Guy Fawkes nunca pensó que sobreviviría a tantos siglos y menos aún que, más de cuatrocientos años después de sus andanzas, la máscara que lo representa se convertiría en pleno siglo XXI en el emblema de quienes, desde los indignados hasta los guerreros digitales de Anonymous, pasando por toda la galaxia de los grupos antiglobalización, […]
Guy Fawkes nunca pensó que sobreviviría a tantos siglos y menos aún que, más de cuatrocientos años después de sus andanzas, la máscara que lo representa se convertiría en pleno siglo XXI en el emblema de quienes, desde los indignados hasta los guerreros digitales de Anonymous, pasando por toda la galaxia de los grupos antiglobalización, se oponen con férrea voluntad al orden de un mundo ultraliberal, depredador e indolente. Sin embargo, este católico que el 5 de noviembre de 1605 casi logra hacer volar el Parlamento inglés con 30 kilos de pólvora cuando el rey James Primero estaba adentro es el rostro oficial de la revuelta occidental y, más precisamente, el distintivo con el cual el grupo de hackers reunido bajo la denominación de Anonymous se presenta al mundo.
Sus acciones ya son parte de la resistencia permanente contra toda forma de violación de la libertad según los criterios con los cuales Anonymous la entiende. Presente desde hace varios años en la escena del hacking contestatario, Anonymous saltó a la fama cuando, en 2010, en plena ofensiva oficial contra el fundador de Wiki-leaks, Julian Assange, el grupo atacó las empresas multinacionales que se habían sumado al boicot instrumentalizado por la administración norteamericana de todas las fuentes de financiación de Wikileaks: los portales de Amazon, PayPal, Visa, MasterCard y Postfinance, la filial de los servicios financieros de los correos suizos fueron bloqueados con el operativo Payback montado por Anonymous contra esas empresas que, sin la más remota orden judicial como base, trataron de impedir que el dinero llegara a Wikileaks.
¿Quiénes y de dónde vienen esos valientes que osaron franquear las puertas de lo más protegido para herir el corazón del sistema? Frédéric Bardeau y Nicolas Danet, los autores de un sobresaliente ensayo sobre Anonymous (Anonymous: ¿pirates informatiques ou altermondialistes numériques?), describen la influencia de esta galaxia sin jerarquía ni manual de instrucciones como un «movimiento que modifica la relación de fuerzas en el seno de la sociedad». De acción en acción, Anonymous se instaló en el paisaje político mundial y excedió en mucho la herencia de sus padres culturales, es decir, toda la cultura contestataria norteamericana de los años ’70, perfectamente representada por Stephen Wozniak, el cofundador de Apple, y Richard Stallman, el iniciador del proyecto GNU. Anonymous se plasmó en cuatro operativos muy osados: el primero: los ataques contra la Iglesia de la Cientología en 2008; el segundo: la ciberofensiva contra el gabinete de abogados Baylout, defensores de los derechos de autor de la industria del disco y del cine en los Estados Unidos, y contra el portal de la Motion Picture Association of America (MPAA), asociación a la cual Anonymous persigue por sus «políticas excesivas» en la protección de los derechos de autor: el tercero fue la intervención a favor de Assange en lo que se conoció como el primer episodio de una auténtica guerra de la red.
El cuarto episodio remonta al pasado 19 de enero, justo después del cierre del portal de descargas Megaupload y del posterior arresto de su creador, el multimillonario Kim Schmitz. Lanzados desde los cuatro puntos cardinales del planeta, los ataques orquestados por Anonymous bloquearon los portales del Ministerio de Justicia norteamericano, los de la Casa Blanca, los de Warner y Universal, los del FBI, los del organismo que supervisa la red en Francia, Hadopi, y la estructura que administra los derechos de autor, la Sacem. Anonymous logró incluso introducirse en el portal de la presidencia francesa y modificar los mensajes de bienvenida. La quinta y última acción tiene apenas un par de días. Un grupo que se identificó como Anonymous hizo pública la grabación de una «reunión» telefónica entre el FBI y la policía británica en la cual se evocaban las acciones contra los ciberactivistas. ¿Donde están para meterse en esos vericuetos tan íntimos? «En todas partes», responden Bardeau y Danet. Estos dos especialistas de las ONG observan que los Anonymous no son «piratas propiamente dichos porque no roban nada». Tampoco son «terroristas», desde luego, sino «un fenómeno mucho más vago cuyo único hilo conductor es la defensa de la libertad de expresión». Bardeau y Nadet cuentan que, en cierto momento, «la CIA intentó realizar un perfil tipo de los simpatizantes de Anonymous: era tan borroso que terminaron apuntando hacia la mitad del planeta».
Su lema se hace realidad: «Somos legión». En este sentido, Bardeau destaca que los Anonymous «no son ni anarquistas ni sindicalistas revolucionarios, ni marxistas. Es un movimiento posmoderno, anónimo, planetario, descentralizado. Entre los Anonymous de Brasil, muy fuertes y movilizados contra la corrupción, y los de Austria y Alemania, todos antifascistas, no hay unidad, pero sí denominadores comunes como la libertad y la neutralidad de la red». A diferencia de los indignados o los otros movimientos antiglobalización, Anonymous actúa desde el anonimato: no hay partido político ni foro ni cumbre, ni manifestación. Su identidad física es la máscara de un militante católico británico del siglo XVI y sus territorios son éstos: irc.anonops.li, Twitter @AnonOps, @Anony mousIRC, Facebook Anonymous, AnonOps.blogspot.com. El origen del nombre proviene de los foros anárquicos 4chan. En este portal norteamericano no hace falta inscribirse y cada participante recibe el seudónimo de «Anonymous». Están en muchos lugares al mismo tiempo; algunos son hackers aficionados, otros no, universitarios, empleados, militantes de una o muchas causas.
Anonymous realiza a su manera el deseo no confesado de muchos ciudadanos del planeta: meter una piedra en el engranaje de la perfección ultraliberal.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-187223-2012-02-09.html