Apoyadas por un dron, perros rastreadores, detectores de metales y antropólogos, mujeres de Nuevo León se han hecho expertas en el uso de sofisticadas tecnologías para localizar entierros clandestinos por cielo y por tierra.
Un dron blanco del tamaño de un disco de acetato emprende el vuelo sobre un terreno despoblado en el municipio de García, muy cerca de la ciudad de Monterrey, al norte de México. Dos mujeres tienen la tarea de inspeccionar el agreste campo. Una de ellas lleva el control remoto del artefacto volador, previamente programado, para luego, con pericia, elevarlo en un solo movimiento.
La otra mujer tiene en sus manos una tableta con la imagen del terreno, que previamente fue tomada del satélite de Google, y donde están marcados puntos que identifican ciertas zonas. El dron captará esos sitios a través de miles de fotografías que serán procesadas en computadora y que, mediante un minucioso trabajo, pasarán por sofisticados programas para integrar una sola imagen.
La impresión obtenida de ese espacio ubicado a menos de una hora de la Zona Metropolitana de Monterrey, será después comparada con las imágenes históricas que tomó el satélite años atrás, y podrán identificar si hubo actividad reciente en la zona, si hay lugares donde el suelo o la maleza cambia de color o densidad, o donde la tierra probablemente ha sido removida.
“Nos enseña las capas de la tierra con las imágenes aéreas y en donde se distinguen, ya desde lo alto, o sea, muchísimas cosas que no ves a la altura de tus propios ojos. Si vas caminando, pues, es más limitada la visión, que si tienes una imagen aérea”, explica Leticia Hidalgo, la mujer que, a la distancia, pilotea la pequeña nave.
Cuando sean identificados los puntos en donde haya alguna modificación en la naturaleza del terreno, ellas emprenderán un minucioso plan de exploración que realizarán a pie. Caminarán por baldíos, vencerán pendientes y quizá crucen algún río. Entonces excavarán en busca de fosas con restos humanos.
Leticia Hidalgo es fundadora del colectivo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León (FUNDENL), una de las organizaciones creadas por la inquebrantable voluntad de madres, hijas, hermanas y esposas que buscan a sus familiares. Desde que valientemente salieron a las calles a denunciar las desapariciones de sus seres queridos las llaman Las Madres Coraje.
Con sombreros o con gorras deportivas para protegerse del sol, siempre con la camiseta negra o blanca con la frase: “¿Dónde están?”, salen a sus búsquedas. Búsquedas que no son las tradicionales.
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En Nuevo León la violencia irrumpió en 2007 a partir de la “guerra contra el narcotráfico”, y se recrudeció desde 2010. A los casos de extorsión, ataques, asesinatos siguieron las denuncias de desapariciones.
Uno de esos ocurrió la madrugada del 11 de enero de 2011, en San Nicolás de los Garza, en la Zona Metropolitana de Monterrey. Un grupo de hombres armados, vestidos con chalecos de policías municipales, irrumpió en casa de Leticia Hidalgo, comunicóloga de profesión, maestra jubilada, madre de dos hijos: Roy y Ricardo.
“Al estar tomando las cosas de valor, dije, pues es un asalto y pues todo va acabar ahorita que se vayan, sin embargo, pues, la pesadilla o la tragedia o lo más terrible pasa cuando precisamente cuando se van: en un momento también deciden llevarse a Roy”, relata Leticia.
Roy en ese momento tenía 18 años, estudiaba en Facultad de Filosofía y Letras y quería enfocarse a la traducción de idiomas. Era un fiel seguidor del equipo de fútbol Tigres y no se perdía un solo partido.
Aunque la madre pagó un rescate no apareció. Dos semanas después, denunció su desaparición en la Séptima Zona Militar.
“Pasaban los días y no había ninguna respuesta”, recuerda Leticia. En las constantes visitas al cuartel, conoció a otras mujeres que compartían la misma angustia. El dolor las unió para no quedarse esperando respuestas de las autoridades. Se organizaron y fundaron su colectivo en 2012. Se nombraron Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León, FUNDENL.
Las Madres Coraje tomaron como modelo a la organización Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila, organización que junto a otras las apoyó con las primeras capacitaciones. “Para ir conociendo desde lo que es desaparición forzada, derechos humanos, antropología forense, cómo se identifican restos humanos, qué es el ADN” detalla en la sala de su casa.
Participaron en encuentros con autoridades, colaboraron en la elaboración de leyes sobre desapariciones. Se dieron a conocer en actividades para la memoria como el renombramiento y pinta de murales de una plaza del centro como la Plaza de los Desaparecidos o las convocatorias a bordar en tela los nombres de sus familiares desaparecidos.
Cuando se cansaron del nulo avance de las autoridades, las Madres Coraje ya habían aprendido a pedir los expedientes de sus casos, analizarlos y conocer la lógica criminal. Es decir: ¿quién, cómo y por qué se habrían llevado a sus familiares? Visitaron cárceles para buscar pistas sobre los lugares en los que abandonaban los cuerpos, y comenzaron a hacer un mapa.
