Estado policial paranoico mundial o gobernanza democrática y participativa de los pueblos
La lucha es por preservar la democracia
¿Qué es lo que está en cuestión? La democracia, las generaciones de derechos conquistados. La democracia nunca fue compatible con el dominio de las burguesías, como algún discurso político quiere hacer creer, el discurso de la legitimación liberal. Al contrario, se tuvieron que arrancarle al dominio de la burguesía los derechos, conquistados por luchas sociales. Las constituciones democráticas plasmaron estos derechos o parte de ellos, sobre todo recogiendo las primeras generaciones de derechos, los derechos fundamentales, civiles y políticos. Sin embargo, las leyes, particularmente la aplicación de las leyes, se encargaban de disminuir el alcance de los derechos. La defensa de los derechos conquistados fue una tarea constante de los movimientos sociales anti-sistémicos; pero, también de las instituciones encargadas de garantizar su cumplimiento; salieron a la palestra en defensa de los derechos. A estas alturas, de la historia política y constitucional, se puede hablar de dos siglos de consolidación y ampliación de derechos, reconocidos por convenios internacionales y por organismos mundiales, además de ser reconocidos por los sistemas jurídicos de muchos estados. Sin embargo, los sistemas de derechos no dejaron de ser un estorbo para gobiernos interesados en hacer efectiva las dominaciones de las burguesías, dominaciones plasmadas en «estructuras» de poder y en las maquinarias estatales. Visto de esta forma, desde la perspectiva de la historia efectiva, los estados aparecen conteniendo contradicciones, como no podía ser de otra manera; por una parte, jurídicamente, no podían dejar de institucionalizar los derechos y convertirlos en políticas públicas; por otra parte, la maquinaria fabulosa del Estado funciona para realizar efectivamente las dominaciones múltiples de las burguesías, así como de los propios diagramas y cartografías de poder. Estas contradicciones se hicieron notar en el decurso de los conflictos políticos, menores y mayores, en la secuencia y proliferación de denuncias, en análisis minuciosos, descriptivos y explicativos, aunque también, de una manera práctica, en resoluciones de tribunales, que, cuando son imparciales y cumplen con la división de poderes, atributo de la composición de la república y de la organización de la democracia formal, terminan resolviendo los casos en favor de las víctimas y exigiendo a los gobiernos el cumplimiento de las leyes y la Constitución.
En periodos de crisis, los gobiernos tienen la gran tentación de recurrir al Estado de excepción, donde se suspenden derechos. Esto ha ocurrido en casos de guerra, en casos de rebeliones e insurrecciones; los gobiernos de facto implantaban de hecho el Estado de excepción. Ciertos estados en transición, estados tomados por «revoluciones», conformaron periodos largos de formas institucionales absorbentes, de lo que no podía ser otra cosa que un Estado de excepción prolongado. Después del 11 de septiembre de 2001, se construye una forma descomunal de Estado de excepción, caracterizado, delirantemente, como guerra infinita contra el terrorismo. Desde entonces han pasado trece años; se sabe que no solo está en marcha esta guerra infinita, sino que se tiene armado un mapa de dispositivos de control y prevención, que cumplen esta tarea a nivel mundial, la tarea sucia de la guerra infinita contra el terrorismo. Los dispositivos son jurídicos, económicos, políticos y militares. La tecnología cibernética e informática permite avanzar en un diagrama de control monumental, sofisticando los procedimientos de espionaje, convirtiendo al espionaje en una labor extensa y constante.
