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La batalla de San Lázaro

Fuentes: Regeneración Radio

México 2012, año de la sucesión presidencial. Sin duda, también un año de protestas. Miles manifestaron su repudio a la candidatura a la presidencia del priísta Enrique Peña Nieto (EPN). La sociedad civil fue testigo de la manipulación de las elecciones del 1 de julio con el objetivo de imponer a EPN. Los principales actores […]

México 2012, año de la sucesión presidencial. Sin duda, también un año de protestas. Miles manifestaron su repudio a la candidatura a la presidencia del priísta Enrique Peña Nieto (EPN). La sociedad civil fue testigo de la manipulación de las elecciones del 1 de julio con el objetivo de imponer a EPN. Los principales actores de la fechoría fueron: el Instituto Federal Electoral (IFE), empresas como Monex, Soriana y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). La compra de votos fue lo que permitió a EPN ganar las elecciones y la coordinación de estos actores garantizaron esa compra.

No obstante a las protestas previas, el 1 de diciembre, cuando EPN asumiría oficialmente el poder, se esperaba una asistencia mayor a las acciones convocadas contra la imposición por actores como el #YoSoy132 y organizaciones coordinadas en el Movimiento Contra la Imposición.

A través de las redes sociales, se convocó a acciones en los hastags #CercoaSanLazaro, #1Dmx y #MéxicoNoTienePresidente. La convocatoria general se hizo para el sábado el 1 de diciembre a las 4 am en el Monumento a la Revolución, lugar donde, desde hace meses, se mantiene la Acampada Revolución. De allí se marcharía a San Lázaro.

Al menos unos cuatrocientos jóvenes llegaron a la Acampada desde la noche del 30 de noviembre. Se pintaban mantas, se leía, se preparaba café y tortas en una improvisada cocina del plantón y se discutía la estrategia de seguridad y de medios. En una pequeña televisión al interior del campamento se monitoreaba como EPN y su recién nombrado gabinete recibía el poder de manos de Felipe Calderón en el Palacio Nacional, eran las 12 pm.

El saludo a un público inexistente

La ciudad vivía un viernes y quincena, el tráfico y cantidad de gente en la calle eran notorios. Envuelto en su muy particular lógica, el D.F. estaba lejos del Palacio Nacional, convertido en un miniestado militar para el acto de EPN y Felipe Calderón. Como nunca, la plancha del Zócalo, rodeada por una gigantesca valla de seguridad, se vistió con una soledad que pasmaba.

Sólo personal de seguridad privada, del Estado Mayor Presidencial, Armada de México, Ejercito o Policía podía entrar al Zócalo. El ambiente estaba tenso al cinco para las doce. Desde la contraesquina del cruce de las calles Pino Suárez y Corregidora se observó movimiento de efectivos cuando EPN salió del recinto. Más de veinte camionetas Suburban blindadas, algunas con metralletas giratorias de largo alcance en el techo, una ambulancia, motocicletas con personal de la armada de México y autos chicos, integraban el convoy del nuevo presidente.

Mientras su transporte pasó frente a los pocos testigos: un indigente, cuatro periodistas independientes a los que se nos negó el paso a la plancha y dos curiosos. EPN, vestido de saco negro, corbata roja y camisa blanca saludó desde la ventana abierta de su vehículo blindado. ¿A quién?, «a un público inexistente», dijo uno de los presentes.

Entrada la madrugada, en la Acampada Revolución, los activistas preparaban mantas y carteles para la marcha a San Lázaro. Algunos dormitaban en casas de campaña colocadas en la explanada, otros en un pedazo de cartón o una cobija a la intemperie.

A las 4:30 de la madrugada del sábado todo estaba listo. El contingente avanzó sobre Buenavista, dobló en el Eje 1 Norte rumbo al oriente. Las calles lucían vacías y hacía un frío mayúsculo. La manifestación siguió su marcha con paso apresurado, pronto quedaron atrás el barrio de Tepito y la Lagunilla. Las consignas reavivaban el animo de los concurrentes, «¡México, sin PRI!, ¡México, sin PRI!», coreaban las mujeres y hombres presentes, casi todos menores de 30 años.

