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Notas sobre la lucha de clases en México y el movimiento #yosoy132

Fuentes: Rebelión

 Interpretar a México al margen de una lectura de la situación internacional se presenta como una ilusión. Partamos de este supuesto. Nuestro país se encuentra sumergido en un panorama internacional regido por la violencia y la miseria, por una crisis económica monstruosa que evidencia la ausencia de equidad económica, por la falta de democracia y […]

 Interpretar a México al margen de una lectura de la situación internacional se presenta como una ilusión. Partamos de este supuesto. Nuestro país se encuentra sumergido en un panorama internacional regido por la violencia y la miseria, por una crisis económica monstruosa que evidencia la ausencia de equidad económica, por la falta de democracia y por una crisis ecológica internacional que pone en riesgo la vida en el planeta y constata la inviabilidad ecológica del sistema imperante. Las distintas crisis que atraviesa el sistema capitalista a nivel internacional indican con cierta claridad que la crisis que hoy vivimos en México forma parte de una crisis internacional que exige repensar de raíz el modelo de civilización de nuestras sociedades. Esta exigencia lleva consigo la necesidad de una praxis radical que se dirija a la raíz del problema. Este es el verdadero sentido de ser radicales, ir a la raíz, desplazarnos a las profundidades, dirigirnos a la dinámica estructural del sistema capitalista que opera sobre la opresión, la explotación y la devastación ecológica.

Es importante atacar los efectos, luchar por reformas que tiendan a dotar a nuestros pueblos de mejores condiciones de vida. Sin embargo, la pugna central ante esta situación se encuentra en un nivel estructural. Esto quiere decir que las luchas parciales (por aumento salarial, por derecho a educación) sectoriales (estudiantiles, obreras, campesinas) y nacionales deben seguir discutiendo la posibilidad de una revolución social sin confundir, desde luego, la correlación de fuerzas existente, la estrategia y el proyecto social de revolución. Hablar de una nueva sociedad exige hablar de las estrategias para construirla. Eso implica pensar que nuestras acciones están orientadas a un cambio general sin olvidar, por supuesto, que su concreción se inserta en un contexto específico, bajo una cierta correlación de fuerzas.

Desde esta perspectiva sigue siendo necesario un rescate de Marx, él opone los principios formales de la sociedad capitalista (igualdad, democracia etc.) al hecho innegable de que nuestra civilización se fundamenta en la explotación de la mayoría por una minoría a través del Estado y la propiedad privada. De aquí la necesidad de una izquierda radical, anticapitalista y revolucionaria, capaz de integrarse a las luchas sociales y de potenciar el descontento social, capaz de asumir el reto de luchar por una sociedad más allá del capitalismo. Esta izquierda debe ser el fermento organizado de una lucha que logre trascender los horizontes antineoliberales, antiimperialistas y nacionalistas de las luchas actuales en todo el mundo. Sin embargo, esa labor es práctica y no panfletaria, ningún movimiento de masas comienza siendo anticapitalista -como bien refiere Guillermo Almeyra- mucho menos por obra de un panfleto o de un discurso. Como lo hace notar Daniel Bensaid: es resistiendo a lo irresistible que uno se vuelve revolucionario sin forzosamente saberlo. Es sobre la marcha que los revolucionarios producen una revolución.

Cualquier movimiento social que se perfile como un movimiento de transformación profunda se encuentra implicado en un debate estratégico, esto a diferentes niveles y ámbitos de la lucha de clases. Un movimiento, por supuesto, se encuentra definitivamente inmerso en este dilema cuando sus horizontes de lucha van más allá de simples peticiones. Entonces, no se trata de encontrar la ruta, la táctica y la estrategia de un cierto episodio de fuerza (una huelga, una marcha). Se trata de un combate de fuerzas que se proyecta sobre un horizonte estructural. Si un movimiento pretende realizar una transformación tajante su estrategia debe situarse en este rango, es decir, si pretende abrir un cambio estructural debe ser capaz de contar con la fuerza suficiente como para negar el estado de cosas existente, avanzando sobre la instauración de otro orden en la correlación de fuerzas entre las clases que disputan el establecimiento social; esta es la condición necesaria para todo movimiento de transformación revolucionaria (una revolución que no necesariamente es anticapitalista y que puede constituirse como política).

