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La concepción mercantil de la política

Fuentes: Rebelión

Nos damos a la tarea de efectuar la crítica de una concepción vulgar de la política bastante extendida en la clase política y gobernantes, lastimosamente también extendida en amplios sectores sociales. Llamamos a esta concepción la concepción mercantil de la política. Esta concepción va a ser contrastada con la concepción emancipadora y liberadora de la […]

Nos damos a la tarea de efectuar la crítica de una concepción vulgar de la política bastante extendida en la clase política y gobernantes, lastimosamente también extendida en amplios sectores sociales. Llamamos a esta concepción la concepción mercantil de la política. Esta concepción va a ser contrastada con la concepción emancipadora y liberadora de la política, como imaginario, pasión y voluntad social. Esta concepción utópica de la política va a ser también contrastada con la difundida interpretación leninista de la política como economía concentrada; de manera diferente vamos a entender la política como voluntad social concentrada, como subjetividad social concentrada, como movilización general irradiante, trastrocadora del orden de cosas, transformadora del mundo y creadora de una «realidad» alternativa.
 

Elucidación por el lado anecdótico

El senador por La Paz Eugenio Rojas ha expresado elocuentemente su concepción mercantil de la política, ha dicho que mi persona se vende al mejor postor[1]. Antes había dicho que no importa conculcar derechos, lo que importa es seguir la decisión de la «bancada», como si ésta se hubiera reunido para tomar una decisión, cuando se trataba de una orden administrativa de la presidenta del senado. En otra declaración anterior lanzó su apreciación sobre la tortura, diciendo que esta es apropiada para defender el proceso. Su posición en el conflicto del TIPNIS siguió al pie de la letra el ataque del gobierno a los territorios indígenas, a los derechos de las naciones y pueblos indígenas originarios, a la Constitución y a los objetivos postulados por los movimientos sociales anti-sistémicos. Toda esta historia muestra un perfil patético de sumisión y subordinación al grupo palaciego que gobierna el país. ¿Dónde ha quedado el perfil de dirigente campesino combativo, comprometido con las luchas sociales y la descolonización? Cuando le pregunté por qué dejó de ser revolucionario, me dijo que estos son otros tiempos. ¿Qué tiempos son estos?

Parece, que a su entender, estos son los tiempos donde la política está condicionada por el mercado, se reduce a las relaciones mercantiles. Si alguien hace crítica o apoya a asambleístas descontentos con la forma de conducción del grupo palaciego,  entonces es porque se vende al mejor postor. No hay otra explicación. Hay que tener en cuenta que esta concepción mercantil de la política se halla bastante difundida en la clase política, tanto oficialista como de oposición. No se trata de una tesis singular de un ex-dirigente campesino del Altiplano. Para la gente que concibe de esta manera la política todo se reduce a la compra de personas; se escucha el enunciado de sentido común que reza que toda persona tiene su precio, unas se venden por poco, las más, otras se venden por un precio mayor, los menos; pero, todos se venden al final. Por eso, cuando esta gente ejerce de gobierno considera que para gobernar es menester comprar a la personas, a los y las dirigentes, a los y las que contradicen, a los  y las que se oponen, a los y las que vacilan. Esta compra de personas, de consciencias y voluntades, antes estaba oficializada en los llamados «recursos reversados»; ahora, que se anularon oficialmente estos gastos reservados, se recurre a otros fondos para efectuar la compra de consciencias y voluntades. Prácticamente la mayor parte de la dirigencia sindical está comprometida en estas relaciones clientelares y prebéndales. Lo mismo ocurre con las jerarquías del partido, los que ofician de voceros, las personas de confianza, los presidentes de comisiones y mandos estratégicos de los órganos de Estado y organismos que manejan recursos, como los fondos oficiales. Quizás uno de los casos más complicados en estos asuntos es lo que pasa en el Fondo Indígena.

En otras palabras, no solamente se piensa que la política es un mercadeo, sino que también se la práctica. Después de esta experiencia comercial de la política, no sorprende que alguien diga que tal o cual se vende al mejor postor. Entonces, el problema no radica en la persona que emite semejante juicio sino en las prácticas extendidas del clientelismo, prebendalismo, circuitos de influencia, coerción, chantaje, extorción y corrupción. Prácticas que no sólo son efectuadas sino aceptadas como «naturales», como si fuesen parte de la naturaleza de la política. Esta concepción mercantil de la política tiene dos partes; una corresponde a la compra de consciencias, la otra a la venta de consciencias. ¿Por cuánto se vende una voluntad? Como en todo mercado y comercio, hay compra y venta. Pero, también, como en todo mercado, nace la tendencia al monopolio. Se forman grupos de control territorial. Hay quienes monopolizan la mayor parte del botín.  Es decir, la concepción mercantil de la política tiene sus correspondientes espacios diferenciales, sus territorializaciones y jerarquías, así como expresa su grado de mayor intensidad en la figura compartida del Estado como botín. Que al parecer es un imaginario que circula tanto en derechas como izquierdas. De lo que se trata es de enriquecerse cuando llega el momento.

