Más allá del show mediático y el montage cuasi artificial que envuelven las campañas de los partidos en el proceso electoral, lo cierto es que cada día se fortifica la tendencia del triunfo del candidato puntero -que indican hasta ahora todas las encuestas- y que es el que impulsa el PRI desde el centro del […]
Más allá del show mediático y el montage cuasi artificial que envuelven las campañas de los partidos en el proceso electoral, lo cierto es que cada día se fortifica la tendencia del triunfo del candidato puntero -que indican hasta ahora todas las encuestas- y que es el que impulsa el PRI desde el centro del espectro político mexicano.
Hasta ahora ningún analista o crítico del proceso electoral ha explicado, de manera serena y objetiva, las causas por las cuales un partido que cobijó la dictadura perfecta durante setenta y un años, y que sumió al país en el secular atraso, subdesarrollo y dependencia que padecemos hasta la actualidad, de manera particular a partir de la década de los ochenta del siglo pasado, goza de una cohesión interna y de una legitimidad política entre amplios sectores de la población que lo colocan en una situación privilegiada para ganar las elecciones el 1 julio del presente año en un contexto de fuerte abstencionismo y de repudio del proceso electoral de amplios sectores de la población.
Frente al paulatino «desfondeo» de la candidata del derechista Partido Acción Nacional (PAN) -que promueve fielmente la misma ortodoxia de la política neoliberal aplicada por el actual gobierno- y el muy lento y débil avance del candidato de las autodenominadas «izquierdas» -que mantiene una «clientela política» cuyo tamaño es muy similar a la que tenía seis años atrás- resulta casi enigmático que un partido que perdió la presidencia de la República en el año 2000, nuevamente sea capaz de «convencer» al electorado de la necesidad de «renovación» frente al indudable fracaso de los dos gobiernos neoliberales que, en el contexto de la profunda crisis económica y social, van a dejar un saldo de más de sesenta mil muertos provocado por la llamada «guerra contra el narcotráfico» y un clima de violencia e inseguridad generalizado e instalado prácticamente en todos los estados y municipios bajo el patrullaje e intervención del ejército mexicano y las fuerzas armadas del país.
Es cierto que uno de los factores que explican la «salida» del PRI, luego de permanecer durante 71 años ininterrumpidos como partido gobernante, fue el hartazgo y la necesidad de un «recambio» del gobierno, que llevó por vez primera al PAN al poder durante la administración de Vicente Fox (2000 -2006), en lo que los ideólogos del reformismo electoral denominan «transición a la democracia» (por supuesto sin explicar hasta ahora lo que se entendía y se entiende por ésta).
Para ello, se recurrió el «voto útil» bajo la consigna esgrimida por tirios y troyanos de «sacar al PRI del gobierno», pero sin explicitar para qué y a cambio de qué se haría esto, a no ser simplemente para «estrenar un nuevo gobierno». Lo cierto fue que se pasó de un gobierno que perduró como partido de Estado durante siete décadas, desarrollando el capitalismo dependiente, atrasado y subordinado a Estados Unidos, a un gobierno francamente de derecha -por el cual también votaron los partidarios y miembros de los llamados «partidos de izquierda»- que no hizo otra cosa que profundizar el neoliberalismo, la globalización y la apertura externa, la injusticia social y la dependencia. A esto se limitó – ¡y se limita! – la tan cacareada «transición a la democracia».
Si antes se exigía su salida, hoy se resucitan y mantienen los mismos argumentos y slogans bajo la consigna de impedir a toda costa el regreso del PRI, porque es un partido del pasado (¡que por cierto lo es!); dinosáurico (¡que por cierto lo es!)-; neoliberal (¡que por cierto lo es!), y toda una serie de calificativos que, sin duda, son certeros y reflejan bien lo que ha significado en la historia de México como un partido burgués, oligárquico, populista y defensor de los intereses trasnacionales y del capital extranjero en el país, y que históricamente impulsó dos proyectos: uno de carácter nacionalista portador de un «desarrollo nacional» sustentado en la industrialización sustitutiva de importaciones para el mercado interno, que floreció entre 1930 y 1982, y otro, de carácter neoliberal y francamente entreguista impulsado entre 1983 y la actualidad aunque, a partir de año 2000, como partido aliado en los asuntos estratégicos con la derecha y la burguesía nacional.
