría su parte como nación concesionaria, o sea las regalías y otros ingresos fiscales que podrían llegar a ser cuantiosos. ¿O al cabo de una década de kirchnerismo alguien duda de que la política oficial se resume en aumentar la caja fiscal y manejarla en forma discrecional? No pasan de aquí los ideales nacionales de los gobernantes actuales ni de la clase que los sustenta.

Para algunos comentaristas, el impasse en que se encuentra el ‘diferendo’ por Malvinas promete que éste se seguirá arrastrando, con picos y pozos de ruidos, por otro siglo o dos más. Depende. Si las posibilidades de explotación petrolera son reales, en un momento en el cual el precio del petróleo podría subir aún más como consecuencia de las aventuras militares norteamericanas en el Medio Oriente y Africa, el ritmo de una confrontación podría acelerarse. Los ingleses dilatan las iniciativas diplomáticas hasta asegurar que las compañías internacionales establezcan los derechos adquiridos en la región, para ir a una negociación necesaria desde una posición de fuerza. Después de todo, la logística de la explotación petrolera exige el acceso a un territorio continental. ¿El territorio de Malvinas será acaso suficiente para asegurar esa logística? Por otro lado, Estados Unidos -que será el beneficiario último de la apertura de una frontera petrolera y pesquera en Malvinas- necesitará armonizar estos nuevos intereses con el conjunto de los que tiene establecidos en América Latina. La conversión de Malvinas en un territorio compartido con el capital internacional, bajo garantías acordadas en tratados internacionales, daría una base poderosa de sustentación a gobiernos argentinos de filiación entreguista.

Como se ve, le otorgamos un lugar fundamental a los intereses nacionales, pero de ningún modo para subordinar a ellos la lucha de clases. Rechazamos la unidad nacional sobre Malvinas: no solamente no postergamos ninguna reivindicación social para apoyar esa unidad, también denunciamos que la unidad nacional es el taparrabos de una capitulación ante los intereses fundamentales del imperialismo -que en Malvinas es convertir a Argentina en un satélite del capital petrolero y bancario internacional, incluso si tiene que adornarlo con el reconocimiento de una soberanía sin contenido. No solamente los problemas nacionales de Argentina, sino del conjunto de las naciones dependientes y sometidas, únicamente tienen solución bajo un gobierno de trabajadores y la acción común de la clase obrera de todos los países por la emancipación social -en primer lugar de los obreros y campesinos de América Latina, incluido Puerto Rico.

Para resumir, digamos que en oposición al pseudo-nacionalismo de alcance fiscalista del gobierno de turno, planteamos la conquista de la independencia nacional mediante una salida anticapitalista a la crisis histórica de la dominación burguesa.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.