Cuando la petición de democracia enarbolada por la lucha política y social en México se presenta inerte frente a un marco de legalidad regido por la guerra y la miseria, se aprecia con más claridad que el cambio necesario escapa del estado actual, de las instituciones y de la legalidad del régimen actual, un régimen tiránico que niega sistemáticamente el fundamento de la democracia moderna: la soberanía del pueblo. Desde un cierto punto de vista este es el debate central para la lucha política y social de las clases subalternas en México. Las luchas regionales, parciales y sectoriales se muestran incapaces de alcanzar sus objetivos. Es en la coyuntura actual en donde se expresan nítidamente las contradicciones de un sistema que formalmente puede declarar igualdad y democracia frente a un panorama regido por la guerra y la miseria. ¿Qué es la democracia con el ejército en las calles, siete millones de nuevos pobres y una legalidad que descansa sobre el autoritarismo y la delincuencia?

México atraviesa un momento en donde se comprimen distintas dinámicas. La conjunción de crisis económica nacional con la crisis política traducida en falta de legitimidad ha abierto un periodo de inestabilidad que está por definirse. Por ello, la coyuntura condensa las posibilidades de cambio y estabilización de la crisis actual. La situación mexicana es una ecuación bastante difícil de descifrar. Es evidente que las clases dominantes a nivel internacional ostentan un interés particular sobre México, el peso de mayor importancia es por supuesto el imperialismo norteamericano. No podemos olvidar que más del 80% de las relaciones comerciales de México se realizan con Estados Unidos. Es evidente la presión ejercida por parte de las clases dominantes al momento de reconocer a Enrique Peña Nieto como presidente de México, como lo hizo tanto Obama como el gobierno francés de Hollande.

¿Por qué México? Una parte de la respuesta se encuentra indudablemente en América Latina, en las insurrecciones populares que sacudieron a toda la región durante la última década. América Latina sigue siendo una región de conflictividad para la hegemonía capitalista a nivel internacional (incluso considerando que existe cierta estabilización). Hasta hoy el nivel de lucha no ha sobrepasado el umbral antineoliberal y sin embargo, la mezcla de insurrecciones populares con la llegada de gobiernos de izquierda de distinto tipo trajo consigo un reacomodo global. El ataque al gobierno de Lugo es una expresión nítida de que nos encontramos frente a la ofensiva de la reacción que opera con el apoyo norteamericano. Incluso el programa social-liberal de MORENA es inaceptable para un régimen político que pretende continuar con un régimen neoliberal que avanza estrepitosamente hacia la configuración de un Estado militarizado, que pretende seguir reduciendo los derechos mínimos de participación democrática y, sobre todo, perpetuando el sometimiento del pueblo mexicano a los intereses imperialistas.

En México ha sido instaurado un régimen político que vulnera sistemáticamente la voluntad del pueblo. La falta de consenso político, expresada en el hecho de que las luchas sociales expresaban ciertos rasgos inusitados (como la insurrección en Oaxaca) y la magnitud de la crisis económica global ha conducido a las clases dominantes a nivel internacional a pretender perpetrar la guerra en México. (Vale la pena recordar aquella concepción de guerra formulada por Clausewitz, para quien la guerra es la extensión de la política; un campo en donde la violencia organizada y explícita copa el lugar de las instituciones.) Para conservar y profundizar el patrón de acumulación actual (que avanza hacia la subcontratación, la privatización de los energéticos, la desaparición de la seguridad social, la privatización de la educación y la reducción y aniquilación de derechos democráticos) en México las clases dominantes se han valido precisamente de un régimen político que utiliza la guerra como herramienta de control político, económico y social.

En México la guerra tiene claramente dos caras, una política y una económica, la primera responde a la necesidad de saldar una crisis de consenso, la segunda responde al reacomodo del mercado mundial de drogas. Vale la pena pensar que no se trata de una guerra común declarada entre Estados nacionales o entre sectores que operan dentro de un mismo Estado reconocidos como sujetos políticos. El Estado mexicano desató una guerra en contra de ciertas facciones del narcotráfico en el país, bajo las órdenes de Estados Unidos, quien pretende mantener el control del mercado de drogas en la región. Esta guerra se expresa en conflictos armados por el control del territorio, eso quiere decir que la hegemonía política y militar del Estado se encuentra en disputa. Bien, no se trata de una guerra común, mucho menos de la guerra de la que hablan Felipe Calderón y Peña Nieto. Como lo sugiere Brecht, cuando los de arriba anuncian que habrá guerra los de abajo sabemos que será contra nosotros. En este caso es prudente analizar la injerencia del imperialismo y del narcotráfico en la política del Estado mexicano expresada en la guerra de los últimos años.

