Dedicado a Víctor Hugo Quintanilla Coro, a José Luis Saavedra, intelectuales quechas, a Pablo Mamani Ramírez, Lucía Choque, a María Eugenia Choque, a Esteban Ticona, a Carlos Mamani Condori, al Inka Waskar Choquehuanca, a Félix Patzi, intelectuales aymaras. También dedicado al historiador aymara Roberto Choque. De quienes aprendí y aprendo […]
Dedicado a Víctor Hugo Quintanilla Coro, a José Luis Saavedra, intelectuales quechas, a Pablo Mamani Ramírez, Lucía Choque, a María Eugenia Choque, a Esteban Ticona, a Carlos Mamani Condori, al Inka Waskar Choquehuanca, a Félix Patzi, intelectuales aymaras. También dedicado al historiador aymara Roberto Choque. De quienes aprendí y aprendo de la densa perspectiva anti-colonial y descolonizadora encarnada.
Intencionalidad
Esta es una crítica al conservadurismo intelectual y a la apología de los gobiernos progresistas. Dos actitudes que debilitan la potencia social, que debilitan las fuerzas de las luchas emancipatorias, liberadoras y de-coloniales, que transfieren la potencia y la fuerza a la captura institucional, por lo tanto a la usurpación representada de las conquistas sociales.
De la intelectualidad
Hay una imagen, un tanto difundida, de que los «intelectuales» son, por lo general críticos; esta imagen compartida compite con otra más popular; de que los «intelectuales» habitan en la estratosfera, que deambulan en los aires, con los pies suspendidos, sin pisar la tierra. Ambas imágenes son equivocadas; en primer lugar, porque es un grupo muy reducido de los «intelectuales» que es crítico; la aplastante mayoría es, en realidad, conservadora. Legitiman el régimen cuestionado por las y los críticos. La gran mayoría de los «intelectuales» es realista, «pragmática», funcional al sistema. En segundo lugar, la gran mayoría de los «intelectuales» pisa tierra, pisa tierra firme, conocen muy bien las reglas del juego y los intereses vigentes. Aunque hay, entre ellos, una zona de incertidumbre, cuando se aproximan a una cierta forma de «crítica», que no deja de ser formal, a pesar de los escenarios que se montan, permitidos. Estos «intelectuales», de cierta postura «crítica», saben distinguir lo «viable» de lo «imposible», lo aconsejable de lo extremo. La dosis «crítica» no puede comprometer ciertos márgenes de movimiento, ciertos intervalos de desplazamientos, no se pueden cruzar ciertos límites. Estos márgenes, estos límites tienen que ver con el Estado. No se puede tirar por la borda al Estado; en manos de los gobiernos progresistas es un instrumento de ampliaciones democráticas, de mejoras sociales, de redistribuciones del excedente. Hay que distinguir gobiernos progresistas de gobiernos claramente de «derecha». Este punto de vista es plenamente realista; por lo tanto, conservador.
Lo que elude esta «crítica» realista es la cuestión estatal; es decir, la cuestión del poder. El Estado es esencialmente violencia concentrada, el Estado es el aparato privilegiado de las estructuras de poder, de los diagramas de poder, el Estado es la macro-institución primordial de los agenciamientos de poder. Hablar del uso del Estado es casi una ilusión; pues es precisamente el Estado, como campo institucional, como campo burocrático, como campo politico, el que termina usando a los «revolucionarios» y a los progresistas [1] . Se puede decir que, estando en el Estado, a la larga, «derechas» e «izquierdas» terminan pareciéndose, pues usan la violencia física y simbólica del Estado como aparato de represión, pues terminan expropiando la voluntad general, las voluntades colectivas y sociales. La dramática historia de las revoluciones nos muestra esta ruta sinuosa. Las revoluciones cambian el mundo, el mundo no va ser lo que era antes; empero, todas las revoluciones se hunden en sus contradicciones. No pueden resolver el problema del Estado y del poder [2] .
No es que digamos que esta «critica» sensata no tenga validez. Obviamente que la tiene, pues no se puede confundir tipos de gobiernos, gobiernos, con pretensiones socialistas, gobiernos progresistas, gobiernos nacionalistas, con gobiernos declaradamente pro-capitalistas, gobiernos reaccionarios, gobiernos neo-liberales. Esta es una premisa histórica política; empero, de aquí no se puede concluir que es mejor no criticar a los gobiernos progresistas, pues favorece a la «derecha». Tampoco se puede concluir, incluso criticándolos, que, por esta razón, es mejor que se queden en el Estado a entregar el Estado a la «derecha». Pues, qué es el Estado sino aquel instrumento construido por las clases dominantes, que termina invistiendo a los ocupantes de turno como funcionarios, como técnicos del ejercicio de las dominaciones polimorfas. El problema no es tanto quién ocupa el Estado, sino que el Estado no haya sido desmantelado para instaurar, en su lugar, formas participativas de gestión.
Cuando los gobiernos progresistas terminan haciendo lo mismo que los gobiernos liberales y neoliberales, el problema del poder, de la recurrente reiteración de las formas de poder, se manifiesta patentemente. No sólo en lo que respecta a la represión, al uso de la violencia concentrada del Estado, a la criminalización de la protesta, a la persecución de los dirigentes indígenas, como ocurre en Ecuador y en Bolivia, sino en lo que respecta al modelo colonial del capitalismo dependiente, que es la economía extractivista y el Estado rentista. Las diferencias que marcaban a los gobiernos progresistas, diferencias que tienen que ver con ampliaciones democráticas, beneficios sociales, redistribución del ingreso, terminan haciéndose difusas, sobre todo, si consideramos, que el multiculturalismo liberal llegó a reconocer la interculturalidad. También se hacen difusas las fronteras cuando son los gobiernos neo-liberales los que inventaron el microcrédito y los famosos bonos, además del uso accionario de las AFPs; medidas que han mantenido los gobiernos progresistas.
La tarea no es mantener a los gobiernos progresistas, sino transformar la sociedad y demoler al Estado, aunque sea en una larga transición. Los gobiernos progresistas se proponen mantenerse en el poder, púes gozan de la legitimidad histórica de que son «revolucionarios». Eso basta. Los «intelectuales» de la «crítica» sensata, también creen que la tarea es sostener a los gobiernos progresistas, a pesar de sus crasos errores. Esto es caer en el mito de los caudillos, como también caer en el mito del Estado como instrumento, que antes estuvo al servicio de las clases dominantes, y ahora puede estar al servicio de las clases dominadas, de las naciones y pueblos colonizados.
El Estado no va dejar de ser lo que es, sencillamente porque sus ocupantes sean otros; los nuevos ocupantes son simplemente los nuevos funcionarios del mismo sistema de poder. Tampoco se puede disociar la relación del Estado con el capital; el Estado es una estructura fundamental en la acumulación de capital, por lo tanto, en la realización del capital. Se podría decir que el Estado es el capital porque garantiza su desenvolvimiento acumulativo. De la misma manera no se puede disociar el Estado del orden mundial de dominación y control; es un dispositivo de este orden de dominación y control. Los Estado-nación son útiles para la transferencia de los recursos naturales, de las periferias al centro del sistema-mundo capitalista. Lo que tarden en manifestarse estas evidencias, depende de contextos, coyunturas, relación de los gobernantes con las clases explotadas y colonizadas, con las naciones y pueblos subordinados. Depende de la vulnerabilidad de los nuevos ocupantes; cuánto más retóricos más pronto caen en la lógica de una maquinaria de poder, aunque chirriante y aparatosa. En contraste, cuánto más convicción tengan en lo que llaman la transición, más se prolonga la ilusión de usar al Estado. Empero, más tarde o más temprano, termina imponiéndose el peso gravitatorio de un fabuloso instrumento de dominación, vigilancia, disciplinamiento y control.
Apostar por mantener en el Estado a los gobiernos progresistas, es volver a repetir el error del apoyo incondicional, que se le otorgó a la Unión Soviética, suponiendo que era la patria socialista que había que defender, que era la representación del proletariado universal; cuando al no criticar, al no poner en evidencia el camino «despótico» optado, usurpando a los consejos (soviets) la democracia obrera y campesina, lo que se hacía, al final de cuentas, es contribuir, paradójicamente a su caída. Esto acaecía con todo su dramatismo, pues el burocratismo, el centralismo, el autoritarismo, el verticalismo, terminaron minando las defensas del proceso de transformación. Lo que menos requieren los procesos de cambio es el apologismo, tampoco requieren sólo de «crítica» sensata, sino se advierte de la necesidad de crítica radical; tocar de raíz los problemas. Se requiere que la crítica radical acompañe y sea acompañada de participaciones y movilizaciones sociales, que cuestionen la vía burocrática de «cambio»; movilizaciones sociales que impongan de manera activa la participación colectiva, comunitaria y social. Requieren transferir las decisiones a la construcción colectiva y participativa.
No es sostenible el argumento de que, lo que acabamos de decir, favorece a la «derecha». Lo que favorece a la «derecha» es que los gobiernos progresistas vuelvan a recorrer las rutas conocidas de reproducción del poder, pues terminan en el laberinto politico, que lleva a los gobiernos a su propia caída. La «revolución» no culmina con la toma del poder, la «revolución» sólo puede continuar profundizándose como «revolución» dentro de la «revolución», transformando las prácticas «revolucionarias»; sino ocurre esto, lo más probable es que concurra la contra-revolución dentro de la «revolución», efectuada por los mismos «revolucionarios» en el poder.
Las crisis de los «procesos» de cambio, puestas en evidencia en Bolivia, Ecuador y en Brasil por las movilizaciones sociales, las movilizaciones indígenas, los conflictos reivindicativos, las interpelaciones comunitarias, muestran claramente los límites de los gobiernos progresistas, sus innegables contradicciones, su peligrosa orientación hacia un Estado policial. No se puede cerrar los ojos ante semejantes manifestaciones interpeladoras, no se puede seguir sosteniendo que es mejor el mal menor, que es mejor preservar al gobierno progresista que volver a los gobiernos neo-liberales. El problema no es éste, mantener o no mantener al gobierno progresista; el problema es continuar con el «proceso» de cambio, que no puede darse sino cambiando, transformando. Esta continuidad, esta profundización, esta transformación, no puede darse sin la participación colectiva, comunitaria y social. Esta no es tarea de burócratas; estos sólo saben repetir la gestión pública establecida, la administración de las normas. Apostar por mantener al gobierno progresista es apostar a detener el proceso, a congelarlo en el punto de la toma del poder, por una vía u otra, por vía electoral o «revolucionaria»; equilibrarlo en el momento mismo de la ilusión, cuando la historia sigue su curso. Aquí se expresa patentemente el conservadurismo de los «intelectuales» de la crítica sensata.
Marx decía que no hay peor derrota que no haber intentado. De la manera sensata, entonces, se apuesta a la peor derrota; contentarse con lo poco conquistado, el gobierno, sin haber demolido el poder, las estructuras de poder, los diagramas de poder disciplinarios, los diagramas de poder coloniales, constituidos en la modernidad. Esta tarea de demolición no necesariamente se tiene que efectuar de la noche a la mañana, puede darse en una transición, que incluso puede ser larga, dependiendo de la correlación de fuerzas y de las condiciones de posibilidad histórica; empero, una cosa es esto, demoler el Estado, desmantelar el poder, aunque sea en una transición larga, y otra cosa es preservar el Estado, preservar el poder, preservar al gobierno progresista en el Estado.
El conservadurismo intelectual radica en renunciar efectivamente a construir mundos alternativos, aunque se lo diga discursivamente. La construcción de mundos alternativos se lo hace alterativamente; alterando la reproducción del poder, en sus formas polimorfas, alterando la reproducción del capital, en las formas concretas de acumulación. Siendo dos de ellas las preponderantes en la contemporaneidad; una, el extractivismo expansivo; otra, la especulación financiera. Dos formas a las que apuestan los gobiernos progresistas.
Defensa crítica de los procesos de cambio
Cuando hablamos de defensa crítica de los procesos de cambio no hablamos, indudablemente de la defensa de los gobiernos progresistas, que son composiciones burocráticas, que son la parte, en todo caso, más conservadora de los procesos. Los apologistas han confundido la defensa de los procesos, defensa, que debería corresponder a la profundización de los cambios, con la defensa de los gobiernos progresista. Esta confusión es conservadora y hasta peligrosa para los procesos mismos. Los procesos de cambio de los que hablamos se han inscrito en sus constituciones políticas; los gobiernos progresistas han vulnerado sistemáticamente sus constituciones, sobre todo en el caso de Bolivia y Ecuador, que cuentan con constituciones que establecen el Estado plurinacional. La defensa de las constituciones, en estos casos, significa defenderlos contra sus gobiernos que vulneran las constituciones. Aquí no hay donde perderse; no se puede hablar de distinguir a gobiernos progresistas de gobiernos de «derecha». Usando este término tan discutible, heredado del imaginario de la revolución francesa, es «derecha» violar la Constitución y los derechos colectivos consagrados en la Constitución.
