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La unidad democrática y la agresión contra Cuauhtémoc Cárdenas y Adolfo Gilly

Fuentes: Rebelión

En la gran marcha de solidaridad con los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, celebrada unitariamente en la Ciudad de México el 8 de octubre pasado, 30 individuos agredieron verbal y físicamente al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y al comunicador y maestro emérito de la Universidad Nacional Autónoma de […]

En la gran marcha de solidaridad con los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, celebrada unitariamente en la Ciudad de México el 8 de octubre pasado, 30 individuos agredieron verbal y físicamente al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y al comunicador y maestro emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México Adolfo Gilly, rompiendo, así, la unidad de todos los interesados en aclarar el asesinato de seis personas, incluidos tres normalistas, las lesiones causadas a más de 20 estudiantes y la desaparición de 43 alumnos de Ayotzinapa, el 26 de septiembre en Iguala, Guerrero. No se descarta que la agresión sea producto de una provocación de infiltrados, que se utilizó por la «gran prensa» como la nota periodística principal en detrimento de destacar la importancia de la movilización. Con este motivo, cabe hacer algunas consideraciones.

La lucha por la democracia y por el interés nacional

La lucha por la libertad de los presos políticos, la presentación con vida de los desaparecidos políticos, la no utilización del Ejército en funciones policiales, los derechos a la vida y a la seguridad, de organización, reunión, manifestación y expresión, el respeto al voto ciudadano, a la elección de líderes y órganos de dirección de los sindicatos, secciones y delegaciones sindicales, la libre afiliación a federaciones, centrales obreras y sindicatos nacionales de industria y otros derechos que incluye la Constitución General de la República, unifica a socialistas y otras fuerzas anticapitalistas, a militantes del Movimiento Ciudadano, Movimiento Regeneración Nacional, Partido del Trabajo y Partido de la Revolución Democrática, a millones de ciudadanos sin militancia alguna –que son mayoría– y a individuos y organizaciones clara y definidamente burgueses.

Otro tanto ocurre con la lucha por el interés nacional. Caudillos como Venustiano Carranza (jefe del ala burguesa de la Revolución mexicana), Cándido Aguilar, Heriberto Jara, Francisco J. Múgica, José Guadalupe Zuno, Felipe Carrillo Puerto y Lázaro Cárdenas formaron parte de una enorme corriente nacional interesada en el desarrollo autónomo del Estado mexicano, el nacimiento, desarrollo y fortalecimiento del sector estatal de la economía, el establecimiento de buenas relaciones con los países hermanos de América Latina y contra la Doctrina Monroe y el intervencionismo norteamericano. En la actualidad, dicha corriente existe y se manifiesta diariamente, estando integrada entre otros por Cuauhtémoc Cárdenas, Ricardo Monreal Ávila, Manuel Bartlett Díaz, Ifigenia Martínez, Andrés Manuel López Obrador y Javier Jiménez Espriú, por citar a algunos de sus cuadros más destacados.

La lucha por la democracia interesa a la absoluta mayoría de la población mexicana, incluidos grupos burgueses. No es un combate que pertenezca única y exclusivamente a las clases y grupos sociales no capitalistas. Por ello, es una lucha que tiene contornos muy extensos, por lo que incluir como enemigos a los militantes nacionalistas es un profundo error. De la amplitud de los sectores interesados en esta pelea, se desprende la táctica de los marxistas, quienes no están interesados en buscar más enemigos de los que ya tienen, como tampoco aspiran a concientizar, organizar y movilizar a núcleos de algunos cientos de personas, sino a decenas de millones de ciudadanos y adolescentes. Cuauhtémoc Cárdenas es un aliado importante de los socialistas mexicanos. Buscar enfrentarlo es una necedad mayúscula.

Para defender los recursos naturales de la nación, mantener y fortalecer el sector estatal de la economía, recuperar la soberanía nacional, impulsar la unidad latinoamericana y enfrentar la política intervencionista de Estados Unidos, es menester, necesaria y obligatoriamente, aplicar una política de alianzas que abarque a todas las fuerzas socialistas, nacionalistas y antimperialistas, la cual incluye –sin duda– a Cuauhtémoc Cárdenas y todos los líderes mencionados líneas arriba. Plantear restringir, limitar o aminorar las fuerzas que combatan al imperialismo es otra necedad mayúscula. Se trata de ampliar el abanico patriótico y antimperialista, no de disminuirlo.