Ante este terrible panorama existe un elemento que resulta propenso para la utopía. Lo que reflejan, tanto el movimiento #yosoy132, como la lucha magisterial, los ejercicios de autonomía en Cherán y ciertos sectores del movimiento regeneración nacional, es ese río profundo de sueños y anhelos que transita en las venas del pueblo mexicano. La piel del país expresa incendios en todas sus dimensiones, las novedosas marchas contra la imposición de Peña Nieto en el norte del país exhiben esta situación. Hasta ahora la protesta espontanea muestra un potencial desconocido aunque intuido desde el nacimiento del movimiento #yosoy132. Una fuerza ciudadana inunda las ciudades. Las luchas sociales llegan con un panorama muy complejo de constantes ataques (como lo demuestra la extinción de Luz y Fuerza del Centro). Tenemos por un lado una trayectoria ascendente en lo que respecta a los ataques del Estado y el capital, y por la otra la emergencia de movimientos de resistencia que sin embargo carecen de direccionalidad política y estratégica. Aunque las marchas son fundamentales debemos señalar que son insuficientes ante el reto de impedir la imposición.

En ese marco las tareas del movimiento #yosoy132 son también de carácter estratégico y competen a todos los actores de lucha política y social en el país. Desde sus inicios la definición estudiantil del movimiento presentó un cierto desfase respecto a sus demandas políticas. Porque las demandas enarboladas por el movimiento #yosoy132 no eran sólo demandas juveniles o estudiantiles sino que correspondían a un nivel subjetivo, en cierta medida generalizado, entre amplias capas de la población en el país. Sin embargo su dinámica organizativa partió de un potente fermento estudiantil, pero no todo lo hicieron los estudiantes. #yosoy132 es un movimiento que desplegó una simpatía y una dinámica política más allá de los estudiantes pero que organizativamente se estructuró desde lo estudiantil, su fuerza, por lo tanto, nunca provino sólo de los estudiantes.

Ahora los retos se presentan en dos dimensiones. Frente al debate nacional el movimiento #yosoy132 tiene el reto de continuar la lucha contra la imposición, eso implica preguntarse cómo construir una fuerza política y social capaz de evitar la consumación de la imposición. Y para ello tiene que construir un debate estratégico con los distintos agentes de lucha social en las calles, posicionarse frente a las instituciones y en la medida en que la lucha evolucione radicalizar su dinámica. En este caso, la Convención Nacional realizada en Atenco fue un primer paso. El segundo ámbito de discusión tiene que ver con su propia organización y funcionalidad, ya que el horizonte político nacional que puede proyectar el movimiento #yosoy132 depende de su propia capacidad orgánica, es decir, de la capacidad de operación de las asambleas de base en relación con las comisiones centrales del movimiento y, más aun, con la dinámica y los tiempos de lucha a nivel nacional. A corto plazo ambas dimensiones se condensan en la necesidad de que el movimiento logre e impulse asambleas populares contra la imposición.

Cómo constituir esa fuerza necesaria para evitar la consumación de la imposición, cómo consolidar una ruta táctica y estratégica que nos permita abrir un proceso de acumulación de fuerzas rumbo al primero de diciembre. En esto consiste el debate estratégico para las clases subalternas en México. Las insurrecciones civiles no se programan sin embargo, se propician. La lucha de clases en México atraviesa un momento definitivo. Algunos aseguran que es inevitable la llegada de Peña Nieto a la presidencia, pero incluso en ese caso requerimos un horizonte de lucha política a nivel nacional, no se trata de crear un solo movimiento sino de suscitar un objetivo común para la lucha social en México que se articula justamente en la lucha contra la imposición. Por eso la lucha contra la imposición es legítima históricamente y políticamente viable. Incluso quedando Peña Nieto la lucha es necesaria en la perspectiva de consolidar un polo de resistencia y contrapeso a un Estado que a todas luces usurpa la voluntad popular. El reto, por supuesto, consiste en articular la lucha contra la imposición con la lucha contra el régimen político, el neoliberalismo, concretamente expresado en las reformas estructurales, y la guerra.