Unos, en los periodos de gobierno del Movimiento Nacionalismo Revolucionario (MNR), de 1952 a 1964, justificaban esta acción por que había que formar una burguesía nacional, inexistente, pues lo que se tenía en el país era una feudal-burguesía intermediaria, que respondía a la dependencia. Otros, ahora, durante la segunda gestión del gobierno popular, justifican el mismo procedimiento porque hay que formar una burguesía nativa, cobriza, propia de la tierra, inexistente también, pues lo que se tiene en el país es una burguesía entreguista, intermediaria y colonial. Ambas justificaciones se equivocan; una burguesía no se forma con la mera tenencia de dinero; con este recurso sólo se forman hombres ricos. La burguesía es una clase que se constituye, consolida y reproduce porque acumula capital. Capital que no solamente es valorización del dinero, por medio de la inversión en la producción, como considera una interpretación economicista, sino control de los medios de producción, de las condiciones materiales y subjetivas de la producción, control de las materias primas para la producción, control de los mercados, además del control del Estado. Por lo tanto, también control de las condiciones de reproducción del Estado, es decir, control de la burocracia, control del campo escolar y de las instituciones que forman a los individuos, control de las instituciones que norman, regulan y administran las normas, control de las instituciones que legislan, control de los medios de comunicación. La burguesía es una clase que se constituye como tal como sujeto y subjetividad de la realización de la economía política generalizada. La burguesía es, en cierto sentido, la «ideología», la consciencia fetichista de las cosas, de los signos, del poder, consciencia que se expresa en la apología de la modernidad y el desarrollo. La burguesía está inserta en variados procesos de diferenciación, diferenciación del valor de uso respecto del valor de cambio, diferenciación de símbolo respecto del signo, diferenciación de potencia social respecto del poder, diferenciación de culturas no modernas respecto de la cultura moderna. Si el capitalismo funciona mundialmente, conforma un sistema-mundo; es difícil sostener la tesis que distingue una burguesía autentica de una burguesía que no lo es, que es supuestamente inauténtica; decir, por ejemplo, que hay una burguesía que se realiza como tal, que cumple con todas las condiciones de un perfil teórico, distinta de una burguesía parcial, de una burguesía mediadora, en la transferencia de riquezas a los centros del sistema-mundo capitalista. Así como el sistema-mundo capitalista es global, la burguesía se ha extendido en todo el mundo, sostenida por los diagramas de poder que acompañan a su reproducción social. La burguesía es un fenómeno del capitalismo y la modernidad mundializados. Es uno de los sujetos sociales que repliegan las relaciones capitalistas en el espesor de los cuerpos como subjetividad, que aparecen en las conductas y comportamientos,  en las modulaciones corporales, en las pautas de consumo y en los estilos de vida. El otro sujeto social es el proletariado, sujeto productor, inserto en el proceso productivo, donde se da lugar el fenómeno de la valorización, a través de la absorción de tiempo de trabajo no pagado. El capital entonces es una relación; responde a la relación social que establece la burguesía con el proletariado, aunque no sólo, pues esta relación de capital se abre al conjunto de relaciones sociales de la burguesía con el conjunto de las clases sociales. Al decir que el capital es una relación no sólo decimos que el capital no se reduce a su forma dineraria; esta apenas es una forma aparente; es el equivalente general, una representación. El capital es una relación de producción, por lo tanto es un ámbito de relaciones entre condiciones, medios, factores, objetos y materias de producción. Un ámbito que comprende las relaciones que incorporan la tecnología y las ciencias, los métodos administrativos y de organización. También se trata de un ámbito de relaciones que incorpora a las formas institucionales del Estado, así como también al llamado campo escolar. En este sentido, el capital no sólo comprende la producción de capital, vale decir la producción material de la valorización, la producción de bienes, que son convertidos en mercancías, sino también comprende la reproducción de las condiciones de producción del capital, de sus relaciones y estructuras, instituciones y sujetos sociales.

Es importante atender esta fenomenología del capital y no caer en la ingenuidad del reparto de dinero para formar una burguesía. Este procedimiento de captura de dinero, de reparto de dinero, genera poseedores de dinero, ricos, no burgueses. Estos nuevos ricos pueden imitar estilos de vida, formas de consumo, sobre todo adquisición de lujos, empero no responden a la reproducción social de la burguesía. Esta aparición de nuevos ricos puede ser como el inicio, la incorporación, el aditamento, de nuevos fragmentos sociales a la formación social de la burguesía. Sin embargo, mientras no se incorporen plenamente a los procesos de reproducción burguesa forman parte de entornos y periferias de consumo que se aproximan al núcleo de reproducción de la burguesía. Se trata de formas parasitarias sociales que capturan dinero, como ocurre con las mafias y los grupos financieros. Aunque en este último caso se trata de un desplazamiento de la burguesía industrial y comercial hacia las formas económicas virtuales y especulativas del capital. También parte de la burguesía puede «evolucionar» a estas formas de apropiación del excedente. No hay pues un perfil único de burguesía, sino más bien un perfil variado, diseminado; lo que hay es un devenir burgués.  Empero, para nuestros propósitos, se trata de distinguir una diferenciación social, en el espacio-tiempo de la formación de la burguesía; se trata de separar esta ilusión simplona de formación de la burguesía con el procedimiento de captura y reparto dinerario respecto de los procesos efectivos de formación de esta clase social que asume el control de la producción de capital.

Volviendo al tema, la concepción mercantil de la política, podemos decir que esta concepción forma parte de un «saber» de captura dineraria, de distribución y de reparto dinerario, con el objeto de lograr, controlar y conservar el poder. Al principio dijimos que esta concepción redujo la política al mercadeo; pero, también podemos decir que es el mercadeo el que ha capturado y destruido la política. Esta concepción es un indicador de la muerte de la política; política entendida en tanto campo de luchas, efectuación democrática de la potencia popular, suspensión, como democracia, de los mecanismos de dominación. Esta concepción mercantil de la política ha detenido las dinámicas moleculares políticas, fijándolas, para suplantarlas por la inmovilidad conservadora del poder. Es el momento cuando la clase política se ha convertido en una mafia. Ha optado por el manejo prebendal, clientelar, corrupto, del poder.

La ilusión de esta clase política convertida en mafia política es que cree de esta forma conserva el poder a largo plazo. Nada más equivocado. Lo que hacen estos procedimientos mercantiles de la política es carcomer las bases de reproducción del poder. Esta forma de poder se encamina a su propia implosión y desmoronamiento. El problema es que cuando la clase política se inclina por estos procedimientos prebéndales, clientelares y corrompidos, no hace otra cosa que insistir en ellos compulsivamente. No puede salir del círculo vicioso. Inventa discursos justificativos, opta por escenificaciones teatrales, por insistente propagandización de sus actos, desprende desbordantemente el culto a la persona, la apología y la adulación ansiosa del jefe. Estos aditamentos le sirven a la clase política como recursos de reproducción, una vez que las bases de reproducción del poder fueron carcomidas. Empero, estos sustitutos recursos no logran los alcances de la reproducción del poder, sino tan solo logran conservarlo por un lapso, logran adormecer al pueblo, que no reacciona mientras se encuentra en este estado somnoliento.

La concepción mercantil de la política responde entonces a un diagrama de poder, un diagrama de poder que podemos llamar el de la economía política del chantaje. Se trata de fuerzas usadas para la coerción, fuerzas que se desplazan en los circuitos de influencia, en las redes de clientelaje y en las relaciones prebéndales, fuerzas de corrosión de las estructura y normas institucionales, instaurando dodo un «sistema», si se puede hablar así, colateral. La política, como ejercicio formal, que ya, en sí mismo, es una reducción de la política como desborde de la potencia social, es capturada por dispositivos y agenciamientos informales, paralelos y colaterales, cuyo objetivo es incidir coercitivamente en los asuntos institucionales, en las políticas públicas y en las decisiones gubernamentales, así como también tienen como objeto desviar fondos para el enriquecimiento ilícito. Esta concepción mercantil de la política y su realización práctica se encuentra bastante extendida en las prácticas gubernamentales, en el ejercicio de los órganos de Estado, en el funcionamiento de las dirigencias sindicales, en el manejo de las contrataciones de bienes y servicios, en la aprobación de proyectos de toda índole, desde la escala general del mismo Estado, hasta las escalas locales, pasando por las escalas municipales. Se da como un dominio en varias aéreas del campo politico, del campo burocrático y del campo institucional. La «política» entonces funciona como un mercado, donde se compra y se venden consciencias y voluntades, se logran decisiones, resoluciones, determinaciones, disposiciones gubernamentales, políticas, jurídicas y legislativas, de acuerdo a los intereses en juego.

