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“Desde el Sur” y “Al Sur” Latinoamericano. Alianza del Pacífico y ALBA-TCP. Profundización en el caso de Bolivia

Perspectivas críticas sobre los nuevos centros y periferias globales

Fuentes: Rebelión

Relaciones entre Norte y Sur La Edad Moderna con la conquista de América por parte del «viejo» continente europeo dio paso a nuevos mecanismos en las relaciones internacionales. La dominación cultural y religiosa -como la evangelización y castellanización en el caso de Hispanoamérica-, la dominación económica y productiva -como el extractivismo de materias primas utilizando […]

Relaciones entre Norte y Sur

La Edad Moderna con la conquista de América por parte del «viejo» continente europeo dio paso a nuevos mecanismos en las relaciones internacionales. La dominación cultural y religiosa -como la evangelización y castellanización en el caso de Hispanoamérica-, la dominación económica y productiva -como el extractivismo de materias primas utilizando mano de obra esclavizada-, o la dominación política y militar implementando nuevas estructuras aristócratas en las nacientes colonias con la caída de imperios indígenas y el exterminio de muchas de sus comunidades-, llevaron a la construcción interregional de metrópoli y satélites.

La independencia política de todo el continente americano durante el siglo XVIII y XIX fue conformando nuevos Estados, pero a pesar de su emancipación administrativa estas independencias no rompieron con las relaciones de dominación expuestas [1], pasando el etiquetaje colonial de metrópoli y satélites al neocolonial, si lo llamamos así, de países centrales y periféricos. En el caso de América Latina la autoría de la hegemonía del yugo exterior fue modificada, a consecuencia de las disputas entre los grandes imperios, generándose una transición de la dominación europea a la dominación norteamericana. Una dominación que geográficamente cambio su centro de poder de continente, de Europa a América, pero no tuvo modificación en la dicotomía Norte-Sur, siendo ahora el Norte de América quien domina tanto el Centro como el Sur del continente. Este fenómeno geográfico es nítido en América Latina -aunque existen dudas con potencias emergentes como el caso de Brasil como señala la tesis de Raul Zibechi [2] etiquetando al país lusófono de un nuevo actor imperial y de dominación intrarregional- pero es algo más escurridizo a nivel mundial, lo que se llama «Sur Global», en regiones como Asia con India u Oceanía con Australia.

América Latina, hasta la actualidad, sigue sufriendo una amplia dominación cultural, ya no solo por las raíces hispanas impuestas sino también por las nuevas imposiciones culturales angloamericanas mediante mecanismos mercantilistas y las nuevas herramientas de la Sociedad de la Información. En sus modelos económicos sigue prevaleciendo el extractivismo de recursos, como la minería y riquezas naturales, y la dominación política militar continúa con la vigencia de muchas bases militares norteamericanas esparcidas por gran parte de la región Latinoamérica y el caribe, además de la falta de representación de estos países latinoamericanos en espacios internacionales desde el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el Banco Mundial (BM), o el Fondo Monetario Internacional (FMI), entre otros.

Todo esto nos lleva a varias cuestiones. En primer lugar, ¿qué espacios de resistencia y reproducción existen actualmente en América Latina en las relaciones de poder norte-sur?, y como segundo punto, si se dan espacios de resistencia, ¿estos son pensados y estructurados desde «al Sur» o «desde el Sur? Según Juan Obarrio y Verónica Gago [3], «la fórmula «desde el Sur» parece seguir respondiendo al motivo de un pensamiento occidental que es generado por una audiencia privilegiada situada en otro sitio; en el Norte». Mientras que «Al Sur», como dicen los mismos autores «implica situar el conocimiento en regiones periféricas de la globalización», no generar el saber desde despachos de academias del norte sino en las vivencias cotidianas del sur. 

Diferencias en los modelos de integración latinoamericana

Más allá del debate «si va antes el huevo que la gallina», una confrontación académica histórica occidental entre idealismo y materialismo sobre si la estructura económica (el ser) condiciona mediante regresión lineal la estructura ideológica (el pensar) o viceversa, nos centraremos en estos dos ámbitos de manera simétrica pero relacional en dos ejemplos dicotómicos sobre la integración latinoamericana, la Alianza del Pacífico (AP) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado Comercial de los Pueblos (ALBA-TCP).