Frente a la continuidad expansiva del modelo extractivista, que es la opción seguida por los gobiernos progresistas, no queda otra cosa que defender la madre tierra, los derechos de los seres de la madre tierra, defender los derechos comunitarios, los derechos colectivos, los derechos de las naciones y pueblos indígenas, defender el derecho de los pueblos a modelos alternativos al extractivismo, al capitalismo, a la modernidad y al desarrollo. Esta defensa es contra los gobiernos progresistas, pues ellos son los que llevan adelante la expansión extractivista a nombre del «desarrollo».
Frente a la centralización desmesurada de los mandos, el verticalismo autoritario, que reproduce cristalizados burocratismos y autoritarismo, heredados del Estado liberal, no queda otra cosa que defender la democracia participativa, establecida por la Constitución. Esta defensa del ejercicio plural de la democracia se lo hace también contra los gobiernos progresistas, que descartan, en la práctica, cualquier participación y control social, salvo si es demagógica y teatral.
Frente a la decisión gubernamental de solventar la expansión del uso de los transgénicos, que según el presidente de Bolivia, son una solución para la soberanía alimentaria, apoyando taxativamente a los empresarios involucrados en la producción de soya, no queda otra cosa, que defender la producción y los cultivos orgánicos. Esta defensa también se lo hace contra los gobiernos que introducen normas de apoyo al empleo de los transgénicos y la ampliación de la frontera agrícola.
Frente a la entrega de las reservas fiscales mineras a las empresas trasnacionales, mediante leyes mineras de promoción al capital extranjero, que en Bolivia también tiene un aditamento, la entrega de reservas a la vorágine de las llamadas cooperativas mineras, que de cooperativas sociales no tienen nada, sino son instancias que encubren formas salvajes de propiedad privada, no queda otra cosa que defender las reservas fiscales, que son propiedad de los pueblos. Esta defensa también es contra los gobiernos que orientan una política minera de extractivismo depredador.
Frente a la escalada de corrupción descomunal que se efectúa, en unos casos, a nombre de la formación de una nueva burguesía, de una burguesía nativa, término tan inapropiado para ocultar el robo al erario del país, otras veces se oculta bajo teatrales orquestaciones institucionales, que dicen luchar contra la corrupción y la transparencia, que, sin embargo, se ciegan ante evidentes y conocidas proliferantes prácticas de corrupción institucionalizada, no queda otra cosa que enfrentarse a la impostura de los gobiernos progresistas. En este caso, es más criminal desatar prácticas paralelas perversas institucionalizadas, pues corroen las propias bases éticas y morales de legitimación del proceso de cambio.
Frente a políticas monetaristas, que entregan el ahorro nacional al sistema financiero internacional, dispositivo hegemónico y dominante del ciclo del capitalismo vigente, evitando generar espacios alternativos de contra-moneda y contra sistema financiero [3] , no queda otra cosa que defender la valorización concreta de los productores locales frente a estas políticas monetaristas de los gobiernos progresistas.
En todos estos casos la defensa del gobierno, confundir la defensa del proceso con la defensa del gobierno, es pues contraproducente, pues debilita a las posibilidades, las potencialidades y las fuerzas del proceso. Esta posición conservadora es debilitante, desactiva la vigilancia, el control, la interpelación, de los movimientos sociales, de los pueblos y las comunidades. Esta perspectiva conservadora tiene una visión esquemática inmóvil. Hay «derecha» e «izquierda»; dos campos estáticos, definidos por siempre, como entidades eternas, como sustancias a-históricas, olvidando las dinámicas políticas y sociales, fluidas y complejas. Los gobiernos, por más que se proclamen populares, progresistas, socialistas, «revolucionarios», pueden devenir en gobiernos reaccionarios si es que toman medidas represivas, antidemocráticas, inconstitucionales, aunque lo hagan a nombre de la defensa de la «revolución». Mucho más aún si las medidas reproducen las mismas estructuras de dominación polimorfas, aunque se lo haga a nombre de los indígenas, sin consultarles, como corresponde. Lo que es un uso simbólico de la víctima de la colonización y colonialidad. Al ocupar el lugar el lugar del otro, en la estructura colonial mantenida, se termina siendo el otro, el «blanco», el dominador, el colonizador, pues al mantenerse la estructura colonial, se hace lo que hacía el «blanco». No se trata, obviamente, como lo anotó Frantz Fanón, de sólo cambio de color, en el puesto de mando, sino de ocupar el lugar, que debería haber sido destruido y no tomado.
El problema de esta etapa de los procesos políticos, llamados de cambio, etapa de gestión de gobierno, es el dilema planteado de qué hacer con el Estado. El problema es creer que el Estado puede ser usado, como si fuese un instrumento neutral, el problema es creer que basta que el instrumento cambie de mano, para que tenga otros fines, como si el Estado no estuviera constituido por relaciones históricamente cristalizadas. El problema del Estado es antiguo en la historia de los movimientos sociales anti-sistémicos, en la historia de las «revoluciones», en la historia política, así como también es antigua la reiteración del fetichismo estatal.
El conservadurismo de esta posición intelectual radica en la apuesta por los gobiernos progresistas y no en la potencia social, no en la capacidad y potencialidad de las comunidades, no en la capacidad de la dinámica molecular de las sociedades. Este no sólo es un fetichismo estatal, sino un fetichismo institucional, que considera que la fuerza social, producente y productiva, está en las instituciones, y no en la capacidad producente y productiva de la gente. Las instituciones son el efecto molar, el efecto de masa, el efecto estadístico de las dinámicas moleculares [4] . En esta etapa, la de las gestiones gubernamentales, es cuando se pierde el rumbo del proceso, cuando se escabulle la posibilidad del proceso, pues, en vez de orientar las políticas a una deconstrucción del Estado, se orienta a una consolidación mayúscula del Estado.
A estas alturas de las historias políticas de la humanidad, ya deberíamos haber aprendido las grandes lecciones. La ruta de la institucionalización de la «revolución», la ruta de la estatalización de la «revolución», es destructiva de la misma «revolución». Es la clausura misma de la «revolución». Ciertamente, no se puede negar, que hacer otra cosa, que la que se hizo en el pasado, es difícil, requiere de invención, creatividad, imaginación e imaginario radicales. Este es el desafío, para no repetir la dramática historia de las «revoluciones» hundidas en sus contradicciones.
Ahora bien, la defensa crítica de los procesos de cambio debe ser contextuada en cada uno de los países en cuestión. No es la misma situación, la complexión de las fuerzas, en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Brasil. Se trata no sólo de contextos distintos, sino de historias sociales y políticas diferenciales. El campo politico es variado en los países; la distribución de las fuerzas es diferente. No se puede proponer sólo una defensa crítica general del proceso; las características de la defensa crítica del proceso son también variadas. La lucha tenaz en Venezuela contra una «derecha» y burguesía fuerte, que goza de convocatoria, además del apoyo de la Casa Blanca de Estado Unidos de Norteamérica, a pesar de las fuerzas, disponibilidad, y convocatoria popular del gobierno bolivariano, obliga a considerar la distinción planteada por la «crítica» sensata, la distinción entre «derecha» e «izquierda», recurriendo a estos términos esquemáticos. Incluso a pesar de los graves problemas burocráticos y de corrosión del propio gobierno. No ocurre lo mismo ni en Ecuador, ni en Bolivia, donde la «derecha» política se encuentra disminuida y sin convocatoria apreciable, en tanto la «derecha» económica, que es de clase, que corresponde a la reproducción de la burguesía, se halla aliada al gobierno, gozando de sus beneficios, que corresponden, por ejemplo, a las políticas monetaristas, a las políticas agrarias, a la suspensión de la función económica y social, a la suspensión del saneamiento de tierras, a la suspensión del control sobre tala de bosques. En estos casos no aparece tanto el peligro de que la «derecha» tome el gobierno, sino que el gobierno progresista se siga derechizando.
El caso brasilero es notoriamente diferente; hablamos de un gobierno que claramente ha optado por una alianza con la burguesía, incorporada al propio gobierno, un gobierno que ha optado por el aburguesamiento de la casta dirigente del PT, un gobierno que tiene un claro diseño de geopolítica regional [5] . Por último hablamos de un gobierno que no ha hecho la reforma agraria esperada por el movimiento campesino más grande del mundo, el movimiento sin tierras (MST). Más bien defiende a los latifundios y a las empresas monopólicas de los transgénicos, como la Monsanto. No es pues una sorpresa que en este país continental, cuyo Estado ha concebido una geopolítica regional y continental, que abarca también al África, por lo menos sud-sahariana, se hayan dado las gigantescas protestas contra el gobierno de Dilma Rouseff, que ha destinado una cuantiosa y fabulosa inversión en la infraestructura del mundial de futbol, beneficiando a las empresas constructoras, descuidando el bien estar social. También, no es pues de ninguna manera desconocido, la legendaria lucha de los pueblos indígenas contra el avasallamiento de sus tierras, avasallamiento ahora efectuado con los mega-proyectos de las macro-hidroeléctricas, como es el caso del proyecto faraónico de Belo Monte.
Por otra parte, no se puede decir, pues tampoco es sostenible, que la crítica radical a los gobiernos progresistas debilita la lucha antiimperialista. Al contrario, le otorga actualidad, pues pone en el tapete las transformaciones dadas en la forma imperialista; propone una lucha contra el imperialismo, de carne y hueso, tal como es hoy; descarta seguir dibujando una figura obsoleta del imperialismo, que corresponde las condiciones histórico-políticas-económicas de mediados del siglo XX. Mantener la imagen de esta figura y lanzarse discursivamente a la lucha antiimperialista, no es otra cosa que pelear contra un fantasma, cuando en los hechos se mantienen buenas relaciones con el imperialismo de carne y hueso. El imperialismo de hoy es el orden mundial de dominación global e integral, conformado por los organismos internacionales, el sistema financiero internacional, el entramado de redes de las empresas multinacionales y trasnacionales, el centro dinámico y cambiante del sistema-mundo capitalista, que ha incorporado a las llamadas potencias emergentes(BRICs), que tiene como gendarme a la híper-potencia del complejo económico-industrial-tecnológico-cibernético-mediático de los Estados Unidos de Norteamérica. Un orden mundial de dominación global e integral, que articula distintos planos y atraviesa ocupando todos los espacios posibles e imaginables de la existencia social, así como de la vida, los ciclos de la vida, la información genética. Estamos ante un sistema global e integral de dominación mundial, que avanza a su unificación, comprometiendo a estados, por más diferentes que sean y pretendan cierta soberanía, comprometiendo todos los recursos naturales, por más pretendidamente nacionales que aparezcan; la subsunción formal, real y virtual de los procesos de explotación de los recursos naturales ha llegado a formas concomitantes y de dependencia agudas, por más propios que se declaren los recursos naturales. La acumulación ampliada de capital, en las condiciones de este capitalismo financiero-trasnacional-posindustrial-cibernético-mediático, ha llegado a espeluznantes dimensiones cuantitativas, a impresionante eficacia cualitativa, además de la asombrosa rapidez y velocidad de desplazamientos logradas. Nadie puede decir, en estas condiciones, que es independiente, que escapa a estas formas de dominación y explotación del capitalismo tardío, nadie puede decir que puede lograr un desarrollo capitalista autónomo, local, regional, propio, sea «andino-amazónico» u otro específico. Esto no sólo es una ilusión desdichada sino una insensatez descomedida. Por eso, pretender una acumulación originaria local, mediante la expansión del extractivismo, para pasar a la industrialización y de ahí a formas de soberanía alimentaria, no es más que una ilusión al servicio de la acumulación ampliada desbordante y especulativa del capitalismo tardío, políticamente conformado como imperio.
Esta es otra razón por la que no se puede apoyar a la orientación económica escogida por los gobiernos progresistas, pues se basan en esta ilusión descomedida y en esta «estrategia» de «desarrollo», que termina, precisamente, impulsando las formas de acumulación combinadas del sistema-mundo capitalista; reiteradas y recurrentes formas de acumulación originarias, por despojamiento y desposesión; acompañando a desplegadas y dinámicas formas de acumulación ampliada. Esta ruta es la de la reproducción de la dependencia, del colonialismo y del capitalismo, en las condiciones vertiginosas del presente. Esta ruta también es la destrucción de la «naturaleza», de la madre tierra, de la vida, de sus ciclos vitales, comprometiendo la sobrevivencia humana.
Los gobiernos progresistas en su laberinto
En adelante haremos descripciones de los contextos y coyunturas, diferenciales y análogas, en los que se encuentran los gobiernos progresistas.