Para luchar contra la imposición no se necesita un programa acabado, se necesita orientación estratégica: saber qué haremos, cómo evitaremos la imposición. No necesitamos limitarnos a una serie de peticiones. La discusión en este caso es otra. Se debe lograr el acuerdo implícito entre las fuerza anti imposición. Pero al mismo tiempo la lucha por el programa y la definición son pugnas centrales. En este momento es importante dotar de contenido la lucha contra la imposición, pero esto sólo podrá suscitarse mediante procesos de acción y discusión colectiva. En este caso resulta de importancia saber que la lucha contra la imposición es la lucha contra las políticas neoliberales y la guerra y, en el fondo, nos plantea la necesidad de un cambio de régimen político, es decir, la refundación de las instituciones políticas (la experiencia de las asambleas constituyentes en Sudamérica es muy importante en este caso). Pero la conexión entre la lucha contra la imposición y la lucha contra el régimen político y el neoliberalismo no pueden ser conclusiones artificiales, elaboradas por una minoría avanzada. Comprender que la lucha contra la imposición es una lucha contra el régimen político, contra la legalidad ilegitima del Estado, será algo que comprenderemos en las calles, organizados en comités estudiantiles, barriales y laborales, o no lo comprenderemos.

Una lucha social es política en el momento que se plantea el control del espacio público, el control de las instituciones, es decir, en el momento en que comienza a pensar cómo hará para hacerse del poder político que rige a la sociedad. Podríamos decir que cualquier lucha es política refiriéndonos que lo político habita en cualquier pugna y dimensión de nuestras vidas pero en este caso se pone en tela de juicio el sentido y las estructuras que han sido diseñadas para operativizar el control del espacio público: el Estado. La política, por supuesto, desborda los límites del Estado, y debe hacerlo si pretende ser una política revolucionaria que pugne por formas de poder social y político más allá del Estado, pero sin olvidarse de él. En muchos sentidos la disyuntiva de las luchas sociales ha sido si la vía electoral y la lucha por la toma del poder son coherentes con el objetivo de transformar desde la raíz a la sociedad actual.

¿Reforma o revolución? Tanto Rosa Luxemburgo como Lenin advertían sobre la importancia de las luchas parlamentarias, pero también sobre el límite de estas ya que pueden tender a transformar los movimientos en un mecanismo a través del cual el sistema opera y se reproduce. Las reformas son importantes, siempre y cuando sepamos que son pasos hacia un momento crucial en donde se debe disputar el poder político en nuestra sociedad a partir de la construcción de un sentido mucho más colectivo de nuestras vidas en sociedad, eso implica una irrupción del orden establecido mediante el accionar político de las clases subalternas el cual se ejerce a través de la acción colectiva y la rebelión. Por eso, la política revolucionaria no debe limitarse a la lucha electoral ni a la lucha por reformas sino que debe plantearse el problema de la independencia política y de la construcción de formas de poder político no estatales. Contrarrestar la falta de democracia y el individualismo sólo puede hacerse mediante una política colectiva que atente contra la matriz del sistema imperante: el Estado y la propiedad. Esto no sucede automáticamente, las luchas revolucionarias siempre parten de un fermento inmediato, relacionado con luchas sectoriales o parciales y con la inserción de grupos políticos previamente organizados. En el tercer mundo, además, debemos considerar un fermento antiimperialista que siempre ha sido potencia y disyuntiva de los movimientos revolucionarios. Esto no significa de ninguna manera que la lucha política y social en México se encuentre frente a un escenario pre-revolucionario, quiere decir que ante la coyuntura actual las y los revolucionarios debemos pensar los horizontes de nuestras luchas más cotidianas y, en este caso, los horizontes de la lucha contra la imposición.

