Miguel Salas, veterano resistente antifranquista y militante sindical, contribuyó con esta ponencia al debate organizado por la Fundación Andreu Nin sobre la literatura en la URSS en tiempos de Stalin el 23 de mayo 2013.
Con la novela que presentamos, Vida y destino, se produce una enorme paradoja. Vasili Grossman la acabó en 1960. Hasta 1980 no fue publicada en Francia y la primera edición en castellano data de 1985, y pasó con más pena que gloria. Volvió a editarse en 2007 y tuvo un éxito editorial espectacular. Durante semanas apareció entre los 10 libros más vendidos en la lista que publica La Vanguardia en su suplemento cultural y El País lo presentó como el libro del año y sigue reeditándose. El éxito permitió su traducción al catalán, también con un gran éxito de ventas.
La paradoja consiste en que hemos tenido la ocasión de leer una novela -y la recomiendo a quien no lo haya hecho- que no deberíamos haber leído hasta dentro de 150 o 200 años. Cuando Grossman fue a preguntar sobre la publicación de su novela, el funcionario soviético -algunos dicen que fue Suslov, el «vigilante» ideológico del estalinismo- le contestó: «no es probable que el libro salga a la luz antes de 200 o 300 años». Celebremos que se equivocara y que podamos gozar de esta estupenda novela.
Celebremos también que gracias a algunas novelas hemos podido conocer, o mejor dicho, nos han ayudado a comprender la compleja realidad de la Rusia tras la Revolución de Octubre. Se ha comparado Vida y destino a la novela de León Tolstoi Guerra y Paz. Quizás alguien ha estudiado, o debería ser materia de estudio, explicar la razón por la cual algunos escritores rusos se atreven a abarcar con una visión totalizadora un panorama de su país en un determinado momento histórico, e incluso lograr que la parte de ficción que toda literatura tiene quede en la memoria como un reflejo fiel de la sociedad de ese momento. Es así como Guerra y Paz retrata la época napoleónica en Rusia. Hay que leer Vida y destino para hacerse una idea de los complejos problemas de la sociedad soviética en torno a la batalla de Stalingrado, tema central de la novela. Las comparaciones entre una novela y otra no lo son solo por el esfuerzo de abarcar una determinada etapa histórica, sino porque Vasili Grossman parece que durante toda la Guerra Mundial leyó y releyó la novela de Tolstoi. Otro ejemplo de esa tradición de la literatura rusa es Una saga moscovita de Vasili Aksiónov, hijo de Eugenia Ginzburg, publicada en 1994, que abarca la historia soviética a través de una familia desde los días posteriores a los sucesos de Cronstadt hasta la muerte de Stalin; otro libro recomendable que bien podría formar parte de esta serie de debates.
Vasili Grossman fue un escritor y periodista de mucho éxito en la Rusia de la época de Stalin. Tenía millones de lectores. Pravda publicaba sus informaciones sobre la batalla de Stalingrado, posteriormente acompañó al Ejército Rojo en la liberación de Ukrania de los nazis, entró en Berlín con la avanzadilla del ejército y fue uno de los primeros periodistas que informó al mundo sobre los campos de concentración, en concreto sobre Treblinka. En esa época, nada hacía presagiar que Grossman pudiera escribir esta novela, romper con el régimen estalinista y acabar arrinconado en la vida cultural de la época.
Escribe Grossman: «La verdad es una. No hay dos verdades. Es duro vivir sin verdad, o con migajas de verdad, con una verdad recortada y encogida. Una verdad parcial no es una verdad. En esta noche tranquila, digamos toda la verdad, sin restricciones». Quizás fue la búsqueda de la verdad, o el cansancio de medias verdades y grandes mentiras lo que le llevara a escribir esta novela. Quizás pensara que todas las concesiones, mentiras y sufrimientos tenían la función de salvar a la URSS del nazismo y que una vez muerto Stalin la verdad podía y debía resplandecer. Solo así puede explicarse su ingenuidad en que le publicaran el libro y que sólo cuando oyó la brutalidad del funcionario diciéndole que no aparecería hasta «200 o 300 años» comprendió el verdadero carácter del régimen y se hundió en una profunda depresión que le llevó a la muerte.