En Genealogía de la dependencia escribimos:
En lo que corresponde al balance de las rutas desarrollistas contemporáneas, sobre todo en lo que respecta a las llamadas potencias emergentes, es aleccionador leer a Francisco de Oliveira cuando hace un análisis ilustrativo de lo que ocurre con la potencia emergente de Brasil [6] . El autor de El neo-atraso brasileño propone dos hipótesis interpretativas; una, que por un lado fueron las actividades rurales de subsistencia, el trabajo informal y la precarización de los salarios los que subsidiaron el crecimiento de la industria y los servicios. La segunda hipótesis se refiere a la emergencia de una nueva burguesía compuesta por técnicos, economistas y banqueros, núcleo duro del Partido de los Trabajadores (PT). Ambas condiciones determinan la identidad paradójica que adquiere el capitalismo periférico en esta parte del mundo, aquí el capitalismo se financia con la explotación de los trabajadores, en tanto que el progreso sucede siempre en otro lugar, allí donde se produce la ciencia y la tecnología de punta, en el centro del sistema-mundo capitalista.
Este balance es contundente, no hay desarrollo en las potencias emergentes, por lo menos entendiendo a este fenómeno de una manera integral, sino neo-atraso, repitiendo las condiciones perversas de este rezago. El desarrollo de las fuerzas productivas deja en la ruina a una parte de la humanidad, el subdesarrollo aparentemente deja de existir, no así sus calamidades, el trabajo informal, el mismo que se transforma en un indicador de la desagregación social. Lo que se produce son modernidades heterogéneas y de contrastes. Por un lado, centros urbanos que imitan el iluminismo edificado de las urbes del norte, burguesías articuladas a las redes del capital financiero, por lo tanto que forman parte de la misma burguesía globalizada; por otro lado, incluso en las mismas ciudades, cordones, espacios, amplias zonas de marginamiento y economía informal, incluso ilícita. Grandes mayorías discriminadas. En las potencias emergentes se ha dado lugar a la emergencia industrial, que no es otra cosa que el desplazamiento de la desindustrialización del centro del sistema-mundo capitalista, que ha optado por tecnología de punta, transfiriendo tecnología obsoleta a las llamadas potencias emergentes. En estos lugares se ha dado lugar a la formación de nuevas burguesías, que no tendrían nada que envidiar a las burguesías del norte, sobre todo en lo que respecta a su opulencia; empero este esplendor se construye sobre la base del marginamiento, la informalización de las grandes mayorías explotadas y dominadas, que habitan las zonas, los espacios del neo-atraso y la pobreza repetida descomunalmente. La emergencia de las potencias se basa en la destrucción devastadora de la naturaleza, la ampliación de la frontera agrícola, el uso de los transgénicos. De esta manera los costos de este progreso son demasiado altos como para hacerlo sostenibles.
No hay pues destino con el desarrollismo, tampoco con el neo-nacionalismo. Lo que hacen, en el mejor de los casos, en el caso de las potencias emergentes, es volver a modificar los términos de intercambio en las lógicas de acumulación del capital, modificar su participación en la estructura mundial de dominación capitalista. Por eso, podemos volver a decir, que los nacionalismo están mucho más cerca de las ilusiones liberales criollas y gamonales que de los proyectos emancipatorios y libertarios de los movimientos sociales, naciones y pueblos indígenas originarios. Están más cerca de repetir las formas coloniales, las del colonialismo interno, también las reiteradas cadenas de la dependencia, que de lograr construir las soberanías plurales que requiere un mundo alternativo de autodeterminaciones, auto-convocatorias, de participaciones sociales y ejercicios plurales de la democracia. Si bien los nacionalismos heroicos forman parte de la historia de las luchas, pretender repetirlos en los ciclos contemporáneos del capitalismo es apostar en una repetición burda y cómplice de las formas de acumulación mundial capitalista por despojamiento [7] .
Brasil
Lo que acabamos de recoger, comentando el sugerente e iluminador libro de Francisco de Oliveira, titulado El neo-atraso brasilero, y cuya metáfora interior es la figura aglomerada del ornitorrinco, es la caracterización que vamos a manejar para referirnos, en general, a los países de los gobiernos progresistas, aunque esta caracterización no solamente sea válida para estos países sino para el conjunto de los países del continente, que forman parte de la geografía móvil periférica, semi-periférica y central, incluso en las condiciones de BRICs, como es el caso de Brasil. Francisco de Oliveira usa la metáfora del ornitorrinco para configurar el llamado desarrollo brasilero; el autor escribe:
Altamente urbanizado, con poca fuerza de trabajo y población en el campo, aunque sin ningún residuo pre-capitalista; por el contrario, con presencia de un fuerte agrobusiness. A esto se suma un sector completo de la segunda revolución industrial, avanzando titubeante por la tercera revolución, la molecular-digital o informática. Por un lado, una estructura de servicios muy diversificada – sobre todo cuando está ligada a los estratos de altos ingresos que, en rigor, son más ostensiblemente perdularios que sofisticados – . En el otro extremo, una estructura muy primitiva, ligada directamente al consumo de los estratos pobres. Posee también un sistema financiero todavía atrofiado pero que, precisamente por la financiarización y el aumento de la deuda interna, acapara una gran proporción del PIB [8] .
Comentando el análisis y la caracterización que hace Francisco de Oliveira, en el libro citado, escribimos:
Francisco de Oliveira visualiza la recreación y expansión de la informalidad, la mantención del crónico desempleo, el encubrimiento del subempleo, como formas de articulación y subvención a la acumulación de capital, formas completamente articuladas y funcionales a los sistemas de industrialización e incursión en la tecnología molecular-digital. Combinaciones que forman parte de esa complementariedad y recreación violenta entre la forma de acumulación ampliada y la forma de acumulación originaria por despojamiento. Todo esto atravesado por un sistema financiero que cubre el funcionamiento económico, succionando las esferas y los circuitos económicos a la lógica de la financiarización, que empuja al uso especulativo del capital financiero. Produciendo entonces un endeudamiento externo e interno que caracterizan a las actuales economías dependientes, llamadas emergentes. Este ornitorrinco económico y social se sostiene sobre la extensa base de la diferenciación social excluyente y marginada de la distribución de la riqueza y el excedente, que se concentran desproporcionalmente en la minoría poblacional de empresarios privilegiados por el monopolio y el apoyo estatal, a la que se suman las clases medias beneficiadas por la expansión de los servicios e impulsadas al consumo. La gran mayoría de la población está condenada a vivir en los márgenes de esta modernidad, pasando de ser el ejército industrial de reserva a la masa gigantesca de trabajadores informales, proletariado nómada y habitante de los barrios prohibidos.
Se trata del reino de la informalidad, el desvanecimiento del salario, del adelanto del costo de producción.
«La tendencia moderna del capital es suprimir el adelanto: el pago a los trabajadores pasa a depender de los resultados de las ventas de los productos-mercancía. En las formas de tercerización del trabajo precario, y en lo que – entre nosotros – se continúa denominando «trabajo informal», éste es un cambio radical en la determinación del capital variable. Así, aunque parezca extraño, los rendimientos de los trabajadores pasan a depender de la realización del valor de las mercancías, lo que antes no ocurría. En los sectores todavía dominados por la forma salario, sigue en pie la anterior modalidad, tanto es así que la reacción de los capitalistas es des-emplear la fuerza de trabajo. El conjunto de los trabajadores es transformado en la suma independiente de un ejército de activos y de reserva, que se intercambia no de acuerdo con los ciclos de negocios, sino diariamente» [9] .
Esto es, se produce la suspensión de la producción, de la valorización de la producción, por lo tanto de la valorización del tiempo socialmente necesario del trabajo. Lo que se hace, sobre la base de su ocultamiento, es abrir nuevamente las temporalidades de la súper-explotación, así como del dominio absoluto de la circulación y el mercado, obligando a la gente al sacrificio y a la donación de sus vidas en aras de la realización de la ganancia. Suspendiéndose con esto los derechos conquistados en la historia de las largas luchas sociales. Desde entonces ya no se trata de los derechos, tampoco del sujeto de los derechos, sino de la realización descarnada de las ventas y de los resultados del sistema. Se vive entonces la dramática experiencia de la precarización, de la fragmentación, de la dispersión y la diseminación de las formas de vida y de las formas de organización. La realización de las súper-ganancias, la construcción deslumbrante de las grande urbes metropolitanas, la conformación de barrios de ensoñación y oasis paradisiacos, contando también con los moles comerciales y de consumo para las clases medias, sólo se pueden dar si al mismo tiempos se transfieren los costos de la magnificencia a extensas zonas suburbanas, a expansivos entornos de miseria, a favelas interiores o ruralidades vaciadas y detenidas en el tiempo. El costo no sólo se materializa en los perfiles de la marginación y la exclusión, sino también en la conformación de mundos paralelos y periféricos [10] .
En relación a las últimas movilizaciones dadas en Brasil (junio-octubre 2013), de usuarios, de jóvenes y estudiantes, contra el incremento de los pasajes, el mal servicio y las descomunales inversiones en la infraestructura del mundial de futbol, Pablo Ortellado, en Os protestos de junho entre o processo e o resultado [11] , escribe:
Las protestas de junio dejan dos legados opuestos: por un lado, a la explosión de manifestaciones con reivindicaciones difusas y sin contar con orientación en la consecución de resultados; por otro lado, la lucha contra el incremento de tarifas del pasaje de transporte, lucha efectuada por el Movimento Passe Livre (MPL), lucha que expresa un profundo sentido de táctica y estrategia.
Durante los momentos finales de la campaña contra el incremento de los pasajes, la lucha fue tomada por asalto por la proliferación de reivindicaciones. Cuando el incremento fue derogado, la agitación quedó como desprovista y la difusión de reivindicaciones proliferantes se apoderó, a la vez, del proceso. Estableciéndose un activismo procesual muy poco orientado a conseguir resultados. En relación a fenómenos semejantes en otros países, lo acontecido fue más lejos: no se trata de la dificultad de encontrar un objetivo viable común, como ocurrió en la ocupación de Wall Street o como aconteció con el 15M español, sino de la incapacidad de encontrar un horizonte ideológico común, aunque éste sea vago. La ausencia de orientación política, donde el movimiento se consumió en problemas procesales, principalmente en los relativos a los modos de lucha. Es por esta razón que los debates que se dieron a finales de 1990 en torno de Black Bloc resurgieron con toda fuerza, ahora en la forma de discusiones sobre los límites entre una respetable y cívica movilización ciudadana y una criminalizada acción de vándalos. Sin objetivos claros, los procesos fueron discutidos en clave principista y sin referencia a sus resultados. En relación a este aspecto, junio fue el mes en el cual explotó una indignación difusa, que es un enigma a ser descifrado por la gran narrativa y sus analistas.
La estrategia del Movimento Passe Livre (MPL) es el resultado de una acumulación de experiencias y aprendizajes de las luchas sociales demandantes.
En el año 2003, los estudiantes de Salvador bloquearon las calles de la ciudad para protestar contra el aumento de los pasajes de ómnibus. La movilización fue espontanea y horizontal, sin embargo, carecía de personas o grupos de referencia legitimados por el movimiento para hacer de interlocutores con el poder público. En ausencia de esas referencias, la UNE hizo este papel y terminó subordinando, a la manera leninista, las reivindicaciones de los estudiantes por la reducción del precio de los pasajes en su agenda partidista. El MPL aprendió de esta experiencia, tomó conciencia que era preciso que el movimiento tuviese una expresión política propia, al mismo tiempo horizontal y contraria al aumento – en otras palabras, que estuviese de acuerdo con su proceso y su propia meta.
El MPL aprendió de la experiencia y se desenvolvió en la lógica inmanente de las lucha de los jóvenes y estudiantes contra el incremento del costo de los pasajes. La evolución de la lucha por rebaja de los pasajes, durante los años 1980, a la lucha por el «passe livre estudantil», durante los años 1990, y desde aquí, hacia la lucha contra el incremento del precio de los pasajes, durante los primeros años del siglo XXI, revelan una lógica de lucha orientada a la ampliación de derechos que, debidamente interpretada, apunta a la tarifa cero y a la des-mercantilización del transporte para todos. Esta concepción no fue impuesta por un programa leninista externo, sino que fue extraído de la propia lucha autónoma de los estudiantes.
Las lecciones aprendidas, en lo que van diez años del movimiento social, permitieron al MPL una notable combinación estratégica y táctica entre valorización del proceso y orientación al logro de resultados. Por un lado, el movimiento supo preservar y cultivar la lógica horizontal y contracultural, que se dio tanto en la lucha de los estudiantes contra el incremento, como en el movimiento contra la liberalización económica, de donde proceden muchos de los militantes. Por otro lado, el MPL supo establecer, de manera táctica, una meta objetiva factible: la derogación del incremento. Esta meta parece «corta», sin embargo, no lo es, en la medida, que se encuentra ligada a la meta más ambiciosa de transformar un servicio mercantil en derecho social universal.
