Tienen razón quienes consideran a AMLO un lastre. «Piedra grande que se pone para equilibrar la nave… Juicio, piedra, madurez», son las definiciones de la RAE. El diccionario de sinónimos de la misma Academia lo incluye en una macedonia de términos equivalentes. Contrapeso («peso que hace equilibrio»). Sobrecarga («Lo que se pone encima de una […]
Tienen razón quienes consideran a AMLO un lastre. «Piedra grande que se pone para equilibrar la nave… Juicio, piedra, madurez», son las definiciones de la RAE.
El diccionario de sinónimos de la misma Academia lo incluye en una macedonia de términos equivalentes. Contrapeso («peso que hace equilibrio»). Sobrecarga («Lo que se pone encima de una carga regular»). Freno («Instrumento que sirve para gobernar y sujetar a los caballos. Sujeción para moderar las acciones»). Traba («cualquier cosa que impide o molesta la fácil ejecución de una cosa»).
En efecto, AMLO se ha convertido en un lastre o contrapeso para quienes, con apenas 19 millones de votos (obtenidos además de manera poco transparente), buscan imponer unilateralmente un programa de gobierno a 112 millones de mexicanos. Es un lastre o sobrecarga al proyecto político que busca comprar a billetazos la próxima Presidencia de México.
Ha sido, es y será un freno a todo intento de privatizar el petróleo, aumentar y generalizar el IVA (como está aconteciendo en España), y desmantelar la planta industrial nacional y la estructura laboral.
Y por supuesto, es un lastre o traba a quienes suponían que el regreso del PRI, con toda su gama de prácticas electorales irregulares, como el sufragio en efectivo, las despensas electrónicas, el doble financiamiento y la injerencia de gobernadores, sería un día de campo solariego, un trámite facilón y anecdótico.
Durante seis años, AMLO lastró también a la derecha gobernante y a su partido, el PAN. Es decir, fue un escollo, un impedimento, un inconveniente, una molestia, una piedra en el zapato y un obstáculo a todos y cada uno de los intentos por promover un bipartidismo de facto , relegar a las opciones de izquierda a una expresión marginal y, sobre todo, fue consistente en denunciar la estrategia genocida de seguridad del gobierno federal, la indebida utilización del Ejército como cuerpo policial, la creciente violación de los derechos humanos en la guerra fallida contra la delincuencia organizada, el incremento de 13 millones de nuevos pobres en un sexenio, el despilfarro de la burocracia dorada (mil funcionarios federales cuestan 2 mil millones de pesos anuales) y el desbordamiento de la corrupción.
¿AMLO es un lastre para la izquierda? Curioso fardo. Es el único candidato de la izquierda más votado en la historia de México: en la primera participación obtiene 15 millones de votos (2006) y en la segunda gana un millón 214 mil más votos (2012). Es el único liderazgo de izquierda que ha convertido en dos ocasiones a esta expresión política en segunda fuerza parlamentaria.
De los cuatro contendientes en la pasada elección, es el único que remonta un 42% de opiniones negativas y termina con un saldo positivo de 12%. Avanzó 54 puntos en un semestre. No se levantó del suelo, sino del subsuelo electoral. Fue el único que duplicó su preferencia en tres meses, de 16 a 32%; en cambio Peña Nieto pierde 6 puntos en 90 días, y Josefina Vázquez Mota desciende otros tantos. Fue capaz de desplazar y desbancar a la candidata del gobierno federal, enviándola a un tercer lugar. Y todo ello lo realizó con una campaña a ras de tierra, con el número de spots más reducido de los tres partidos grandes y con las chicas del coro (las encuestadoras) cantando al unísono «el desastre que viene»… y que nunca llegó.
Si para la izquierda López Obrador no fue un lastre, para el bolsillo de los ciudadanos, menos. Los 16 millones de votos de la coalición de izquierda tuvieron un costo real de $20.87 (estimando 334 millones de pesos de gasto total), mientras que los de Peña Nieto se fueron a las nubes: $184.21 cada uno (estimando una erogación de 3 mil 500 millones de pesos).
«Mal perdedor» llama el PRI a AMLO. Lo afirma un pésimo «ganador». Es decir, una organización que cambió la elección de Estado por la elección de establo; que sólo sabe de adhesiones, no de argumentaciones; de dominaciones, no de deliberaciones; de aclamaciones, no de discusiones; de cómo vencer, pero no convencer; en suma, de cómo pagar el sufragio en efectivo, y no de cómo respetar el sufragio efectivo.
De la inequidad, se transita ahora a la inquina. No reconocen siquiera el derecho a impugnar y la obligación de esperar el fallo de la autoridad electoral. Les urge imponerse por la vía de facto como la presidencia de la transformación, no de la regresión. No saben – porque no lo practican – , de pesos y contrapesos, de inconvenientes, de mesura, de impedimentos y de frenos. Sin embargo, no habrá de qué preocuparse. Para eso se mantendrá vigente (además de hacer avanzar a la izquierda) ese lastre llamado López Obrador.