No es pues sorprendente que esto abarque a la Asamblea Legislativa, donde las directivas se logran por acuerdos, por componendas, por órdenes,  que se compensan con influencias, puestos, comisiones, viajes, viáticos y otros privilegios. No es tampoco sorprendente que se reclame lealtad con estas complicidades, que se exija a los partidarios no fiscalizar, pues esto es tarea de la oposición, no del oficialismo. Menos es sorprendente que se piense que de lo que se trata es venderse al mejor postor. Todo esto, es como una descripción de los síntomas de la conversión y reducción de la «política» a las lógicas y las prácticas mercantilistas. Síntomas de la muerte de la política y de la expansión de la economía política del chantaje. Síntomas también de los alcances de la decadencia moral, de la muerte de la ética. Lo que es grave, pues un proceso de cambio no puede sostenerse sobre la decadencia moral, la muerte de la ética, la muerte de la política.

 

En recuperación de la política

Sin embargo, la política no es lo que pretende la concepción mercantil de la política. La política es completamente diferente. No se mueve, de ninguna manera, por las «leyes» del mercado; la política no es un comercio. La política es la alteridad del interés económico; la política es como su opuesto. La política es el desacuerdo mismo con el dominio de la oligarquía, el dominio de los ricos[2]. Aunque la palabra política está íntimamente vinculada con la ciudad (polis), la política en sentido moderno, en tanto efectuación radical de la democracia, está íntimamente vinculada con el pueblo. Toda una desmesura, la desmesura popular. En el sentido de representación, el pueblo expresa una totalidad, la convocatoria de todos; en tanto efectividad práctica, el pueblo convoca a los que no tienen título de nobleza, los que no son la aristocracia, y no tienen riqueza, los que no son la oligarquía. El pueblo es la convocatoria de los pobres, de toda clase de pobres. La política entonces es un desborde, de los que no tienen títulos ni riquezas, sobre el orden de las minorías privilegiadas y dominantes. Las lógicas de la política, si se puede hablar así, de lógica, no son pues mercantiles, no son de intercambio, sino de irradiación, de despliegue de fuerzas, de disponibilidad de fuerzas, de movilización. La política tiene que ver con la emergencia de la potencia social y su irradiación trastrocadora, su desplazamiento transformador, su poder constituyente, en el sentido que constituye lo nuevo. La política es ciertamente acción; se trata de una dinámica activa, de un desborde de energías, que no son conmensurables; por lo tanto, no pueden cuantificarse. En todo caso, se trata de cualidad, de diferencia cualitativa. La «lógica» de la política no es de la compra-venta, sino se trata de una «lógica» de la crisis, la «lógica» que busca resolver el desajuste, el desencajamiento,  la desigualdad.

Mal se puede pensar la política como equilibrio o desde el paradigma del equilibrio. La política manifiesta una profunda tensión, una profunda contradicción. Por eso, es posible pensar la política como una inmensa composición de pulsiones, de pasiones, de voluntades, de dinámicas moleculares, composición que genera el desplazamiento de las relaciones y las estructuras sociales. La política es transformación permanente, desde ámbitos puntuales y micros, hasta ámbitos mayores y macros. Este impulso político está asociado a la crítica y a la participación. El orden establecido se encuentra interpelado, en tanto se convoca a la participación de todos. En este sentido la política es un ejercicio multitudinario de fuerzas, de acciones y voluntades, no el ejercicio secreto de grupúsculos jerárquicos.

Hablando del nacimiento de la política[3], en sentido moderno, se ha difundido una interpretación vulgar de la obra de Maquiavelo. Se dice que este historiador y analista de las relaciones de poder de su tiempo, al describir los procedimientos de dominio, las estrategias de poder, de los grupos dominantes, así como de su recurso a la maniobra, aconseja descarnadamente el uso de la astucia, la simulación y la manipulación; logrando con estas conductas y procedimientos secantes la distinción peculiar de la política, que sólo se puede lograrlo separando política de ética. También se dice que al analizar los acontecimientos políticos desde la perspectiva de la fuerza y la fortuna, de la violencia y el consenso, propone un juego hábil de combinaciones de métodos políticos en aras de los objetivos estratégicos. De este tipo de interpretaciones surge esa idea equivocada de que la tesis principal de Maquiavelo es la que dice que el fin justifica los medios. Esta es una interpretación insostenible e inadecuada de la obra de Maquiavelo, una interpretación reaccionaria y conservadora, promocionada por las clases dominantes. Al contrario, Maquiavelo describe el juego de las fuerzas para analizar las lógicas de poder; empero su preocupación es la convocatoria del príncipe al pueblo, con el objeto de la constitución nacional y de la república. Se puede encontrar ya en Maquiavelo, en este insigne precursor del análisis político, una crítica del poder y una convocatoria popular, como política, para constituir la republica, sobre la base del pueblo armado.

Que la ciencia política haya tomado otro camino, que se haya dedicado mas bien al estudio del Estado, además de su clara pretensión de legitimar el orden, la estructura de poder, es una evidente manifestación de las estrategias de domesticación burguesa de la política, de la reducción de la política a la policía[4], al cuidado del orden, al cuidado de la ciudad, al cuidado del Estado. Empero, esto tampoco es la política; es una contra-política; es la búsqueda imposible del equilibrio que mantenga las desigualdades, sobre la base de la transferencia de las desigualdades reales a la simulación de la igualdad en el campo de las representaciones. Por esto, podemos decir que la democracia formal es la muerte de la democracia efectiva, también que la formalización e institucionalización de la política es la muerte de la política, esta vez efectuada por los caminos de la formalización, de la inercia institucional. No, como hablamos, la muerte de la política por los procedimientos de su mercantilización.

Ni por los procedimientos mercantiles, ni por los procedimientos formales, se puede dar fin a las dinámicas de la política; la política emerge desde adentro de la sociedad, desde las dinámicas moleculares de las clases sociales y de los pueblos, desde las dinámicas moleculares de los cuerpos, donde se constituyen sujetos y subjetividades. Lo que hace la concepción mercantil de la política es no solamente reducir la política al comercio, sino de abrir un espacio no-político; un espacio de estrategias de poder colaterales y paralelas abocadas a la expropiación perversa de parte del excedente. Lo que hace la política formal, la institucionalización de la política, la policía, es exilar la política a las sombras, mientras monta en el escenario la representación de la política.        