En algunos países existen pequeños círculos que se enorgullecen de no haber combatido en alianza con otras fuerzas al nazismo alemán, el fascismo italiano y el militarismo japonés, y de haber estado discutiendo «sobre la revolución mundial» mientras el Ejército Rojo de la Unión Soviética hacía pedazos a la Wehrmacht con la derrota y liquidación de grupos de ejércitos, ejércitos, divisiones y otras unidades militares hitlerianas; con más soldados, clases, oficiales y generales alemanes y cipayos muertos, heridos, dispersos y prisioneros de guerra que los logrados por Estados Unidos y Europa occidental juntos, y con la liberación de más territorios y personas bajo dominio de los nazis que los de las potencias occidentales unidas, hasta lograr colocar la bandera roja con la hoz y el martillo en el edificio del Reichstag en Berlín.

Asimismo, el Ejército Rojo derrotó y destruyó, con apoyo de las fuerzas armadas populares chinas y el Ejército mongol, al Ejército de Guandong (Kwantung), columna vertebral del Ejército Imperial Japonés. Si se agrega la heroica lucha de los comunistas y sus aliados en Yugoslavia, Grecia, Francia, Italia, Albania, Bulgaria, Bélgica, Noruega y otros países, puede sostenerse, con total certeza, que la izquierda anticapitalista fue la principal fuerza en la derrota del nazismo. El estar fuera de esa guerra no constituye ningún motivo de orgullo, no obstante que pueda encubrirse con supuestos llamados revolucionarios. Al contrario, constituye un baldón.

Como en otros países latinoamericanos, en México las fuerzas anticapitalistas requieren ampliar sus alianzas en torno a la lucha por la democracia, la unidad latinoamericana y contra el imperialismo, en especial del norteamericano, como parte, naturalmente, de la lucha por echar abajo al capitalismo y construir la sociedad socialista. No se fortalece al socialismo con la reducción del número de combatientes por la democracia y contra el imperialismo. Al contrario, si disminuyen las filas de los luchadores por la democracia y el antimperialismo, el socialismo se debilita. No es posible salir de esta relación.

Plantear que los nacionalistas luchen por los mismos objetivos que los militantes socialistas es un error que no tiene justificación. Los perredistas, petistas, lopezobradoristas y otros miembros de organizaciones nacionalistas y democráticas no son combatientes por el derrocamiento del capitalismo y la construcción de la sociedad sin clases. Por cierto, tampoco ellos han sostenido ser militantes socialistas o comunistas. Nada de eso, por lo que no es justo exigirles posiciones que no son las suyas. Lo que debe demandárseles es consecuencia en la lucha por la democracia y el interés nacional. Nada más. Salta a la vista que, como en China, Vietnam, Cuba y otros países de Asia, África y América Latina, luchadores nacionalistas pueden evolucionar hacia el comunismo, pero eso es una posibilidad y no una realidad. Por cierto, nadie está calificado para otorgar títulos de consecuencia revolucionaria.

No repetir errores del pasado

Si en el Caribe hispanoparlante existió un «partido» que celebraba «juicios» contra otros militantes de izquierda, dictaba «sentencias» y ejecutaba a presuntos infractores de la lucha revolucionaria, en México, entre 1973 y 1984 se produjeron, cuando menos, ocho asesinatos de militantes socialistas por grupos que, por sus pistolas, «definían» el carácter de los condenados, por no hablar de enfrentamientos verbales y físicos por encabezar manifestaciones y mítines, así como difusión de calumnias contra los «enemigos» y otras sandeces políticas. Esto significa ni más ni menos que la violencia se aplicaba, no contra el imperialismo y la gran burguesía, sino contra militantes de nuestras propias filas. Era un excelente apoyo a los defensores del capitalismo.

Para ilustrar lo ocurrido hace algunos años, es útil presentar algunos casos. En la Universidad Autónoma de Sinaloa, en la década de los años 70 del siglo pasado, nació y se desarrolló el fenómeno de la enfermedad, que introdujo en el seno de esa institución relaciones muy difíciles entre las fuerzas de izquierda. El 17 de mayo de 1973, Carlos H. Guevara Reynaga, dirigente estudiantil y funcionario universitario, fue asesinado por los enfermos en Culiacán, Sinaloa, cuando defendía al compañero estudiante comunista Audómar Ahumada Quintero, quien estaba siendo golpeado. El Encuentro Nacional de Estudiantes, celebrado en la capital del estado de Chihuahua; la asamblea de profesores y estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; el Consejo Universitario Paritario de la UAS; el Consejo Sindical de Profesores e investigadores de la UNAM; el Comité de Lucha de la Facultad de Ciencias de la UNAM; el Comité de Defensa Popular (Chihuahua); el PCM, el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la UNAM, otros sindicatos universitarios, partidos y grupos de izquierda y la intelectualidad avanzada repudiaron los actos de violencia de los enfermos.