«De aquí nadie se mueve»

Amanecía cuando la manifestación llegó a San Lázaro por Eduardo Molina, donde ya se encontraban miles de integrantes de la sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), provenientes de las cinco regiones del estado de Oaxaca. Un orador coordinaba e indicaba el orden de las regiones a través de un equipo de sonido: «¡Pinotepa por allá, Valles Centrales por acá, hagan espacio compañeros!».

A la par, un pequeño grupo de la Policía Federal formaba una fila sobre la avenida, resguardados por las vallas metálicas instaladas en el perímetro del recinto legislativo. Con actitud amenazante, los policías empezaron a golpear los toletes contra sus escudos. El pequeño grupo se nutrió en minutos de más de 500 efectivos que comenzaron a lanzar gritos coordinados, lo cual hizo que los manifestantes comenzaran a tomar precauciones ante la presión psicológica.

A las 6:50 am, un grupo de manifestantes se apostaron sobre cerco de vallas metálicas frente a la entrada principal de la Terminal de Autobuses del Oriente (TAPO). Varios activistas, golpeaban las vallas sin que estas sufrieran algún daño. La presión creció hasta que tres vallas cayeron. Acto seguido se suscitó el primer conato de violencia, manifestantes y policías intercambiaron golpes, unos con escudos, los otros con palos. La intención de los activistas era entrar al perímetro.

Las secciones del perímetro derribadas, eran levantadas rápidamente por los policías mientras se escucharon las primeras detonaciones de gas lacrimógeno lanzadas a los manifestantes. Un proyectil de gas hirió a una joven en la pierna, tuvo que salir de la zona auxiliada por dos personas. Pronto, el lugar se lleno de una nube de gas que se extendió hasta los puestos ambulantes en la entrada de la TAPO.

Los manifestantes se replegaron al lugar donde se reunía el grueso de los contingentes. A doscientos metros del perímetro por el lado norte, sobre la avenida Eduardo Molina. En este momento comenzó otro conato con el grupo de policías que minutos antes había hostigado a los activistas. La primera bomba molotov fue lanzada por los jóvenes. Los escudos de tres policías fueron alcanzados por el fuego. La policía retrocedió y los activistas lanzaron tres cocteles más. El grupo de policías realizó una formación de caparazón con sus escudos arriba de sus cabezas. Luego inició la primera lluvia masiva de proyectiles de gas. Los manifestantes retrocedieron y los policías ingresaron al perímetro de vallas.

Hubo un momento de calma hasta que apareció un camión azul de granaderos por fuera del cerco. Venía por el sur, paso por la entrada principal de la TAPO y al acercarse a la primera fila de manifestantes, estos impidieron su paso con una lluvia de piedras y golpes con tubos y palos; el camión regresó a toda velocidad por donde apareció. Nuevamente una nube de gas, lanzado desde adentro del perímetro inundó el aire. Para este momento se presentaban algunos heridos, la policía disparaba los proyectiles de gas a la cara de los activistas.

Luego otro momento de calma y reorganización. Había unos 200 metros desde las vallas metálicas de la policía y los manifestantes. Un joven que portaba una bandera de México manchada de rojo comenzó a correr en zigzag hacia las vallas. Detrás de él una fila de veinte activistas corría también, se sostenían de una cuerda formando una fila uniforme, como flecha.

Cuando llegaron al perímetro, la policía respondió desde el otro lado con gases y piedras. Otro grupo se acercaba desde atrás regresando los gases, algunos traían puestas mascaras antigás. Los reporteros corrían atrás del último grupo. Una nube de gas se levantó cuando la fila lanzó la cuerda (que tenía un garfio de varilla en extremo) hacía las vallas, el garfio se atoró en una valla. «¡Tiren!» gritaron los jóvenes. La valla cayó al suelo, los policías quedaron descubiertos en un pequeño hueco tras la caída del pesado metal. Un conato de golpes comenzó, piedras, palos y tubos de los manifestantes chocaron contra toletes y escudos de la policía. Finalmente, la cantidad de gas que lanzó la policía obligó un repliegue de los rebeldes.