La AP es un organismo de integración regional fundado oficialmente en Julio de 2012 en Antofagasta (Chile) tras una propuesta inicial formulada el 28 de abril a través de la Declaración de Lima firmada por los 4 presidentes de los países integrantes fundacionales; México, Perú, Colombia y Chile. Actualmente están en proceso de incorporación Costa Rica y Panamá. La esencia para poder sumarse otro país latinoamericano es disponer de Tratados de Libre Comercio (TLCs) con todos los países miembros de la AP y como bien señala el texto fundacional la finalidad es que «…A tal efecto, expresamos nuestro firme compromiso de avanzar progresivamente hacia el objetivo de alcanzar la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas» [4]. Esto podría interpretarse como un mercado interno libre de aranceles con fuerte proteccionismo internacional, como es la base de otros regionalismos como la Unión Aduanera del MERCOSUR compuesta por Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela, pero no es el caso dado que la AP abre sus puertas a mercados internacionales, con Tratados de Libre Comercio, principalmente hacia el Asia Pacífico.

El ALBA-TCP fue fundado en 2004 por Cuba y Venezuela, y actualmente constituido, además, con la suma de Nicaragua, Bolivia, Ecuador, más las islas caribeñas de Antigua y Barbuda, Dominica, Santa Lucia, San Vicente y las Granadinas, y Surinam. A diferencia de la AP, el ALBA-TCP se opone a los TLCs entre países y regiones por varias inclinaciones. En primer lugar por existir desigualdad de condiciones, competencia asimétrica, los países del Norte (por ejemplo Estados Unidos) con países del Sur (por ejemplo Bolivia) por sus niveles de desarrollo económico, o desigualdades entre los mismos países latinoamericanos. Un efecto que acaba reproduciendo las relaciones históricas de centro – periferia, siendo el primero el conjunto de Estados de base productora industrial y tecnológica, y el segundo los países productores de materias primas. Esto conlleva, en segundo lugar, que este mecanismo mercantilista de importación y exportación, como centro de funcionamiento, acabe generando lo que se llama un «desarrollo exógeno», es decir que la economía de un país se mueva en base a mercados internacionales, perdiendo la total soberanía económica, y no dando prioridad a su mercando nacional. Además, como tercer punto, acaba reproduciendo un problema histórico en América Latina, la monoproducción y especializándose principalmente en pocos materiales sin mejorar una exportación diversificada. Por ejemplo en Chile, según la CEPAL el total de las exportaciones de Chile entre 2004 y 2008 el 51% fue de Cobre [5]. Y como último punto, la dependencia con la Inversión Extranjera Directa, donde desde el Consenso de Washington en 1989 América Latina se aprobaron los planes neoliberales de ajuste estructural para dejar de intervenir el Estado en política productiva y privatizar los principales sectores estratégicos. Por lo tanto, los países del ALBA-TCP, dejando de lado un comercio internacional acompañado de la apertura económica como eje central, base de la AP, buscan romper la dependencia norte-sur insertando un «desarrollo endógeno» de soberanía nacional – produciendo todo lo posible en el mismo país y siendo la población nacional el primer consumidor de esos recursos – con producción diversificada donde el mismo Estado se fortalece como un actor central en la economía productiva nacional, principalmente en sectores estratégicos como el petróleo en Venezuela o los hidrocarburos en Bolivia. Estos procesos están como planes de política económica y buscan una mayor industrialización interna nacional y reducción de la dependencia con la globalización neoliberal.

En definitiva, dos modelos, ALBA-TCP y AP, son dos propuestas de integración regional diferentes, etiquetándose la primera como un regionalismo estratégico [6] o modelo posneoliberal donde el Estado como empresa pública es un actor relevante en el principal sector productivo, mientras que la AP es el regionalismo abierto [7] o modelo neoliberal donde el mercado privado, y de índole internacional, es el sujeto central de la economía.

Alianza del Pacífico: «desde el Sur»

Dejando de lado las diferencias económicas y políticas entre los dos modelos, nos centraremos en su origen de ideología y conocimiento. En primer lugar, los países de la AP utilizan en su discurso conceptos como la «libre circulación de mercancías», «PIB», «inversión extranjera», «tratados de libre comercio», «exportación», «negocios», «comercial», «competitividad», teniendo en cuenta su autodefinición donde dicen que «La Alianza del Pacífico constituye la octava potencia económica y la octava potencia exportadora a nivel mundial. En América Latina y el Caribe, el bloque representa el 37% del PIB, concentra 50% del comercio total y atrae el 45% de la inversión extranjera directa. Los cuatro países concentran una población de 214 millones de personas y cuentan, con un PIB per cápita promedio 10 mil dólares» [8]. Siendo el mercado competitivo la esencia moral e ideológica de esta integración, y dejando de lado otros temas de integración como puede ser la interculturalidad o la complementariedad, es fácil subrayar que la construcción de la AP se inspira en una ideología del norte, el neoliberalismo.