El antecedente de la derogación del incremento o de reducir el precio de los pasajes por la primera vez aconteció en Florianópolis en el 2004 y en São Paulo en el 2013. El objetivo de la reducción se re-direccionó de la lógica de la tarifa, ampliándose hacia una reducción creciente, tendiendo al límite lógico de la tarifa cero. Al conquistar la derogación del incremento, la reivindicación de la tarifa cero fue inmediatamente lanzada en el corazón del debate político. La doble victoria de reducir el costo de los pasajes y llevar al centro del debate político la reivindicación de la tarifa cero, por medio de una acción autónoma, contando con una estrategia clara, es el más importante legado de las protestas de junio. Este legado no llega a ser un nuevo paradigma de las luchas sociales del Brasil, sin embargo, es ya un modelo de acción que combina la forma política horizontal y contracultural de los nuevos movimientos, contando con un maduro sentido de estrategia [12] .
¿Cómo podemos desentrañar las jornadas que desde junio de 2013 conmueven Brasil? ¿Son revueltas contra el capitalismo de Estado, contra la burguesía sindical formada por el PT en el poder, contra esta renuncia expresa a la política de la luchas de clases, optando por la administración de los fondos de pensiones [13] , la participación como sindicalistas en los puestos claves directivos, no solo del gobierno, sino de los fondos, de los bancos, de las empresas, impulsando a las gigantes empresas brasileras a competir en el mundo con sus homologas? ¿Es una rebelión de los jóvenes, de los estudiantes, de los usuarios y consumidores, es decir, de una parte de las mayorías del pueblo y de la población, una parte que no participa de los entornos e irradiaciones ondulatorias de esta élite sindical? ¿Se trata del levantamiento de los nuevos marginados de estas grandes urbes y metrópolis, completamente articuladas a los flujos y retroalimentaciones del capital financiero? Nuevos marginados decimos, pues se trata de clases medias afectadas, en contraposición del proletariado beneficiado por la política de democratización y moralización del capital, orientado por Luiz Inácio Lula da Silva ; un proletariado beneficiado por el «desarrollo», el crecimiento económico, por su participación en la dirección y beneficios de las empresas, por su participación en la estrategia de los fondos de pensiones. ¿Se trata de una nueva contradicción, como fenómeno del capitalismo tardío, donde se enfrentan sectores sindicalizados, organizados, con influencia e intervinientes en el poder, aburguesados, contra sectores sociales atomizados, fragmentados, diseminados, sin influencia, alejados del poder, restringidos a los avatares de las exigencias de la cotidianidad, como la del transporte y sus costos? ¿O son problemas del propio crecimiento de una potencia emergente, que no puede llevar a todos sus habitantes, a todos sus pobladores, a todos sus estratos sociales, de la misma manera, otorgándoles beneficios similares, y al mismo tiempo? Por último, ¿se trata de una nueva generación de luchas, de movimientos sociales anti-sistémicos, que se caracterizan por su compacidad horizontal, sin estructuras jerárquicas, sin considerarse vanguardias, que ejercen resistencias contra-culturales y contra-hegemónicas, como interpreta Pablo Ortellado? Estas son las preguntas que colocan en la mesa estas jornadas de movilización de los indignados brasileros.
El 2010 las llamadas clases medias engrosaron ampulosamente la estructura social, con la entrada al estrato social de 30 millones de personas, en movilidad social, constituyendo ya el 50% de la población. Se estima que para el 2014 las clases medias lleguen a conformar el 56% de la población, sumando 113 millones de personas [14] . A propósito de esta movilidad social, Raúl Zibechi anota que: en tanto los sectores más pobres llegarían a ser por primera vez en la historia del Brasil menos de un tercio de la población. Sólo estos datos nos muestran transformaciones de la sociedad, de su estructura social, de su perfil, de su contenido de clase. No se puede negar, con estas descripciones, que los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva impactaron positivamente en estas transformaciones sociales, no se puede negar los efectos del gobierno progresista en la redistribución del ingreso, como afirma Boaventura de Sousa Santos [15] . Ciertamente; empero, en contraste, tenemos la elocuencia cualitativa de la movilización social en las ciudades. A esta situación contrastante, debemos añadirle la resistencia de los pueblos indígenas a las macro-hidroeléctricas, que destruyen sus territorios, que dañan el medio ambiente, que contaminan y depredan los ecosistemas, que afectan las cuencas de los ríos.
Partamos coincidiendo con Pablo Ortellado, que estamos ante un modelo de acción que combina la forma política horizontal y contracultural de los nuevos movimientos, contando con un maduro sentido de estrategia. Se trata de la manifestación, el despliegue y la expresión de los nuevos movimientos sociales anti-sistémicos, sobre todo de aquellos que se han caracterizado como de los «indignados», aunque los mismos sean variados y distintos, no sólo debido a sus contextos, la razón por la que estallan, así como por sus historias políticas propias. Las movilizaciones brasileras no estallan exactamente debido a las consecuencias dramáticas de la crisis financiera, como en Europa, sino que estallan como parte de una lucha, que ya cuenta con su propia historia, por la ampliación de derechos, que podemos llamarla profundización de la democracia. Estalla como parte de las contradicciones de una potencia emergente, así como también como parte de las contradicciones de los procesos de cambio, de los que forman los gobiernos progresistas de Sud América.
La ruta escogida, la del desarrollo, la ruta ya transmontada por los llamados países desarrollados, la ruta de la revolución industrial, la ruta de la modernidad, la ruta por la que los gobiernos progresistas logran transformar la estructura social, sobre todo en Brasil y también en Venezuela, aunque también ha ocurrido, con menor intensidad en Ecuador, así como en Bolivia, es una ruta, en todo caso, problemática. Ciertamente esta ruta ha ocasionado el engrosamiento notable de la participación proporcional de las clases medias, aburguesando al sostén social de la nueva conducción estatal, sea sindicalista, como en Brasil, sea partidista, como en el caso de Venezuela, sea profesional, como en el caso de Ecuador, sea campesino, como en el caso de Bolivia; sin embargo, esta ruta desarrollista no parece ser la ruta apropiada, en la etapa actual del ciclo del capitalismo vigente. Lo que estas «revoluciones» han conseguido es, en el mejor de los casos, la modernización de la estructura social, apta ahora para el insaciable consumo. En esto se parecen, aunque considerando distintas escalas; se diferencian en sus nombres. Se nombran como «revolución» por la democratización y moralización del capital, en el caso de Brasil, como socialismo del siglo XXI, en el caso de Venezuela, como «revolución» ciudadana, en el caso de Ecuador, como «revolución» democrática y cultural, en el caso de Bolivia.
Los jóvenes que salieron a las calles, en el fondo, lanzando el mensaje implícito, dicen: por esa ruta no queremos ir, no estamos de acuerdo, queremos otros mundos alternativos posibles. Es mil veces más importante leer este mensaje que escuchar el discurso demagógico de los gobiernos progresistas, discurso, de por sí trillado y harto conocido. Ellos, los gobiernos progresistas, dicen: somos los representantes genuinos del pueblo, somos los libertadores del siglo XXI, somos la conquista, en el poder, de una historia de largas luchas sostenidas; no dejaremos que la «derecha» retorne. Cumpliremos con la estrategia definida, con la planificación del desarrollo. Este discurso patriarcal, fuera de dejar de lado la democracia participativa, atribuyéndose el monopolio de las decisiones, otorgándose el monopolio de la representación, de la legitimidad y de la violencia legítima, supone que ellos, los gobiernos progresistas, son de «izquierda».
Sin embargo, todo depende de la perspectiva y el referente. Si hipotéticamente vemos de otro modo; por ejemplo definir qué «derecha» es el usufructuó del poder, el monopolio de la violencia y de la representación, el aburguesamiento por procedimientos burocráticos o financieros, entonces los gobiernos progresistas son la «derecha», pues la «derecha» es un lugar en la estructura de poder, estructura espacial y temporal bio-social-económica-cultural. Entonces podemos concluir, que la «derecha», mas bien, se ha mantenido, se ha preservado, cambiando de ocupantes, incluso metamorfoseándose, modernizándose, tecnificándose, democratizándose. Entonces lo que hace «derecha», la función de «derecha», es el lugar que se ocupa y el ejercicio que se cumple. El capitalismo contemporáneo no requiere de los perfiles de la vieja burguesía, personal, familiar, propietaria privada; de manera distinta, requiere de perfiles técnicos, altamente calificados, que se mueven por redes, que no requieren ser propietarios de empresas, sino gozar de grandes sueldos y jugosos beneficios, además de acceder a circuitos financieros y puestos de decisión estratégica. Como muestra el caso brasilero, la burguesía hoy, requiere de amplia base social organizada, para esto son buenos los sindicatos. Por lo tanto, se puede formar una burguesía sindical, cuando los sindicatos participan en el control de fondos, bancos y empresas [16] . Ciertamente, con esta experiencia se cae la teoría leninista; el proletariado, por lo menos la aristocracia obrera, puede llegar a conformar una burguesía o un estrato importante de la burguesía. Los explotados de hoy ya nos son los proletarios, por lo menos los proletarios sindicalizados, sino lo que llamaba Frantz Fanón, los condenados de la tierra. Por eso, seguir hablando de «derecha» e «izquierda», no tiene mucho sentido, pues se deviene «derecha», cuando se tiene el control del Estado.
La lucha de los indignados brasileros se hilvana, a su manera, con la lucha de los indignados del mundo, forma parte de las nuevas formas de protesta, de las nuevas causas de protesta, de las nuevas modalidades de protesta. Como dice Pablo Ortellado, estos movimientos no son del todo espontáneos, tienen sus estrategias, vienen de una acumulación de experiencias. Quizás la más cercana son las jornadas de Seattle, cuando grupos de activistas y movimientos anti-sistémicos se juntaron para boicotear la reunión del grupo que controla el mundo. Algunas de sus tácticas son reconocidas como anarquistas, sobre todo las calificadas de violentas, otras de sus tácticas corresponden a proyectos autogestionarios, auto-determinantes y autonomistas. La proximidad con los anarquistas es grande; se diferencian en los métodos de acción. Sobre todo se parecen en las formas organizativas horizontales, no representativas, no delegativas, contra-culturales y contra-hegemónicas. Lo que quieren impedir es que organizaciones de la izquierda tradicional, leninistas, usurpen las reivindicaciones de los movimientos, y terminen imponiendo mediaciones vanguardistas. Son ciertamente nuevos movimientos, nuevos modelos de movilización, cuyos objetivos no es la toma del poder, sino el desmantelamiento del poder, su deconstrucción y destrucción, creando formas autonomistas de gestión social, colectiva y comunitaria.
La tarifa cero, el concebir el transporte como un derecho, es reclamar lo común, frente a lo público y lo privado. El enfrentamiento entonces es claro. Las formas privadas y las formas públicas, aunque sean estas progresistas, socialistas, nacionalistas, populares, son formas del sistema-mundo capitalista, de la acumulación originaria y de la acumulación ampliada de capital. Todas estas formas, por más democráticas que sean, en sentido formal, reproducen la acumulación de capital, llamado eufemísticamente desarrollo. Si se quiere un mundo, o mundos, alternativo al capitalismo, cualquiera sea su forma, la forma Estado y la forma gobierno, se tiene que salir de la ruta del desarrollo. Desde esta perspectiva se hace indispensable la crítica radical a los gobiernos progresistas, el combate contra la ilusión del desarrollo.
El titubeo de los intelectuales de la «critica» sensata, que termina apoyando a los gobiernos progresistas, es manifiesto en este dilema. Se hallan más apegados al esquematismo maniqueo de «derechas» e «izquierdas» [17] , se hallan atrapados en el mito institucional de que el referente privilegiado es el Estado y no la dinámica molecular social. La «crítica» sensata termina alimentando el imaginario estatal, el imaginario institucional, termina alimentando el fetichismo del Estado y el fetichismo institucional. Esta posición es conservadora pues se mantiene en el mismo campo político, en el mismo mapa político, que hay que desdibujar.
Bolivia
Bolivia parece una continuidad del Perú, tanto por la historia precolombina. Historia que tiene que ver con la conformación del Tawantinsuyo; lo que los estudiosos y los historiadores que derivan de los cronistas, conocen como incanato. Unos llamaron al Tawantinsuyo el «Imperio Inca», sin nunca aclarar qué entienden por imperio, asimilando el término analógicamente a lo que la historiografía y ensayística consideró imperio, ateniéndose a la historia euroasiática. Historia que tiene que ver también con la historia del Virreinato del Perú, que administraba las tierras del interior, las sierras del Alto Perú. Bolivia también parece una continuidad de la Argentina, sobre todo por lo que acontece con el Virreinato del La Plata, así también con las vinculaciones de los guerrilleros charqueños con el ejército independentista de Belgrano, así como con el legendario caudillo gaucho Güemes. En la intersección de ambas geografías administrativas virreinales se encuentra lo que se denominó institucionalmente la Audiencia de Charcas, base geográfica y geopolítica de lo que va venir a ser Bolivia. Por último, también podemos decir, que Bolivia parece una continuidad del Paraguay, sobre todo por la historia de las misiones, principalmente jesuíticas, que son las que dieron un carácter propio, religioso, a la colonización del Chaco y la Amazonia; podemos hablar de esta continuidad a partir también de las continuidades geográficas y ecológicas, los parecidos de los asentamientos, remarcando la continuidad guaraní.