«Un asesino en la presidencia»

De pronto, la masa de manifestantes se abrió sobre Eduardo Molina porque se acercaba, desde la parte norte, un camión de volteo gris con franjas verdes del gobierno de la ciudad. Un joven venía al volante, al menos ocho sobre la caja y dos sobre los estribos de las puertas. Gritaron consignas mientras recibieron la venia de los miles sobre la calle para seguir adelante y estrellar el automóvil contra la fila de vallas metálicas. El choque fue tremendo. Luego una nube de gas lacrimógeno desapareció de la vista el camión.

Eran apenas las 9 am y el escenario de la refriega remitía a un enfrentamiento que llevaba días por la cantidad de piedras en el suelo y las pequeñas vallas metálicas, que servían de primer bloque de defensa de la policía, regadas por doquier.

Se observaban también algunos neumáticos incendiados, tambos y trozos de madera, metal y plástico. «¡Nadie se mueve!», «¡No queremos a un asesino en la presidencia!», «¡Eh compas, esos gases para fuera!», «¡Mantengan el orden compañeros, si no van adelante, ayuden a los heridos!», eran las consignas e indicaciones que se escuchan por el equipo de sonido, instalado en una pequeña camioneta blanca tipo Pick Up.

De norte a sur, los manifestantes cubrían Eduardo Molina sobre sus dos sentidos, desde la calle Héroes de Nacozari en las inmediaciones del Archivo General de la Nación hasta las cercanías de San Lázaro donde comenzaba la fila de vallas que se extendían sobre Eduardo Molina frente a la entrada de la TAPO y seguía sobre los limites del Palacio Legislativo.

La acción del camión impactado enfureció a la policía detrás del cerco de vallas. Si para este momento era enorme la cantidad de proyectiles de gas lacrimógeno que lanzaban sobre los rebeldes, vino una segunda afrenta, pero esta vez el humo no era blanco sino rojo. La policía disparaba al menos dos tipos de proyectiles de gas, uno en forma de tubo que al caer producía una explosión y acto seguido se liberaba el gas y otro en forma de calabaza que al caer vibraba y se movía mientras expulsaba el gas.

Debido al efecto de los gases, los jóvenes se retiraban hacia atrás con lagrimas, saliva y secreciones nasales que salían de sus caras involuntariamente; pero la retirada era momentánea, cuando se recuperaban, luego de ser atendidos por brigadas de atención medica improvisadas en la retaguardia, regresaban a la primera línea.

La resistencia se dividía en tres bloques, en la primera línea un grupo de alrededor de 200 jóvenes regresaba los gases hacia la policía, aventaba piedras y algunas bombas molotov; tenían el rostro cubierto y usaban escudos hechos de trozos de madera. Luego un grupo más grande que el primero lanzaba al Canal de Desagüe (contiguo a donde se concentraron los rebeldes) los gases que pasaban a la primera línea, además, atendían a los lesionados, suministraban agua o vinagre y lanzaban consignas. El tercer bloque era el de los profesores de la sección 22, su grupo se extendía por miles y se mantenía a la expectativa, lanzaban consignas a coro y escuchaban a los oradores del equipo de sonido.

El tiempo perdió sentido, al menos para los presentes, veinte minutos en aquella batalla parecían horas. Eran las 9:21 am cuando un grupo de rebeldes regresaba de la primera línea cargando a un joven de aproximadamente veinte años, vestía pants azul y playera negra, tenía el pelo corto, barba y un delgado bigote, su complexión era atlética. Llevaba los ojos cubiertos con una venda blanca. La sangre cubría su rostro y no podía hablar, lo tendieron en la calle, mostraba un profundo dolor. En ese momento, ambulancias de la Cruz Roja ingresaban desde el poniente. A gritos se pedía a los manifestantes que abrieran paso. El joven tendido en la calle vomitaba sangre. Era el primer herido de gravedad de la jornada, vendrían más.