Edward Joseph Snowden ha puesto en evidencia uno de estos proyectos, llamado PRISM, que vulnera derechos civiles y políticos de los ciudadanos, así como la soberanía de los estados. Ciertamente no es el único proyecto, pues se trata de todo un sistema complejo de control; por otra parte, Estados Unidos de Norte América no es el único país donde se efectúa el espionaje masivo a sus ciudadanos, así como a los ciudadanos de otros países. Con menor alcance de lo que se propone el diseño descomunal del PRISM, los gobiernos de los estados practican esta violación de privacidades y de vulneración de libertades; práctica secreta, empero, conocida por los ciudadanos que la sufren. Entonces el PRISM no es un proyecto aislado, forma parte de todo un desplazamiento de las «estructuras» y relaciones de poder, que se encaminan no sólo a consolidar el diagrama de control, sino construir un complejo sistema de poder que integre todos los diagramas de poder inventados; el diagrama del castigo, acompañado proliferantemente por la expansión y la actualización perversa de la tortura, cada vez más recurrente; el diagrama de la vigilancia, la arquitectura de la cárcel; el diagrama disciplinario, la modulación del cuerpo atendiendo a una anatomía diferenciada en partes dinámicas especializadas, diagrama que contó con los dispositivos institucionales modernos para su efectuación múltiple; el diagrama del control, que conecta varios mecanismos, relativos a la simulación, a la comunicación masiva, al control del público, a la flexibilización de las tecnologías disciplinarias, compensadas con el manejo y administración de las velocidades de los flujos de la movilidad social y espacial. Estos diagramas de poder afectan a los cuerpos, a los territorios, a las poblaciones; se constituyen en maquinarias abstractas y agenciamientos concretos del bio-poder, que ya interviene en las dimensiones infinitesimales del cuerpo, en los imaginarios, en la genética y en el cúmulo de facultades inherentes. Esta genealogía del poder parece indetenible; ante la crisis mundial financiera y económica, los gobiernos de las potencias han respondido con salvaguardas a los responsables de la crisis, la alta burguesía financiera, degenerando el círculo vicioso de la crisis, no sólo porque mantiene las causas de la crisis, sino que premia a los gestores de la misma. También han respondido con guerras policiales, preventivas y de castigo. La paranoia les ha llevado a idear lo que George Orwell había imaginado como cuadro alucinante en su novela famosa 1984. Sin embargo, la realidad supera a la imaginación; no sólo por la escala, la vigilancia, el control, el dominio en todo el orbe terrestre, sino también por la minuciosidad y detalle de la malla del control desmedido al que se ha llegado, que lo permite el avance tecnológico y cibernético. Así como por la descarnada suspensión de la democracia por un Estado de excepción mundial.
Se observa un recorrido de los estados hacia la forma de Estado de excepción prolongado. Ciertamente es un desplazamiento diferencial hacia este descarnado y descomunal ejercicio del poder; no todos se encaminan al mismo ritmo, tampoco lo hacen contando con recursos equivalentes; se da como un desplazamiento desigual y combinado en esta asunción al poder absoluto. Sin embargo, todos coinciden en globalizar esta arquitectura de la vigilancia y de control, que, a su vez, es un panoptismo y una cibernética del control, con pretensiones despóticas. Llama la atención que los gobiernos contrastados compartan el mismo modelo de dispositivos y hasta el mismo discurso de la guerra infinita contra el terrorismo; gobiernos progresistas repiten el mismo procedimiento que los gobiernos conservadores. Persiguen a dirigentes de movimientos sociales críticos, hasta se llega a encarcelarlos; tal como ha ocurrido en Ecuador con dirigentes indígenas; así como ha ocurrido en Bolivia donde los dirigentes indígenas son acosados políticamente y descalificados, además de espiados; algo parecido pasa en Brasil donde son identificados como agitadores. Entonces no se trata de sólo un comportamiento paranoico de las potencias dominantes del sistema-mundo capitalista, sino de una caracterización general de los estados en la actualidad. No sólo los denominados, por el discurso liberal, estados «totalitarios», tampoco no solamente los llamados, por el discurso ultra-conservador, «estados canallas», sino también los autodenominados, por el discurso oficial, estados «democráticos», manifiestan patentemente esta tendencia hacia el control total. ¿Por qué ocurre esto? ¿Se trata de una tendencia irreversible de los estados?