Ciertamente también, invirtiendo la perspectiva, viendo desde una mirada interior, se puede decir que, mas bien, el Perú parece una continuidad de Bolivia, sobre todo por las prolongaciones serranas y los condicionamientos geográficos de la Cordillera de los Andes; lo mismo podemos decir en lo que respecta a la Argentina, que es como una continuidad de Bolivia, remontándonos al acontecimiento constitutivo del entorno potosino y su irradiación económica y social, debido a los circuitos de la plata, los circuitos de la coca y los circuitos de los ponchos. De la misma manera podemos hablar de Paraguay, pues la inmensa geografía de las misiones abarcaba desde la Amazonia peruana hasta el Chaco paraguayo, pasando por Apolobamba, Moxos, Guarayos, los llanos, la Chiquitanía y el Chaco boliviano. No se trata de privilegiar ninguna de las perspectivas, en la interpretación de los parecidos y las analogías, sino de lograr una hermenéutica dinámica, de las dinámicas ecológicas, geográficas, poblacionales, sociales, económicas, políticas y culturales. Esta hermenéutica integral y dinámica es indispensable sobre todo con vistas a la integración continental.
Ahora bien, ¿se puede decir lo mismo respecto a Brasil? ¿La barrera lingüística se convierte en una barrera inexpugnable? ¿No podemos hablar de continuidad histórica, social, económica y política, a pesar de la evidente continuidad ecológica amazónica? Sería sorprendente afirmar esto cuando hablamos de la frontera más extensa que comparte Bolivia con Brasil. Para comenzar, descartemos la hipótesis de la barrera lingüística, pues la fluida actividad en la frontera nos muestra lo contrario, el «portoñol» y el bilingüismo se han convertido en los códigos transfronterizos. Sorprende que se diga esto contando también con una historia precolombina abundante en la proliferación de pueblos amazónicos, cuya estrategia comunitaria, social y espacial era, que a partir de un límite demográfico, el pueblo se divide, y siguen su curso en los recorridos acuáticos y terrestres de la Amazonia. Muchos pueblos nativos amazónicos y chaqueños se refugiaron en lo que hoy es Bolivia, pues correspondían a territorios del interior, de más adentro, ante el avance de los colonizadores portugueses. Sorprende también no aceptar continuidades entre Bolivia y Brasil, si contamos, de la misma manera, con las historias compartidas de las llamadas misiones, después por características similares de los asentamientos hacendados. El auge del caucho va provocar, en ambos países, la economía de la goma, además de la disputa por el control territorial de la siringa, llegándose así a la guerra del Acre, cuando Bolivia perdió el más grande desgajamiento geográfico. Hay pues continuidades entre Bolivia y Brasil, se vea desde una perspectiva u otra, interna o externa. Lo que pasa es que se ha investigado y escrito muy poco sobre estas continuidades. Es hora de hacerlo.
¿Qué se puede decir respecto a Chile? País con la que Bolivia tiene una frontera traumática, desde la guerra del Pacífico; conflagración perdida, que derivó en el desgajamiento más traumático de su historia, la pérdida de Atacama y de la costa del Pacífico. Claro que hay continuidades. Atacama fue territorio complementario aymara, fue parte de la geografía política de la República de Bolívar, que se cambió de nombre por Bolivia. La guerra del Pacífico enemistó a sus estados, pero no así, a sus pueblos. La exportación minera, la exportación petrolera, además de las otras exportaciones diversas, pasan por los puertos del norte de Chile; lo mismo ocurre con gran parte de las importaciones. Por otra parte, saltándonos a los escenarios culturales, últimamente hay una invasión folklórica boliviana a las ciudades del norte de Chile, donde las bandas orureñas son altamente cotizadas, acompañando las mimesis de la morenada, la diablada y la saya; jóvenes chilenos bailan entusiasmadamente estas danzas. Incluso en una interpelación de los estudiante movilizados, en las resientes revueltas estudiantiles, que luchan por una educación fiscal, des-privatizada y de calidad, han bailado frente a la policía la danza guerrera del tinku. Son estas continuidades las que deben preponderar sobre el recuerdo traumático de la guerra del Pacífico.
Bolivia, a pesar del imaginario institucionalizado, no está aislada; al contrario forma parte de bloques subcontinentales, de ecologías, de desplazamientos poblacionales, de características demográficas, de composiciones sociales, económicas, políticas y culturales, diversas, que, confluyen, en este interior íntimo, que son las territorialidades de adentro, donde el diablo perdió el poncho o el ángel perdió su virginidad. Ese lugar, que es como el «inconsciente» geográfico, si podemos hablar así, abusando de los términos, tanto relativos al psicoanálisis como a la ciencia del espacio. Este interior, estas tierras de adentro, es el lugar de archivo de la memoria social. Lugar también, donde los problemas no se resuelven, sino se guarecen, ante tempestades, esperando eternamente su resolución. Lugar, por último, donde la historia se encuentra en suspenso.
Se puede decir que Bolivia ha tenido de todo, compartiendo estas continuidades; señoríos aymaras, suyos, territorialidades y espesores culturales, ligados al incanato, pueblos itinerantes amazónicos y chaqueños, reducciones y fundaciones, intendencias, de la época de las reformas borbónicas, levantamientos indígenas, constitutivas de su historia, mestizajes variados, recuperación de las poblaciones indígenas, economías mineras, la de la plata y la del estaño, principalmente, economía del petróleo, economía de las haciendas, economía de la goma, sin olvidar la fugaz economía del guano y del salitre, que no supo retener en sus manos. Se conformó una burguesía minera, después una burguesía agroindustrial, fue asolada por caudillos militares, después sostuvo el peso de las burocracias liberales y de las burocracias nacionalistas. Bolivia es andina, amazónica y chaqueña, además de haber sido atacameña, por el desierto de Atacama y la costa, que perdió en la guerra del Pacífico.
Con una mirada retrospectiva, se puede decir que Bolivia es, de alguna manera, inconclusa; no llega a consolidar el Estado-nación; hay, al respecto, notoriamente y lamentablemente, una palpable ausencia de estrategia política. No consolidó una burguesía minera, no culminó las tareas democrático-burguesas de la revolución nacional de 1952, no terminó de integrar a sus diversos territorios; tampoco, ahora, da curso a la continuidad de la «revolución» indígena, pachacuti, no da curso a la continuidad de la descolonización. Todo queda a medias, como en una extraña suspensión fatal.
¿Qué es entonces lo que cohesiona a Bolivia, fuera de su acto constitutivo y la reproducción de sus instituciones? Por más paradójico que parezca, lo que cohesiona a Bolivia es su propia diversidad diferencial, la confluencia de las continuidades mencionadas, de estos bloques histórico-geográficos distintos, la complementariedad de estos bloques, su interculturalidad e intraculturalidad efectivas, aunque no asumidas institucionalmente. En definitiva, se puede decir que, lo que cohesiona a Bolivia es la voluntad, las voluntades plurales, que quieren mantener las alianzas, que los ciclos estatales han confundido con pactos. Los pactos son institucionales, representativos, poco efectivos en la cohesión «real», empero altamente efectivos en la cohesión «ideológica». Bolivia se ha convertido en el lugar de la articulación de lo diverso. Todas las formaciones lo son, pues todas las formaciones sociales son abigarradas, unas más saturadas que otras; las formaciones más homogenizadas, de todas maneras, tienen como substrato lo abigarrado, en las condiciones dadas ancestralmente. Sin embargo, en Bolivia, el abigarramiento adquiere una cualidad permanente, que comparte con la característica histórica de suspender todo, de dejarlo pendiente todo. Por lo tanto, la articulación de lo diverso también adquiere una cualidad dramática. La cohesión pasa por la crisis y la catarsis, para lograr emergencias masivas, experiencias intensas de interpelación.
Desde la guerra anticolonial pan-andina del siglo XVIII, cuando, en los territorios del Alto Perú, la insurrección de Tupac Amaru se radicalizó bajo el comando de Tupac Katari, experimentando intensidades mayores, hasta la movilización prolongada de 2000 al 2005, cuyo dramatismo e intensidades, manifiestan la capacidad de gasto heroico, pasando por la insurrección de abril de 1952, sin olvidarnos de la historia de los levantamientos indígenas, donde sobresale la intervención del ejército aymara de Zarate Willka en la guerra federal de fines del siglo XIX, ni de las resistencias mineras, las transgresiones populares, las multitudinarias marchas proletarias e indígenas, estas resistencias, levantamientos, rebeliones, manifiestan claramente la apuesta por la voluntad arronjada.
No pasa, como dice René Zavaleta Mercado, que la crisis hace inteligible la formación social abigarrada, sino es la forma intensa como se asume la crisis, es la voluntad «plebeya» que apuesta a un nuevo nacimiento lo que hace inteligible las dinámicas de la formación abigarrada. De este modo, se puede decir que el levantamiento indígena del siglo XVIII, que la intervención aymara en la guerra federal, que la insurrección proletaria y nacional-popular de 1952, que la movilización prolongada descolonizadora del primer quinquenio del siglo XXI, son actos de conocimiento. Abren horizontes de visibilidad.
El problema vuelve después de estos gastos heroicos, cuando hay que cuidar de este nacimiento; ocurre como si no se pudiera dar lugar a una resolución estructural; se vuelven a dejar en suspenso las tareas, la construcción de lo nuevo, manteniendo abigarradamente las viejas estructuras e instituciones, combinadas con las nuevas estructuras e instituciones que se haya podido crear. Entonces se vuelve al juego del eterno retorno de la suspensión, de lo indeterminado y de indefinición. Esta característica, esta combinatoria de condiciones de posibilidad históricas, sin resolverse, quizás sea su potencia y posibilidad, de mantener también abierta la puerta de lo alternativo. Quizás por esta razón sea desde Bolivia desde dónde hay que lanzar la convocatoria para la integración continental. Cuando hablamos de integración lo hacemos pensando en la integración «plebeya», en la integración por procedimientos de los pueblos, de ninguna manera, en la integración burocrática, teatral y demagógica de los estados y gobiernos.
Una pregunta es indispensable, a propósito de la caracterización marxista: ¿Bolivia es un país capitalista, atrasado y dependiente, de desarrollo desigual y combinado? Bueno, muchos países lo son, de la inmensa geografía periférica del sistema-mundo capitalista. Eso no dice mucho de su especificidad, de su singularidad, lo que hace que sea lo que es, su particularidad. Otra pregunta, del mismo estilo: ¿Bolivia es una formación social abigarrada? También muchos países lo son, no sólo periféricos. ¿Dónde está entonces su característica propia? Quizás se encuentre en esa manera inacabada de constituirse, de avecindar sus construcciones inconclusas, formando «barrios» barrocos históricos, donde conviven en la simultaneidad del presente los distintos proyectos inconclusos. En parte se parece a la figura del niño de Heráclito, que construye castillos de arena, para deshacerlos y volver a construirlos, siempre de distinta forma. La diferencia radica en que se trata de un niño u niña, o ambos, una criatura hermafrodita, que no termina de construir lo que hace jugando, tampoco destruye sus semi-productos completamente, sino los deja, para construir, sin terminar, otros, al lado. ¿Cuándo escogerá los que le gustan, para terminarlos? ¿Cuándo hará una amalgama de todos? ¿O, mas bien, se perderá en el laberinto que ha construido?
Bueno, Bolivia no es un sujeto, es un país, también un Estado-nación, es una representación, un imaginario, sostenido en una «realidad» institucional. Son los y las bolivianas los y las que «juegan» con la historia de esta manera. Ahora bien, ¿esta «inconstancia» forma parte de su ser, de su manera de ser? Ciertamente no todos son así, y quizás ninguno, sino que es el efecto masivo de los desacuerdos, pequeños y grandes. Se podría decir que los bolivianos no nos ponemos de acuerdo, pero, tampoco nos dejamos imponer un acuerdo de pocos o, incluso, de muchos. ¿Podremos llegar a un consenso? El método de la fuerza no parece ser una buena solución. Como cantaba Benjo Cruz [18] , ¿cuándo podremos bolivianos tomar juntos, un vaso de chicha o de cerveza, y hablar? Aunque, tomar chicha y cerveza, lo hacemos casi a diario, sin embargo, no juntos, sino solo con los nuestros, los allegados, de lo que se trata, en definitiva, es de ejercer la democracia participativa. Buscar el consenso, aunque su construcción colectiva tarde. El consenso no se logra sin sacar todo lo guardado, sin poner todas las «huacaychas» en la mesa. Lo qué preguntaba Benjo Cruz es cuándo nos sincerábamos. No es de ninguna manera mala esta idea. Quizás sea un buen comienzo. Sin embargo, para que pueda darse este sinceramiento, se requiere una condición de posibilidad histórica básica; suspender las simulaciones, las representaciones, las pretensiones de legitimidad, los juegos de poder. Se trata del ejercicio de una democracia directa, también del ejercicio de la democracia comunitaria. ¿Esta condición de posibilidad es viable? No se trata de contar o no con una estrategia, con una geopolítica, que tal parece, no se la tiene; no se trata de contar o no con un proyecto, que sí se lo tiene; este proyecto es la Constitución. Empero, el gobierno cree que es un documento de propaganda, que en la práctica no se puede cumplir; el partido de gobierno, si es que lo hay, pues el MAS parece un partido electoral, de apoyo a los eternos candidatos, considera que la interpretación de la Constitución es la oficial, aunque esté plagada de contradicciones insostenibles. Se trata de otra cosa, se trata, de lo que establece la Constitución, de la construcción colectiva de la decisión política, de la construcción colectiva de la ley, de la construcción colectiva de la gestión pública. En pocas palabras, se trata del sistema de gobierno, que establece la Constitución; la democracia plural y participativa.