No hablamos de seguir la AP a ciertos teóricos clásicos economistas del siglo XVIII y XIX, como Adam Smith o David Ricardo, sino de reiterar los proyectos contemporáneos pensados desde el Norte pero intentando poner etiqueta del Sur. No hay que olvidar que el modelo neoliberal en América Latina fue impuesto desde despachos del Norte, un plan de ajuste estructural económico, político, e ideológico, que se elaboró en Estados Unidos por el economicista John Williamson y se ejecutó desde el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Este plan de Ajuste, el Consejo de Washington, defendió entre otros puntos la reducción de gasto público, liberación del comercio y entrada de empresas extranjeras, privatización de empresas o desregulación de competencia.

El proyecto «desde el Sur» de la AP, pensamiento originario del norte y aplicado en el sur, no solamente quedó con el Consenso de Washington. En 1994, cuando el neoliberalismo se imponía con dureza a nivel mundial tras la caída del bloque soviético, se fundó en Miami la I Cumbre de las Américas. El objetivo era crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), un proyecto diseñado en Estados Unidos sobre eliminar todos los aranceles entre países americanos. Un efecto de competencia desleal ya que era injusto competir entre desniveladas economías nacionales donde incluso Estados Unidos se permitía el lujo de usar el «dumping» como estrategia de inserción de sus productos financiados, para reducir el precio de competitividad, en otros países americanos y conseguir finalmente apoderarse como monopolio afectando a productores locales. Esta propuesta fue rechazada en la IV Cumbre de las Américas en 2005 en Mar de Plata, Argentina. La no aceptación fue consensuada por los países del MERCOSUR, Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, más Venezuela. El nacimiento y modificaciones de nuevos regionalismos contrarios al neoliberalismo, y a las imposiciones del norte, como el ALBA-TCP fundado en 2004, y MERCOSUR en 1994, pero fortaleciendo su mercado proteccionista con la llegada de nuevos dirigentes de izquierda como Lula en Brasil en 2002 o Kirchner en Argentina en 2003, llevó al norte a presentar nuevas estrategias sobre el sur para hacer frente a estas resistencias posneoliberales.

El primer paso se llamó Arco del Pacífico, lanzado por el Presidente peruano Alan García en 2006 por órdenes de Washington tras la firma de un TLC con Estados Unidos ese mismo año. El crecimiento en América Latina contra el «legítimo» imperialismo norteamericano, no solo por su injerencia durante el siglo XX sino por los impactos sociales y económicos de desigualdad que había provocado su imposición neoliberal del Consenso de Washington, llevó a realizar un cambio de táctica, «que el pensamiento no se vea como que es, impuesto del norte sino propio del sur». Por eso Perú hizo de pionero del Arco del Pacífico, para ser visto un proyecto liderado por un país del sur y no del norte, escondiendo que era una copia de las mismas directrices mercantilistas y neoliberales de la propuesta del ALCA, como reducir los aranceles y acelerar la inversión privada extranjera. El Arco del Pacífico, antesala de la AP; fue conformado en 2006 por 11 países de América Latina; México, Costa Rica, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Colombia, Ecuador 6, Perú y Chile, justamente los Estados que dieron apoyo al proyecto del ALCA de Estados Unidos. Finalmente el Arco del Pacífico se convirtió en la AP en un proceso de institucionalidad regional. Las voces críticas en América Latina para desenmascarar la AP como «proyecto del Norte que se disfraza como autoría del Sur» no se hicieron esperar, tanto actores políticos como el Presidente boliviano Evo Morales destacó que «Estados Unidos promueve la Alianza del Pacífico para dividir UNASUR» [9], un novedoso regionalismo político de Sudamérica nacido en 2008 e independiente de las directrices de la Organización de Estados americanos (OEA) controlada por los Estados Unidos. O también, declaraciones académicas como el sociólogo argentino Atilio Borón, autor del libro «América Latina en la Geopolítica del Imperialismo», que afirma que «la Alianza del Pacífico es una invención norteamericana para convertirse en el mediador en la relación entre los países de América Latina de la vertiente del Pacífico y China« [10]. Las declaraciones de Morales y Borón sobre la función de la AP como organismo del Sur pero con estrategia del Norte, son más que irrefutables al existir declaraciones, sin tapujos, de la misma embajadora norteamericana en Uruguay, Julissa Reynoso, quien señaló en Junio de 2013 que «sería bueno que Uruguay se sume al nuevo modelo de integración que impulsa EE.UU».

