Abrupta toma de las calles por jóvenes y anarquistas -estos, lo sentimos, han pasado a ser una especie aparte-, redes sociales humeantes donde fotos de los 43 desaparecidos tintan de negro los patrios colores de la bandera y medios de información que de medios tienen menos que de informativos, más bien se echan a un […]
Abrupta toma de las calles por jóvenes y anarquistas -estos, lo sentimos, han pasado a ser una especie aparte-, redes sociales humeantes donde fotos de los 43 desaparecidos tintan de negro los patrios colores de la bandera y medios de información que de medios tienen menos que de informativos, más bien se echan a un lado, al de siempre, hacen de México el humus buscado y añorado por un devorador de masas, aquel que nos contara, y contólo muy bien, los cuándos de este país, aquellos espasmódicos momentos en los que las partes se dibujan, aclaran y combinan, se definen y participan del orgiástico momento en el que la masa es pueblo. Aquel sin Dios de la masacre de Tlatelolco del 68 y aquel otro del terremoto del 85 se unieron en el ideario colectivo como dos polos dialécticos, muestras de lo peor y de lo mejor de un país embebecido de promesas, eterno aspirante a ser parte de la América del Norte, a ser un país clasemediero, a ser, a secas, un país. Pero lo mejor y lo peor no está en los individuos o grupos aislados, pues en México hay un carácter y un destino, los momentos llegan y uno se precipita a la calle bajo la furtiva demanda del instante ya sea para un terremoto, un mundial, un pucherazo electoral o una marcha de marchas. El resto de la década uno espera y acusa a la gente, aquellas rémoras y zapatas que ahuyentan el cambio social, y que luego servirán para explicar una historia jalonada en hitos de sangre.
Ojo de botánico y manos de anticuario servirían a Carlos Monsiváis para destazar las especies y momentos surgidos en torno a Ayotzinapa, para cargar las baterías aéreas del sarcasmo en la acidez del carácter popular. A modo de experimento, viendo sin suplantar y a sabiendas de que en la misma emulación habrá de inmolarse todo aquel que bajo las alas del maestro busque cobijo.
I. Iguala no es el Estado
Que quede claro, la República Independiente de Iguala nos ha atacado, ha enmudecido al país en un revés inesperado y no, no toleraremos beligerancias exteriores. Esto parecía querer decir Murillo Karam en su titánico esfuerzo por bailar con víctimas y burócratas al mismo paso, oligarcas de la política que durante décadas se han perpetuado y disecado en las tribunas parlamentarias se preguntan ahora ¿tanto esfuerzo para qué? ¿con qué derecho se fincan en la política, hasta cuándo? Nos han robado más que eso, nos han robado las palabras ya me cansé. Murillo Karam se esforzaba, ¡oh, pobre criatura citadina! y plegaba a Dios, a la Tierra y a los redactores de la Wikipedia que él estaba cansado, sí, pero de no dormir. Nada que ver con el rumoreado desdoro de las instituciones, la supuesta conchabación de estas con los poderes mediáticos y que en Santa Trinidad se unen, dicen, con la siempre benéfica inversión extranjera. Nada de bajos instintos y desesperanzas, ninguna debilidad vista en el lenguaje economicista y burocrático, ningún plan mal trazado y dejado a la improvisación. Nada, en el Universo Televisa la coherencia es capaz de suplantar a la verdad, los términos revolución e institucional siguen haciendo una bonita pareja.
II.
– No tenemos voz…
– Hay que hacer palabra, hay que hacerla valer…
La Simplificación, aquella maquinaria de la polarización inventada en el subdesarrollo y la pereza intelectual se ve hoy más requerida de engrase que nunca, se ve falta de nuevos dualismos con los que trabajar a fin de escindir a la reconciliada sociedad civil, sea lo que fuere eso. Bueno, malos, arriba, abajo, izquierda y derecha son vaporosos términos que de repente son arrebatados por la caprichosa grey humana. Y más aún, llenados de nuevos contenidos, resemantizados a golpe de ingenio popular. La descolonización y reapropiación de la política comienza por Twitter, Facebook o Whatsapp, se actualizan tópicos renacentistas como el sobado carpe diem por el fresco yolo y el joven universitario -no el anarquista, de ese no sabemos edad ni clase social- reclama la hora de su momento histórico, él también quiere su movimiento de 1968 sin matanzas ni intelectuales orgánicos, sus huelgas y momentos de publicidad, su identidad creada a golpe de negación -yo no soy nini, yo no quiero ser uno de los 43, yo no quiero vivir como mis papás-, de indignación catalizada en lamentos -ya me cansé del siempre ellos y nosotros, ya me cansé del pinche tráfico, ya me cansé de ser un aspirante a godinez, proletario de cuello blanco, de tanto aturdimiento y saturación-, y con propuestas tan etéreas que llegan a coincidir con las de los enemigos: pido justicia, exijo paz, reclamo un trabajo digno. Pero saben que estos «significantes flotantes», como gustaba en decir Laclau, esas chiquillerías contrarias a la sobriedad de la realpolitik, como gustan en decir los políticos -cada vez más ellos frente a cada vez más nosotros- tienen la fuerza de reunión, conceptos que son salas tan grandes que nadie puede ser excluido, discriminado, por mucho que se quieran direccionar los discursos a su origen: Chavos, recuerden que el problema es Ayotzinapa, los 43, que nosotros sufrimos con ustedes; Paso a paso, primero Iguala y luego la petición de justicia; Jóvenes, no hagan diagnósticos tan generales, vayamos por partes, nada tiene que ver esto con aquello. Y es entonces cuando la complejización, la duda, la vuelta al discurso tecnocrático, la constante insinuación del término sistema como explicación holística y carente de responsabilidad requiere la burocratización del movimiento social, menguar su originalidad y poder creativo a los margenes de lo administrativo, de lo procesal, de las reuniones de café, del recuerdo de lo ya vivido.