Minutos después, estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) informaron en un comunicado que aquel joven se llama José Uriel Sandoval Díaz (horas después se confirmó su verdadero nombre: Juan Uriel Sandoval Díaz), «estudiante de la licenciatura en Medio Ambiente y Cambio Climático del Plantel Del Valle y que fue herido por un proyectil que le explotó en la cara, rompiéndole la nariz y fracturándole los pómulos.» Sandoval Díaz perdió el ojo derecho, de San Lázaro fue trasladado a la Cruz Roja de Polanco, de allí al Hospital General.

Retiro táctico

En los pequeños lapsos donde se interrumpían los disparos de gas, la gente aprovechaba para reunirse en pequeños grupos, informar sobre lo que pasaba en otros estados del país. Otros, comían en los carritos de tamales, elotes, tacos y frituras. Preocupados, algunos hablaban por teléfono, reunían piedras y diseñaban estrategias. «La nota de hoy no esta en lo que pasa adentro sino lo que estamos haciendo aquí» comentaba un rebelde emocionado.

El número de heridos empezó a crecer, todos jóvenes, unos raspados, otros sangrados victimas de alguna explosión o quemados por repeler con sus manos descubiertas los cartuchos de gas. La Cruz Roja se instaló en la entrada de un callejón sobre Eduardo Molina, una ambulancia permanecía cerca. Algunas heridas llamaron la atención de los rebeldes: pequeñas lesiones redondas de no más de cinco centímetros de diámetro se veían en pechos, piernas y manos, ¿la explicación?, la policía comenzó a disparar balas de goma. Para entonces, se hablaba de al menos dos detenidos. «Yo ví como se llevaron a dos», comentaba un activista enfurecido.

Carlos, uno de los jóvenes de la primera línea, mostraba su herida en el pecho a algunos de los pocos fotógrafos y reporteros que había en la batalla. Era una herida redonda, roja, dentro del círculo se formaba un espiral. «Fue una bala de goma, estaba auxiliando con vinagre a un compañero aturdido por el gas cuando la bala me impactó» comentó. Carlos fue atendido por la Cruz Roja, seguía de pie, entre los rebeldes.

«Ya chingo a su madre el PRI», se leía en las paredes donde se anuncian conciertos y publicidad. Había uno del gobierno de la ciudad que tenía la palabra «felicita», abajo, los rebeldes agregaron con una lata de aerosol: «a un pueblo que no es sumiso». Sobre un puente peatonal cercano a Héroes de Nacozari había varias mantas: «No a la imposición» se leía con letras rojas en una. En otra la famosa frase del relato más corto de la historia escrita por Augusto Monterroso y adaptada en la consigna que definiría los 70 años de poder del PRI: «Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí.»

Desde el sonido se comenzó a plantear la necesidad del repliegue debido al creciente número de lesionados. Eran las 10 am, la batalla llevaba más de tres horas. Unos minutos después, la sección 22 se retiraba hacia el Zócalo. «Compañeros hay que considerar un repliegue táctico», «marchemos al corazón de este país» decían por el micrófono. El contingente se puso en marcha sobre Eduardo Molina y dio vuelta en el Eje 1 Norte Albañiles rumbo al Eje Central Lázaro Cárdenas.

Un nutrido grupo de marchantes se quedó en la retaguardia de la primera línea, que seguía regresando gases, aventando piedras y algunos cohetones. La rabia creció cuando se informó que un rebelde de los trasladados a los hospitales había muerto. Por el micrófono se daban nombres. La confusión reinaba, la rabia también.

Al interior de San Lázaro, a las 11:18, Enrique Peña Nieto recibía la banda presidencial de manos del presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Jesús Murillo Karam, quien a su vez la recibió de manos de Felipe Calderón.

La información de un estudiante muerto, que horas después fue desmentida, exacerbó los ánimos de los manifestantes que comenzaban su marcha al centro de la ciudad. La rabia era total. Para los rebeldes, la batalla de San Lázaro había terminado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.