ALBA: «AL Sur»

Los Estados miembros del ALBA-TCP, a diferencia de la AP, no solamente buscan romper con la dominación histórica político y económica entre Norte y Sur, y las directrices del modelo neoliberal y el «libre» mercado impuesto por Estados Unidos, como se ha comentado con anterioridad, sino que existen otras variantes del conocimiento y la construcción social que han etiquetado como «Segunda Independencia». Conocimientos que no provienen de escuelas o universidades del norte sino de los espacios colectivos, nuevos proyectos de Estado, y la recuperación de memoria histórica del Sur.

La primera consideración a tener en cuenta es que cada Estado del ALBA-TCP construye un proyecto autónomo, con sus diferencias y similitudes, juntándose en lo que llamamos proyectos posneoliberales. No es una réplica de lo que sucedió en los países socialistas del bloque soviético que homogenizaron un modelo de socialismo común bajo una ideología de marxismo-leninismo o socialismo del siglo XX (también llamado socialismo real despectivamente por el bloque occidental), sino construcciones pragmáticas con su etiquetaje propio. En el caso de Venezuela el proyecto se etiqueta «Socialismo Bolivariano o Socialismo del siglo XXI», en Bolivia el «Socialismo comunitario o Vivir Bien», y en Ecuador la «Revolución Ciudadana o Buen Vivir», fenómeno que acentúa su base de potenciar la soberanía nacional, una de las tesis de Frantz Fanon [11] en la independencia del Tercer Mundo. En cada uno de los Estados sus procesos posneoliberales también analizan sus sujetos históricos particulares, dejando de banda la importación soviética o del socialismo clásico sobre la centralidad de la «clase trabajadora o proletariado», algo que ya trabajó el peruano Carlos Mariategui con el «socialismo indígena» [12]. El Sur vive y conoce su realidad, por lo tanto es quién debe analizarla mejor.

Al igual que en el caso de Sudáfrica, como define Marisa Pineau [13], la pertenencia racial en el mundo del apartheid (1960-1994) fue una identidad central de lucha acompañada del concepto de «negritud» que acotó Aime Césaire [14], en Bolivia, como ejemplo, la identidad central de las contradicciones sociales padeció sus modificaciones pasando de la supremacía de la identidad de clase social (minero, campesino, fabril,…) vinculada a una única visión productora (infraestructura) – que tanto enarboló el mismo Che Guevara en su estrategia guerrillera campesina boliviana en 1967 y prevaleció durante el choque ideológica de la Guerra Fría – a un despliegue de nuevas identidades como la étnica y la conciencia indígena. Los movimientos sociales de la Guerra del Agua en 2000, o Guerra del Gas en 2003 en el municipio boliviano de El Alto, fueron liderados por actores indígenas urbano-rurales. La identidad economicista de clase social, institucionalizada por la estrategia dominadora de la civilización occidental que introdujo mediante la «cosificación» de los trabajadores colonizados, como analizó Cesaire, sufría cambios a finales del siglo XX hacia una emergente identidad indígena, como etiqueta originaria y autóctona, indicios de lucha para una segunda descolonización contra el neoliberalismo posguerra fría. Con la llegada en 2006 del primer Presidente indígena, Juan Evo Morales Ayma la identidad indígena originaria boliviana iniciaba su auge hegemónico con la aprobación de una Nueva Constitución Política que fundaba el nuevo Estado Plurinacional homologando 36 naciones indígenas y un proceso de Descolonización, que analizaremos más adelante con la teoría de la descolonialidad como marco. En Ecuador el actor central tuvo las mismas consideraciones, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) fue esencial para la llegada de Rafael Correa como Presidente del país. Y lo mismo sucedió en Venezuela, una histórica clase trabajadora, como la dedicada al sector rentista petrolero, no fue la base del Movimiento Bolivariano sino lo que en el marxismo occidental se llamó peyorativamente «lumpenproletariado» [15]. Familias de barrios periféricos que trabajan informalmente, como comercio, y que no disponían de ningún servicio médico o deficiente en la educación pública.