 

Política, coyuntura y proceso

Como dijimos en otro ensayo[5], la política y lo politico son conceptos polémicos. Esto quiere decir que se toma posición al respecto, en la construcción de su definición. Somos conscientes que nos movemos en la concepción crítica trabajada por Jacques Rancière y Antonio Negri[6], que comprenden la política como desmesura, el uno, acercando los conceptos de política, democracia, crisis, revolución y poder constituyente, el otro. Estas concepciones recogen la historia de las luchas sociales, la experiencia radical de estas luchas, las consecuencias conceptuales de su emergencia y desplazamientos. La política entonces está íntimamente ligada a los proyectos de emancipación y liberación, también a las utopías y al principio esperanza[7]. Ahora bien, esta concepción crítica y radical de la política no deja de plantear problemas. ¿La política, entendida como manifestación de la potencia social, es continua o discontinua, permanente o intermitente? Recogiendo las experiencias política populares, de las multitudes, del proletariado, de los pueblos, podemos ver en la descripción de sus recorridos, que no es fácil resolver el problema del alcance de su temporalidades; a veces aparecen como lapsos más bien cortos, discretos y discontinuos, hasta intermitentes; otras veces parecen mostrarse como desplazamientos parecidos a las formas de la revolución permanente. La revolución permanente es la interpretación teórica de Marx de los procesos revolucionarios, interpretación configurada después de la revisión de las luchas de clases en la Europa de su tiempo. Planteamiento teórico retomado por Vladimir Lenin en la tesis de la revolución ininterrumpida, por León Trosky en la tesis de la teoría de la transición, en Mao Zetung en la tesis de la guerra prolongada. Hay etapas de gran intensidad y movilización; en contraste, hay etapas de menor intensidad y hasta de desmovilización, incluso se puede hablar de cambios de estrategias. Las primeras pueden alargarse, dependiendo de las condicionantes y la combinación de factores, como por ejemplo de la prolongación de la crisis, de la presencia de exigencias, desafíos y peligros, como ocurre en el caso de la revolución rusa y en gran parte de la historia de la URSS.

La primera guerra mundial (1914-1919) desencadena una crisis de envergadura, desbastadora para las estructuras e instituciones del imperio zarista, la crisis desencadena la revolución, que se desenvuelve como un proceso ascendente y de profundización, convirtiendo la revolución social, que adquiere una connotación radical democrática, en una revolución socialista, con una clara perspectiva comunista. La movilización general, exigida por el proceso revolucionario, no culmina con la toma del poder por parte de los bolcheviques, con la clausura de la Asamblea Constituyente, en octubre de 1917, sino que continúa, pues se tiene que afrontar la guerra contra los llamados rusos blancos (1918-1924), que cuentan con el apoyo de las potencias imperialistas europeas, la japonesa, la estadounidense y el involucramiento de Turquía. Esta prolongación de la temporalidad de las movilizaciones tampoco culmina con la victoria del ejército rojo en defensa de la patria socialista, sino que después se exige una movilización general, a gran escala, del proletariado para lograr la revolución industrial, buscando dar saltos gigantescos en lapsos de tiempo cortos. Esta tarea colosal exige sacrificios y mantener la intensidad de la movilización general. Se sale de la guerra, pero se entra a una economía de guerra, a una economía destinada a la guerra, que se prepara para la guerra y prepara al país entero a la guerra. La inversión industrial, que forma la mayor parte del ahorro, por tanto del excedente, está destinada a este objetivo estratégico. Cuarto siglo después de la revolución de octubre la URSS tuvo que enfrentar la invasión nazi y afrontar una guerra monstruosa en todo el frente oriental. La victoria del ejército rojo en Stalingrado sobre el ejército alemán, sólo se puede explicar por el esfuerzo titánico del ejército rojo, de la población amenazada, de la ciudad sitiada. Hablamos de un ejército rojo pertrechado con el armamento de esta industria socialista. La victoria en Stalingrado fue el comienzo de la derrota del ejército alemán; la mayor parte de las divisiones alemanas se encontraban en el frente ruso. Estas fueron detenidas y retenidas, por lo tanto obligadas a estancarse, en el gigantesco frente oriental, quedando inmovilizadas en la inmensa geografía de este frente, sosteniendo una guerra descomunal entre dos gigantescos ejércitos y sus respectivas maquinarias de guerra, soportando la avalancha del ejército rojo, ejercito más grande del mundo, para ese entonces.

Se puede ver que la URSS estuvo obligada a una movilización permanente, no sólo para afrontar las guerras sino también la revolución industrial; aparte de las guerras, casi todas las energías se abocaron a la revolución industrial, principalmente a la construcción de la industria pesada, sosteniendo el diseño de la economía de guerra. En 1918 se ingresó al llamado «comunismo de guerra». A pesar que, al principio, se pensó que iba a durar un lapso, no se pudo salir del «comunismo de guerra» hasta muy entrado el siglo XX. Esta exigencia constante, este batirse ante el peligro persistentemente, obligó a la tensión continua de las fuerzas. Este comunismo concurre entonces como praxis; entendiendo el comunismo como lo define Marx, como la marcha propia de la «realidad» efectiva, como la realización de las posibilidades inherentes a esta «realidad»; realización lograda a partir de del desencadenamiento de la potencia inmanente, desencadenamiento efectuada por parte de las fuerzas sociales. Este comunismo como praxis concurre entonces en la URSS, también después en la República popular China, durante la década de los sesenta; lo mismo acontece en Cuba y en Vietnam; se trata de un comunismo de guerra. Estamos ante fases prolongadas de movilización general; el socialismo se construye contra la adversidad misma; si se puede hablar así, para figurar la inmensa voluntad social puesta en juego, se construye el socialismo contra la misma historia[8].

Al respecto, de lo descrito en esta breve reseña de la revolución rusa, seguida por otras revoluciones socialistas, lo que interesa es sacar lecciones, aprender de  estas experiencias, sobre todo por lo que tiene que ver con la experiencia política, por lo tanto con la concepción de la política y de lo político. En la gran escala, la escala misma de los acontecimientos y de los procesos, que comprenden los acontecimientos mismos, así como a los procesos que contienen acontecimientos simultáneos y sucesivos, la experiencia política no se presenta como un campo fraccionado donde se efectúan las conspiraciones de todo tipo, las micro y la macro, como concibe cierta interpretación de la obra de Maquiavelo, sino como desborde de las fuerzas de la potencia social. Ciertamente, que a escala menor, estos cálculos, estas componendas, estas estrategias de poder, de grupos o de tendencias, aparecen, e inciden en el perfil del decurso. La lucha interna en el partido comunista en el poder habla de ello. Empero, la política no se reduce a esta pugna; se trata mas bien de juegos de poder en el espacio-tiempo donde se desenvuelve la política. No podemos explicarnos lo que sucedió en el comité central y en el partido comunista después de la muerte de Lenin, la sucesión de hechos, la conformación de una red y un bloque burocrático, que llevó a la cúspide a Joseph Stalin,  consolidando su autoridad, que sustituye, en la práctica a la autoridad del comité central, sin el marco y el contexto del proceso intenso del despliegue político de la revolución.

