En la actualidad, forma parte del imaginario social la creencia de que “no se puede reprobar al estudiante” en Educación Básica (por poner un ejemplo). Para todos los involucrados en el proceso educativo (sobre todo, los docentes) son evidentes e irrefutables los resultados deplorables que se tienen en dicho ámbito debido a la aplicación –a modo de ucase– de esta patraña dominguera.
Su origen, a grandes rasgos y para darnos a entender, es el siguiente: nuestras flamantes autoridades (especialmente, las locales –entiéndase municipio y entidad federativa–) intentan hacer pasar a nuestro país como un ejemplo y miembro cumplido de la comunidad internacional en el rubro educativo. De entrada, la intención no es mala; sin embargo, hay que recordar que el infierno está lleno de personas con buenas intenciones. Este propósito se ha materializado en la brillante “política educativa” de no reprobar a ningún estudiante (sin importar si se cumple o no con lo que se establece en el currículo para cada grado). Su radiante y sesuda lógica les indica que a menos calificaciones reprobatorias (que para ellos significa “cero” reprobados) dadas por arte de magia, mejor educación (obvio, en el papel).
Argumentos para sostener esta sinrazón sobran: que si se atenta contra la integridad y desarrollo del alumno (se les ha ocurrido, incluso, la perogrullada de que reprobación es igual a exclusión), que si se actúa contra los principios del sistema educativo democrático, que si se reprueba al alumno se le orillará a abandonar la escuela (y, por ende, se le invitará a engrosar las filas del crimen organizado)… Y una retahíla de etcéteras más.
Pues esta idea peregrina –transformada en orden directa por las autoridades educativas locales (pongan el nombre del cargo que quieran)– llega a las escuelas como imposición y ¡cuidado si no la acatas!: comienzan a cuestionar tu trabajo y a darte caza por ser un “mal maestro” (¡de esos abundan, ciertamente, pero eso es otro tema por ahora!), que enseña mal, planea mal… que hace todo mal. Te convierten en un pobre neófito que necesita ser rescatado por los iluminados, que lo que realmente quieren es que ese cinco se cierre y se curve para transformarse en seis (ya ni les digo sobre la última moda: ahora quieren que el siete sea la mínima; de hecho, hay escuelas donde se piden puros ochos, nueves y dieces… así es: la educación y el aprendizaje se circunscriben a un número que sirve de helio para inflar estadísticas que la realidad termina ridiculizando y vomitando, mientras los enterados mandamases las presumen con bombo y platillo).
Y, entonces, ¿dónde está el meollo del asunto? En que a los docentes se les obliga a moverse fuera de la norma; las mismas autoridades nos piden violar lo establecido jurídicamente (un “Obedézcase, pero no se cumpla” moderno, recién horneado y nuevo de paquete).
¡Que no le digan, que no le cuenten! Usted debe saber que hay un instrumento denominado genéricamente como ACUERDO DE EVALUACIÓN, donde se establecen las normas generales para hacerlo. ¿Y qué creen que dice? Literal: “…En la educación primaria y secundaria:… b) La calificación de 5 es reprobatoria. Las calificaciones de 6 a 10 son aprobatorias…”. ¡No que no!
De la calificación depende la promoción; es decir, la “decisión para que un alumno continúe con sus estudios en el grado, nivel o tipo educativo siguiente”. Es decir, nuestras autoridades (muchas veces respaldadas por muchos actores educativos) nos piden “pasar por pasar” (pregúntenles a las escuelas de nivel medio superior y superior cómo les va con los alumnos surgidos de esta egregia estrategia). Es como si en los Juegos Olímpicos todos los corredores pudieran pasar al último hit a pesar de haber quedado en último lugar en las eliminatorias; es como si en todos los concursos, los ganadores fueran todos los participantes; es como si en el campeonato de fútbol te permitieran mantener la categoría en primera división a pesar de haber quedado en el último lugar de la… ¡Perdón! Este último ejemplo no aplica: a veces olvido que vivo en el México mágico musical.
Obvio, no se trata tampoco de “reprobar por reprobar” ni de abandonar al estudiante a su suerte. El mismo Acuerdo establece todo el procedimiento y acompañamiento que se debe llevar a cabo en los casos de los alumnos que no acrediten las asignaturas. Justo aquí es donde sale a relucir el compromiso y vocación del docente, pues muchos maestros evitan reprobar, no por presiones externas sino para evitar la monserga de regularizar al pupilo.
Como ven hay de todo en esta viña, pero lo que más abunda es ese nauseabundo y fino empeño de simular y aparentar algo que no somos, así como esa endémica costumbre de pasar por encima de la ley (luego nos sorprendemos, nos damos golpes de pecho y nos indignamos cuando somos testigos de tanta injusticia y tanta descomposición social).