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Salvar al capital sobre los cadáveres de los trabajadores

Fuentes: Rebelión

Existe, entre los intelectuales, escritores y articulistas, la lectura de que la pandemia por el covid-19, decretada por un organismo internacional con sede Ginebra, la OMS, desencadenó una nueva crisis del capitalismo a nivel mundial. Incluso entre intelectuales y militantes de izquierda se asegura que, ahora sí, está será la última crisis del capitalismo, el cual se encuentra herido de muerte.

Se asegura que la pandemia desnudó al capital, interesado más en mantener su tasa de ganancia que en la salud de la mayoría trabajadora. Sin embargo, el nuevo ciclo de crisis del capitalismo internacional se estaba fraguando desde hace cuando menos dos años y se terminó de colapsar con la aparición del virus.

La crisis por el lado de la oferta se perfiló en la lucha por el precio de los hidrocarburos, especialmente el petróleo. Las dos potencias económicas, surgidas del campo socialista, Rusia y China, estuvieron presionando durante largos meses a la OPEP acerca de la manera en que se distribuía el petróleo, así como los canales, precios y cantidades. La geopolítica jugó un papel central, la demanda del hidrocarburo cayó y los precios comenzaron a ir levemente a la baja entre mayo y septiembre del 2018. Rusia presionaba a la OPEP para aumentar la producción del crudo, buscando abatir más los precios, con la intención de acumular reserva, en disputa con los EUA.

En el momento en que en China se presentaban los primeros y alarmantes síntomas de una epidemia, la OPEP decide aumentar la producción de crudo y los precios del petróleo se van a pique. A pesar de que algunos países comienzan a utilizar alternativas al petróleo, la verdad es que éste sigue siendo el motor de la economía capitalista. Los dirigentes chinos se vieron enfrentados en una doble crisis, por un lado, la epidemia, que luego se conocería por “coronavirus” y al final como covid-19, estaba creciendo exponencialmente, sobre todo en la provincia de Wuhan, amenazando con expandirse a todo el país.

Por otro, la caída de los precios del petróleo le pagaba en la parte de la demanda, China no le interesaba adquirir el hidrocarburo, le interesaba que se mantuviera precio y cantidad para garantizar inversiones y planes de crecimiento geopolítico. La baja de los precios derribó muchas proyecciones y planes trazados por la dirigencia china, afectando mercados internacionales y desanimando las inversiones chinas en países asiáticos y de Latinoamérica.

Las primeras medidas que la dirigencia china tomó fue la de enclaustrar la provincia sede de la epidemia. El objetivo era que no se propagará la contaminación y sumiera al país en una crisis económica catastrófica. Es decir, salvar el modo de producción, claramente capitalista y concentrar esfuerzos por mitigar la epidemia en su lugar de origen. Si bien lograron sus objetivos, la expansión de la pandemia hacía el mundo, algo que no estaba obviamente previsto, precipitó la crisis económica que las desinversiones chinas y la caída de los precios del crudo estaban ya calentando.

La pandemia extendida en muchas regiones del mundo, pero azotando con más fuerza en países europeos como Italia, España, Francia y Alemania, ha colocado a los gobiernos de estos países ante una situación límite. La potente economía China tuvo la capacidad para sellar toda una provincia, por cierto, muy dinámica económicamente, sin que le generará una crisis más profunda. Los países capitalistas no podían seguir el ejemplo chino y se vieron en la disyuntiva de mantener el ritmo de producción sin afectarlo o tomar medidas severas para detener la expansión del contagio.

Está claro que durante las primeras semanas optaron por lo primero salvar al capital a costa de la muerte de miles de ciudadanos, la gran mayoría de la clase trabajadora. Y esto es algo que la prensa y los gobiernos callan. La mayoría de los muertos europeos pertenecen a sectores de la clase trabajadora, obreros, empleados, burócratas, médicos, enfermeras y enfermeros, etc. Es decir, los gobiernos europeos, incluido el “socialista” español, conformado con una coalición de “izquierda”, decidieron salvar al capital como primera medida.

En nuestro continente, cuatro gobiernos muy similares de la región, EUA, Brasil, Chile y México apostaron por minimizar los efectos de la pandemia con el fin de salvar al capital. A pesar de que, en el principal centro financiero del mundo, la ciudad de Nueva York comenzaba a crecer exponencialmente los síntomas de la pandemia, las bolsas y Wall Street trabajan a todo vapor. El mensaje de Trump buscaba minimizar los efectos, los mismo hicieron Bolsonaro, Piñeira y López Obrador.

En México, las medidas que el gobierno ha tomado se orientaron en un principio siguiendo a sus homólogos europeos, es decir salvar al capital a costa del sacrificio de las masas trabajadoras. La caída de los precios del petróleo significó una dura derrota a los planes económicos del gobierno de AMLO, sin embargo, éste se negó a tomar medidas que significarán la protección de los trabajadores y sus familias. Había que mantener el ritmo de producción, no disminuir la tasa de ganancia del capital, era la consigna., a pesar de su perorata demagógica de “primero los pobres”.

