Imaginemos que una empresa compra la mayor parte del territorio de la costa de un país. Y que decide desde entonces quién puede pasar y quién no para bañarse en el mar. Algo de eso es lo que quiere proponer Facebook sobre el debate público: adueñarse de algo común para seguir capitalizando, bajo sus propias reglas, la atención de las personas alrededor del planeta.
El escenario de esa disputa tiene hoy una batalla clave en Australia, donde Facebook bloqueó todos los sitios de noticias, nacionales y extranjeros, en contra de un proyecto de ley que propone que Facebook y Google paguen a los sitios de noticias de los que comparte contenido.
Una advertencia de lo que puede hacer ante los Estados que busquen regular la plataforma. Y una muestra de uno de los problemas fundamentales de la democracia actual: los Estados solo tienen injerencia sobre sus territorios, aunque cada vez más se confrontan con actores económicos globales que, muchas veces, tienen más poder que ellos. Con la decisión de Facebook ya se redujo un 20 por ciento el tráfico de los sitios de noticias.
La legislación de medios cuenta con una larga historia de acuerdos tras bambalinas entre élites políticas y mediáticas, de negociaciones y demostraciones de poder, pero los actores de peso en los medios tradicionales solían ser del mismo país en el que actuaban. Hoy el escenario es otro: las grandes plataformas son casi las mismas en la mayor parte del planeta.
En la tercera semana de febrero, Facebook publicó en algunos medios estadounidenses que era necesaria una nueva regulación para el mundo digital. Pocos días después, en Australia, demostró que las regulaciones serán aceptadas sólo si lo benefician.
El gerente de la compañía para Australia y Nueva Zelanda lo dijo explícitamente: “Nos dejaron frente a una decisión difícil: o tratar de cumplir con una ley que ignora la realidad de esta relación [con los medios informativos] o dejar de tener contenidos noticiosos en nuestros servicios en Australia. Con el corazón dolido, elegimos la última”.
El manager agregó que tenían pensado crear Facebook News Australia, pero que, ante el avance de ese proyecto, lo mudarán a otros países.
Lo que pasa en Australia aparece como un buen ejemplo de una de las disputas de poder centrales del mundo actual y de los años que vienen. Facebook es la prueba cabal de que el horizonte democrático y de pluralización de voces que muchos imaginaban que generaría internet a principios de los 2000 está muy lejos del mundo digital que conocemos hoy.
Internet es un nuevo espacio de desigualdades donde también pesa quién pone las reglas para la discusión pública, quiénes pueden acceder a ella y de qué manera nos enteramos del mundo. Una batalla no menor ante actores que han venido creciendo y que muestran su voluntad de marcarle la cancha a los Estados.
A esto se suma que las grandes plataformas son mucho más oscuras y opacas que los medios tradicionales en su funcionamiento. Aunque se delegue en la técnica parte de la gestión de ese mundo, siguen siendo decisiones humanas las que direccionan su accionar. Y esas decisiones hoy se dan a la luz del día.
Hace unos años, Google y Facebook dejaron de pensarse como fuente de derivación y punto de entrada a internet y apostaron cada vez más a ser también el punto de llegada, una forma de retener a los usuarios dentro de sus plataformas y de vender publicidad sobre contenidos que esas plataformas no generan.
Facebook apostó a eso modificando el algoritmo para que las publicaciones con links externos se vieran cada vez menos y lo llevó al extremo con Instagram donde es imposible compartir esos links desde las publicaciones.
Por lo tanto, además de la pregunta sobre los vínculos entre los Estados y las empresas más grandes del planeta a la hora de pensar cómo y por dónde circula el debate público, también está la pregunta por la sustentabilidad de los medios informativos.
Facebook está dispuesto a quedarse con los contenidos que producen, siempre que pueda capitalizarlos sin pagar ninguna contraparte. Y la paradoja del mundo actual, como dice Rasmus Kleis Nielsen, es que las noticias perdieron parte de su atractivo comercial, pero no se reduce su significado político y social.
De acá en más, entonces, el dilema que se plantea es por arriba y por abajo.
Por un lado, lo más lógico es pensar que esto se debe resolver por arriba, desde los Estados. Pero los Estados tienen capacidad limitada ante actores globales como Facebook.
El antecedente de Australia es contundente: ante una posible regulación que consideran inconveniente bloquean a todos los medios informativos nacionales y el extranjero en ese país. Es un gesto de anticipación: vale para ese país, pero también para lo que vienen proponiendo distintos Estados europeos y para los distintos países que osen pensar en una regulación.
Por otro lado, también hay que pensar una salida por abajo: es tiempo de tomarse en serio la idea de irse de Facebook. Es una acción limitada y más simbólica que material. A la vez, es muy difícil: mucho de la vida pasa por Facebook, Instragram y WhatsApp.
Y es cierto: el poder individual de pocas personas contra una de las empresas de mayor capitalización mundial es ínfimo. Pero también es cierto que, a veces, plantear preguntas también es plantear un horizonte posible.
Iván Schuliaquer es politólogo y docente e investigador de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín y del Conicet, en Argentina.
Fuente: http://cosecharoja.org/dejar-facebook-antes-de-que-nos-deje-a-nosotrxs-2/