La política aparece como acontecimiento histórico y social, comprendiendo sus dinámicas moleculares y sus composiciones molares, en tanto que las formas concretas, las formas de realización del proceso, las formas institucionales, responden  también a otras condicionantes, a otros juegos de fuerzas. Tenemos que explicarnos la formación de la burocracia, las pugnas internas, la presencia de tendencias, el decurso que toma esta lucha interna, en el contexto general mundial, en la geopolítica de aquél entonces. Debemos hacerlo recogiendo sucesos, que incluso incluyen la represión de los marineros de Kronstadt, la desaparición violenta de los miembros del comité central, la represión a los kulaks, los juicios montados contra parte de la militancia del partido, que tuvo papeles de dirección, la formación de la policía secreta, las deportaciones a la Siberia, el exilio de Gulag, la disciplina rigurosa exigida, llevada al extremo, con castigos, deportaciones y fusilamientos. Todo esto ocurre debido no sólo por los intereses de grupos, de corrientes y tendencias en juego, tampoco por el carisma y la personalidad fuerte, autoritaria, de Stalin, sino, sobre todo, por la combinación trágica entre la energía social desatada por la revolución y las condiciones de posibilidad histórica, los recursos institucionales, económicos, humanos heredados, en un contexto donde la revolución proletaria en otros países, sobre todo en Europa, es derrotada. El enunciado del socialismo en un solo país es un constructo «ideológico» más bien de defensa que de ofensiva. La revolución tuvo que pasar a la defensa, se encerró en la geografía del país, aunque fuera la geografía política más extendida del mundo.

No nos interesa aquí discutir la validez o falsedad de esta tesis, la del socialismo en un solo país; nuestra posición al respecto se encuentra en otros escritos[9]. En todo caso ha sido ampliamente debatida por las corrientes marxistas. Lo que importa es visualizar las condicionantes y los factores que incidieron en la prolongación de la fase de movilización general, aunque estas tengan que ver con la defensa, la economía de guerra, el comunismo de guerra y el funcionamiento de la maquinaria de guerra; la sociedad y la geografía convertidas en dispositivos de guerra. Después de finalizada la segunda guerra mundial (1939-1945), con la consecuencia, no sólo de la derrota nazi, fascista y japonesa, sino sobre todo con la conformación del orden mundial impuesto por las potencias vencedoras, la paz lograda se convirtió en la guerra fría entre las dos superpotencias enfrentadas; la superpotencia capitalista de los Estados Unidos de América y la superpotencia «socialista» de la URSS. Se constituyeron dos grandes alianzas de los bloques enfrentados; por un lado la OTAN y por otro lado el Pacto de Varsovia. El enfrentamiento entre los bloques no podía ser sino nuclear; una tercera guerra mundial conduciría al desastre nuclear y a la destrucción del mundo. De esta guerra no podía salir un ganador, sino sólo la posibilidad de dos perdedores; de esta guerra sólo la muerte saldría vencedora, como el propio Stalin predijo. Esta posibilidad transfirió las guerras convencionales a las periferias del sistema-mundo capitalista. Las superpotencias se enfrentaron indirectamente en estas guerras convencionales.

Ahora bien, antes del estallido de la guerra fría, propiamente dicha, el ejército rojo chino entra a Begin en 1949, a nombre de la dictadura del proletariado. Se trataba de un ejército de campesinos curtidos, organizados y disciplinados en la larga marcha que dirigió el partido comunista, respondiendo a un cambio de estrategia, después de las derrotas consecutivas sufridas por la estrategia insurreccional del proletariado de las ciudades. El ejército rojo también se había forjado en la experiencia de la guerra antiimperialista, particularmente en la guerra contra el Japón, que había invadido y ocupado China. La revolución china se vino gestando largamente, desde la década de los veinte, atravesando las dos décadas siguientes, sin contar con el referente de la llamada guerra de los bóxer, que eran los guerreros del cielo celeste, Tai Ping. Nos encontramos entonces ante procesos revolucionarios y guerras prolongadas; la exigencia de la movilización general en China se hizo sentir a lo largo del proceso revolucionario de este milenario país continental, comprendiendo sus distintas fases, contextos y coyunturas. Movilización que incluso se prolonga hasta la revolución cultural y sus consecuencias criticas en el partido, debido a la forma de culminación de la revolución cultural. También, en este caso, la necesidad imperiosa de la revolución industrial y su consecutiva materialización, hace sentir su titánica exigencia de sacrificio y movilización general en el proceso de transición al socialismo en China, aunque adquiere características y matices diferentes a los dados en la URSS.        

Después sobrevino la guerra de Corea, con cierta intermitencia, le siguió la guerra de liberación en Argelia, a continuación la guerra de guerrillas en Cuba, después la guerra del Vietnam. La tensión de los bloques enfrentados, el capitalista y el socialista, derivó también en golpes militares, así como, en contraste, en guerras de liberación nacional, en guerrillas que proliferaron, en la inmensa geografía de las periferias del sistema-mundo capitalista. La revolución y la guerra de Corea, la guerra de liberación en Argelia, la revolución cubana, la revolución y la guerra del Vietnam, se dieron en el contexto de la guerra fría. Obviamente no se puede explicar el estallido de estas revoluciones, de estas guerras, de los golpes militares, de las guerras de liberación, de las guerrillas, por las contradicciones y el enfrentamiento entre los bloques. Estos acontecimientos mencionados son resultado de profundas contradicciones en las formaciones económico-sociales respectivas; se trata de crisis y desencadenamientos intensos de las luchas de clases singulares, correspondientes a los países donde se dan. Sin embargo, debido al contexto de la guerra fría, la combinación de contradicciones externas, de carácter mundial, con contradicciones internas, de carácter nacional, en el marco de geopolíticas enfrentadas, da lugar a desarrollos y composiciones sui generis de procesos políticos locales, nacionales y regionales, que responden tanto a al condicionamiento mundial como al condicionamiento local.

Tomando en cuenta este panorama, queremos hacer hincapié en la prolongación de la movilización general en la URSS, en la Republica Popular de China, en Corea del Norte, en Argelia, en Cuba, en Vietnam. Movilización que no tiene las mismas características en todo momento; es más, es diferente en distintas fases y contextos. Pasamos de una movilización espontánea a una movilización organizada, de una movilización que adquiere el perfil del gasto heroico a una movilización convocada por el Estado socialista, en defensa de la revolución. Pasamos de una movilización encaminada a destruir las estructuras e instituciones dominantes a una movilización cuyo objeto es construir estructuras e instituciones, realizar la revolución industrial o, en su caso, en plena crisis de la propia revolución, convocar de nuevo a la movilización, desde abajo, para reactivar la energía revolucionaria en contra de la burocracia y la inercia funcionaria del partido, como es el caso de la revolución cultural china.