“Si todos estos desaparecieron de San Nicolás, por ejemplo, se los llevaron, por decir, entonces ya sabemos quién se lo llevó, porque este grupo actuaba ahí y si este grupo actuaba y entonces, ‘a ver ¿dónde está fulano, zutano, mengano?, pues están en la cárcel o fulano ya lo asesinaron, etcétera’”, describe sobre su sistema.
En 2014, las Madres Coraje recurrieron al apoyo del Equipo Peruano de Antropología Forense para identificar los restos de Brenda Damaris González, una joven desaparecida tres años antes. Ese mismo 2014, las noticias de los padres y madres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero, buscando a sus hijos al monte, cargando picos y palas, alentó a las madres de FUNDENL a salir a buscar.
“Entonces nosotras dijimos ‘bueno ¿y nosotras por qué no?, también tenemos que salir igual que ellos’”. Entonces tomaron talleres de genética forense y de técnicas de exploración en campo para encontrar restos y en noviembre de 2015 salieron por primera vez a buscar en el monte.
Fueron a las faldas de un cerro en la carretera Monterrey-Saltillo acompañadas por el Grupo Vida, un grupo de familias buscadoras de Torreón, Coahuila. Usaron palas, picos y la varilla T, que hundían en la tierra y olfateaban al sacarla para percibir si la tierra que pisaban tenía olores de cuerpos en descomposición.
Las Madres Coraje nunca han estado solas, han contado con el apoyo de organizaciones, voluntarios y especialistas. En sus exploraciones participan perros rastreadores como Maya, una perra entrenada en rescate de personas y localización de cuerpos. Con su apoyo han localizado fragmentos óseos.
También utilizan detectores de metales para explorar el subsuelo con frecuencias electromagnéticas, que aprendieron a usar con la ayuda de buscadores de tesoros.
Hace cuatro años compraron un dron con el dinero de una colecta y aprendieron a usar herramientas de georreferenciación como el GPS, Google Earth y Google Maps.
Con Gerardo Espino, especialista en drones, y el arqueólogo Víctor Hugo García, aprendieron métodos de planificación de vuelos del artefacto y técnicas de la fotogrametría. Con estas, las fotos captadas de la superficie u objetos, obtienen ortofotografías, mapas y modelos de elevación en tercera dimensión del lugar que quieren explorar.
Cada vez que tienen alguna pista de un determinado lugar donde pueden encontrar fosas o sitios que hubieran sido usados como casas de seguridad, llevan el dron. Desde el aire buscan tierra removida, o comparan desde el escritorio fotografías satelitares de otros años que indiquen si la maleza cambia de color o densidad. Estos pueden ser sitios de entierros clandestinos.
Angélica Orozco colabora estrechamente con el colectivo desde hace ocho años aunque no tiene familiares desaparecidos. Con el tiempo se ha especializado en convertir las fotografías captadas por el dron en ortofotografías, mapas y modelos de elevación en 3D que monta en un archivo del GPS para georreferenciar todos los hallazgos.
“Hacemos un viaje de prospección para ver por dónde vamos a entrar, cómo nos vamos a estacionar y cuál es la probabilidad de que encontremos o no encontremos”, dice.
Desde 2019 convocaron a expertos en distintas disciplinas y crearon su propio Grupo Forense Independiente. Los arqueólogos Evaristo Reyes y Fernando González, y los antropólogos físicos Paulina Ruiz y Joel Olvera forman parte del equipo. Ellos las acompañan a los lugares detectados o recibidos a través de denuncias ciudadanas, ayudan a la exploración previa, con la exhumación y los análisis de restos óseos. Definen la causa de muerte y la fecha aproximada del homicidio.
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Son las 6 de la mañana del 2 de septiembre de 2020 en la Plaza de los Desaparecidos. Angélica y Lety se suben a un vehículo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que encabeza el convoy que se dirige hacia la sierra de Hidalgo y que va escoltado por elementos de Fuerza Civil y la Marina. Hay razones para esta previsión: las madres recorren zonas en las que hubo o existe actividad criminal.
Ellas se dirigen a una mega búsqueda planeada durante mes y medio. Con al menos 100 personas (entre familiares de víctimas, voluntarios, autoridades y especialistas) se internan en la sierra que rodea el municipio de Hidalgo, a 40 minutos de la Zona Metropolitana de Monterrey, recorrerán el Arroyo de la Cueva, Río Salinas, Potrero Grande y Potrero Chico. Zonas que las mujeres previamente visitaron e identificaron a través de Google Earth y Maps.
Antes de las nueve el calor es sofocante. En la peor hora del día, el termómetro alcanzará los 38 grados y la sensación térmica rebasará los 40.
Desde finales de 2019 las madres comenzaron a recibir reportes de desapariciones en esa zona. “Sobre todo varones jóvenes en edad productiva”. Sumaron 40.
Durante más de dos horas recorren senderos angostos y rodeados de marañas de ramas. Ellas junto con las personas expertas y de apoyo se abren paso entre piedras y matorrales con espinas. Por momentos detienen el paso, remueven la tierra y clavan la mirada en cualquier indicio: un casquillo de bala, alguna prenda o algún resto que parezca hueso. Otros equipos recorren el lecho del río, indagan en pozos y construcciones abandonadas.