Contrario a la nueva hegemonía indigenista en Bolivia y Ecuador, o lumpen popular en Venezuela, en el caso de los países de la AP con amplia presencia poblacional indígena también, el autóctono originario sigue sufriendo grandes limitaciones por parte de los colonos históricos; desde las represiones de los mapuches de la Araucanía en Chile con la aplicación de la Ley Antiterrorista, el conflicto del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México desde 1994, o con mayor complejidad en Colombia la invisibilidad de indígenas en medio de un conflicto armado de 50 años entre el Estado, paramilitares, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En estos países de la AP el sujeto originario sigue siendo el excluido, simple mano de obra barata, desde una visión economicista y nada cultural, y el sistema neoliberal sitúa como sujeto central a la clase política y empresarial, emprendedores, principalmente familias descendientes de la élite europea. La cultura autóctona sigue siendo reprimida por una cultura occidental externa.

Más allá de visiones clasistas en las relaciones Norte – Sur, el nuevo Estado Plurinacional de Bolivia con su nueva Constitución de 2009 conformó el Viceministerio de Descolonización dependiente del Ministerio de la Cultura. Posiblemente según la Teoría Descolonial [16], teoría nacida en el Sur con autores como Enrique Dussel, Sergio Castro, o Aníbal Quijano, entre otros, habría sido más acertado llamarlo Viceministerio de Descolonialidad. Para estos autores el colonialismo, vinculado con la colonización como proceso, es la dominación por fuerza política y militar de un pueblo sobre otro, mientras que la colonialidad es algo más profundo, estructural, y que se mantiene en el tiempo aunque haya caído la dominación, como son los saberes, la cultura y los valores impuestos. Por eso se señala que el colonialismo desapareció en el siglo XIX en América Latina pero en el siglo XXI sigue la colonialidad. Según estos teóricos existen tres tipos de colonialidad: La del Poder, acotada por Quijano y que se complementa, en su definición, con las variables de modelo del capitalismo (empresa), la cultura patriarcal (familia) y las estructuras etnocentrismo (Estado). La segunda es la del Saber, donde la civilización occidental se impone jerárquicamente a otros conocimientos como los ancestrales, y en tercer lugar está el Ser, prevaleciendo una división de relaciones de poder mediante razas, etnias, o países de origen.

Caso: La descolonialidad en el Estado Plurinacional de Bolivia

Ejemplificando con Bolivia, por el Proceso de Cambio que vive actualmente el país tras la elección democrática del primer presidente indígena desde su independencia como Estado en 1825 y ejecutando acciones de resistencia a la globalización neoliberal como su adhesión al ALBA-TCP en 2006, desde la invasión de los españoles hace más de 500 años ha prevalecido en el país andino la hegemonía colonial. Tanto por la implantación del capitalismo mediante la imposición de fuerzas externas, militares y económicas, que han dibujado a Bolivia como un país dependiente y exportador de materia prima por intereses privados trasnacionales (el caso histórico del Cerro Potosí con la extracción de plata y minerales por la Corona Española, o la monoexportación de hidrocarburos a finales del siglo XX e inicios del siglo XXI por empresas privadas transnacionales), la imposición del patriarcado occidental (pasando de comunidad colectiva indígena a familia nuclear urbanizada con amplias diferencias de oportunidades por género) y el etnocentrismo del Estado Moderno (el Estado como ente de monopolio de la ley y de la violencia e instituciones de justicia ordinarias). Tres entes de la colonialidad de Poder.

Las resistencias a la colonialidad, por parte del gobierno de Evo Morales, han tenido algunas acciones. En el tema del capitalismo, el 1 de mayo de 2006 el Presidente Evo Morales aprobó el Decreto 28701 donde daba paso a la nacionalización de los hidrocarburos, los Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), como prometió en su campaña electoral de diciembre de 2005. Hasta el momento la gran parte de los hidrocarburos pertenecían a multinacionales, como la empresa española REPSOL, dejando a gran parte del pueblo boliviano sin poder incluso utilizar su gas soberano al ser exportado al extranjero, incumpliéndose por lo tanto el Pacto de los Derechos Económicos y Culturales de la Carta de Derechos Humanos, suscrito el 16 de diciembre de 1966, donde afirma que todos los pueblos pueden disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales. Bolivia plantó finalmente cara al actor base del capitalismo internacional, las multinacionales.