Se puede decir que la historia del Estado moderno comienza con las monarquías absolutas (siglos XIV-XV-XVI). Estas máquinas territoriales, centradas en el núcleo de la soberanía del soberano, que es, en verdad, la base de toda soberanía, aunque ésta se haya desplazado, de la soberanía del monarca a la soberanía del pueblo, enfrentaron las rebeliones anti-feudales, después las rebeliones y las revoluciones sociales del pueblo. Interpelado por la revuelta popular y el proyecto republicano, el Estado moderno, iniciado en la forma de monarquía absoluta, se «transformo» en Estado-nación, estructurado como república, basado en la representación y delegación del pueblo, la voluntad general; Estado republicano conformado en el equilibrio de la división de poderes. Visualizado en la perspectiva histórica, el Estado moderno, cuyo núcleo inicial es la forma de la monarquía absoluta, no disolvió la «estructura» de poder configurada y las maquinarias de castigo, de vigilancia, de disciplinamiento, sino que las mejoró, haciéndolas más flexibles y dúctiles; empero, a la vez, más extensas y abarcadoras, más centralizadas y burocráticas, con instituciones de alcance nacional. La maquinaria estatal avanzó mucho en eficacia, en organización, en especialización, en divisiones de tareas, en la promoción de políticas públicas y, sobre todo, en su relación extensa y constante con la sociedad. El Estado-nación se convirtió en la «síntesis política» de la sociedad civil, en la concepción dialéctica de Hegel. La forma republicana, la formalización de la democracia, la elección y selección de las representaciones, construyeron legitimidad por «consenso», como resultado de la voluntad general. En estas condiciones institucionales de la república y la democracia formal, los aparatos y la maquinaria estatal prosperaron, beneficiándose de la acumulación capitalista, ampliando su presupuesto, a través del sistema impositivo y tributario minucioso, detallista y sofisticado. La organización de la policía y el ejército mejoró notablemente, incorporando nuevas técnicas organizativas y administrativas, nuevas tecnologías destructivas, de vigilancia y, sobre todo, de control. La experiencia de las guerras modernas transformó a los ejércitos, y la experiencia del «combate» contra la delincuencia y el crimen, en sus manifestaciones modernas, transformó a la policía. La revolución de las comunicaciones, después de la informática, empujó a los estados a usar estos ámbitos y medios ampliamente; uso que repercutió en las relaciones de Estado y sociedad. Las poblaciones comenzaron a ser vistas como públicos, ante los cuales había que actuar, convirtiendo a la política en un teatro y en un escenario de permanente simulación; también se trata de incidir e inducir en el público comportamientos, generar necesidades, usar sus capacidades y requerir su atención.
La primera y segunda guerras mundiales exigieron modernizar el espionaje. Ya no se trataba sólo de resolver problemas de la infiltración para obtener información, procedimiento antiguo y tradicional, sino de lograr organizar equipos sofisticados de obtención, captura y transmisión de información. La guerra fría fue la ocasión de implementar tecnología avanzada y sofisticar mucho más aún las «estructuras» y las formas de organización del espionaje, llegando a convertirse en parte estratégica de la composición del Estado. Se institucionalizan los servicios de inteligencia. Visto desde este enfoque, se puede ver que la relación entre los llamados estados «socialistas» y los llamados estados «democráticos» fue de mutuo aprendizaje. Las «revoluciones socialistas» triunfantes, una vez conquistado el poder, se vieron obligadas a usar el Estado para defenderse de la agresión externa e interna. Pronto se vieron envueltas en un casi irreversible camino a la construcción de un Estado paranoico, por su perfil psicológico, remarcando el carácter de Estado policial, por su perfil empírico, ampliándolo hasta dimensiones inimaginables; situación inesperada, sobre todo, por los que lucharon por la emancipación y la liberación. Después de la crisis económica de 1929, las grandes potencias capitalistas, optaron por incorporar la planificación «socialista» a la gestión económica para resolver la crisis económica, el Estado capitalista intervino en la economía para incidir en ella y conducirla nuevamente al equilibrio. En lo que respecta a la paranoia del Estado policial, resultó ser contagiosa; las llamadas «democracias» occidentales refinaron, ampliaron y sofisticaron los rasgos policiales que ya contenían, convirtiendo estas características secundarias en el contenido supremo y obsesivo de los estados «occidentales». La identificación y definición del enemigo llegó a convertirse en toda una taxonomía; poco a poco, nadie de la sociedad, ningún miembro, ningún ciudadano, podía salvarse, pues estaba sujeto a sospecha.
