Recomiendo:
0

Presentación de "Nosotros que nos queremos tanto", Feria del Libro de La Habana, 14 de febrero de 2014

Para una (otra) lectura de Pedro Junco

Fuentes: Rebelión

Supongo que durante años Luis Sexto y Viñas Alfonso han hecho lo imposible para mantener la amistad lejos del sumidero del agravio. A la larga, Salomón triunfó sobre Otelo. ¿Por qué excluirse mutuamente en el disfrute de un mismo objeto de la pasión después de que Pablito, con loable desparpajo, proclamara que «la» prefiere compartida? […]

Supongo que durante años Luis Sexto y Viñas Alfonso han hecho lo imposible para mantener la amistad lejos del sumidero del agravio. A la larga, Salomón triunfó sobre Otelo. ¿Por qué excluirse mutuamente en el disfrute de un mismo objeto de la pasión después de que Pablito, con loable desparpajo, proclamara que «la» prefiere compartida? En este caso, «lo» preferimos compartido, se habrán animado Viñas y Luis ante el misterio que los desasosegaba desde siempre: la memoria de Pedro Junco, por el que confiesan cobijar a la vez interés y compasión. Interés excitado por los perfiles paradójicos de su personalidad; compasión inducida por una obra trunca en su unamuniano ademán, grávida del «sentimiento trágico» que depara el contraste de las ansias de infinito, en la música y el amor, y la irreductible finitud, constatada harto temprano por el pinareño ilustre, que nació en 1920 y murió en 1943, a los 23 años. 

Gracias a Salomón, a Pablito, y a la editorial Pablo de la Torriente, tenemos a la vista Nosotros que nos queremos tanto, libro equipado para la trascendencia, pues en él se tensan las respectivas capacidades investigativas que, en criterio del prologuista, Alexis Castañeda Pérez de Alejo, mantiene a los autores a millas de trillos al uso y banalidades oportunistas, y la voluntad de estilo, término un tanto fuera de moda, en medio de la chatura globalizada por el desenfrenado intento de tocar con toda celeridad las entendederas de los más, los que se ven obligados a ofrendar la mayor porción de su tiempo a la reproducción de la existencia material y en el asueto andan entrampados en -enajenados por, rectificaría el genio de Tréveris- el más unificador, a la baja, de los gustos entre los fenómenos sociales: el mercado totalitario.

Siguiendo la lógica de las presentaciones, si la hubiera, adelantemos que, a manera de pórtico, Sexto y Viñas nos ubican en el Pinar del Río y el ambiente que influyeron en el compositor, procedente de una típica familia cubana de clase media, con orientaciones generales por el bienestar, el confort y el buen parecer, y no por la cultura, que propicia un ascenso de la espiritualidad y las costumbres, conforme subraya Castañeda.

La probidad intelectual de estos dos hombres los ha impelido a desnudar el sedimento impresionista que, el introductor dixit, ha anidado en los acercamientos a Pedrito Junco, primero entre los que lo conocieron, lo admiraron y fueron sus cofrades, y en la prensa provinciana de la época. (Sin ofenderse, por favor; objetividad obliga). Esta visión nunca fue superada, y se ha venido repitiendo con inclinación paranoide. Perennemente se destacan los visos de heroicidad romántica y se sobredimensionan las dotes artístico-literarias. Además, Junco reunía todos los requerimientos del mito: murió en flor y, según la versión popular, de una enfermedad arraigada en el arte y el martirologio en general. Legó la estela inapagada, tal vez inapagable, de una pieza, Nosotros, que ha sido considerada testamento y prueba irrecusable de su propensión al sacrificio.

Sin aprensiones penetrarán en estas páginas los espíritus que no se arredran frente a la dialéctica de lo continuo, la tradición, y lo discontinuo, incluido el quebrantamiento de estereotipos. Pero podrán adentrarse asimismo los que sucumben al canto de sirenas, porque aquí se desmonta la leyenda con delicadeza impar, como con terapéutica languidez, mediante el cotejo de documentos, testimonios, y se arriba a conclusiones juzgadas irrebatibles por lectores tales Castañeda, para citar a un comentador no precisamente desavisado. Y si, en esa carrera de aproximaciones que es la historiografía, alguien llega a contradecir con acierto algunas de las tesis plasmadas, aceptemos que el texto insufla oxígeno a una bendición que debería explayarse en son de divisa y derrotero: la duda. Porque sin ella, sin la duda, no habría saber alguno. Pero descansemos de Descartes, y de Perogrullo, para ensalzar el modo como Luis y Viñas van tejiendo en este paradigmático reportaje una trama cuasi policial, con el inherente suspenso, el dato solapado que entrevemos. Pistas. Guiños. Y claro que a la postre el panorama va cobrando transparencia meridiana, como en los mejores textos de detectives, como en la ciencia. Ciencia que aporrea, quiebra hipótesis en un crescendo que también yo deseo creer inobjetable.

Preguntémonos con el socorrido prologuista: ¿Murió de tuberculosis, y por eso «debemos separarnos, no me preguntes más»? ¿Nosotros representa la revelación de una decisión tremenda o tremendista del compositor? ¿Quién fue la destinataria? Porque «no es falta de cariño, te quiero con el alma», mujer anónima, mujer velada. ¿Asustadiza? Protéjanos Dios del pecado de indiscreción. Solo apuntemos que los autores refuerzan o refutan lo sostenido incluso hoy. Y que, honrados profesionales, reconocen que «hasta donde pudimos, entramos en las zonas oscuras. Y nos dimos cuenta de que, en lo poco que habló de sí, además de sus canciones, nos fue sorprendiendo sin decirlo todo para dejarnos, como atisbo, luz, herencia, un enigma -una contradicción imprecisable- que perdura y parece no agotarse en su discurrir por el tiempo»… Ah, el enigma, el misterio inabarcable en toda su envergadura. He ahí un motivo, otro, para desandar estas páginas sin pausa y con unción, como en puntillas, evitando turbarle a Pedrito el dulce sueño con la amada.

Entonces, nos equivocábamos al principio. Este librito por el volumen, libro por la meticulosidad cognoscitiva y lingüística, sí robustece el mito. Ese mito que es la propia vida. La vida, que fluye sin las cotas impuestas por la literatura, sin el ordenamiento cronológico, causal, férreo de la ciencia. El mito que, quiérase o no, se resiste a difuminarse, y se agiganta deslastrado de vaguedades. Porque el solo hecho de haber sorbido el néctar de las musas, y quedar grabado en el imaginario de la nación y de allende los mares, es la victoria definitiva de Pedro Junco. Abismémonos, pues, en el (re)descubrimiento. Sí, «no me preguntes más». Gracias, Luis. Gracias, Viñas. Gracias, Pedrito.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.