La hipótesis interpretativa de estas gestas revolucionarias socialistas es la siguiente:

La prolongación de la movilización permanente de la sociedad, bajo distintas modalidades y formas, responde a la convocatoria constante de la potencia social, a la fuerza de la voluntad social, que se enfrenta a las restricciones impuestas por la «realidad», entendida como realidad» dada, no como «realidad» efectiva, que comprende a las posibilidades inherentes a la «realidad». Si bien, las contradicciones objetivas entre fuerzas productivas y relaciones de producción, y las contradicciones sociales, políticas e ideológicas de la lucha de clases, forman parte las condiciones de posibilidad histórica, lo que se manifiesta de manera exuberante es la contradicción entre voluntad utópica y mundo. Lo que destaca es la fuerza titánica de la voluntad social que sostiene la construcción de la utopía socialista.

Martin Malia dice que la revolución socialista soviética es la gran aventura utópica de los tiempos modernos[10]. La hipótesis de trabajo de Martin Malia en La tragédie soviétique es: que para comprender el fenómeno soviético es indispensable destacar la primacía de lo ideológico y lo político sobre lo social y lo económico. Nos interesa esta hipótesis, la contrastación y seguimiento de la hipótersis del autor en el libro mencionado, por sus repercusiones en el concepto de la política y de lo político que manejamos. Decimos que la política no se mueve por la lógica económica, como se ha asumido por un cierto sentido común contemporáneo, mucho menos se puede estrechar la concepción política a la concepción mercantil de la política.

Se ha difundido y manejado la tesis leninista de que la política es economía concentrada. Este enunciado corresponde al determinismo económico, pensamiento dominante en los tiempos de Lenin; ahora, en el horizonte de la episteme de la complejidad, es difícil sostener el pensamiento determinista económico, la lógica de su causalidad fatal. Pero, en todo caso, decodificando el enunciado, ¿qué sería economía concentrada? ¿Cómo se puede entender este enunciado? La economía capitalista acumula, produce concentración en esta perspectiva, como tendencia irremediable al monopolio. Empero, ¿Cómo puede darse una cualidad política que sea el resultado de la concentración económica? ¿De la acumulación cuantitativa se pasa a la acumulación cualitativa? Se puede entender el enunciado, moviéndose en las esferas de la economía, como referido a la transformación de las condiciones mismas iniciales de la producción. Sin embargo, es muy difícil comprender el enunciado, fuera de las esferas de la economía, que esto de concentración de la economía en la política se dé como reterritorialización de la economía en la política. ¿Cómo puede la economía, en tanto producción, distribución y consumo, convertirse en política, en tanto acción y disponibilidad de fuerzas? Pierre Bourdieu concibe en su teoría sociológica la conmutabilidad del capital económico, capital político, capital social, capital simbólico; empero, Bourdieu comprende capital, en un sentido sociológico, como disponibilidad, como valoración social y distribución de disposiciones en los campos, económico, social, político, simbólico. En todo caso, en Bourdieu no hay algo parecido a la idea de concentración económica para definir la política. Desde otra perspectiva teórica, en el sistema hegeliano, se puede descifrar el enunciado de la política como concentración de la economía, en tanto se entienda la política como consciencia histórica de la economía. Empero, esta tampoco parece ser la intención en la definición leninista de la política. Como puede verse, esta discusión con el determinismo económico se hace sugerente; sin embargo, hay que anotarlo, no es el mismo caso, no entra en la misma consideración la vulgar concepción mercantil de la política.

Para nosotros la política no responde a la lógica económica. Está claro también que no compartimos la metáfora, convertida en tesis por ciertas corrientes  marxistas, de la arquitectura determinante de la relación entre estructura económica y superestructura política. La política, como espacio-tiempo, como espesor histórico y social, se constituye como campo dinamizado de fuerzas y acciones, de disposiciones, dispositivos y agenciamientos, campo configurado, producido y reproducido, creado y recreado, por la dinámica subjetiva de la voluntad, por el juego y composición de voluntades. Definitivamente la política responde a una experiencia distinta a la de la economía. Ahora bien, puede ocurrir que la economía capture, por así decirlo, a la política, que la use siguiendo las lógicas económicas. Esto puede pasar e indudablemente pasa, en la época de la hegemonía capitalista; pero, precisamente es cuando la política deja de ser política, muere, para convertirse en un dispositivo de la economía. La política en cuanto tal es retomada y recuperada por las luchas sociales, es reproducida por las dinámicas sociales moleculares, reproducida por los sujetos sociales en conflicto y contradicción con el orden, con la estructura de poder, sobre todo con el orden y la estructura económica.

 

Voluntad, política y economía en el proceso boliviano

En adelante vamos a analizar las relaciones entre voluntad, política y economía en el espaciamiento y la temporalidad del proceso boliviano, llamado oficialmente revolución democrática y cultural, llamado por los movimientos sociales anti-sistémicos proceso de descolonización, anticapitalista y anti-moderno. Entonces, entendemos voluntad como subjetividad abocada a la realización del deseo, como proyección del principio esperanza,  como tenacidad para realizar la utopía; entendemos política como experiencia subjetiva e imaginario social de la acción y despliegue de fuerzas; entendemos economía como el campo de efectuación de la producción, distribución y consumo en el sentido capitalista, es decir, en el sentido de subsunción de estas esferas al capital, así como siendo disposiciones y agenciamientos de la acumulación del capital. Nos interesa, intentando una contrastación comparativa, auscultar el desenvolvimiento de estas relaciones, entre voluntad, política y economía, en dos procesos revolucionarios bolivianos; el dado entre 1952 y 1964, conocido como el de la revolución nacional, y el que se está dando entre 2000 en adelante, 2013, a la fecha, asumido como revolución indígena y popular. En ambos procesos llama la atención que, después de largas acumulaciones de luchas, de experiencias sociales, de formación política, de memoria emancipadora, distinta en ambos casos, después de combates intensos, como el dado en abril de 1952, antecedido por la guerra civil de 1949, más tarde, como el dado en forma semi-insurreccional y de movilización general prolongada, desatadas de 2000 al 2005, lo que sucede en los gobiernos respectivos se parezca mas a una desmovilización general, a un pragmatismo oportunista, a una restauración y regresión, cayendo en la expansión de relaciones clientelares y prebéndales, en relaciones corrosivas, dando curso a lo que hemos llamado la economía política del chantaje[11]. Vamos a tratar de explicarnos estas dinámicas des-articuladoras en ambos casos, tratando de responder a la pregunta de ¿por qué no sucede la prolongación de la movilización general, como convocatoria estatal, como acción multitudinaria de la voluntad social, voluntad encaminada a realizar la utopía, como ha acontecido en otras revoluciones, las llamadas socialistas? Para lograr el efecto esperado del análisis comparativo, vamos a construir una hipótesis interpretativa de ambos procesos revolucionarios.