El problema crucial es ciertamente ¿qué hacemos con el capitalismo? Ya sabemos lo que el capitalismo hace con nosotros. No vamos a repetir lo que ha elucidado la crítica de la economía capitalista, desde Marx hasta nuestros días. Estos análisis son contundentes, sobre todo aquéllos que estudian la expansión de las relaciones capitalistas al campo, al área rural. Al respecto, hemos expresado nuestras diferencias con estos análisis; pero, por el momento, independientemente de estas diferencias, queremos resaltar la pregunta ¿qué hacemos con el capitalismo? La respuesta a esta pregunta marca la ruta que sigue, de acuerdo a la modalidad de la respuesta.
El modelo soviético buscado abolir el capitalismo, aboliendo las relaciones de producción capitalistas, inclusive en el campo. Al embarcarse en la revolución industrial, requerida, indudablemente, ha construido un capitalismo de Estado, basado en la teoría del valor; por lo tanto, en la subsunción de la fuerza de trabajo al excedente apropiado burocráticamente. Los nacionalismo, de la liberación nacional, vale decir, los que postulaban salir de la órbita de la dependencia mediante la sustitución de importaciones, también revolución industrial, que, sin embargo, aceptaban mantenerse transitoriamente en el capitalismo, reprodujeron formas combinadas de capitalismo; capitalismo de Estado, capitalismo empresarial privado, «capitalismo» mixto, capitalismo bajo el control de empresas trasnacionales, capitalismo financiero, capitalismo comercial, formas de acumulación incipientes en un disperso universo de talleres, pero también de propiedades familiares de la tierra. Los actuales gobiernos progresistas de Sud América también aceptan mantenerse dentro del capitalismo, de la misma manera, transitoriamente, empero, pretendiendo iniciar un socialismo de nuevo cuño, llamado socialismo del siglo XXI, en unos casos, y socialismo comunitario, en el caso de Bolivia. En estos proyectos progresistas también se da una combinación abigarrada de formas de capitalismo; casi los mismos mencionados anteriormente, con el aditamento de formas de capitalismo cooperativo y «capitalismo» comunitario [19] , como en el caso de Bolivia. También hay que añadir la peculiaridad brasilera, que combina el abigarramiento o, lo que llama Francisco de Oliveira, el modelo del «ornitorrinco», con un capitalismo trasnacional propio, contando con empresas, supuestamente estatales monopólicas, capaces de competir con las empresas trasnacionales del tradicional centro del sistema-mundo capitalista. Parce una condena; las rutas no-capitalistas o transitorias terminan re-articuladas a la reproducción del capital a escala mundial, también a escala nacional. ¿Dónde está la clave para salir del capitalismo? ¿Si no es el cambio de la forma de propiedad, expropiando a los expropiadores, si tampoco lo es, como dicen Enrique Ormachea y Nilton Ramírez [20] , una barrera al capitalismo la propiedad comunitaria de la tierra, pues en la medida que su inserción en el mercado, en el caso de la quinua, el mercado internacional, la comunidad termina formando parte de los ciclos de acumulación de capital, cuál es la clave para escapar a la vorágine capitalista? ¿Se puede escapar a este condicionamiento mientras exista un sistema-mundo capitalista?
Depende desde qué teoría se responda. Sin ocuparnos de las teorías «burguesas», que ciertamente se han desarrollado técnicamente mucho, desde los tiempos de Marx hasta ahora, sino quedándonos con la teoría marxista; vemos que las tesis apuntan a la transición. De lo que se trata es de crear las condiciones objetivas y subjetivas, mediante la revolución industrial y mediante la lucha «ideológica», para dar el salto al socialismo en pleno sentido de la palabra. Esta transición ha resultado dramática, se tome una modalidad u otra. El problema del marxismo es su filosofía de la historia y su creencia en la providencia racional de la historia. No hay tal cosa, salvo en la cabeza hegeliana de los marxistas. Lo que se pueda hacer depende de la decisión consensuada de los pueblos, ahora, más que nunca, afectados, en su sobrevivencia, por la descomunal productividad y dominación financiera capitalista. Lo privado y lo público son formas de propiedad, pero también son formas institucionales, formas estructurales de relaciones sociales, que existen y se reproducen porque expropian lo común, forma de acceso directo a los recursos, a los saberes, a las ciencias, al intelecto general, a las tecnologías. Lo común no requiere esperar nada, ninguna transición, ningún regalo de la providencia de la historia; sólo requiere recuperar lo común de sus expropiadores, los propietarios capitalistas y el Estado. Y eso es posible ahora y aquí. El problema es la decisión colectiva, la construcción del consenso. El problema es político, no económico.
¿Esta dificultad tiene que ver con lo que llama el marxismo «ideología», ahora extendiendo este concepto más allá del fetichismo de la mercancía, comprendiendo el fetichismo del Estado, el fetichismo de las instituciones, el fetichismo del poder? Es posible, si ampliamos el concepto. Pero, también tiene que ver con la capacidad de captura que tienen las instituciones; el Estado, el mercado, el sistema financiero, los organismos internacionales. La lucha no solo es «ideológica», sino también contra estas mallas de captura; por eso es indispensable fortalecer los flujos de las líneas de fuga, las prácticas alterativas, los desplazamientos, las resistencias, creando espacios liberados de estas capturas, que se muevan bajo las «lógicas» de la reproducción de lo común. La lucha es «ideológica», política y material, en el sentido de la subversión de la praxis [21] . Hay que arrancarle a la dominación y control del capitalismo espacios-tiempos liberados, que recuperen lo común, reproduzcan lo común, garantizando los ciclos de la vida.
La lucha es descomunal; la lucha contra el capitalismo es mundial. La convocatoria se la dio en la Conferencia Mundial de los Pueblos contra el Cambio Climático, en Tiquipaya-Cochabamba, la convocatoria es a conformar una Internacional de los Pueblos contra el capitalismo y en defensa de la madre tierra. De esta resolución podemos concluir que se trata de avanzar a una gobernanza mundial de los pueblos, sin Estado y sin capital. Una asociación mundial de productores/ras, consumidores/ras y creadores/ras.
No podemos sorprendernos entonces que, durante las dos gestiones del gobierno popular, no sólo se hayan combinado abigarradamente distintas formas capitalistas, sino que se estén formando nuevos estratos de la burguesía, incorporando a campesinos ricos, colonizadores ricos, cocaleros ricos, comerciantes ricos y contrabandistas ricos. Hay pues una recomposición de la burguesía, sin que haya desaparecido la antigua burguesía. La defensa del gobierno, que no es, obviamente, la defensa del proceso, sino todo lo contrario, conduce, lo quieran o no los «defensores» a-críticos o de la crítica sensata, al apoyo a esta recomposición burguesa, sobre la base de la expansión del modelo extractivista del capitalismo dependiente y el paradigma del Estado rentista.
Ecuador
En la entrevista que hace Marta Harnecker a Alberto acosta, cuando le pregunta sobre si ¿el gobierno está contra la Constitución? Alberto Acosta responde:
Me ha costado mucho tiempo llegar a aceptar que hay una suerte de proceso impulsado desde el gobierno contra la Constitución de Montecristi, en contra de su propia Constitución. Hay una Ley de minería que está en contra de la Constitución, hay una Ley de Soberanía Alimentaria que además no aborda nada de lo de fondo y que también está en contra de la Constitución y ahora la Ley de Aguas … ¡Es dramático! [22]
La siguiente pregunta es: «Tú estabas planteando que la Ley de aguas no respetaba la Constitución, ¿podrías argumentar más sobre éste tema?» Acosta responde:
La Constitución es muy clara en relación al tema del agua. El agua fue declarada en la Asamblea Constituyente de Montecristi como un derecho humano fundamental. El agua, entonces, no puede ser vista como un negocio. Por eso, al inicio del texto constitucional se estableció, en el artículo 12, que «el derecho humano al agua es fundamental e irrenunciable. El agua constituye un patrimonio nacional estratégico de uso público, inalienable, imprescriptible, inembargable y esencial para la vida».
La trascendencia de estas disposiciones constitucionales es múltiple. En tanto derecho humano se superó la visión mercantil del agua y se recuperó la del «usuario», es decir, la del ciudadano y de la ciudadana, en lugar del «cliente», que se refiere solo a quien puede pagar. En tanto bien nacional estratégico, se rescató el papel del Estado en el otorgamiento de los servicios de agua; papel en el que el Estado puede ser muy eficiente, tal como se ha demostrado en la práctica. En tanto patrimonio se pensó en el largo plazo, es decir, en las futuras generaciones, liberando al agua de las presiones cortoplacistas del mercado y la especulación. Y en tanto componente de la Naturaleza, se reconoció en la Constitución de Montecristi la importancia de agua como esencial para la vida de todas las especies, que hacia allá apuntan los Derechos de la Naturaleza.
Ésta constituyó una posición de avanzada a nivel mundial. Dos años después de la incorporación de este mandato constituyente referido al agua, el 28 de julio del 2010, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la propuesta del gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia declarando «el derecho al agua segura y al saneamiento como un derecho humano».
El actual proyecto de ley de aguas no es privatizador, lo reconozco paladinamente, pero tampoco es des-privatizador. ¿Qué quiere decir esto? Que está bien que no se abra la puerta a la privatización, pero tienes que dar paso, como manda la Constitución, hacia una profunda redistribución de la tierra y del agua [23] .
La explicación de Alberto Acosta al respecto es la siguiente:
La tendencia monopolizadora del agua en el agro es notoria. La población campesina, sobre todo indígena, con sistemas comunales de riego, representa el 86% de los usuarios. Sin embargo, este grupo apenas tiene el 22% de la superficie regada y accede apenas al 13% del caudal. Mientras que los grandes consumidores, que no representan el 1% de unidades productivas, concentran el 67% del caudal.
Para un indígena es muy difícil acceder al agua, para un terrateniente es muy fácil. Los terratenientes tienen agua incluso para sus piscinas o lagos artificiales para su diversión, cuando los campesinos no tienen agua para cultivar sus parcelas, que son pequeñas o de tierras poco fértiles, ¡esa es la cruda realidad! Por eso tiene que redistribuirse el agua, como tendrá que redistribuirse la tierra, si realmente estamos construyendo un proyecto revolucionario [24] .
La aclaración de Acosta sobre el carácter de la ley de aguas del gobierno, precisa que la misma: no reconoce eso. Y peor aún, ahora el presidente Correa ha dicho que esta ley no es fundamental ni prioritaria. Esto es algo más grave todavía [25] .
En la comparación con la ley de aguas anterior, relativa al régimen liberal, dice:
La ley anterior neoliberal era privatizadora, establecía la posibilidad de privatizar el agua, de hacer del agua un producto mercantilizado. Los artículos sobre el agua de la Constitución del 2008 revierten lo establecido en la Constitución de 1998. En esa carta magna, una Constitución neoliberal, se establecía que el agua potable y de riego así como los servicios relacionados con su utilización «podrá prestarlos directamente o por delegación a empresas mixtas o privadas, mediante concesión, asociación, capitalización, traspaso de la propiedad accionaría o cualquier otra forma contractual». No puedo aceptar con que se mantenga la ley de los neoliberales, esa ley tiene que cambiar. Ese es un tema de fondo [26] .
La entrevistadora, después toca temas concomitantes, como la relación de la Ley de aguas y las concesiones del gobierno. El análisis del que presidió la Asamblea Constituyente de Montecristi se desenvuelve así:
El ejercicio democrático, de construcción colectiva de la nueva Constitución ecuatoriana, se enmarca en la recuperación de espacios de soberanía nacional y local. La disputa por el agua, recordémoslo, fue intensa en el país. Varios fueron los actos privatizadores. El más notable fue el de Interagua, en Guayaquil. Esta empresa sencillamente suspendió el acceso a quienes no pagan unas tarifas colocadas al antojo de los intereses privados, en función de la rentabilidad que define dónde y cómo invertir, dónde y cómo dar servicios y en dónde no.
