Una mujer estira una mano para abrir la puerta de un Oxxo y con la otra sostiene un pequeño sombrero blanco en el que recibe las monedas que le obsequian los clientes y transeúntes, desde hace unas semanas, tras el cambio a color amarillo en el semáforo epidemiológico, la ciudad de Mérida va revelando la aguda crisis que vivíamos y que se incrementó a raíz de la pandemia de Covid-19, no es una o dos personas, son ya decenas o más de seres humanos los que mediante alguna actividad lúdica, buscan el flujo de gente al “amparo” de las tiendas de conveniencia (que por sus precios solo convienen a los empresarios) u otros puntos donde se converge en el diario andar, para tratar de ganarse algún dinero para comer. La pobreza se ha extendido por el mundo y nuestra entidad no escapa de la extrema crisis capitalista, pues es ya la ciudad más cara del sureste y una de las que encabezan la penosa lista de precariedad en México.
La imagen descrita no es exclusiva de Mérida, pero sí es representativa de una realidad negada, ahora que las campañas divulgan hasta el cansancio dimes y diretes de candidatos cuyo trasfondo carece de relevancia socio-económica, es importante preguntarnos ¿cuáles serán las estrategias a ejercerse para erradicar la pobreza, la marginación, la explotación laboral y la situación de calle que padecen miles de personas? La ausencia en los discursos de propuestas dirigidas a la clase obrera y sectores populares no solo demuestra lo burdo del proceso, sino que evidencia la crisis de humanidad que pende sobre nosotros desde tiempo atrás. El individualismo-egoísmo y el interés privado-apropiación de capital caracterizan al sistema, y, ahora, en un mundo plagado de conflictos y contradicciones esta deshumanización aflora mucho más.
Lo convulso de las últimas semanas nos recuerdan el panorama anterior al Covid-19, guerras imperialistas por la división geopolítica del mundo; acaparamiento de los mercados por parte de los monopolios como en el caso de las vacunas; expropiación de recursos naturales; saqueo de territorios, despojo de tierras y el extractivismo que agota la riqueza mineral y acrecienta el desgate de suelos, agua y fauna; megaproyectos que se materializan en marginación, exclusión e incremento de la explotación de la fuerza de trabajo junto al detrimento de los derechos laborales en todo el orbe; y el incremento de la violencia de género y sistémica, entre otros ejemplos de la grave crisis que afrontamos y cuyo costo se pretende hacer pagar al proletario mundial y a los sectores populares, tal y como buscó hacer Iván Duque en Colombia despertando la conciencia-fuerza social de los colombianos que hoy llevan la batuta de la reivindicación socio-económica en Latinoamérica y el Caribe.
La deshumanización generada por las contradicciones naturales del capitalismo llega a grados como los que observamos en los bombardeos realizados por el sionismo extremo de Israel contra el pueblo palestino, un genocidio que por décadas ha asolado la paz en el Medio Oriente, así como ahora mismo el brutal régimen neofascista de Duque asesina y violenta al pueblo colombiano que lucha por sus derechos y por una sociedad mejor. Todos estos casos son síntomas de una misma crisis que requiere de la organización proletaria y la conciencia popular para ser superada.