Ante el crecimiento exponencial de la pandemia y observando que los centros económicos, financieros y de poder en el mundo se tambaleaban ante su ineficacia para poner a salvo a las personas no al dinero, López Obrador decidió emprender tibias medidas para meter a sus casas a todos y decidió detener mínimamente la actividad económica fundamental, sin consensos, sin considerar la situación en que quedaban los trabajadores ante estas medidas.

Naturalmente los capitanes de los monopolios pusieron el grito en el cielo, pero recurrieron a prácticas muy conocidas, acataron las medidas sanitarias y mandaron a sus casas a los trabajadores de decenas de empresas, pero no como una medida temporal, sino para siempre. Así, en la primera semana de reclusión domiciliaria, más de 300 mil trabajadores con empleo formal se quedaron sin trabajo y seguramente decenas de miles más en el empleo informal corrieron la misma suerte.

¿Qué ha hecho el gobierno de primero los pobres? sólo rogarles a los empresarios que no lo hagan, so pena de aplicarles multas. El hecho es que miles, decenas de miles de trabajadores y empleados administrativos están en la calle, en la pobreza. Cientos de miles de trabajadores están en cese, a muy pocos les han respetado sus salarios, a la mayoría o les dan la mitad o menos de su salario o de plano sólo una pequeña compensación y nada más.

La pandemia en México apenas está enseñando se faz de muerte. El contagio comunitario se está dando ya, por lo que pronto las cifras de contagiados podrán contarse por miles, la mayoría, si no es que todos, pertenecen al sector más desprotegido de la sociedad capitalista, son y serán los trabajadores los que pongan la cuota de muertes, como siempre. La prensa se ha negado a mencionar este hecho fundamental, quienes han muerto, están contagiados y seguramente se contagiarán son y serán los trabajadores.

En México, con sólo asomarse al transporte colectivo, metro, Metrobús y “combis”, a los mercados públicos, los tianguis, a Tepito, se podrá observar que la movilidad y concentración de trabajadores y masas populares sigue siendo inmenso. Quiere decir que muchas actividades económicas siguen la normalidad de la muerte, sin que a los dueños del dinero les preocupe, porque ellos están cómodamente recluidos en sus casas y son los empleados, administradores o gerentes quienes están al frente de los negocios, empresas y comercios que aún funcionan.

Los monopolios y sus socios mexicanos, incluidas miles de medianas y pequeñas empresas que son subsidiarias de ellos y por tanto con suficiente liquidez para soportar un mes o más, han definido su programa ante la pandemia. Primero salvar al capital, a sus empresas, sus ingresos, su tasa de ganancia y que el gobierno se encargue de atender la emergencia sanitaria. La cúpula patronal agrupada en el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) publicó un decálogo de “medidas urgentes para preservar el empleo y mitigar afectaciones a la economía”.

El grueso de sus propuestas el plan de rescate está dirigido a preservar sus empresas garantizando liquidez, pidiendo deducción de impuestos, acelerar el pago a proveedores del gobierno, etc., y sólo en una tibiamente señalan que “en los casos en que sea inevitable el recorte de puestos de trabajo, otorgar apoyos del gobierno a las empresas con recursos fiscales, para que estos trabajadores se les otorgue al menos un salario de subsistencia”. No puede ser más clara la intención de los dueños del poder, primero nuestras empresas, luego el país.

¿Esto significa que estemos de acuerdo con el eslogan propagandístico del gobierno de la llamada Cuarta Transformación, de que “por el bien de todos primero los pobres”? desde luego que no. El “Plan de rescate de la economía”, que AMLO presentó el 5 de abril, sólo ratifica su visión clientelar, de ambición de poder. Para él los pobres son grupos muy definidos de jóvenes, mujeres, adultos mayores, en fin, un grupo de mexicanos presentados por el profeta como los más marginados, los desposeídos, sin definir su posición de clase, a los que regalará, clientelarmente, recursos públicos.

La crisis económica que ya está presente, no la que viene después de la emergencia sanitaria, está arrojando y arrojará a millones de trabajadores a la calle en todo el mundo. En México seguramente también serán muchas decenas de miles quienes se queden sin empleo, la crisis económica será muy severa. Pero sería una falsa lectura asegurar que con esto se presenta ya el fin del capitalismo.

Los capitalistas aprovecharán la crisis para reconvertirse, ellos aprenden de cada crisis, desaparecen o fusionan sus empresas, trasladan sus ingentes ganancias hacía terrenos seguros, en los circuitos financieros, en los paraísos fiscales, los invierten en las bolsas del mundo, ellos no perderán, incluso saldrán fortalecidos.

El capitalismo no se derrumbará por sí mismo, afirmarlo es antidialéctico. Sólo la organización y lucha de los trabajadores podrá instaurar un nuevo sistema. Es preciso prepararse, es necesario que las organizaciones revolucionarias, marcadamente los partidos y grupos comunistas se reconstruyan con base a la nueva fase de lucha que se aproxima. Organizar a los obreros, a los trabajadores, a los jóvenes, a las mujeres que se están quedando cesantes y a los miles que lo harán también, será una tarea de primer orden. Es urgente crear el instrumento necesario para conducir la lucha de clases en marcha, construir el partido revolucionario es una tarea urgente.