La culminación de la guerra fría, la caída de los estados «socialistas» de la Europa oriental, no derivó, como se esperaba, en un desarme del Estado de guerra y del Estado policial; la costumbre en la preparación a la guerra se mantuvo. Con la desaparición del enemigo «comunista», se lo sustituyó por el enemigo difuso, ambiguo, abigarrado y barroco, de múltiples rostros, enemigo indefinido, pero con suficiente presencia fantasmagórica como para justificar otra escalada bélica. Las guerras no han terminado, como lo predijo Francis Fukuyama, sino que se extendieron en formas locales y regionales, adquiriendo el perfil de intervenciones policiales y preventivas por parte del imperio, el orden de la dominación mundial, dominación de una ultra-burguesía internacional. El 11 de septiembre de 2001 marca un hito; después del atentado a las torres gemelas en Nueva York; el gobierno de Estados Unidos declara la guerra infinita al terrorismo. Ingresamos entonces a una etapa de amenaza bélica, más alucinante que la llamada guerra de las galaxias, de amenaza permanente de intervención preventiva, policial, «humanitaria»; pero, sobre todo, lo que caracteriza a esta etapa es la conformación de dispositivos que declaran abiertamente la suspensión de derechos, por razones de seguridad. Esta etapa puede ser caracterizada como la de la construcción del Estado de excepción, del Estado policial, a escala planetaria.
Ya no son solamente los pueblos de las sociedades periféricas del sistema-mundo capitalistas los amenazados, sino también, notoriamente, los propios pueblos de las sociedades centrales de esta geopolítica policial del sistema mundo. El poder desmesurado y el goce de los privilegios escandalosos se nuclean cada vez más en una minúscula ultra-burguesía internacional, la que controla y administra tecnologías de destrucción, de información y de desinformación desbastadoras. La delirante compulsión de la hegemonía y dominación del capital financiero mundial ha arrastrado al sistema-mundo capitalista a una forma descomunal de valorización dineraria especulativa, trasladando el costo a la ecología, a las sociedades, a los pueblos, desechando todo respeto por la democracia y de los derechos conquistados. La amenaza es a la biosfera, a los ciclos de la vida, a los ecosistemas, a todos los pueblos del mundo, a la supervivencia humana, a la democracia y a las posibilidades de futuro. La gravedad de lo que está en ciernes, de los paranoicos proyectos de control de la sociedad, inscritos en la composición de poder del Estado, en su devenir policial, exige a los pueblos del mundo acciones de emergencia de defensa de la democracia, de los derechos conquistados, de las libertades adquiridas, exige acciones conjuntas, asociaciones internacionales, organizaciones inclusivas e integrales en defensa de la vida.
La «evolución», si podemos hablar así, de la forma, de la composición, de la «estructura» y de la expresión del Estado moderno, parece mostrar el fin de una época, la del Estado, en su forma moderna de Estado-nación, parece que se ha llegado al crepúsculo de esta forma de organización política, de representación, de apropiación de las múltiples y plurales voluntades de las multitudes. Asistimos a la crisis mayúscula del Estado moderno, crisis que plantea un dilema, o el Leviatán desmesurado impone su decurso demoledor y destructor, convirtiendo al planeta en un inmenso y alucinante panoptismo, o los pueblos, resisten, liberan su potencia social, y encaminan la historia a un nuevo horizonte civilizatorio, que profundice la democracia, la solidaridad y complementariedad de los pueblos, ampliando el alcance de las libertades y los derechos, logrando construir una gobernanza mundial y participativa.
