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La marcha del 8N, la alienación y el poder de «los otros»

Fuentes: Rebelión

«El hombre cualunque identifica el mal de la época por sus efectos y no por sus causas» (A. Camus) Cuando uno observa las respuestas brindadas por un cúmulo de manifestantes que asistieron a la marcha convocada el 8 de noviembre pasado, es prácticamente imposible no asociarla -cuando menos parcialmente- con aquella palabra de origen latino […]

«El hombre cualunque identifica el mal de la época por sus efectos y no por sus causas» (A. Camus)

Cuando uno observa las respuestas brindadas por un cúmulo de manifestantes que asistieron a la marcha convocada el 8 de noviembre pasado, es prácticamente imposible no asociarla -cuando menos parcialmente- con aquella palabra de origen latino conocida como alienación. Etimológicamente, alienación es un derivado de alienus, que significa lo extraño a uno, lo que es ajeno, lo que no pertenece a uno.

En nuestra lengua es sinónimo de enajenarse, esto es «estar en lo ajeno»; un hombre alienado es aquél que no actúa por sí mismo, que no interpreta la realidad a través de sí mismo; sino que lo hace a través del otro. En última instancia, está renunciando a ser persona.

Claro que en la mayoría de los casos éste renunciamiento no se hace de manera consciente; por el contrario, el alienado ni se entera de su estado que, por otra parte, está determinado por factores externos que lo constriñen a adoptar una identidad que no le es propia. De forma tal que no solo llega a actuar en procura de fines que no se corresponden con sus intereses, sino que, además, termina «legitimando», con su accionar, la pérdida de su identidad.

Sintetizando: la despersonalización que opera como consecuencia de posicionarse «en lo ajeno» lo frustra, definitivamente, como proyecto de persona. Un claro ejemplo de ello acontece cuando, los «deseos» no son resultado directo de nuestras propias apetencias o impulsos, sino que son creados «artificialmente» desde fuera.

La marcha del 8N es una muestra cabal de como una importante franja de la población termina interpretando la realidad a la manera en que los grandes medios de comunicación (es decir, los otros) desean que la capten. Bastaba con detenerse a analizar cada una de las respuestas brindadas por los asistentes para cerciorarse que las mismas reproducían, casi mecánicamente, los eslóganes o mensajes que a diario difunden las emisoras de radio y televisión pertenecientes al monopolio mediático, es decir: Grupo Clarín.

Es sorprendente (y alarmante, por cierto) escuchar como muchos de los manifestantes aducían «la ausencia de libertad de expresión» cuando eran reporteados «en vivo» por los periodistas de la TV Pública. Alguien que se manifiesta a piacere por la calle, expresando insultos sobre la figura de la presidente y que, a su vez, vierte lo que piensa a través de un medio de comunicación estatal reclamando «libertad de expresión», es, definitivamente, alguien que no comprende lo que está expresando. Para nuestro ordenamiento jurídico, serían personas «inimputables» ya que no comprenden el proceder de sus actos. Partiendo de esta premisa es muy difícil interpretar los reclamos (por otra parte, no definidos) de la mentada movilización.

Otro de ellos, y quizás el más entendible, es la denominada creciente inseguridad.

Fenómeno éste no privativo de la sociedad argentina sino que se reproduce en buena parte de la geografía mundial y que tiene relación directa, si bien no exclusiva, con la incapacidad manifiesta de un sistema de producción que no incorpora en su seno a la mayor parte de la población mundial. Por cierto, son fenómenos de larga data que despliegan sus efectos sobre las sociedades con el correr de los años. Para comprenderlos es menester hacer un breve racconto histórico.

Durante la década de los 80 y la de los 90 el fantasma que recorrió azotando, sin exclusión, la vasta extensión de Latinoamérica fue, sin lugar a dudas, la desocupación. La expulsión masiva de amplios sectores sociales del mercado laboral, trajo aparejado la configuración de un inconmensurable ejército de desocupados que al verse impedidos de ganarse el sustento, fueron resquebrajando no solo el «modelo familiar» imperante sino también el esquema de valores sobre los que se asentaba la sociedad.

Así, y merced a la ejecución de políticas neoliberales, se produjo un crecimiento exponencial de los sectores marginados con la pérdida no solo de «la autoridad familiar» de los individuos que caían en desgracia; sino con la ausencia de «modelos de referencia» para los descendientes de esas personas. Todo ello fue configurando un cuadro donde unos pocos eran coronados con el éxito, y unos muchos, eran condenados al fracaso. Si a esto le añadimos el hecho de que los medios de comunicación masiva promocionan ininterrumpidamente «la orgía consumista», fundamentalmente, a través de las pantallas de TV; es lógico que aquellos que carecieran de medios de acceso para satisfacer alguno de «los deseos creados» comenzaran a desarrollar una suerte de trastorno esquizofrénico fundado sobre «el querer» y el «no poder».

Por cierto, hay muchísimos factores que fueron aportando lo suyo para «consolidar» este tipo de sociedades injustas, entre otros: una mayor concentración de la riqueza en lo económico, predominio de una economía especulativa en desmedro de la productiva, prescindencia del Estado para garantizar una sociedad más equitativa, instauración de una cultura extremadamente individualista, exaltación del éxito a cualquier precio, exagerada alienación mediática, nihilismo valorativo, etc., etc., etc. Corregir todos estos trastornos e «imperfecciones» producidos en aquél entonces lleva más tiempo del deseado y no va a depender de un solo gobierno subsanarlo. Lo importante en ese aspecto, es que se está marchando en la dirección correcta.

