Dijo Enrique Peña Nieto que algunos quieren «desestabilizar» a México [1]. Apretó las quijadas, frunció el ceño, inyectó énfasis oratorio y blandió su dedo reporbatorio contra un alguien o algo de quien no dio nombres, señas particulares ni procedencias ideológicas. Un desplante torero y luego la nada misma. Efectismo inofensivo de un discurso pensado para […]
Dijo Enrique Peña Nieto que algunos quieren «desestabilizar» a México [1]. Apretó las quijadas, frunció el ceño, inyectó énfasis oratorio y blandió su dedo reporbatorio contra un alguien o algo de quien no dio nombres, señas particulares ni procedencias ideológicas. Un desplante torero y luego la nada misma. Efectismo inofensivo de un discurso pensado para hacer sentir o hacer creer que se ha convertido en víctima central de alguna conspiración de efecto televisivo inmediato. «Mucho ruido y pocas nueces». Dicen los sabios que más saben por diablos.
¿Acaso no hubiese sido lógico escuchar una denuncia formal, ante autoridades correspondientes, sobre la citada conspiración des-estabilizadora? ¿Acaso no es eso lo que debería hacerse para saber de quiénes se trata, dónde fueron pillados, qué piensan, cómo actúan, quién los financia y quién los manda? Todo eso bien redactado por algún encargado de «prensa presidencial», sin ambigüedades leguleyas y con un abogado -de los que tienen muchos-, capaces de esclarecer de inmediato (sin «chivos expiatorios») el tamaño, la longevidad, la ubicación y las consecuencias de tal conspiración… todo ante las mismísimas «autoridades legales» responsables de conjurar tamaña amenaza contre el presente y el futuro de un país. ¿No sería eso mejor que pronunciar palabras de efecto noticiero entre anuncios de tequilas caros? Y no obstante… nada.
Bueno hubiese sido que antecediera a la «denuncia» mediática de Peña, un diagnóstico exacto del momento que México vive en términos de marginación, hambre, desamparo en vivienda, educación, salud y trabajo. Un retrato preciso sobre el papel de los latifundistas -hoy mismo- en todo el país, el papel de los grupos empresariales y banqueros con su avidez usurera, sus tasas de interés «por los cielos» y su desinterés galopante por el malestar del país. Bueno hubiese sido un cuadro de situación meticuloso sobre el poder del crimen organizado, su penetración en las instituciones -todas- y los muertos provocados además de los heridos físicamente, psicológicamente y políticamente. Bueno hubiese sido para entender en qué contexto nacional, e internacional, Peña acusa a ese (o a esos) alguien de querer desestabilizar a un «Estado fallido» por demás inestable desde que se emprendió el paquetazo de reformas neoliberales que entregan las riquezas del pueblo, la mano de obra y las conciencias a negocios trasnacionales. Pero no fue. Nos quedamos con el efecto y sin el contenido. Se lo puede ver directamente en: http://www.proceso.com.mx/?p=388117
Un «viejo truco» mediático, bobalicón y simplista, recomienda hacer alharacas sobre amenazas y ataques nacidos de fuentes desconocidas o de enemigos «satánicos» o satanizados a más no poder. Ese fue el truco de las «Torres Gemelas», fue el truco de Pearl Harbor, el truco de Orson Wells y el truco de casi cualquiera que quiera «cerrar» filas entre sus huestes porque conviene hacerlos sentir bajo amenaza. El miedo usado como disciplinador de la obediencia en los amedrentados. Cuento aburrido por simplón. En el desarrollo de ese «viejo truco» participan, voluntaristas, todas las triquiñuelas mediáticas amasadas por las máquinas de guerra ideológica burguesas para poner su toque de infamias y canalladas a destajo, especialmente si son útiles para criminalizar a los luchadores sociales o los movimientos de masas que, en su hartazgo, buscan superar el estado calamitoso en que el neoliberalismo ha hundido a México. Hasta el más disciplinado demócrata será acusado de «desestabilizador» si al poder servil al imperio le viene en gana pisotearlo o lincharlo mediáticamente. Recordemos a Salvador Allende ejemplo exacto.
Lo que Peña sí hizo en su discurso de advertencia, fue avisar que su «proyecto» no se detendrá y eso sí que tiene destinatarios precisos que son los interesados con quienes negocia la entrega de PEMEX y otras muchas riquezas estratégicas de México. Le habrán exigido gestos para tranquilizar a los mercaderes. Es decir, los jefes del mercado.
Toda la «energía» salida de sus quijadas y de su sintaxis añeja, no se ha visto igual en horas en que un país entero sigue preguntando en dónde están los 43 desaparecidos. ¿Quiénes son los autores intelectuales y materiales de todos los crímenes? ¿Cuándo explicarán por qué han tardado tanto para intervenir en esta desgracia y quién es responsable de la ineficacia de esa intervención tardía teñida con negociados electorales? ¿Qué Justicia se hará (rápido y bien) por los padres de las víctimas… de todas las víctimas asesinadas (140 000); de todos los desaparecidos (30 000); de todos los desplazados de sus tierras, viviendas y terruños (300 000)? En las muchas y muchas palabras de denuncia retórica por Peña Nieto y su idea de «des-estabilización» no hubo ni un segundo, ni una frase, para responder la pregunta de todas las preguntas. ¿Dónde están los 43?, no hubo interés ni atención por la exigencia mayor entre todas las exigencias más urgentes a esta hora. Simplemente se hizo pasar por víctima de no se sabe quién, qué o quiénes. Insistamos. ¡Vivos se los llevaron… Vivos los queremos!
Nota
[1] Peña denuncia complot; «quieren desestabilizar a mi gobierno», acusa. http://www.proceso.com.mx/?p=388117
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