La lucha es por preservar la democracia
¿Qué es lo que está en cuestión? La democracia, las generaciones de derechos conquistadas. La democracia nunca fue compatible con el dominio de las burguesías, como algún discurso político quiere hacer creer, el discurso de la legitimación liberal. Al contrario, se tuvieron que arrancarle al dominio de la burguesía los derechos conquistados por luchas sociales. Las constituciones democráticas plasmaron estos derechos o parte de ellos, sobre todo recogiendo las primeras generaciones de derechos, los derechos fundamentales, civiles y políticos. Sin embargo, las leyes, particularmente la aplicación de las leyes, se encargaban de disminuir el alcance de los derechos. La defensa de los derechos conquistados fue una tarea constante de los movimientos sociales anti-sistémicos; pero, también de las instituciones encargadas de garantizar su cumplimiento; salieron a la palestra en defensa de los derechos. A estas alturas, de la historia política y constitucional, se puede hablar de dos siglos de consolidación y ampliación de derechos, reconocidos por convenios internacionales y por organismos mundiales, además de ser reconocidos por los sistemas jurídicos de muchos estados. Sin embargo, los sistemas de derechos no dejaron de ser un estorbo para gobiernos interesados en hacer efectiva las dominaciones de las burguesías, dominaciones plasmadas en «estructuras» de poder y en las maquinarias estatales. Visto de esta forma, desde la perspectiva de la historia efectiva, los estados aparecen conteniendo contradicciones, como no podía ser de otra manera; por una parte, jurídicamente, no podían dejar de institucionalizar los derechos y convertirlos en políticas públicas; por otra parte, la maquinaria fabulosa del Estado funciona para realizar efectivamente las dominaciones múltiples de las burguesías, así como de los propios diagramas y cartografías de poder. Estas contradicciones se hicieron notar en el decurso de los conflictos políticos, menores y mayores, en la secuencia y proliferación de denuncias, en análisis minuciosos, descriptivos y explicativos, aunque también, de una manera práctica, en resoluciones de tribunales, que, cuando son imparciales y cumplen con la división de poderes, atributo de la composición de la república y de la organización de la democracia formal, terminan resolviendo los casos en favor de las víctimas y exigiendo a los gobiernos el cumplimiento de las leyes y la Constitución.
En periodos de crisis, los gobiernos tienen la gran tentación de recurrir al Estado de excepción, donde se suspenden derechos. Esto ha ocurrido en casos de guerra, en casos de rebeliones e insurrecciones; los gobiernos de facto implantaban de hecho el Estado de excepción. Ciertos estados en transición, estados conquistados por «revoluciones», conformaron periodos largos de formas institucionales absorbentes, de lo que no podía ser otra cosa que un Estado de excepción prolongado. Después del 11 de septiembre de 2001, se construye una forma descomunal de Estado de excepción, caracterizado, delirantemente, como guerra infinita contra el terrorismo. Desde entonces han pasado trece años; se sabe que no solo está en marcha esta guerra infinita, sino que se tiene armado un mapa de dispositivos de control y prevención, que cumplen esta tarea a nivel mundial, la tarea sucia de la guerra infinita contra el terrorismo. Los dispositivos son jurídicos, económicos, políticos y militares. La tecnología cibernética e informática permite avanzar en un diagrama de control monumental, sofisticando los procedimientos de espionaje, convirtiendo al espionaje en una labor extensa y constante.