Sin embargo, y ahora retornando a la marcha del 8N, muchos de los congregados exigían la supresión de los subsidios a los más vulnerables. Es curioso, muchos de los que allí se hallaban se autodenominan «cristianos»; tal vez por ello no cuestionen los millonarios subsidios a las «escuelas privadas». No obstante, es menester no confundir a Cristo con estos «cristianos», pues, todos sabemos que aquél no hubiera marchado el 8 de noviembre y, mucho menos, hubiere reclamado la supresión del auxilio a los más pobres.

Pero el reclamo de la eliminación del subsidio es un tema interesante, porque reivindica la «sociedad excluyente» o en su defecto la «sociedad indigna». Si no tienes trabajo es problema tuyo; y sino «anda y trabaja definitivamente por el pan» de ese modo podrás seguir respirando. El problema, para algunos, es que «el subsidio» garantiza un mínimo de sustento; lo que obliga a que el empleador deba contratar por un salario medianamente razonable y no ajustarse a los enunciados de la «ley de bronce» del salario. Que sostiene que el trabajador debe ganar lo mínimo indispensable para su subsistencia y no más.

Aun así , lo verdaderamente contradictorio es que por un lado reclamen más seguridad y por el otro, quieran aumentar -supresión de ayuda mediante- el número de desamparados. Claro que no faltará el que diga: «pero yo conozco a fulano que no tiene necesidad y cobra el subsidio». Apelando al viejo y desgastado recurso de universalizar un caso puntual, es decir particular, transmutando así la excepción como regla. Sería bueno que lo denuncie entonces, y no reclamar la supresión de una ayuda que a futuro beneficiará al conjunto de la sociedad.

¿Se imaginan Uds., cuan eficaz resultaría eliminar los subsidios para garantizar «la seguridad» que estos sectores reclaman? En principio, el efecto inmediato (por ej. eliminando la AUH, asignación universal por hijo) sería una disminución repentina de la concurrencia de los menores a la escuela pública. Lo que posibilitaría arrojar a «la deriva» a un número por demás significativo de «futuras generaciones» que, por cierto, podrán desarrollar sus vidas en el terreno de la ignorancia y sin haber gozado de la más mínima instrucción.

Esto me trae a la memoria una frase de un extinto presidente que de estar vivo, no sería kirchnerista pero tampoco «opositor bobo» -como sí suele serlo su primogénito-, me refiero al Dr. Raúl Alfonsín cuando dijo «dime que educación das y te diré que modelo de sociedad pretendes». Curiosamente, es bueno recordarlo, ha sido otro de los políticos denostados por el monopolio mediático durante su gestión.

Queda claro, entonces, cuál es el modelo de sociedad deseada por los manifestantes del 8 de noviembre. Por cierto, sería extenso tratar aquí otras consignas como la del «libre acceso a la compra de divisas». Solo nos limitaremos a resaltar que la experiencia histórica nos enseña como el estrangulamiento de la balanza de pagos (merced a la carencia de dólares por parte del Estado) ha sido la fuente de nuestras desdichas. Los diversos efectos que azotaron a la economía argentina a lo largo del reinado neoliberal en la Argentina; a saber: el efecto tequila, el arroz, el caipirinha, el vodka, etc., etc., que tantos sobresaltos y padecimientos fueron diseminando sobre la mayoría de nuestra población estuvieron signados por la fuga de divisas.En consecuencia, las medidas restrictivas de adquisición del dólar (por otra parte, vigentes en la gran mayoría de los países desarrollados) responden a la necesidad de garantizar la estabilidad de nuestra economía, el bienestar de los asalariados y la protección de nuestro mercado interno.

Por más que les duela a quienes quieran rememorar la época del uno a uno; período que, por otra parte, todavía sigue desplegando sus efectos sobre el corpus social argentino.

Como vemos las contradicciones argumentales de quienes asistieron a la marcha no son pocas. No obstante, lo verdaderamente peligroso es el grado de manipulación que se visualiza en poder de los medios de comunicación. Llega tan lejos como instalar lo que se denomina «el sentido común» que en los tiempos que corren es un contrasentido, pues, no guarda relación con la racionalidad.

Claro que en nuestro análisis estamos excluyendo a quienes marcharon en defensa de sus intereses; es lógico que quienes especulan, por ejemplo, en el mercado financiero marchen en contra de este gobierno. El problema no son ellos, el problema son aquellos que aun beneficiándose con el actual modelo, se suman a la protesta impulsadas por unos vivos. Como es de apreciar, menuda tarea se exige para ir «desalienando» a los adictos a las imágenes y a los medios dominantes. Lograrlo no dependerá exclusivamente de este gobierno, por el contario, dependerá de varios que estén dispuestos a realizarlo. Pero, fundamentalmente, todo estará sujeto a que nuestra flamante Ley de Medios entre en vigor en su totalidad.

Blog del autor: Episteme

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.