Dar carta de naturaleza y ciudadanía a la barbarie eso es lo conseguido con el también imprescindible, ortodoxo y rentable amancebamiento entre intelectuales y poderes fácticos -el término política, véase, pierde cancha frente al general y simple poderes. «México Bárbaro» titulaba Kauze a su palimpsesto de hace unas semanas en el diario El País y en el que sin mucho raspar podían leerse los títulos ensayados: Es lo que hay, México Lindo, ¿Aún no se acostumbraron? En una suerte de plumífero cinismo mostraba un juego de sentimientos que empezaban por un ruego a la deidad -Oh Dios mio, ¿por qué?- para terminar en múltiples expresiones y ejemplo destinados a sedar indignaciones:
«No todo México es Guerrero, pero así lo parece ahora.» Vamos, que la cosa no hay que exagerarla. «Hace unos años en Monterrey un grupo de sicarios incendió el Casino Royal y provocó 53 muertos. Esa masacre prendió todas las alarmas.» Supongo que la historia ya les va sonando, no se preocupen, yo les sacaré de las aguas del Leteo. «La sociedad, los empresarios, los medios colaboraron directamente en la renovación integral de las policías […] y si no lograron acabar con el problema, lo volvieron manejable. Algo similar ha ocurrido en Tijuana y aún en Ciudad Juárez.» Pues como decía mi abuela en coincidencia con el Antiguo Testamento, nada nuevo bajo el Sol o sus más frecuentados conservadurismos del tipo aquí ya esta todo inventado o más vale malo conocido que bueno por conocer.
III. México: vanguardia del siglo XXI, ven a visitar…
Ríanse, riámonos de aquellos que nos tildaron de estado fallido, de rémora del capitalismo, de fallo sistémico por no ver nuestra colonización del futuro, la utopía realizada, el reino de este mundo en lo que algunos comentadores deportivos ya han llamado la pierna del CR7 del sistema internacional globalizado.
Ahora léase bien, hablamos de la anatomía de un país adelantado a su tiempo y vamos a darles la receta: tres partes centrales, solo tres para los neófitos, hacen de México una pierna más valiosa que la de Pitágoras, que dicen que era de oro. Cumpliendo con las funciones propias del motor y en la retaguardia contamos con La Economía, el muslo que impulsa, direcciona e incluso, por momentos, reorganiza su ariete, La Política o también llamada pantorrilla. Pero estás partes no serán un todo orgánico y por tanto carecerán de la consistencia deseada si Uds. no poseen un eje en torno al cual se den reunión y coordinen como paso previo a la ejecución. La llamada rodilla o Corrupción es la clave de bóveda que uno debe cuidar y engrasar constantemente para evitar lesiones. Este puente, como verán, es un híbrido donde muslo y pantorrilla, Economía y Política, se combinan y fusionan hasta la identidad absoluta. Donde se patrimonializa lo público, donde las empresas privadas son defendidas bajo la idea de bien común, donde lo legítimo se iguala con lo legal y lo institucional, donde se define una esencia nacional, se normaliza y acostumbra como un modus vivendi que justifica y excusa a la misma, donde la política deja de ser la lucha entre grupos sociales para ser un extremo ejecutor, con cosmética que apenas disfraza la coincidencia ideológica entre los gemelos de la pantorrilla -léase v.g. PAN-PRI, PRD-Partido Verde- , donde la economía habla, pide, reclama y vuelve a pedir, donde los tres poderes montesquieuianos se perfeccionan hasta pasar de la oposición y el autocontrol a la coordinación, donde los medios de comunicación ponen voz e imágenes a esta nueva armonía. ¡Esto es México gentes del mundo, esta es la utopía capitalista, este es el auténtico anarquismo ordenado y procurador de riquezas! ¡Hemos suprimido las oposiciones entre política, economía, poderes judiciales, legislativos y mediáticos montando un transformer mucho más poderoso!
Fisiólogos, anatomistas y sacapotras dirán que los trazos del dibujo son muy gruesos, que falta más carboncillo por acá, una línea por allá, que no se habla del corvejón, ni de músculos ni de huesos. Calma, las sutilezas existen y para ello están los polvorientos tratados de fisiología política. En México no hicieron falta, saltó de la lucha y la tensión a la armonía en base a la reducción, sí, la reducción de toda pluralidad de poderes y polos a unos pocos, los cuales por ser tan pocos cancelaron todo disenso. Hoy se mira y reconoce el espectáculo: ¿Dios mio cómo pudimos creer que capitalismo y democracia, interés privado e interés público eran tan fácilmente amigables?
Rubén Torres García es Profesor de Teoría de la argumentación en las Universidades Iberoamericana y Panamericana, México D.F.
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