En este paisaje existe un vacío político y estratégico. Los principales referentes de lucha política a nivel nacional no se muestran a la altura de la situación, del descontento y la movilización popular. El electoralismo y el burocratismo caduco y degenerativo de los partidos de izquierda (PRD, PT y Movimiento Ciudadano), la ausencia política y falta de perspectiva del zapatismo y la insuficiencia programática y organizativa de MORENA proyectan un vacio apenas perceptible para buena parte de la lucha social en México. Este es el espacio de inscripción para una izquierda anticapitalista y revolucionaria, una región, sin duda alguna, en disputa y sin ningún referente organizado capaz de ocuparlo. Este espacio debe ser inicialmente fomentado por algunos grupos capaces de orientar y fomentar la organización popular.

En muchos sentidos la izquierda revolucionaria no fue capaz de interpretar la coyuntura actual. Por un lado la postura abstencionista que no supo ni pudo leer el contenido democrático y nacionalista de MORENA, y sobre todo la relevancia de dicho movimiento en aras de frenar la perpetuación del régimen actual, preparando así una suerte de bunker político incapaz de orientar estratégicamente la lucha política en la situación actual. Por el otro, una interpretación complaciente con los límites de MORENA que condujo a ciertos sectores de la izquierda revolucionaria a una postura acrítica del social-liberalismo de López Obrador y a la confianza de que su llegada al gobierno abriría la posibilidad de un cambio de régimen. En términos organizativos esto se tradujo en estrategias que por un lado terminaron por ser sectarias y por el otro en rasgos de subordinación de la política revolucionaria a un horizonte de lucha social liberal.

Frente a esta situación me parece que las labores de la izquierda anticapitalista y revolucionaria son múltiples. En primer lugar, existe la necesidad de introducir el debate estratégico de la lucha social y política en México haciendo coincidir la lucha de todos los referentes en México en contra de la imposición, el neoliberalismo, la guerra y el régimen político. Esto debe traducirse en una plan de acción central capaz de avanzar en un proceso de acumulación de fuerzas rumbo al primero de diciembre. Al mismo tiempo, esto implica impulsar procesos de organización local en escuelas, barrios y centros de trabajo. Simultáneamente, es importante fomentar la organización y preparación de núcleos de izquierda anticapitalista y revolucionaria que finquen los elementos necesarios para la consolidación de una perspectiva programática y organizativa de largo plazo. Esta perspectiva puede impulsarse mediante reuniones, foros, círculos de estudio y actividades en donde se discuta y se vislumbren los horizonte de lucha del movimiento, pero en donde también se aborde una perspectiva de largo plazo no sólo sobre el anticapitalismo sino también sobre el feminismo, el ecologismo y la lucha por la emancipación de la juventud. Al mismo tiempo, estos núcleos serían el centro de planeación para los anticapitalistas, potenciando su acción y preparando su inserción en los distintos movimientos del país. No debemos olvidar que las organizaciones políticas son útiles en la medida en que condensan, concentran y sintetizan la planeación y la acción de los revolucionarios. De aquí la necesidad de la organización política más allá de los movimientos pero nunca por encima de ellos.

El curso de la lucha es indefinido, existen elementos para pensar que el nivel de combatividad podría mantenerse y, tendencialmente aumentar, sin embargo también podríamos encontrarnos frente al desenlace de un largo periodo de lucha iniciado con el desafuero de Obrador y la Otra Campaña, un desenlace que podría desembocar en la consumación de la imposición. Es importante saber que en México disputamos más que una elección, más que una reforma, disputamos el sentido de lo que es México y de lo que significa la historia de nuestros pueblos. La crisis actual ha puesto en cuestión la estructura económica y política del país pero también su cultura, su sociabilidad y su sensibilidad. La crisis de nuestra sociedad ha trastocado el sentido de nuestras vidas y de nuestra sociedad. La crisis económica y política ha sido acompañada en todo momento por una crisis social generalizada. La lucha actual es contra la deshumanización, la tiranía, la guerra y la miseria. Por ello cobra sentido plantearnos una revolución, pensarnos como revolucionarios y pensar en una ruptura con la sociedad actual. Ser revolucionario cobra sentido en las pequeñas y en las grandes batallas, pero sobre todo tiene que ver con el sentido en que uno realiza el cambio, en la manera en que uno vive la vida. En todo caso, no se trata, como diría Rosa Luxemburgo, de ser los maestros rojos de la revolución. Se trata de ser parte de los movimientos, de potenciarlos y hacer crecer su organización y sus expectativas. Esta es la labor de una izquierda revolucionaria coherente con la necesidad de un cambio radical en México.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.