Habría que anotar, por ejemplo, en este recuento de incongruencias, que resulta una violación constitucional la ampliación de la concesión a Interagua autorizada por el gobierno del presidente Correa. Me preguntó si el gobierno se ha propuesto pactar con Jaime Nebot, el alcalde de Guayaquil, el gran líder local de las fuerzas de la derecha. Sorprende también el mantenimiento de las concesiones para las embotelladoras de agua y las aguas termales, marginando a las comunidades de su aprovechamiento. ¿Cómo podemos hablar entonces de un proceso revolucionario? Esas son cosas que van debilitando el proceso de reforma y van desgastando lo que tenía de espíritu revolucionario este gobierno, que apenas se perfila como reformista [27] .
El otro tema crucial, donde se hace patente el comportamiento del gobierno, es la Ley de Minería. La pregunta de Marta Harnecker es: » ¿Y qué pasa con la Ley de minería que tantas críticas tiene?» Alberto Acosta responde:
La Ley de minería tiene muchos errores, muchos problemas. Por ejemplo, no se respetaron los derechos colectivos establecidos en la Constitución. En el artículo 57 de ésta se establece que tiene que haber una consulta pre-legislativa cuando se trate de derechos colectivos: hay que consultar a las comunidades para recoger sus criterios e incorporarlos. «Es cierto -dirá alguien-, ya esa gente nombró a sus asambleístas, ellos tienen todo el poder». Pero lo que nosotros queremos no es eso, sino que haya una activa participación de la sociedad y que se escuche a todas las voces. Lamentablemente esto no está ocurriendo [28] .
La posición del ex-presidente de la Asamblea Constituyente frente al tema de la minería, en sus distintas formas de explotación, particularmente en lo que respecta a la explotación a cielo abierto, se expresa de la siguiente manera:
Yo estoy en contra de la minería metálica a gran escala a cielo abierto. Aquí en el Ecuador no debe haber este tipo de minería por una razón muy simple: tenemos en esos territorios una enorme biodiversidad y comunidades cuya vida puede estar en riesgo, además tenemos muchas alternativas más interesantes que la minería. Conozco un estudio de las empresas mineras -como de unas 900 páginas- que, en sus conclusiones, recomienda que los países que tengan alternativas a la minería a gran escala deben desarrollar esas alternativas y no dar paso a esa minería. Ecuador no es Chile, donde se explota mineral en un desierto. No, aquí hay una enorme biodiversidad que va a estar en riesgo. Esa es mi posición. Ahora, eso no quiere decir que no haya que poner en orden la minería existente, la minería a pequeña escala, artesanal y de subsistencia, en donde reina el caos [29] .
A la entrevistadora le hace recuerdo que: yo fui ministro de Energía y Minas y no cabe duda que hay que poner en orden esa minería existente, y allí si hay que trabajar mucho, muchísimo, para ir cambiando las cosas. Siguiendo con la exposición, Acosta dice:
En Montecristi aprobamos un mandato minero para empezar a organizar el sector. Trabajé intensamente en este tema. Estaba consciente de los problemas existentes y sabía que cuando fui ministro no pude avanzar mucho en arreglar la situación. Lamentablemente el gobierno luego no cumplió la totalidad de dicho mandato. Las consecuencias de incumplimiento están a la vista: el caos se mantiene y la violencia crece [30] .
Después se toca un tema importante, que está en boca de los gobernantes progresistas, la ampliación considerable del excedente, en relación a la posibilidad de financiar el desarrollo nacional por otras vías. Alberto Acosta dice:
Ahora, si no explotamos los recursos minerales, ¿de dónde vamos a sacar la plata para financiar el desarrollo nacional? Ese es el tema que está a la orden del día. La solución existe si hay el conocimiento y la voluntad política para enfrentar el reto. Existen múltiples fuentes de financiamiento de la economía al margen de extractivismo. Empecemos por corregir las mayores disfuncionalidades existentes. Ecuador extrae petróleo, Ecuador exporta petróleo, pero Ecuador importa derivados del petróleo porque no tiene la suficiente capacidad de refinación. Y esos costosos derivados del petróleo, como el diesel, los quema para generar electricidad en plantas térmicas contaminantes. No aprovechamos energías alternativas y renovables, como la hidráulica, la solar, la eólica, la geotermia, recuérdese que nosotros literalmente dormimos sobre volcanes activos. Esa es una gran tarea, transformar la matriz energética reduciendo la dependencia del petróleo y sus derivados.
Ahora, por ejemplo, ¿por qué no discutimos y encontramos respuestas a una serie de subsidios a los combustibles, mucho de los cuales no están beneficiando a los sectores populares, sino a los sectores más acomodados de la población? En el año 2008, los subsidios bordearon los 3 mil millones de dólares. No se trata de quitar los subsidios a la bruto, es decir a lo neoliberal. No, de ninguna manera. Hay que hacerlo con creatividad, de manera selectiva. Los subsidios deben mantenerse para los grupos empobrecidos y marginados, no para los acomodados.
Adicionalmente, en el Ecuador, y en prácticamente todos los países del mundo empobrecido, se precisa una adecuada política tributaria. Los que más ganan y más tienen deben contribuir en mayor medida al financiamiento del Estado. Con el gobierno del presidente Rafael Correa se registra una cierta mejoría en la presión fiscal. Esta se acerca al 13% en relación con el Producto Interno Bruto. Pero todavía estamos lejos de lo que debería ser una meta aceptable. El promedio en América Latina es del 24%, el promedio del mundo desarrollado es del 44%, el promedio de Europa es del 46%. En Bolivia, para no irnos tan lejos, la presión fiscal bordea el 20%. Nuestra meta debería ser un 35%. Por lo pronto, si duplicamos la presión fiscal, con impuestos directos progresivos -impuestos a la renta, a la herencia y al patrimonio, especialmente- habríamos resuelto por mucho tiempo el tema del financiamiento sin poner en riesgo nuestras verdaderas riquezas: la vida de muchos compatriotas y de la Naturaleza. Pero además, hay que avanzar en el combate a la evasión y la elusión. Por ahí también hay que avanzar, es decir en la honestidad y conciencia fiscal de la ciudadanía y en el sector empresarial.
Por último, cuando estamos enumerando una serie de opciones para conseguir el financiamiento que requiere la economía ecuatoriana sin destrozar más la Naturaleza, recordemos que las actividades petroleras y también las mineras provocan elevados costos ambientales. Costos que, por lo demás, no entran nunca en los cálculos de rentabilidad que hacen las empresas e incluso el gobierno. Costos que luego, de una u otra manera, se los traslada de manera brutal a la sociedad. La Texaco, para recordar, había dejado pasivos ambientales superiores a los 27 mil millones de dólares, incluso hay estimaciones que duplican o triplican dicha cifra. Además, hay que maximizar el ingreso del Estado por cada barril de petróleo que se extrae. Allí hay un enorme potencial para ingresos adicionales.
De todas maneras, tenemos que desmontar la creencia de que la renta de la Naturaleza es lo que va a resolver nuestros problemas. Nosotros hemos sido el principal productor y exportador de cacao y banano en el mundo, pero no nos desarrollamos. Exportamos todo tipo de frutas, espárragos, flores, exportamos camarones, exportamos petróleo, pero no nos desarrollamos ¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo país-producto? ¿Cuándo vamos a ser país-inteligencia, país conocimiento? ¿Cuándo vamos a aprovechar las capacidades de los seres humanos, individual y colectivamente hablando? ¿Cuándo vamos a hacer eso? Mientras no hagamos eso, vamos a seguir presos de lo que yo llamo «la maldición de la abundancia». Mientras tanto seguiremos siendo pobres porque somos ricos en recursos naturales. Y esas sociedades, sobre todo las petroleras y las mineras, tienen características perversas: economías rentistas, prácticas sociales clientelares y gobiernos autoritarios con una democracia endeble.
Por la vía del «desarrollismo senil», como dice Joan Martínez Alier, no se encontrará la salida a este complejo dilema. El reto radica en encontrar una estrategia que permita construir el Buen Vivir aprovechando los recursos naturales no renovables, transformándolos en «una bendición» como recomienda el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, pero sin depender exageradamente de ellos. Sólo así saldremos de la trampa de la pobreza y del subdesarrollo.
Sólo un ignorante o un mal intencionado podrían sostener que la crítica al extractivismo implica la negación total de la utilización de los recursos naturales. No se trata de cerrar los actuales campos petroleros en explotación, pero sí de discutir seriamente sobre si conviene seguir ampliando la frontera petrolera con todos los impactos devastadores que eso significa [31] .
El gobierno de Correa promulgó una ley de aguas inconstitucional, afectando los derechos colectivos, consagrados en la constitución, y apunta a una política minera devastadora, expandiendo el modelo extractivista a la minería, beneficiando a la acumulación originaria y ampliada capitalista. Las protestas de las organizaciones indígenas y del pueblo ecuatoriano se han hecho sentir; sin embargo, el gobierno ha seguido impávido, imponiendo la decisión autoritaria y vertical del mandatario.
Como se podrá ver, son notorias las analogías de los gobiernos progresistas, sobre todo, en este caso, entre el gobierno boliviano y el gobierno ecuatoriano. Son similares sus contradicciones respecto a la Constitución. ¿Por qué sus gobernantes creen que las constituciones de sus países no son de utilidad práctica, por eso, lo práctico es vulnerarlas? Por otra parte, ¿por qué, al final de cuentas, los pueblos dejan que esto ocurra, sin defender la Constitución y los derechos múltiples consagrados; salvo, es cierto, de honradas excepciones, como la resistencia y la lucha de las organizaciones indígenas, además de las intermitentes asonadas populares, cuando la conducta del gobierno llega al escándalo, como en el caso, en Bolivia, de la suspensión neoliberal a la subvención de los carburantes y la descongelación de los precios en el mercado interno, favoreciendo palpablemente a las empresas trasnacionales del petróleo, así como las protestas, marchas y bloqueos contra la Ley de aguas gubernamental, en el Ecuador? Este es el asunto.
La respuesta parece evidente. Los gobiernos progresistas no pueden salir del modelo extractivista del capitalismo dependiente. Creen, como sus antecesores neo-liberales, que esta es la base del desarrollo; a diferencia de éstos, los nacionalistas y progresistas lo hacen nacionalizando, aunque sea a medias, no como los nacionalistas del periodo heroico, de mediados del siglo XX, cuando la nacionalización significaba expropiación de los expropiadores. Respecto a la diferencia entre estos gobiernos progresistas y lo que ocurrió en la Unión Soviética y la República Popular China, es que el capitalismo de Estado en estos últimos realizó la revolución industrial, aunque de una manera forzada y militarizada, en tanto que los gobiernos nacionalistas, después, los progresistas, sólo atinan a ampliar el modelo extractivista.
Ciertamente, es diferente, como hemos anotado, el caso Brasilero; sin embargo, no hay que olvidar las observaciones de Francisco de Oliveira, al respecto. El modelo brasilero se parece al ornitorrinco; se trata de una combinación donde, si bien están presentes la segunda y la tercera revoluciones, industrial y tecnológica, se alcanza el desplazamiento a la cibernética, esta ultra-modernidad, que comprende también la industrialización, de la modernidad clásica, se encuentra enlazada a la tercerización de la economía, a la base extractivista, en constante expansión, a la ampliación de la frontera agrícola, en detrimento ecológico, al crecimiento desmesurado de las ciudades, atravesadas por extensas zonas marginales, empujando a una explotación salvaje del proletariado nómada. Toda esta combinación no evita caracterizar al modelo del ornitorrinco como extractivista y neo-extractivista, pues a pesar de la industrialización, la segunda revolución tecnológica y la tercera cibernética, la estructura de esta composición se basa en el modelo extractivista y en las exportaciones primarias de Brasil.
Los gobiernos progresistas no pueden salir del modelo extractivista porque no tienen voluntad para hacerlo, porque están atrapados en un imaginario desarrollista. Para ellos, la historia tiene que continuar, de la misma manera, que en el pasado, salvo bajo el control del Estado, que redistribuye los ingresos, bajo el criterio de políticas rentistas. Esta opción, esta ruta tomada, los convierte en dispositivos del orden mundial de dominación y control capitalista, por más estridente que sea su retórica anti-imperialista. Este es el tema, ante el cual no se puede cerrar los ojos, bajo el argumento que se trata de gobiernos de «izquierda» y que no se debe dejar este lugar a la «derecha».
Venezuela
Basándonos en el diagnóstico que hace Víctor Álvarez [32] de la revolución bolivariana y del socialismo del siglo XXI, en La Convocatoria del mito [33] , escribimos:
Es ilustrativo el balance que hace Víctor Álvarez de parte del proceso de la revolución bolivariana. Tomando nota y registrando nuestras impresiones, diremos que:
1. Al parecer la revolución bolivariana aparece como proceso constituyente, como desborde del poder constituyente, como interpelación al estado de cosas, a las estructuras de poder, a la desigualdad social, a la oligarquía parásita, a la economía extractivista y el Estado rentista.