En el caso del patriarcado se creó con el actual gobierno, en agosto de 2010, la Unidad de Despatriarcalización dentro del Viceministerio de Descolonización. El fin de esta entidad pública es enfocar todo el proceso de descolonización teniendo en cuenta como eje transversal la equidad de oportunidades entre géneros, potenciando la inserción laboral de las mujeres y empoderando sus decisiones en espacios colectivos. La colonización implementó duramente el machismo, sin obviar que existía en las mismas comunidades indígenas precolombinas, mediante estrategias de evangelización. El patriarcado es un mal cosmopolita, pero la particularidad de Bolivia ha sido justamente trabajar la despatriarcalización como uno de los males que hizo avanzar la colonización.

Y finalmente, en pugna con el etnocentrismo del Estado Moderno, el no reconocimiento por parte del colonizado Estado boliviano de las tradiciones indígenas como instrumentos legales y legítimos en las comunidades generó cierta exclusión cultural. Para romper la contradicción entre el Estado moderno, creado por historia colonial, y las vivencias de las comunidades indígenas el gobierno de Evo Morales aprobó lo que se conoce como la Ley de Justicia Comunitaria Indígena o conocida como Ley de Deslinde Jurisdiccional, cumpliendo así con el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Es decir, la Jurisdicción indígena ordinaria campesina podrá ejecutarse en las comunidades si es legítima e institucional en sus valores y siempre que no contradiga los Derechos Humanos o la misma Constitución del Estado Plurinacional. Por ejemplo, una pena de robo en una comunidad indígena nunca deberá saltar los parámetros legales como ejecutar a una persona como pena (evitar el lema comunitario tergiversado de «Ladrón pescao será quemao»), ya que eso sería declarar Pena de Muerte y es incompatible con la Constitución. Si no que se aceptaran, como acciones, castigos de deshonra en la comunidad como guardar el ganado de los vecinos, trabajar gratis para la comunidad unos días, etc…

Pasando de la primera variable, Poder, con sus componentes de capitalismo, patriarcado y etnocentrismo cultural que acabamos de ver, en el actual proceso de descolonialidad en Bolivia también se tiene en cuenta la dimensión Saber, buscando recuperar e institucionalizar los conocimientos ancestrales para llegar al mismo orden de legitimidad que los conocimientos occidentales impuestos. Una de las pugnas más combativas del gobierno de Evo Morales es el caso de la hoja de coca, algo muy vinculado con el pasado del Presidente boliviano como productor de la hoja en la zona del Chapare. En Bolivia la hoja de la coca tiene una simbología e interpretación ancestral comunitaria, que va desde actos colectivos como mascar coca (acullicu) en cualquier encuentro o reunión hasta esencias curativas e incluso como sustancia para hacer frente a la falta de oxígeno en las alturas andinas. El gobierno boliviano no solo venció en soberanía nacional expulsando al Departamento Antidrogra de Estados Unidos (DEA, en inglés) en noviembre de 2008 – por denuncias de su colaboración en el apoyo al Golpe de Estado contra Evo Morales en septiembre del mismo año – y pasó el gobierno andino a tener bajo su cargo directo el control de la lucha contra la droga, sino que también consiguió en enero de 2013 que la Convención de Naciones Unidas sobre Estupefacientes, a pesar de la oposición de Estados Unidos, aceptase el acullicu como expresión de identidad cultural. Un logro del reconocimiento de la cultura indígena andina en la comunidad internacional – y nacional al declararse el 12 de Marzo como Día Nacional del Acullicu – que además ha estado acompañado de la buena intervención del gobierno de Bolivia contra el cultivo ilícito de coca ya que según el informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) que en 2013 había solamente 23.000 hectáreas más de las 14.705 permitidas actualmente, reduciéndose un 9% el cultivo ilegal respecto al 2012. [17].

