El carácter del sujeto histórico de la revolución boliviana y los aciertos que ha tenido junto a Evo Morales, quien lo sintetiza objetiva y subjetivamente en todos los planos, además del manejo adecuado de su doble condición: «dominante» y «dirigente», explica las victorias y conquistas que se han obtenido hasta ahora y facilita, por tanto, la identificación de los grandes desafíos que tiene el proceso de cambio en este momento de irradiación o expansión hegemónica.
El sujeto histórico de la revolución boliviana -plural por su composición (base indígena y su pertenencia clasista anticapitalista)-, en este momento de irradiación o expansión hegemónica del proceso de cambio está ante el enorme desafío de mantenerse, sobre nuevas condiciones, en sus dimensiones de bloque «dominante» y «dirigente».
«Dominante» respecto del reducido grupo de oposición al cambio de época y «dirigente» frente a la mayor parte de la sociedad que ha internalizado, de distintas maneras, el horizonte histórico al que se encamina, en medio de un capitalismo global, el proceso de cambio. Es más, «dominante» y «dirigente» a la vez frente a los que se han incorporado, con cálculos diversos, a la ola revolucionaria que empuja la historia. A ese sujeto histórico, parafraseando a Maquiavelo, le deben amar y temer.
De hecho, si hay algo que explica la fortaleza del proceso boliviano es que ese sujeto histórico -constituido a la impronta de la resistencia indígena a la invasión europea, a la caricatura republicana y al neoliberalismo-, nunca perdió la iniciativa táctico-estratégica desde el año 2000, cuando irrumpió la cuarta crisis de Estado más profunda de la historia boliviana. Su emergencia como sujeto, sin la cual no podría hablarse de revolución, ha sido fundamental para derrotar al neoliberalismo en todos los planos (política, militar, ideológica y electoralmente) y para salir airoso de todos los momentos que hasta ahora ha atravesado la llamada «Revolución Democrática y Cultural». En el período 2000-2005 lo hizo desde su condición de «dirigente» de la sociedad y eso implica haber construido una relación de fuerzas sociales favorable ante su antagónico, lo cual en buenas cuentas significa haber expresado la potencialidad de un proyecto y subjetividad alternativos al orden establecido. Este sujeto histórico -plural, diverso y articulado de manera diferente en cada coyuntura-, ha emprendido la construcción de su poder, con la adhesión, a veces por temor y otras por identificación, de otros sectores de la sociedad, incluso antes de ganar las elecciones de diciembre de 2005.
Desde ese momento, en las diferentes coyunturas experimentadas desde enero de 2006, cuando en la figura de Evo Morales conquistaba el gobierno, ese sujeto histórico -contradictorio y en disputa interna muchas veces- se ha encargado de generar condiciones favorables desde el Estado para elevarse a la condición de «bloque dominante», sin dejar de ser, salvo peligrosos retrocesos en algunas coyunturas, «bloque dirigente». Lo que estamos señalando es que a pesar de cierto retorno a sus intereses particulares, dejando de lado su visión universal, y una alta dosis de fetichización del Estado, del que se espera más de lo que se debe, ese sujeto histórico, sintetizado en su gran líder, no ha dejado de ejercer un liderazgo político y moral sobre los demás. Así ha ido sustituyendo el viejo sistema de creencias y subjetividades propios del capitalismo colonial por otro alternativo que en sus trazos gruesos expresa el «nuevo sentido común» del nuevo bloque de poder, revaloriza los bienes comunes, la apropiación colectiva y la redistribución de la riqueza en beneficio de todos y todas.
En los países que el capitalismo ha desestructurado el sujeto o que impide su irrupción, las elecciones la gana quien mejor estrategia electoral tiene. En Bolivia, las batallas electorales y no electorales las gana ese sujeto histórico en permanente movimiento.
Ahora bien, cabe sin embargo hacer un pequeño paréntesis para dibujar a ese sujeto histórico. No se trata del sujeto universal abstracto de Kant o el sujeto-clase identificado por Marx para los países con un alto grado de desarrollo capitalista. Se trata más bien de un sujeto histórico de base indígena y clasista en permanente contradicción. Se trata de un sujeto que solo es tal cuando adquiere, en distintos tiempos muchas veces y espacialidades diferentes, su condición de indígena (portador de un proyecto alternativo al capitalismo y a la modernidad expresado en el comunitarismo para Vivir Bien) y su condición de clase (portador del proyecto socialista). Este sujeto histórico es también una síntesis – como apunta la intelectual Isabel Rauber-, del proceso de superación de dos fracturas -una histórica y otra neoliberal- que dividió el mundo entre indígenas y no indígenas y que fragmentó a los trabajadores. El sujeto es tal solo cuando se asume como identidad y como clase sometida al capital, pero «llamado» a marchar desde sus propias fuerzas, como diría Meszaros, más allá del capital. No es indígena por el dialecto o vestimenta que use o por el lugar donde viva; tampoco es clase por el lugar que ocupe en el proceso de producción. Es indígena en su «forma clase» si tiene conciencia de lo que es y del papel histórico que le toca jugar.
Ahora bien, en un momento donde hay una realidad política unipolar en el país y con una Bolivia izquierdizada, como dice el vicepresidente Álvaro García Linera, ese bloque indígena campesino obrero y popular, que en realidad está obligado a ser el sujeto histórico de la revolución con horizonte poscapitalista, tiene varios desafíos por enfrentas y vencer:
Primero, debe terminar de resolver la fractura histórica que desde concepciones unilaterales -una obrerista y otra indianista-, separaron al indígena de la clase y viceversa. Estamos hablando de sellar no la alianza obrero-campesino sino el reencuentro indígena campesino obrero y popular.
Segundo, es debatir permanentemente la forma de articulación concreta de los proyectos emancipadores que surgen desde los pueblos originarios y que emergen desde la tradición de la clase obrera. En Bolivia si bien la forma histórica de ese reencuentro parecer ser el socialismo comunitario para Vivir Bien, es todavía insuficiente su debate y articulación. Se tiende a unilateralizar el horizonte y eso no ayuda a avanzar al ritmo necesario.
Tercero, ese sujeto que se va constituyendo en la lucha y sus distintas fases, debe asumir que es «bloque dominante» desde el Estado. Eso significa razonar y comportarse como tal, sin complejos y ambigüedades. Su condición de dominante lo es ante los que están fuera del bloque en el poder, pero también frente a si mismo. El Estado es un campo de lucha y debe librar esa batalla consigo mismo y con los demás.
Cuarto, también debe continuar en su papel de «dirigente». En las iniciativas que tome, teóricas y prácticas, está su capacidad de seguir materializando su cosmovisión, su grado de conciencia y subjetividad, que es mejor decir en plural, con valor universal. El momento que se universaliza el «sentido común» de ese «sujeto histórico» en cierta medida es porque está dejando de ser «tal» para ser «todos». Ser «dirigente» es «incorporar» el criterio de los demás sin que esto le haga cambiar el rumbo del proceso. No es el Estado el que va a cuidarse de que otros sectores, incluso «clasemedieros», lo ocupen desde su perspectiva. Es el sujeto histórico que, asumiendo al Estado como un campo de lucha, debe preservar y ampliar sus relaciones favorables de fuerza, diseñar y ejecutar políticas públicas para construir mayor igualación social, profundizar su liderazgo en la sociedad y seguir universalizando la viabilidad de su sueño emancipador.
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