Edward Joseph Snowden ha puesto en evidencia uno de estos proyectos, llamado PRISM, que vulnera derechos civiles y políticos de los ciudadanos, así como la soberanía de los estados. Ciertamente no es el único proyecto, pues se trata de todo un sistema complejo de control; por otra parte, Estados Unidos no es el único país donde se efectúa el espionaje masivo a sus ciudadanos, así como a los ciudadanos de otros países. Con menor alcance de lo que se propone el diseño descomunal del PRISM, los gobiernos de los estados practican esta violación de privacidades y de vulneración de libertades; práctica secreta, empero conocida por los ciudadanos que la sufren. Entonces el PRISM no es un proyecto aislado, forma parte de todo un desplazamiento de las «estructuras» y relaciones de poder, que se encaminan no sólo a consolidar el diagrama de control, sino construir un complejo sistema de poder que integre todos los diagramas de poder inventados; el diagrama del castigo, acompañado proliferantemente por la expansión y la actualización perversa de la tortura, cada vez más recurrente; el diagrama disciplinario, que contó con los dispositivos institucionales modernos para su efectuación múltiple; el diagrama del control, que conecta varios mecanismos, relativos a la simulación, a la comunicación masiva, al control del público, a la flexibilización de las tecnologías disciplinarias, compensadas con el manejo y administración de las velocidades de los flujos de la movilidad social y espacial. Estos diagramas de poder afectan a los cuerpos, a los territorios, a las poblaciones; se constituyen en maquinarias abstractas y agenciamientos concretos del bio-poder, que ya interviene en las dimensiones infinitesimales del cuerpo, en los imaginarios, en la genética y en el cúmulo de facultades inherentes. Esta genealogía del poder parece indetenible; ante la crisis mundial financiera y económica, los gobiernos de las potencias han respondido con salvaguardas a los responsables de la crisis, la alta burguesía financiera, degenerando el círculo vicioso de la crisis, no sólo porque mantiene las causas de la crisis, sino que premia a los responsables de la misma. También han respondido con guerras policiales, preventivas y de castigo. La paranoia les ha llevado a idear lo que George Orwell había imaginado como cuadro alucinante en su novela famosa 1984. Sin embargo, la realidad supera a la imaginación; no sólo por la escala, la vigilancia, el control, el dominio en todo el orbe terrestre, sino también por la minuciosidad y detalle de la malla del control desmedido al que se ha llegado, que lo permite el avance tecnológico y cibernético. Así como por la descarnada suspensión de la democracia por un Estado de excepción mundial.
Se observa una recorrido de los estados hacia la forma de Estado de excepción prolongado. Ciertamente es un desplazamiento diferencial hacia este descarnado y descomunal ejercicio del poder; no todos se encaminan al mismo ritmo, tampoco lo hacen contando con recursos equivalentes; se da como un desplazamiento desigual y combinado en esta asunción al poder absoluto. Sin embargo, todos coinciden en globalizar esta arquitectura de la vigilancia y de control, que, a su vez, es un panoptismo y una cibernética del control, con pretensiones despóticas. Llama la atención que los gobiernos compartan el mismo modelo de dispositivos y hasta el mismo discurso de la guerra infinita contra el terrorismo; gobiernos progresistas repiten el mismo procedimiento que los gobiernos conservadores. Persiguen a dirigentes de movimientos sociales críticos, hasta se llega a encarcelarlos, como ha ocurrido en Ecuador con dirigentes indígenas. Entonces no se trata de sólo un comportamiento paranoico de las potencias dominantes del sistema-mundo capitalista, sino de una caracterización general de los estados en la actualidad. No sólo los denominados, por el discurso liberal, estados «totalitarios», no solamente los llamados, por el discurso ultra-conservador, «estados canallas», sino también los autodenominados, por el discurso oficial, estados «democráticos», manifiestan patentemente esta tendencia hacia el control total. ¿Por qué ocurre esto? ¿Se trata de una tendencia irreversible de los estados?