Hipótesis

Se da como una separación, mejor dicho disociación, entre la voluntad social que intervino en las luchas sociales, las movilizaciones, la insurrección, y la disposición subjetiva del gobierno «revolucionario». La disposición subjetiva del gobierno popular no es la realización de la utopía sino la adaptación y la adecuación a las condiciones impuestas por la «realidad» dada. Para esta predisposición subjetiva gubernamental es preferible optar por el realismo político que arriesgarse a intentar transformaciones radicales. Se renuncia entonces a la utopía, se opta por reformas y modificaciones en el mismo topos heredado. Ocurre entonces que la voluntad social insubordinada y transgresora no tiene continuidad en la «política» gubernamental; es más, se puede decir que la «política» gubernamental no tiene voluntad de cambio. Esta disociación  entre voluntad social y gobierno es funesta para la continuidad del proceso, pues el proceso, como espacio-tiempo de las dinámicas moleculares y molares sociales, no cuenta con la energía colectiva, con la potencia social, con el impulso vital que requiere. Una vez relegada la potencia social, sólo se cuenta con la fuerza y el peso gravitante del Estado, del monopolio de la violencia estatal, del monopolio de la violencia simbólica del Estado, del control de la inercia maquinizada del aparato burocrático. Esta opción por la razón de Estado y no por el imaginario y la pasión utópica, deriva en dos consecuencias: 1) El alcance «revolucionario» se reduce al límite de las reformas, y 2) se abre el espacio institucional para la proliferación de prácticas de poder colateral y paralelo, prácticas clientelares, prebéndales y de corrupción. Esta segunda consecuencia, en la medida que es incontrolable, termina carcomiendo la cohesión interna del bloque gobernante, que se desmorona ética y moralmente. Se anuncia entonces el hundimiento y derrumbe del régimen.

Esta hipótesis parece confirmarse en las historias, en los decursos y en los recorridos de ambos procesos. En el primer caso, los gobiernos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) pasan del co-gobierno de 1952-1953 a un creciente conflicto con la COB, hasta llegar a una confrontación armada en Sora-Sora con las milicias mineras (1963), pasando desde una co-gestión a la gestión administrativa de los ingenieros norteamericanos que terminaron dirigiendo técnicamente COMIBOL. No sólo que el MNR se divide en tres fracciones; el PRIN, la de Izquierda, el PRA, la de derecha, el MNR de Paz Estensoro, la de centro, sino que los gobiernos sucesivos optan por el manejo expansivo de los circuitos de influencia, las redes clientelares, las prácticas prebéndales y la extensión de la corrupción. Lo que se hizo al principio, las grandes medidas democráticas, la nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto universal, la reforma educativa, que ciertamente tuvieron efecto transformador, quedaron sin continuidad en las políticas públicas. Como dice Sergio Almaraz Paz se pasó del tiempo de los grandes pasos al tiempo de las cosas pequeñas[12]. La revolución nacional se desmoronó; en noviembre de 1964 se dio un golpe militar, preparado por la CIA; los milicianos no defendieron la revolución que hicieron, desmoralizados, boicoteados y anulados por el propio partido contemplaron la derrota. Sólo un pequeño grupo de milicianos defendió desesperadamente inmolándose en el cerro de Laicacota, que resultó ser, como dice Sergio Almaraz Paz, el sepelio de una revolución arrodillada[13].

En el segundo caso, las dos gestiones del gobierno indígena y popular (2006-2013) contrastan con la etapa antecedente del proceso de la movilización general y de las luchas sociales (2000-2005). La primera gestión (2006-2009) acude a dos medidas, la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea Constituyente, que se encontraban como demanda de los movimientos sociales en la Agenda de Octubre; empero, en lo demás se trasluce una moderada y cautelosa actitud respecto a la arquitectura estatal heredada, a las formas de gestión, a la estructura económica recibida, a las formas y prácticas políticas adquiridas. La segunda gestión de gobierno (2009-2013), que cuenta ya con la Constitución aprobada, se caracteriza por dejar en la vitrina la Constitución, y efectuar un desarrollo legislativo inconstitucional, políticas públicas restauradoras, llevando al extremo del conflicto las contradicciones inherentes al proceso. Con la medida del «gasolinazo» el gobierno cruza la línea, se coloca al otro lado de la vereda, y se enfrenta al pueblo; con el conflicto del TIPNIS, cruza una segunda línea, se enfrena a las naciones y pueblos indígenas originarios, desconociendo los derechos fundamentales y colectivos constitucionalizados, atentando contra los territorios indígenas, que son la base territorial de la construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico.

También en este caso el alcance revolucionario llega al límite de las reformas, que cada vez son más coyunturales como la de los bonos. El marco de una política monetarista expresa claramente la circunscripción del gobierno al condicionamiento y a las disposiciones del Fondo Monetario Internacional y del sistema financiero mundial. El Ministerio de Economía y finanzas Públicas es un dispositivo perseverante del sistema financiero mundial. Disociado el gobierno de la movilización general que le antecedió, optó por cooptar a las direcciones de las organizaciones sociales para controlarlas. Los métodos son conocidos, reiteración y recurrencia de las redes clientelares, de las prácticas prebéndales, de la complicidad en los procedimientos colaterales de la corrupción. La economía política del chantaje se ha extendido mucho más que antes, que en los gobiernos contra los cuales se combatió, acusados, entre otras cosas, de corruptos. A estas alturas el desmoronamiento ético y moral es mayúsculo; se cree que la absoluta mayoría, los 2/3 del Congreso, son suficientes para conservar el poder, para mantener el control; se cree que estos 2/3 otorgan impunidad y atribuyen la disponibilidad para hacer lo que se quiera, atentando contra la Constitución misma. Se considera que el poder se reduce al control por cualquier medio al alcance; esta confianza ha llevado a perder el sentido de sobrevivencia y a la desconexión con la «realidad», lo que de por sí hace vulnerable al bloque gobernante ante cualquier contingencia. Con la firma y la legitimación en el Congreso de los contratos de operaciones de hidrocarburos, se entregó el control técnico de la explotación hidrocarburífera a las empresas trasnacionales, se redujo la participación del Estado del 82%, del interregno creado por el decreto Héroes del Chaco, a un 62%[14]. Se promulgaron leyes no sólo inconstitucionales, sino anti-indígenas y anti-autonómicas, como la Ley Marco de Autonomías y Descentralización Territorial, la Ley de Deslinde Jurídico, la Ley 222, que es promulgada para realizar la consulta espuria en el TIPNIS. Se proponen leyes inconstitucionales y atentatorias como el Proyecto de Ley de Servicios Financieros, donde el Ministerio de Economía y Finanzas Públicas queda sin control de ninguna clase, logrando suspenderse como un super-Estado en el manejo económico y financiero, desatendiendo la Ley de Bancos, pero sobre todo la Constitución. Se propone, ya entrando al escándalo, una Ley Marco de Consulta para los pueblos indígenas, que se la puede considerar como el dispositivo jurídico de un nuevo etnocidio[15]. Como se puede ver nos encontramos no sólo ante la disociación entre voluntad social y gobierno, sino que se repiten los síntomas de una decadencia, del desmoronamiento del proceso, de la ruptura ética y moral, dejando un vacío profundo por dentro, dejando la cascara, la envoltura, del poder tomado, como un castillo de naipes, por fuera. ¿Asistiremos a algo parecido a lo que ocurrió en noviembre de 1964 con la revolución nacional? No lo sabemos, mientras no ocurra eso, se tiene la posibilidad, por lo menos teórica, de reconducir el proceso.

