La economía está transitando un período de estancamiento con caída de la producción industrial debido al retroceso de la rama automotriz. El nivel de empleo se deterioró en un contexto de tasa de inflación que, si bien ha desacelerado su ritmo de suba luego del shock de la devaluación de enero pasado, se mantiene en […]
La economía está transitando un período de estancamiento con caída de la producción industrial debido al retroceso de la rama automotriz. El nivel de empleo se deterioró en un contexto de tasa de inflación que, si bien ha desacelerado su ritmo de suba luego del shock de la devaluación de enero pasado, se mantiene en umbrales elevados. El contexto externo no es favorable por la caída del comercio internacional por la persistente crisis en Europa y el débil repunte de Estados Unidos. El retroceso del precio de la soja y la retención de cosecha agudizan el rasgo estructural de la restricción externa, escasez de divisas que afecta el desenvolvimiento de algunas ramas industriales dependientes de la importación de insumos. En ese marco, la exacerbación de expectativas negativas alentadas por cuestiones político-mediáticas en la última mitad del segundo gobierno de CFK, que han sido alimentadas por corridas cambiarias y por la campaña de desprestigio de los fondos buitre, ha impactado en forma negativa en la inversión privada. Este año económico complicado fue abordado por el ministro Axel Kicillof con una serie de medidas contracíclicas para defender el ritmo de la actividad y el nivel de empleo.
En esta instancia aparece un interesante debate entre economistas sobre qué hacer ante un escenario desfavorable de esas características. El equipo económico ha impulsado una política del gasto público expansiva, además de comprobar que el ajuste cambiario de enero sólo ha tenido resultados negativos sin ninguna de las ventajas prometidas. El objetivo en su primer año de gestión ha sido evitar un mayor castigo a la demanda agregada, apuntalando el consumo y la inversión pública. Ha habido varios planes oficiales en ese sentido para la industria automotriz (Pro.Cre.Auto), el consumo de bienes masivos (Precios Cuidados y Ahora 12), la construcción (expansión del Pro.Cre.Ar), la ampliación de la cobertura laboral y social (Proemplear, Progresar, moratoria previsional) y el financiamiento a la producción con tasas bonificadas (Fondear).
Las propuestas económicas más difundidas con una mezcla de ortodoxia y heterodoxia conservadora tienen una orientación diferente a la planteada por Kicillof. Con deliberados matices discursivos por especulación electoral más que de fondo, postulan que para enfrentar el actual contexto económico la fórmula que debe aplicarse es devaluación más ajuste (fiscal y monetario). El endeudamiento externo sería el canal para aliviar un poco el costo sociolaboral derivado de esa política. La línea argumental para justificar lo que consideran un inevitable ajuste apunta al desequilibrio provocado por «el populismo de aumentar el gasto público y la emisión monetaria».
A veces, la memoria económica es selectiva y olvida el resultado de esa política en la economía argentina; en otras ocasiones es ocultado o analizado en forma confusa cuando son economías europeas en profundas crisis por la insistencia del ajuste fiscal. No es necesario recuperar acontecimientos perturbadores del archivo económico local, y tampoco observar los estragos en Grecia y España: la experiencia brasileña reciente brinda suficientes muestras del fracaso de la devaluación más ajuste, con vínculos amigables con el mercado financiero internacional, como política económica para expandir la actividad y el empleo.
Esta ha sido la estrategia macroeconómica aplicada por Brasil desde 2012 con efectos desfavorables, puesto que derivó en estancamiento económico y recesión industrial. Esa evolución ha tenido un fuerte impacto en la economía local porque el mercado brasileño es el principal destino de la producción de ramas industriales clave.
Devaluación más ajuste en Brasil ha tenido el siguiente recorrido. La moneda brasileña se viene depreciando en forma sostenida desde 2012. Durante el primer semestre de ese año, el gobierno de Dilma Rousseff ensayó una combinación de devaluación y rebaja de la tasa de interés para frenar la caída de la actividad. Ese año, el real subió 13 por ciento y la tasa de interés de referencia se ubicó en 7,25 por ciento anual. Al año siguiente se mantuvo la política de devaluación del real, pero con alza de la tasa de interés hasta alcanzar el 10 por ciento anual para compensar la reversión de los flujos de capitales. Esto fue provocado por el cambio de rumbo de la política monetaria de Estados Unidos al empezar la FED a recortar la expansión vía la recompra de bonos en el mercado, programa que culminó el mes pasado. En 2014 se ha mantenido la tendencia de devaluación del real: la semana pasada la paridad superó los 2,60 por dólar.
La consecuencia de ese ajuste cambiario en los últimos tres años fue una tasa de inflación más elevada que la registrada en el período 2004-2011, al ubicarse por encima del 6 por ciento anual, poniendo bajo tensión el programa ortodoxo de Metas de Inflación de la banca central brasileña. El resultado de la devaluación y ajuste fue poner un piso más alto a la tasa de inflación sin beneficios sobre la actividad, el empleo y las exportaciones.
El crecimiento del PIB en los últimos dos años se redujo a la mitad respecto del promedio de los años previos a la crisis internacional (4,8 por ciento anual entre 2004-2008). Brasil entró en recesión en el primer semestre de 2014. La producción industrial se contrajo 2,4 por ciento anual en 2012 y, luego de un pequeño repunte en 2013, volvió a caer este año un 3 por ciento anual.
El empleo industrial acumula así tres años de caída. El deterioro del mercado laboral se extendió al rubro servicios. El mes pasado registró un estancamiento en las contrataciones en ese sector que venía contribuyendo a la creación de empleo. En la construcción también hubo pérdidas de puestos de trabajo.
La devaluación y el ajuste tampoco mejoraron el sector externo. El saldo comercial de Brasil empeoró progresivamente en los últimos años, pasando de 30 mil millones de dólares en 2011 a 2500 millones en 2013, y en lo que va del año acumula un déficit de 1800 millones. Las exportaciones descendieron 5 por ciento en forma interanual en 2012, permanecieron estancadas en 2013, y nuevamente retrocedieron el 4 por ciento en este año.
Como si estos resultados negativos en el nivel de actividad, empleo y sector externo no fueran suficientes para abandonar la estrategia de devaluación y ajuste, el ministro de Economía, Guido Mantega, adelantó que el segundo gobierno de Dilma Rousseff comenzaría con una reducción del gasto público. El ajuste se orientaría hacia prestaciones laborales, previsión social y subsidios a distintos sectores del aparato productivo.
De esa forma, ya sea por convencimiento o para enfrentar a las fieras del mercado financiero, la economía brasileña reforzará su camino ortodoxo en el frente cambiario con austeridad fiscal. Dada la experiencia local e internacional, esa estrategia tiene como saldo contracción de la actividad y debilitar el mercado de trabajo.
Es un camino que sólo sumará más escollos a la recuperación de la economía argentina. Esa estrategia es además más inquietante porque un grupo de economistas locales de vertientes políticas diversas sugiere esa misma receta para enfrentar los supuestos «desequilibrios». La imagen que proyecta el espejo de los países periféricos europeos y el de Brasil es elocuente para no caer en la falsa ilusión de prosperidad con la fórmula devaluación y ajuste.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-260402-2014-11-22.html