El 12 de mayo de 1977, en plena lucha por el reconocimiento y la firma de contrato colectivo de trabajo del Sindicato de Trabajadores de la UNAM, fue asesinado por la Liga Comunista 23 de Septiembre el profesor Alfonso Peralta Reyes, dirigente sindical universitario y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores. El PRT, el PCM, la Tendencia Democrática de los Electricistas y otras fuerzas sociales y políticas avanzadas expresaron su repudio a estas formas de «dirimir» diferencias.

No terminaron en 1977 los ajustes de cuentas de elementos sectarios con militantes de la izquierda socialista no adicta a la verborrea izquierdista. Así, Carlos Hernández Chavarría, militante del PCM y Secretario General de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, fue ejecutado el 27 de febrero de 1978 por un comando del Partido Revolucionario Obrero Clandestino-Unión del Pueblo, por invenciones ideológicas carentes de toda lógica. El grueso de la izquierda denunció este proceder delincuencial y celebró actos de repudio.

En la década de los años 80 no cesaron los «juicios» y «sentencias» de miembros de grupos sectarios contra los revolucionarios poco dados al lenguaje ampuloso y de confrontación con otras fuerzas de izquierda. El 2 de diciembre de 1983, los ex presos políticos y militantes socialistas José Guadalupe y Arturo Cortés fueron ajusticiados por el PROCUP en el kilómetro 11 de la carretera México-Laredo. Al día siguiente, también fueron liquidados Jesús Cortés Gutiérrez y su esposa Bertha Carrasco Quiroz, por miembros de la misma organización.

Francisco Fierro Loza, militante de la Organización Revolucionaria Punto Crítico, ex preso político, ex combatiente guerrillero y autor de una obra sobre la guerrilla guerrerense, fue asesinado por un comando del Partido de los Pobres, el 11 de julio de 1984. Tanto en Guerrero como en el resto de la República, las organizaciones democráticas y revolucionarias, mayoritariamente, pusieron al desnudo estos métodos ajenos a la clase obrera.

Unir, no dividir

La violencia actual en el seno de la izquierda rompe la unidad en la lucha por alcanzar la presentación con vida de los 43 normalistas secuestrados; esclarecer los graves hechos del 26 y 27 de septiembre pasados; localizar, enjuiciar y sentenciar de acuerdo con la ley a José Luis Abarca Velázquez, ex alcalde de Iguala; encontrar, enjuiciar y condenar a los policías municipales y los sicarios del crimen organizado y el narcotráfico que ejecutaron la matanza; eliminar los grupos irregulares de matones; destituir al gobernador del estado de Guerrero; otorgar garantías a los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos; apoyar y fortalecer la educación normal; excarcelar a Nestora Salgado (dirigente de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria, de la Montaña y Costa Chica de Guerrero), de Marco Antonio Suástegui Muñoz (del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a la Presa la Parota), de Mario Luna Romero (líder yaqui) y demás presos políticos.

En fechas recientes, el movimiento campesino ha desarrollado acciones unitarias que representan un ejemplo para el resto del movimiento social y la izquierda socialista. La gran manifestación en la capital federal del 23 de julio de este año, que formó parte de una Jornada Nacional en Defensa del Territorio y el Derecho a la Alimentación, expresó en forma evidente que en el seno del campesinado organizado prevalecen tendencias maduras que empujan, claramente, hacia la unidad combativa sin prejuicios hacia siglas y centrales. En ella marcharon unidas, organizaciones bajo la influencia de diversos partidos políticos, incluido el Partido Revolucionario Institucional. Los campesinos pusieron por delante la unidad de objetivos y de acción, no las diferencias ideológicas y tácticas. Su carácter fue definitivamente unitario. Ése es el camino indicado por la situación económica, política y social de nuestro país en crisis.

Con motivo de la masacre de Iguala, que, sin duda, es un crimen de Estado y de lesa humanidad, se han puesto de manifiesto la incapacidad y la descomposición que agobian a los tres niveles de gobierno en el estado de Guerrero y la nación, al grado de que no se ponen de acuerdo los politiqueros neoliberales acerca de los hechos más elementales de lo ocurrido en la ciudad cuna de la independencia, y, como resultado natural, los criminales organizadores y provocadores de los acontecimientos del 26 y 27 de septiembre gozan de una increíble impunidad.