En lo que respecta a la relación con el campo económico, se puede constatar que la estructura económica heredada no ha cambiado; se sigue en el marco y el contexto del modelo extractivista, incluso se lo ha expandido más. Modelo extractivista complementario a la administración estatal rentista. La nacionalización de los hidrocarburos ha ensanchado notoriamente la participación del Estado en el excedente, empero no lo controla; el monopolio de los mercados, de las finanzas, de la tecnología y del acceso a los recursos, así como el control de la producción de parte de las empresas trasnacionales, hace que el control del excedente, del recorrido del excedente, de su transformación productiva y los efectos multiplicadores en la economía, quede en manos de estos dispositivos de dominación y control capitalista que son estas empresas trasnacionales. Al acontecer esto, al conservarse estos ejes condicionantes del modelo económico dependiente, las relaciones de poder de estos dispositivos internacionales, conectados con la forma de hegemonía del ciclo del capitalismo vigente, que es la del dominio financiero mundial, reiteran perversamente las relaciones de coerción, chantaje, corrupción, con los gobiernos con los que entran en contacto. La subordinación de los gobiernos, por más nacionalistas que se proclamen, por más populares y soberanos que se reclamen, por más anti-imperialistas que se definan, se reproduce calamitosamente, si es que no se disputan directamente los monopolios de las trasnacionales, si es que no se cambia y transforma el modelo económico extractivista. La conservación de esta situación de subordinación a la geopolítica del sistema-mundo capitalista abre las compuertas para las salidas perversas, para las opciones colaterales al enriquecimiento, desencadenando la entrega compulsiva a las prácticas destructivas y des-cohesionadoras de la corrupción.  Se entiende entonces que la casta política gobernante haya asumido como su concepción de la política esta concepción mercantil de la misma.

En conclusión, la dramática historia de ambos procesos bolivianos se pueden explicar por esa falta de voluntad utópica, por esa ausencia de ética revolucionaria, dispuesta al gasto heroico y al sacrificio, para transformar el mundo, para abrir la posibilidad de hacer emerger otra «realidad» alternativa. Se renuncio rápidamente a este impulso vital, a la potencia social, a la voluntad que se opone al mundo y a la historia para construir otro mundo y otra historia.

                                 

[1] Declaraciones hechas después del violento y torpe desconocimiento de los derechos del senador del departamento de Pando, Manuel Limachi, a armar su equipo de confianza y de apoyo. No se le permitió hacer esto, manifestando claramente una intervención delictuosa en temas administrativos de la Asamblea Legislativa. No se inmutan ni se ruborizan ante el despliegue bochornoso de tales hechos. Mas bien se reafirman es sus posturas de una manera insólita y estrambótica.

[2] Ver de Jacques Rancière El desacuerdo. Política y filosofía. Ediciones Nueva Visión 1996; Buenos Aires.

[3] Ver de Raúl Prada Alcoreza Nacimientos de la política. Horizontes nómadas 2012; La Paz.

[4] Policía, que es como define Rancière la práctica opuesta a la política, que congela a la política, usando la represión y el cuidado del orden.

[5] Ver de Raúl Prada Alcoreza ¿Quiénes son los enemigos? Bolpress 2013; La Paz.

[6] Ver de Antonio Negri: El Poder Constituyente. Ensayo sobre Alternativas de la Modernidad. Librerías Prodhifi. Madrid 1994.

[7] Ver de Ernest Bloch Principio Esperanza; tres tomos. Aguilar1977; Madrid.

[8] Se proyecta un ensayo sobre Ética y revolución, considerando como caso intenso a la revolución cubana. El ensayo será publicado en Horizontes nómadas y en Bolpress.   

[9] Ver de Raúl Prada Alcoreza Crítica a la economía política del desarrollo. Horizontes nómadas 2012; La Paz. .

[10] Martin Malia: La tragédie soviétique, Histoire du socialismo en Russie 1917-1991. Éditions du Seuil 1995; Paris.

[11] Ver de Raúl Prada Alcoreza El diagrama de poder de la corrupción. Bolpress 2012; La Paz.

[12] Sergio Almaraz Paz: Réquiem para una república. En Obra completa. Plural 2009; La Paz.

[13] Ibídem: Pág. 453.

[14] En un documento de análisis del CEDLA se evalúa los alcances de la nacionalización de la siguiente manera: El incremento importante de la renta petrolera que percibe el Estado a partir de 2005 fue resultado de la creación del Impuesto Directo a los Hidrocarburos por la Ley 3058. Este nuevo impuesto sumado a las Regalías y la Participación del Tesoro General de la Nación (TGN) permite recaudar el 50% del valor de las ventas de hidrocarburos, sustituyendo un régimen tributario que hasta el año 2004 generaba recaudaciones en permanente declinación. A este porcentaje se suma con la nacionalización el porcentaje variable correspondiente a la participación de YPFB, que en promedio alcanzó al 12,5% a partir del 2008. El total de la renta que se percibe con la reforma del régimen tributario, entonces, llega como promedio al 62,5%,  y no al 82% como le gusta decir al Presidente Morales. Carlos Arze: Bolivia: ¿el «proceso de cambio» nos conduce a vivir bien? CEDLA 2012; La Paz.

[15] Ver de Raúl Prada Alcoreza El nuevo etnocidio. Bolpress 2013; La Paz.

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