Y sobre la dimensión del Ser en la teoría de la descolonialidad, lo referente a las desigualdades de razas, etnias y orígenes, la colonización insertó unas relaciones de poder donde el colono, de origen europeo principalmente, tenía un mayor status que la población indígena originaria. Estas relaciones inequitativas se mantuvieron posteriormente a la independencia de Bolivia, dado que los descendientes de colonos seguían dominando y reproducían la colonialidad cultural. Los etiquetados como blancos eran los políticos, los empresarios, los artistas, los banqueros,… muchos oficiosos opulentas y con prestigio, y los indígenas los trabajadores del campo, no cualificados, labores domésticas, entre otras. Los hijos de los blancos estudiaban y los niños indígenas trabajaban. Incluso era un deshonor hablar lenguas indígenas como el aymara o el quechua. Con la Nueva Constitución Política por primera vez en la historia se consideró a Bolivia como un Estado Plurinacional donde se reconoce a 36 identidad indígenas en todo el país, generando un nuevo modelo pluricultural y realizando diferentes estrategias para fortalecer la intraculturalidad de cada etnia, es decir, recuperar y reconocer oficialmente las costumbres, lenguas, y valores originarios. Por primera vez no solo se veía a un Presidente indígena en Bolivia sino la posibilidad de ver a una «cholita» indígena en el parlamento, pero no limpiando sino legislando, o siendo una «cholita» la presentadora de un informativo nacional. Esto no quiere decir que no siga existiendo una dominación cultural y de colonialidad del blanco sobre el indígena, es algo que faltarán generaciones para suprimir, pero lo que si que es evidente es que se han iniciado diferentes normativas y medidas por parte del nuevo Estado con el fin de empoderar y valorar la riqueza de las etnias que han sido históricamente discriminadas y poder así situarlas al mismo nivel de reconocimiento que los descendientes de colonos.

Conclusión: Pragmatismo del Sur, no dogmas del Norte

Muchos discursos atacantes de las respectivas oposiciones políticas, los neoliberales principalmente, sobre los diferentes gobiernos del ALBA-TCP han utilizado la estrategia de considerar a países como Venezuela, Bolivia y Ecuador de ser una nueva «sovietización latinoamericana» con sus procesos de segunda independencia. Sitúan los modelos endógenos y soberanos como copias del socialismo real del siglo XX como acción de desprestigio político.

El primer fenómeno de distinción y particularidad de los proceso actuales en América Latina es que no tienen nada que ver con el modelo económico de planificación productiva que se llevó en la URSS, siendo existente la propiedad privada en Ecuador, Venezuela o Bolivia. El modelo económico actual en América Latina incluso tiene una mayor cercanía al sistema intervencionista keynesiano que se implementó en la Europa Occidental después de la II Guerra Mundial donde el Estado era el principal actor en la economía, tanto como productor de los servicios estratégicos como poseedor y administrador de los esenciales públicos, pero sin eliminar nunca la propiedad privada.

Otro punto es el tema de la cooperación económica entre países del ALBA-TCP, la cual dista de la que se llevó en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON) en el bloque socialista en la Guerra Fría. COMECON se centró en el intercambio equitativo como, entre otros aspectos, el trueque de productos sin precios inflacionarios del mercado internacional, como fue el intercambio de azúcar de Cuba por petróleo de la URSS. Pero en el caso del ALBA-TCP, que si hay alguna similitud con la estrategia del exbloque del Este por el intercambio de trueque de Cuba servicios médicos y Venezuela petróleo, también hay diferencia al desarrollarse un proyecto autóctono de cooperación no solo en el comercio sino también en la producción con la creación de empresas con capital y gestión de dos o más Estados miembros de la entidad regional, con posibilidad además de inversión privada nacional. Un proyecto de creación autóctona del Sur que se denomina Grannacionales.

Sobre el demagógico etiquetaje de la sovietización del ALBA-TCP lo mismo sucede en el tema político. Más que un modelo soviético unipartidista los países del ALBA-TCP siguen reproduciendo, con sus diferencias crecientes como en Bolivia las elecciones judiciales, el sistema de democracia representativa pluripartidista como existe en el mundo occidental, con su división de poderes; legislativo, judicial, y ejecutivo. Por lo tanto, todavía existen estructuras de la colonialidad en estos países latinoamericanos a pesar de los avances citados en el caso de Bolivia. Es nuevo el proceso de la segunda independencia y le queda mucho por recorrer si quiere llegar a una meta final, pero la misma actualidad de las reformas que se están llevando, para dejar de ser los estados dependientes apostando por su desarrollo y soberanía nacional, acaba molesta a una parte de las transnacionales y los poderes de la globalización neoliberal.