Sin embargo, la pregunta necesaria que debemos hacer es: ¿por qué su candidato es el puntero en la contienda electoral?, ¿por qué frente a los otros dos partidos, uno de derecha y otro supuestamente de izquierda, se mantiene a la vanguardia?; los amplios sectores de la población que lo apoyan: ¿realmente están manipulados y comprados por el partido y por los medios de comunicación?
La respuesta es evidente: debido a que tanto los gobiernos del PAN han experimentado un profundo desgaste durante dos sexenios profundizado la crisis económica, social y política del país y frente a la incapacidad estructural de las llamadas «izquierdas» para presentar una alternativa de centroizquierda dentro del propio régimen y sistema de dominación, el PRI reconstituyó sus cuadros, élites y jerarquías durante todo ese periodo y ha sido capaz, junto con su candidato, de ocupar dicho centro presentando, si bien demagógica pero trascendentalmente en términos mediáticos, un proyecto que supuestamente sintetiza y recoge las políticas neoliberales y algunos de los dogmas y postulados del viejo nacionalismo revolucionario.
Además de otros factores mediáticos tales como la juventud del candidato, el hecho de presentarse en los escenarios de campaña como un artista de rock con copete y guitarra eléctrica al hombro (de esos que promueven las televisoras en sus comedias intrascendentes); mantener, a pesar de la pérdida del poder, una estructura corporativa de las principales organizaciones político-sociales, obreras, campesinas y populares y, sobre todo, garantizar con su llegada al gobierno el desarrollo del capitalismo en México y su adhesión al sistema imperialista comandado por Estados Unidos.
Tanto el PAN como las «izquierdas» coinciden en desplegar acciones tendientes a evitar a toda costa la llegada nuevamente del PRI al poder, incluso recurriendo a la llamada guerra sucia y a las campañas de desprestigio y de desgaste. Las segundas se oponen debido, entre otras cosas, a que el candidato del PRI lo promueve -lo que de ninguna manera es de extrañar en un régimen político autoritario y excluyente como el mexicano- el monopolio televisivo, porque es una marioneta del sistema o un «muñeco» que es manipulado por el ex-presidente Salinas de Gortari, etc. etc. pero sin profundizar sobre las cuestiones que hemos planteado.
En cambio, la «alternativa» que se plantea supuestamente para evitar su llegada es que el «pueblo» vote por la «izquierda» que es la «única» capaz de promover un «proyecto alternativo de nación» que, hasta donde revelan sus documentos oficiales conocidos públicamente y sus declaraciones, consiste en impulsar, como en el pasado, un capitalismo nacional con intervención del Estado, que mejore la distribución del ingreso, proteccionista y anti-neoliberal, y que impulse políticas sociales encaminadas no tanto a erradicar la pobreza, el desempleo, la informalidad, la explotación y otros males congénitos del capitalismo, sino a impedir una radicalización de las clases explotadas y oprimidas, en el sentido de presentar una lucha anticapitalista que verdaderamente ataque de raíz las bases histórico-estructurales del atraso y de la subordinación. En esta última tarea, sin lugar a dudas, los tres partidos coinciden plenamente en un solo objetivo: mantener y reproducir el orden existente.
La gran debilidad e inviabilidad del proyecto de las «izquierdas» consiste en que, sin romper ni por ensueño con el capitalismo, ni mucho menos plantear su superación, su proyecto y estrategia quedan atrapados entre una alternativa neoliberal y otra supuestamente neo-desarrollistas -entre el mercado y el Estado capitalistas- sin atinar a lograr una «síntesis» honrosa que les permita obtener la adhesión mayoritaria de la población para ganar las elecciones.
Esta es una de las características de todo proyecto reformista que se desenvuelve contradictoriamente en los linderos del sistema que, a la par, pretende transformarlo sin conseguirlo.
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