“Donde empezamos a ver casquillos de balas, algunos, como dicen, percutidos y otros nuevos, y alguna cartera tirada; algunas credenciales, unas licencias de manejar; cosas que ya vas viendo que son indicios de que algunas personas están ahí cometiendo actos ilícitos, por las balas y todo esto”, narra la maestra retirada.
Desde que comenzaron las búsquedas en campo, las Madres Coraje han logrado al menos siete sitios de entierros clandestinos con al menos 150 mil fragmentos de restos óseos. Pero desde que usan el dron y demás tecnología han podido ubicar, y luego identificar, el lugar donde estaban enterrados al menos a dos jóvenes desaparecidos.
Una fue Cecilia Yolotzin Macías, una joven de 20 años desaparecida en 2013, cuando salió de su casa para ir al cine y abordó un taxi en el municipio de Guadalupe. Sus restos fueron localizados en el municipio de Salinas Victoria durante la mega búsqueda.
El otro fue Carlos Anselmo Garza, de 22 años, desaparecido en 2018, en el municipio de Salinas Victoria. Salió a celebrar su cumpleaños y no regresó. Cuando lo encontraron participaban en la búsqueda los perros olfateadores Maya y Atila, miembros de Protección Civil del municipio de Santa Catarina.
Un primo de Carlos identificó un cinturón. “Cuando ya él lo identifica como el cinto que él le prestó, pues ya fue como muy contundente. Entonces seguimos con más ímpetu ahí hasta que encontramos fragmentos de restos humanos”, agrega Leticia Hidalgo, al mencionar la importancia de que los familiares acudan a los rastros.
Ese día localizaron también al menos mil 600 fragmentos de restos óseos.
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El antropólogo Joel Olvera, adscrito al caso de Roy, es uno de los que recolecta fragmentos, pide permiso en el SEMEFO para analizar los restos, seleccionar muestras y llevarlas a laboratorios independientes.
Él menciona que en Nuevo León es difícil encontrar cuerpos completos ya que los grupos criminales usan un sistema de desaparición: la combustión de los cuerpos.
“Nosotros acá no encontramos cuerpos completos, encontramos fragmentos pequeños de óseos humanos y además, calcinados, o sea, la característica de lo que es Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, ésa la manera de actuar de los criminales”, asegura en entrevista.
Hasta septiembre de 2020, en este estado sumaban 4 mil 766 las personas no localizadas y 93 las fosas clandestinas halladas con miles de restos humanos, en su mayoría calcinados, según la Comisión Nacional de Búsqueda. La otra dimensión de la tragedia la reveló el informe “Un sentido de vida: la experiencia de búsqueda de FUNDENL”, elaborado por la Universidad Iberoamericana, que detalla que hasta 2018 la Fiscalía había recuperado 699 mil 481 fragmentos óseos humanos.
A pesar de sus hallazgos, después de cada búsqueda a las Madres Coraje les vuelve la tristeza, la impotencia, el coraje y la frustración. Una caída emocional que Lety no ha podido evitar con el tiempo. Entiende por qué muchas personas desisten, pero ella sigue de pie, desde hace nueve años tratando de empujar a autoridades que no hacen su trabajo para buscar a Roy y a los hijos e hijas de sus compañeras.
“He visto cómo muchos han muerto en el rincón de su casa de pura tristeza de no saber nada de su hijo, de su hija, de su familiar”, dice entristecida.
Sabe que las identificaciones se quedarán estancadas en el Instituto de Criminalística del estado que tarda un promedio de 8 meses en procesar restos recuperados en fosas (si los familiares habían dejado una muestra genética), y hasta año y medio en notificar a los parientes la identificación. Le enoja que las autoridades no han creado la unidad de análisis de contexto que les permitiría obtener más información sobre las mecánicas de las desapariciones en el estado.
Pero cada uno de los hallazgos son piezas de un rompecabezas que las madres intentan embonar. Son pistas que arrojan nuevas respuestas sobre dónde han sido enterradas las personas desaparecidas, esperando que, acaso, alguno de esos restos que descubren, les indique dónde quedaron los hijos amados que buscan.
Las Madres Coraje no se rinden. Quieren cumplir la promesa que le han hecho a sus hijos, que es: “No vamos a parar porque los vamos a encontrar”.
Y en entierro clandestino que encuentran colocan cruces y realizan memoriales al pie de fosa para transformar esos lugares de muerte en sitios de vida. Como Leticia explica: “Cambiar la idea, el sentido de ese lugar, que fue terrorífico. Nos podemos imaginar que fue de terror, a convertirlo, a transformarlo en algo sagrado”.
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Este texto forma parte de la serie “Camino a encontrarles: Historias de búsquedas”. Un proyecto de podcasts y reportajes escritos y coproducidos por A dónde van los desaparecidos, IMER Noticias y Quinto Elemento Lab.
Fuente: https://piedepagina.mx/madres-coraje-la-tecnologia-aplicada-a-la-busqueda-de-un-hijo/