La construcción de los modelos del ALBA-TCP están inmersos en un pragmatismo del Sur y no por dogmas teóricos del Norte, rompiendo así con el determinismo economicista a diferencia de la AP que cumple en todas sus medidas con los principios impuestos por la ideología neoliberal occidental subvalorando mediante la colonialidad sus orígenes ancestrales. Justamente hace más de 50 años estas directrices ya fueron acotadas por uno de los budas de la descolonización, que sin saberlo era también un teórico de la descolonialidad, el ex miembro del Frente de Liberación Argelino Frantz Fanon: «Luchar por la cultura nacional es, en primer lugar, luchar por la liberación de la nación, matriz material a partir de la cual resulta posible la cultura» .

Bibliografía

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Notas

[1] Estados Unidos, primer país del continente americano que se independizó, en 1776 es un caso muy particular y excepcional al ser transformado pasando de ser una colonia inglesa a un país neocolonizador de América Latina primeramente con la Doctrina Monroe (1823) y el Corolario Roosevelt (1904), y del mundo tras la segunda Guerra Mundial (1939-1945). No es el centro de la cuestión analizar Estados Unidos, sino concretamente América Latina como región geopolítica «al Sur».

[2] Véase:http://www.enelvolcan.com/ago2013/279-resena-del-libo-de-raul-zibechi-brasil-potencia-entre-la-integracion-regional-y-un-nuevo-imperialismo-bajo-tierra-ediciones-jovenes-en-resistencia-alternativa-2012

[3] Documento de p presentación del seminario, módulo 1, «Pensar al Sur: perspectivas críticas sobre los nuevos centros y periferias globales»

[4] Véase: http://alianzapacifico.net/documents/AP_Declaracion_Lima_I_Cumbre.pdf

[5] Véase información de la CEPAL http://www.cepal.org/publicaciones/xml/0/38260/serie140.pdf

[6] José Briceño argumenta que: «El regionalismo estratégico es un proceso que resulta de una alianza entre Estados- nación y empresas nacionales que han iniciado un proceso de internacionalización de sus actividades económicas.» Briceño, José 2006 Regionalismo estratégico e interregionalismo en las relaciones externas del MERCOSUR. Revista Aportes para la Integración Latinoamericana (Buenos Aires)

[7] La CEPAL rompió con sus principios keynesianos y se decantó por aspectos neoliberales al definir, y defender, el modelo de regionalismo abierto en 1994 como: » un proceso de creciente interdependencia económica a nivel regional, impulsado tanto por acuerdos preferenciales de integración como por otras políticas en un contexto de apertura y desreglamentación, con el objeto de aumentar la competitividad de los países de la región y de constituir, en lo posible, un cimiento para una economía internacional más abierta y transparente» Véase http://www.eclac.org/publicaciones/xml/7/4377/lcg1801e.htm

[8] Véase: http://alianzapacifico.net/que_es_la_alianza/valor-estrategico/

[9] http://www.rnv.gob.ve/index.php/evo-morales-afirma-que-ee-uu-promueve-alianza-del-pacifico-para-dividir-unasur

[10] Véase: http://www.todoespolitica.cl/politologo-y-sociologo-atilio-boron-para-estados-unidos-latinoamerica-es-la-region-mas-importante-del-mundo/

[11] Fanon, Frantz (1961) Los Condenados de la Tierra. Fondo de Cultura Económica. México

[12] Mariategui, C. (2002) 7 ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Ed: Amauta. Lima

[13] Documento de módulo 3, Sudáfrica: desarrollo, ciudadanía y movimientos sociales «Pensar al Sur: perspectivas críticas sobre los nuevos centros y periferias globales  

[14] Cesaire, A (2006). Discurso sobre el colonialismo. Ed: Akal. Madrid

[15] Fanon: «Es en ésa masa, en ese pueblo de los cinturones de miseria, de las casas «de lata», en el seno del lumpen-proletariado donde la insurrección va a encontrar su punta de lanza urbana»

[16] Castro, S & Grosfoguel R, Coords (2007) S El giro decolonial: Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. Ed. Serie Encuentros. Bogotá

[17] Véase: http://www.la-razon.com/seguridad_nacional/UNODC-Bolivia-cultivos-encamina-cumplir_0_2075792456.html

Aníbal Garzón (CLACSO)

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