Se puede decir que la historia del Estado moderno comienza con las monarquías absolutas (siglos XIV-XV). Estas máquinas territoriales, centradas en el núcleo de la soberanía del soberano, que es, en verdad, la base de toda soberanía, aunque ésta se haya desplazado, de la soberanía del monarca a la soberanía del pueblo, enfrentaron las rebeliones anti-feudales, después las rebeliones y las revoluciones sociales del pueblo. Interpeladas por la revuelta popular y el proyecto republicano, el Estado moderno, iniciado en la forma de monarquía absoluta, se «transformo» en Estado-nación, estructurado como república, basado en la representación y delegación del pueblo, la voluntad general, conformado en el equilibrio de la división de poderes. Visualizado en la perspectiva histórica, el Estado moderno, cuyo núcleo inicial es la forma de la monarquía absoluta, no disolvió la estructura de poder conformada y las maquinarias de castigo, de vigilancia, de disciplinamiento, sino que las mejoró, haciéndolas más flexible y dúctil; empero, a la vez, más extensa y abarcadora, más centralizada y burocrática, con instituciones de alcance nacional. La maquinaria estatal avanzó mucho en eficacia, en organización, en especialización, en divisiones de tareas, en la promoción de políticas públicas y, sobre todo, en su relación extensa y constante con la sociedad. El Estado-nación se convirtió en la «síntesis política» de la sociedad civil, en la concepción dialéctica de Hegel. La forma republicana, la formalización de la democracia, la elección y selección de las representaciones, construyeron legitimidad por «consenso», como resultado de la voluntad general. En estas condiciones institucionales de la república y la democracia formal, los aparatos y la maquinaria estatal prosperaron, beneficiándose de la acumulación capitalista, ampliando su presupuesto, a través del sistema impositivo y tributario minucioso, detallista, sofisticado. La organización de la policía y el ejército mejoró notablemente, incorporando nuevas técnicas organizativas y administrativas, nuevas tecnologías destructivas, de vigilancia y, sobre todo, de control. La experiencia de las guerras modernas transformó a los ejércitos, y la experiencia del «combate» contra la delincuencia y el crimen, en sus manifestaciones modernas, transformó a la policía. La revolución de las comunicaciones, después de la informática, empujó a los estados a usar estos ámbitos y medios ampliamente; uso que repercutió en las relaciones de Estado y sociedad. Las poblaciones comenzaron a ser vistas como públicos, ante los cuales había que actuar, convirtiendo a la política en un teatro y en un escenario de permanente simulación; también se trata de incidir e inducir en el público comportamientos, generar necesidades, usar sus capacidades y requerir su atención.
La primera y segunda guerras mundiales exigieron modernizar el espionaje. Ya no se trataba sólo de resolver problemas de la infiltración para obtener información, procedimiento antiguo y tradicional, sino de lograr organizar equipos sofisticados de obtención, captura y transmisión de información. La guerra fría fue la ocasión de implementar tecnología avanzada y sofisticar mucho más aún las estructuras y las formas de organización del espionaje, llegando a convertirse en parte estratégica de la composición del Estado. Se institucionalizan los servicios de inteligencia. Visto desde este enfoque, se puede ver que la relación entre los llamados estados «socialistas» y los llamados estados «democráticos» fue de mutuo aprendizaje. Las «revoluciones socialistas» triunfantes, una vez conquistado el poder, se vieron obligadas a usar el Estado para defenderse de la agresión externa e interna. Pronto se vieron envueltas en un casi irreversible camino a la construcción de un Estado paranoico, por su perfil psicológico, remarcando el carácter de Estado policial, por su perfil empírico, ampliado hasta dimensiones inimaginables; situación inesperada, sobre todo por los que lucharon por la emancipación y la liberación. Después de la crisis económica de 1929, las grandes potencias capitalistas, optaron por incorporar la planificación «socialista» a la gestión económica para resolver la crisis económica, el Estado capitalista intervino en la economía para incidir en ella y conducirla nuevamente al equilibrio. En lo que respecta a la paranoia del Estado policial, resultó ser contagiosa; las llamadas «democracias» occidentales refinaron, ampliaron y sofisticaron los rasgos policiales que ya contenían, convirtiendo estas características secundarias en el contenido supremo y obsesivo de los estados «occidentales». La identificación y definición del enemigo llegó a convertirse en toda una taxonomía; poco a poco, nadie de la sociedad, ningún miembro, ningún ciudadano, podía salvarse, pues estaba sujeto a sospecha.