Para cambiar dicha situación, será indispensable llevar las movilizaciones estudiantiles y populares crecientes y masivas a todas las ciudades y municipios de la República y abarcar a nuevos sectores, teniendo como centro de la lucha localizar y presentar con vida a los 43 normalistas «levantados»; asegurar la atención integral, médica y psicológica, de los estudiantes lesionados; indemnizar por los daños a las víctimas y sus familiares, y garantizar la seguridad e integridad de los estudiantes que han denunciado los hechos y de los defensores de derechos humanos. Sin embargo, la lucha –a mediano y a largo plazo– debe encarrilarse hacia el combate por desmantelar todo el entramado de la dominación neoliberal, que no es más que la dominación de los monopolios y gobiernos de Estados Unidos.

Como dijo Heberto: PEMEX, sí; PEUSA, no

Los «logros» neoliberales son evidentes. La destrucción del sector estatal de la economía, la desnacionalización de la banca, la contrarreforma energética, la derogación vergonzante de la Constitución de 1917 y la intentona de apoderarse a la brava de los territorios y comunidades indígenas, que tiene como estandarte visible el terror que se expresa en los asesinatos y encarcelamientos de los líderes de los pueblos originarios en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Sonora, Nayarit, Jalisco y otras entidades federativas. La dominación yanqui de México no puede imponerse y estabilizarse sin hacer correr la sangre de miles de mexicanos, como ya comenzó a hacerlo desde 2006 el criminal de guerra Felipe Calderón Hinojosa. Esta semicolonización de México es un viejo proyecto de Washington, que ahora con claridad adquiere visos de posible concreción global, pues ya nacieron y crecieron los gringos morenos nacidos al sur del río Bravo.

Por el desarrollo del capitalismo en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, México ha involucionado a pasos agigantados hacia la conversión en un país semicolonial, como ocurría con el régimen dictatorial de Porfirio Díaz. Los datos son elocuentes: entrega al capital extranjero y a grupos minoritarios de la gran burguesía autóctona del petróleo, la minería, la electricidad, la banca, los ferrocarriles, las industrias alimentaria y de bebidas (incluidos el tequila y la cerveza), el transporte aéreo, el comercio exterior, la franja fronteriza y los litorales, además, por si fuera poco, se ha desenvuelto y se desenvuelve el avance impetuoso de los grandes consorcios de restaurantes y supermercados gringos a lo largo y a lo ancho del territorio nacional, todo avalado constitucional y legalmente. Se ha creado, en otras palabras, un marco jurídico para la dominación del imperialismo norteamericano. México avanza rápidamente, con las «reformas» del grupo Atlacomulco, hacia la conversión en una semicolonia de EU.

Pero no es todo: los hegemones norteamericanos son los creadores y responsables de la llamada «guerra contra el narcotráfico» de los dos últimos gobiernos que nos ha costado entre 80 mil y 125 mil muertos (de los cuales son delincuentes una ínfima minoría), los organizadores de la militarización del país, los entrenadores y maestros de los jefes militares, marinos y policías que se preparan para defender a balazos las empresas de Estados Unidos en México, los que han invadido el suelo patrio con espías y provocadores de sus agencias de seguridad y espionaje, y los que ordenan qué hacer a los neoporfirianos del siglo XXI.

De esta realidad, surge un programa claro y preciso: imponer la democratización del régimen político y la plena vigencia de las libertades constitucionales, recuperar los recursos de la nación, poner en pie un fuerte sector estatal de la economía, reasumir la soberanía nacional, derrotar al gobierno cipayo de priistas y panistas y desarrollar una política económica al servicio del pueblo y la nación mexicanos, no de los genocidas de allende el Bravo.

En tales condiciones, buscar romper con los nacionalistas no sólo es contraproducente, sino suicida y estúpido. La situación actual obliga a emprender la construcción de una gran alianza de todos los partidos, grupos políticos, sindicatos, centrales campesinas, comunidades indígenas, otras organizaciones sociales y personalidades contra la dominación extranjera y por la reconstrucción democrática de la nación mexicana. A los que participan en las acciones solidarias con los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, como Cuauhtémoc Cárdenas y Adolfo Gilly, no se les debe golpear, sino tratarlos como integrantes de los sectores patrióticos de México y aliados en la lucha por la democracia y contra los imperialistas extranjeros, principalmente norteamericanos. De acuerdo con esta idea, debe actuarse.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.