2. Se gesta entonces una nueva Constitución, ideando una nueva república, la quinta, cuya composición y contenido responda a la «ideología» bolivariana, basada en el pensamiento de Simón Bolívar, pensamiento actualizado al siglo XXI, transformando su horizonte liberal en un horizonte socialista.
3. La oligarquía y la burguesía rentista venezolana reaccionan ante el avance político popular con un golpe de Estado y boicot a la producción del petróleo. Las tensiones y contradicciones sociales y políticas llegan a un punto máximo. El intento de restauración de la oligarquía y la burguesía es desbaratado por la movilización popular en defensa del presidente Hugo Chávez y por el contragolpe de las Fuerzas Armadas.
4. A partir de esta victoria política y militar popular el proceso se radicaliza. Claramente se propone la transición al socialismo. Se piensa en un socialismo de nuevo cuño, llamado socialismo del siglo XXI. Lo sugerente de este socialismo no está tanto en nombrarse como del siglo XXI, donde una mayoría de comentaristas hacen hincapié, sino en las formulaciones concretas; en la propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y estratégicos que permita que todas las familias y los ciudadanos y ciudadanas venezolanos/venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio o propiedad individual o familiar, y ejerzan el pleno goce de sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales. También con la creación del Sistema Económico Comunal se plantea avanzar en la transformación del capitalismo rentístico en un modelo productivo socialista, con base en nuevas formas de propiedad social en manos de los trabajadores directos y las comunidades organizadas.
5. En este transcurso y ante estas tareas aparecen las dificultades y obstáculos de la transición. Las alianzas políticas en el poder no son las más adecuadas para esta transición y la profundización del proceso. Los sectores que tienen mayor incidencia en el gobierno y en la institucionalidad estatal no son las clases sociales que pueden sostener la construcción del socialismo, el proletariado y los campesinos, tampoco los sectores más populares de las urbes. Se da entonces como una limitación de los alcances y una disminución de los ritmos del proceso, a pesar de los beneficios obtenidos por la inversión social.
6. Hablando de los alcances cualitativos del proceso y de las transformaciones estructurales, se constata que no se ha salido de la economía extractivista y del Estado rentista, que todavía está pendiente la conformación del modelo productivo, orientado a la soberanía alimentaria, basado en gran parte en la propiedad social y la organización comunitaria. Esta constatación fue compartida por el mismo Hugo Chávez [34] .
Da la impresión que en Venezuela se combate una descomunal batalla, entre dos bloques históricos confrontados; entre el boque histórico conservador y elitista, compuesto por la burguesía, los terratenientes, es decir, la oligarquía, que, además, incorpora a una tecnocracia que estuvo al servicio de las empresas petroleras trasnacionales, a la antigua burocracia, a los grandes comerciantes, a una clase media alta, beneficiada por el renta liberal y neoliberal, a la iglesia y otras instituciones de influencia, como los medios de comunicación empresariales, por un lado; y el bloque histórico nacional-popular, compuesto por el proletariado nómada migrante, el proletariado sindicalizado, los distintos estratos campesinos, las clases populares urbanas, las clases medias bajas, las organizaciones de base, las comunas, las misiones, por otro lado. Es una lucha de clases, por cierto; empero mediada por aparatos «ideológicos»; en el primer caso, del bloque histórico conservador elitista, hablamos no solamente de los medios de comunicación coaligados a este bloque, sino de toda una atmósfera «ideológica» conformada, por lo menos en el último siglo XX, de toda una «ideología» hecha carne, convertida en comportamientos y en conductas, en prejuicios, en imaginarios. Una «ideología» que considera al capitalismo como «realidad» natural, incluso la forma de capitalismo dependiente en el subcontinente sudamericano. En el otro caso, del bloque nacional-popular, también se cuenta con aparatos «ideológicos»; uno de los principales es el partido, ahora llamado PSUV, que cuenta también con el dominio de influyentes medios de comunicación masivos estatales, además de contar con influencia incluso en medios privados, fuera del apoyo de los medios populares, que gozan de cierta autonomía, que incluso les permite llegar a hacer críticas, en algunos casos. El bloque conservador cuenta con un frente amplio de coalición; sin embargo, no se puede hablar de partido, en pleno sentido de la palabra. Se trata de un frente inestable, que reúne variados intereses, perspectivas, discursos y proyectos. El «partido», en este caso, es todo el bloque, tal como lo teoriza Antonio Gramsci.
Estas mediaciones no son las que distorsionan la lucha de clases, sino que la llevan, precisamente al terreno «ideológico». En este espacio-tiempo las «cosas» no son como lo que se dice o, usando a Michel Foucault, no del todo adecuadamente, mas bien figurando, las palabras no son las cosas. La mediación del partido, en el bloque nacional-popular, interpreta la lucha a su manera, de una manera bolivariana, por así decirlo, en los términos de la consolidación del Estado-nación bolivariano y la transición al socialismo del siglo XXI. Sin embargo, podríamos decir, que el problema no es este, el de la interpretación, del proyecto, del programa político y, obviamente, de la Constitución. Esto nos llevaría trasladar la discusión a la validez de las interpretaciones, de los proyectos y los programas políticos. Al final se trata del programa político y de la interpretación política que goza de gran convocatoria masiva y organizada. No es pues una discusión teórica la que va definir el curso de los acontecimientos. Tampoco podemos inclinarnos por una interpretación más «ortodoxa» o, si se quiere, más «radical», que no goza de convocatoria popular, formando parte de las alucinatorias iluminaciones de un pequeño grupo vanguardista. La política, la acción política, no se resuelve racionalmente, sino por el juego y correlación de las fuerzas. El problema es otro; el problema es que el partido se convierte en la representación legítima de las colectividades del bloque popular, que el partido en el poder conforma una casta burocrática, que monopoliza las decisiones, y termina llevando el proceso de transición por los caminos conocidos de la expropiación de las voluntades colectivas por la voluntad centralizada del partido. Por último concurre el aburguesamiento de la jerarquía del partido, que lleva a la repetición del guión, harto conocido, de la sustitución de la antigua burguesía por la burguesía burocrática. Las contradicciones, tensiones, conflictos y confrontaciones, perturban la cohesión del bloque, aunque todavía no estallen, debido a la confrontación con el bloque conservador. El problema es la reproducción de viejas prácticas políticas, jerárquicas, centralistas, autoritarias, «vanguardistas», en el mejor de los casos, demagógicas, en el peor de los casos.
La «verdad» del partido prepondera y se impone, descartándose la construcción colectiva del saber social de la transformación, que sólo se puede construir participativamente. La opción realista y «pragmática» del partido, que, además, exige disciplina, termina reforzando los condicionamientos aceptados efectivamente, la dependencia del modelo extractivista y el círculo vicioso de la dependencia por reiteración y recurrencia del modelo extractivista. La matriz de la crisis política y económica, que afronta el partido en el poder y el bloque popular, se encuentra en estos condicionamientos aceptados, como regla «pragmática». Es, obviamente, pedir peras al olmo, que el partido atribuya el desenvolvimiento de la crisis a la propia práctica partidaria, a la burocratización, a la mediación partidaria, que en muchos casos termina siendo prebendal y clientelar. La culpabilidad se la atribuye a la «derecha» y al imperialismo. Si bien la «derecha» tiene que ver con el boicot, como ocurrió el 2003, si bien el imperialismo conspira, como lo hizo contra el gobierno de Salvador Allende en Chile; esto ya se sabe que es así, en distintos contextos, variando en formas y estilos. También se sabe que hay que luchar contra el boicot y contrala conspiración; pero, lo que es inconcebible es que se contribuya a este boicot y a esta conspiración con errores, que se buscan ocultar con propaganda. Es como una crónica anunciada; los personajes se apegan a su papel, a pesar, de que tienen la libertad, de decidir otro rumbo.
La crítica radical a los gobiernos progresistas no es, para qué se caigan, como creen los apologistas del partido; este es un tema de las decisiones colectivas, no de «vanguardias». ¿Cómo se puede plantear tal cosa si no se puede sustituir este vacío político con una alternativa constatable, vigente, dinámica, emergente? No se trata de que no hay que dejar este lugar a la «derecha», sino de que si la invención social no puede todavía sustituir el lugar vacío, lo indispensable es evitar que el proceso se rife por la propia gestión del partido.
Conclusiones
Tres conclusiones son indispensables:
1. La necesidad de la interpelación de la crítica, entendida como tal, radical, pues no puede haber crítica sin tocar los problemas en sus raíces, sin tocar las condiciones de posibilidad histórica de los problemas, como también de la misma crítica.
2. Los gobiernos progresistas, los gobiernos «revolucionarios», son dispositivos provisionales, en la bisagra de las épocas, la pasada y la nueva que nace; son productos institucionales ligados a la herencia institucional y burocrática del Estado. Lo urgente se encuentra en la liberación de la potencia social, la invención y creatividad colectiva, que desmantelan estos aparatos para construir composiciones dinámicas y participativas.
3. La defensa de los procesos de cambio no puede confundirse con la defensa de los gobiernos; hacerlo es un suicidio. Se confunden las transformaciones, lo que posibilita las transformaciones, la participación movilizada, con la representación conservadora e institucionalizada de la conquista del poder. Es cuando las criaturas se convierten en los buitres que comen las entrañas del pueblo.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Genealogía del Estado. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
[2] Ver de Raúl Prada Alcoreza Reflexiones sobre el «proceso» de cambio. Bolpress, Dinámicas moleculares; La Paz 2013; Rebelión, Madrid 2013.
[3] El proyecto de la moneda de integración sucre y del Banco del Sud, diseñado por un grupo de economistas ecuatorianos, dirigidos por Pedro Páez Perez, concibe, en realidad, una contra-moneda y un «banco» alternativo al sistema financiero internacional, basado en complementariedades y compensaciones, estructurado en una lógica que retiene la valorización local, evitando su pérdida centralizada. Este proyecto fue aprobado y firmado por los gobiernos del ALBA, empero, ninguno de ellos entendió el proyecto, siguiendo en cambio, políticas monetaristas que los subordinan al sistema financiero internacional.
[4] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Devenir y dinámicas moleculares. Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares; La Paz 2013; Rebelión; Madrid 2013.
[5] Ver de Raúl Prada Alcoreza Guerra periférica y geopolítica regional. En torno a la guerra del Pacífico. Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes de la razón; La Paz 2013.
[6] Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasilero. Siglo XXI-CLACSO.
[7] Raúl Prada Alcoreza: Genealogía de la dependencia. Horizontes nómadas, Dinámicas moleculares, Bolpress. La Paz 2011-2012.
[8] Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasileño. Los procesos de modernización conservadora, de Getúlio Vargas a Lula. Siglo XXI, CLACSO, 2009. Buenos Aires. Pág. 144.
[9] Ibídem: Pág. 148.
[10] Raúl Prada Alcoreza: Ibídem; Ob. Cit.
[11] Esse texto é o capítulo final do livro 20 centavos: a luta contra o aumento (Editora Veneta, 2013).
[12] Ibídem: Ob. Cit.
[13] Revisar de Raúl Zibechi Brasil potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo. Ediciones de abajo. Bogotá 2012.
[14] Revisar de Raúl Zibechi Brasil Potencia; Ob. Cit. Capítulo 2; La ampliación de la élite en el poder, La trayectoria sindical, Sindicalistas en cargos estatales, El papel de los fondos de pensiones, ¿Nueva clase o capitalismo sindical?
[15] Boaventura de Sousa Santos: Las revueltas mundiales de indignación . Conferencia en La Paz; CIDES-UMSA; 17 de octubre de 2013.
[16] Revisar el libro citado de Raúl Zibechi; Ob. Cit.
[17] Revisar de Raúl Prada Crítica al esquematismo maniqueo. Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes nómadas; La Paz 2013; Rebelión; Madrid 2013.
[18] Trovador y guerrillero, muerto en la guerrilla de Teoponte.
[19] Revisar de Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F. Propiedad colectiva de la tierra y producción agrícola capitalista. El caso de la quinua en el Altiplano sur de Bolivia . CEDLA; La Paz, 2013.
[20] Ibídem.
[21] Ver de Raúl Prada Alcoreza La Subversión de la praxis. EPISTEME. Número 3. La Paz 1988.
[22] Ver de Marta Harnecker Tiempos políticos y procesos democráticos. Entrevista de Marta Harnecker a Alberto Acosta, ex presidente de la asamblea constituyente de ecuador .
[23] Ibídem.
[24] Ibídem.
[25] Ibídem.
[26] Ibídem.
[27] Ibídem.
[28] Ibídem.
[29] Ibídem.
[30] Ibídem.
[31] Ibídem.
[32] Revisar de Víctor Álvarez La transición al socialismo de la revolución bolivariana. Transiciones logradas y transiciones pendientes. CEDLA, Instituto de estudios Ecuatorianos, Centro Internacional Miranda; La Paz, 2013.
[33] Ver de Raúl Prada Alcoreza La convocatoria del mito. Bolpress, Dinámicas moleculares, Horizontes nómadas; La Paz, 2013.
[34] Ibídem.
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