La culminación de la guerra fría, la caída de los estados «socialistas» de la Europa oriental, no derivó, como se esperaba, en un desarme del Estado de guerra y del Estado policial; la costumbre en la preparación a la guerra se mantuvo. Con la desaparición del enemigo «comunista», se lo sustituyó por el enemigo difuso, ambiguo, abigarrado y barroco, de múltiples rostros, enemigo indefinido, pero con suficiente presencia fantasmagórica como para justificar otra escalada bélica. Las guerras no han terminado, como lo predijo Francis Fukuyama, sino que se extendieron en formas locales y regionales, adquiriendo el perfil de intervenciones policiales y preventivas por parte del imperio, el orden de la dominación mundial, dominación de una ultra-burguesía internacional. El 11 de septiembre de 2001 marca un hito; después del atentado a las torres gemelas en Nueva York; el gobierno de Estados Unidos declara la guerra infinita al terrorismo. Ingresamos entonces a una etapa de amenaza bélica más alucinante que la llamada guerra de las galaxias, de amenaza permanente de intervención preventiva, policial, humanitaria; pero, sobre todo, lo que caracteriza a esta etapa es la conformación de dispositivos que declaran abiertamente la suspensión de derechos, por razones de seguridad. Esta etapa puede ser caracterizada como la de la construcción del Estado de excepción, del Estado policial, a escala planetaria.
Ya no son solamente los pueblos de las sociedades periféricas del sistema-mundo capitalistas las amenazadas, sino también, notoriamente, los propios pueblos de las sociedades centrales de esta geopolítica policial del sistema mundo. El poder desmesurado y el goce de los privilegios escandalosos se nuclean cada vez más en una minúscula ultra-burguesía internacional, la que controla y administra tecnologías de destrucción, de información y de desinformación desbastadoras. La delirante compulsión de la hegemonía y dominación del capital financiero mundial ha arrastrado al sistema-mundo capitalista a una forma descomunal de valorización dineraria especulativa, trasladando el costo a la ecología, a las sociedades, a los pueblos, desechando todo respeto por la democracia y de los derechos conquistados. La amenaza es a la biosfera, a los ciclos de la vida, a los ecosistemas, a todos los pueblos del mundo, a la supervivencia humana, a la democracia y a las posibilidades de futuro. La gravedad de lo que está en ciernes, de los paranoicos proyectos de control social, inscritos en la composición de poder del Estado, en su devenir policial, exige a los pueblos del mundo acciones de emergencia de defensa de la democracia, de los derechos conquistados, de las libertades adquiridas, exige acciones conjuntas, asociaciones internacionales, organizaciones inclusivas e integrales en defensa de la vida.
La «evolución», si podemos hablar así, de la forma, de la composición, de la estructura y de la expresión del Estado moderno, parece mostrar el fin de una época, la del Estado, en su forma moderna de Estado-nación, parece que se ha llegado al crepúsculo de esta forma de organización política, de representación, de apropiación de las múltiples y plurales voluntades de las multitudes. Asistimos a la crisis mayúscula del Estado moderno, crisis que plantea un dilema, o el Leviatán desmesurado impone su decurso demoledor y destructor, convirtiendo al planeta en un inmenso y alucinante panoptismo, o los pueblos, resisten, liberan su potencia social, y encaminan la historia a un nuevo horizonte civilizatorio, que profundice la democracia, la solidaridad y complementariedad de los pueblos, ampliando el alcance de las libertades y los derechos, logrando construir una gobernanza mundial y participativa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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