No es un caso aislado en la literatura posterior a la revolución. Sucedió con otros. Maiakovski no pudo soportar el giro estalinista y se suicidó. Boris Pasternak, autor de Doctor Zhivago, pasó de ser un autor con enorme prestigio a ser llamado cerdo y aislado hasta su muerte. Con Grossman ocurrió algo parecido, o con el ya mencionado Aksiónov. Es evidente que los hubo de todo tipo, desde los que murieron en el Gulag hasta los que se adaptaron y vivieron siempre bajo la protección del régimen. Pero hay algunos, entre ellos Grossman, que rompen con el régimen o incluso rompen sin ser excesivamente conscientes de ello porque el mismo régimen les empuja a una situación insostenible. Escribe Grossman: «¿Era aquello el socialismo? Los campos de Kolimá, el canibalismo durante la colectivización, la muerte de millones de personas»
Ya hemos señalado que es una excelente novela, que en torno a la batalla de Stalingrado reconstruye la vida soviética y la reflexión sobre diferentes aspectos de lo que fue el estalinismo: la vida miserable que nada tiene que ver con el socialismo; los mecanismos psicológicos para imponer la arbitrariedad como forma de poder; el antisemitismo y el odio hacia otras nacionalidades; el debate sobre si había o no paralelismo entre nazismo y estalinismo, la falta de libertades, etc. «Sabéis que es la libertad de prensa -escribe Grossman- Una hermosa mañana después e la guerra, abrís vuestro periódico y, en lugar de hallar en él un editorial triunfante, una carta de los trabajadores al gran Stalin.¡Adivinad qué! ¡Informaciones! ¿Os imagináis? ¡Un periódico que da informaciones!»
Pero a una novela o a un escritor no se le puede pedir una explicación o una alternativa a los procesos históricos, y más con la complejidad del estalinismo. Una excelente denuncia de lo que la perversión del socialismo por el estalinismo no garantiza una posición alternativa o de continuidad con el socialismo revolucionario. Entre los novelistas y los intelectuales encontramos evoluciones políticas de todo tipo. Leemos en Vida y destino: «No condenar, sino odiar con toda su alma, con toda su fe de revolucionario, los campos, la Lubianka, al sangriento Ejov, a Iagoda, a Beria. No es bastante, ¡hay que odiar a Stalin y su dictadura! ¡Pero no, no, mucho más! ¡Hay que condenar a Lenin! El camino conducía al abismo.» Efectivamente, es la dificultad para sacar conclusiones políticas frente al estalinismo, que a mucha, mucha gente le hizo abjurar de Lenin, a identificar leninismo con estalinismo, a identificar la barbarie estalinismo como el hilo conductor de la Revolución de Octubre, que evidentemente la burguesía hizo mucho por asimilar.
Pero hay una dificultad objetiva, real, para salir de esa confusión, que quizás hemos subvalorado. El estalinismo logró reprimir y aislar a la vanguardia, a la Oposición de Izquierdas y a la mayoría de la intelectualidad soviética. Ese aislamiento fue una dificultad para lograr continuar y renovar las tradiciones revolucionarias, y en el marco del atraso del país y de su casi nula relación con el resto del movimiento obrero internacional hizo prácticamente imposible generar un relato y una alternativa al estalinismo. Los que criticamos la teoría del socialismo en un solo país tendríamos también que tener en consideración que en el marco de un solo país era difícil que surgiera una alternativa. En el caso de Grossman se hace más evidente en su última novela Todo fluye, su testamento literario, en la que se sumerge en la reflexión sobre la identificación entre leninismo y estalinismo.
Uno de los momentos más brillantes de la novela, en su sentido político, es cuando presenta al lector la victoria sobre el ejército alemán. Leemos: «Stalingrado, la ofensiva de Stalingrado, contribuyeron a crear una nueva conciencia de sí en el ejército y la población.La historia de Rusia se convertía en la historia d la gloria rusa, en lugar de ser la historia de los sufrimientos y de las humillaciones de obreros y campesinos rusos. Lo nacional cambiaba de naturaleza; no pertenecía ya al terreno de la forma, sino al del contenido, se había convertido en un nuevo fundamento de la comprensión del mundo. Así, la lógica de los acontecimientos hizo que, en el momento en que la guerra popular alcanzaba su punto culminante durante la defensa de Stalingrado, esta guerra permitiera a Stalin proclamar abiertamente la ideología del nacionalismo estatal» Esa es una de las características fundamentales del estalinismo, el nacionalismo de la gran Rusia, y por lo tanto la defensa de sus intereses nacionales por encima de la clase trabajadora, tanto la rusa como la del resto del mundo. Esa es la base de las políticas traidoras a la revolución que el estalinismo exportó por todo el mundo.
Para acabar, sólo una pequeña reflexión sobre Trotsky y el trotsquismo en la literatura soviética. La Oposición de Izquierda fue reprimida, aislada y derrotada, pero su lucha estuvo en el centro de los debates y, de una manera u otra, ha estado presente en la vida intelectual, política y artística. También en Vida y destino a través de diversos personajes, pero es significativo el momento en el que presenta a Stalin saboreando la victoria en Stalingrado y escribe: «De repente, recordó los ojos penetrantes de Trotsky, su despiadada inteligencia, el pliegue despreciativo de los párpados, y lamentó, por primera vez, que Trotsky hubiera muerto; él habría oído hablar de este día.» Fue valiente Grossman al escribir esto en la URSS y en 1960. Hasta en el momento de mayor prestigio de Stalin, estuvo presente la sombra de Trotsky, en realidad de los que no se rindieron y siguieron defendiendo el socialismo.