Recomiendo:
4

Empobrecimiento, desocupación y racismo

La verdadera endemia argentina

Fuentes: Rebelión

Los datos económicos del cierre de 2021 sobre pobreza y desocupación en la Argentina son contundentes.

El discurso oficial que vacila entre explicaciones dirigidas a responsabilizar a la pandemia y anuncios sobre un supuesto crecimiento no son más que palabras abstractas que en nada ayudan a paliar la penosa realidad que afecta a ese 40% de población que vive oficialmente bajo la llamada línea de pobreza, es decir, con ingresos insuficientes para completar una alimentación saludable y bajo condiciones de vida que no alcanzan a reconocerse dentro de los mínimos aceptables para la dignidad humana. Y este desalentador panorama se exacerba al pensar que las mediciones que perfilan específicamente a los niños y niñas del país arrojan la indignante cifra de un 65% de esas infancias viviendo en condiciones de marginación y carencia extrema. Racionalmente, ninguna gestión gubernativa podría excusar su fracaso tras estas cifras, pero en la Argentina la pobreza y precarización de la vida de tan altas cantidades de población se ha naturalizado y transformado en un simple dato, cuando no en un problema sin solución, y aparentemente sin causa. Sabemos que estas mediciones nunca son suficientes para abarcar la amplitud de un territorio regionalmente fragmentado y en el cual las mayores dificultades de la gente suelen quedar invisibilizadas por las cifras. Ninguna gestión parece responsable de esto y pocas alternativas concretas de solución hacen parte de los programas políticos de los partidos tradicionales de las clases dominantes. Sabemos que no se trata de un panorama transitorio ni creado por la pandemia, sino más bien de una condición que arrastra el pueblo tras años de sometimiento a políticas de saqueo y explotación. Se trata de las consecuencias de las políticas adelantadas por quienes han llevado al pueblo a este derrotero. En otras palabras, sabemos que no es la pandemia, sino la política la que nos trajo hasta acá.

En ese sentido, puede afirmarse que la crisis del modelo socioeconómico neoliberal acentuó en la Argentina la desigualdad social en el acceso a bienes públicos, tales como la educación, la vivienda, el trabajo y el transporte. Se trata de un proceso que bien podría rastrearse en la larga duración, en atención a las formas particulares de integración del Estado argentino en la división internacional del trabajo; integración dada a partir de la profundización de una economía subordinada a los intereses de las países industrializados. En ese marco, los niveles de desigualdad, manifiestos históricamente, aumentaron notablemente a partir de la década de 1970, mostrando cierta correlación con el incremento de la precarización laboral y la desocupación, así como con las dificultades para resolver el acceso a otros bienes básicos como la salud, la vivienda, la alimentación, la educación, entre otros.

En los últimos años, los gobiernos impulsaron un conjunto de políticas asistenciales que tienen por objetivo supuesto atenuar las desigualdades estructurales de nuestra sociedad. Esas políticas lograron contener la crisis social, pero no revirtieron las condiciones que imposibilitan a un sector importante de la población ejercer sus derechos. De esta manera, aun no se logra revertir las condiciones de injusticia y desigualdad en nuestra sociedad. Muy por el contrario, los datos impiden ocultar que éstas siguen profundizándose. Se trata de una verdadera endemia. Y uno de sus ejemplos más elocuentes puede ser rastreado al analizar la situación de la población residente en las llamadas villas, población cuyo número sigue en aumento desde hace más de 40 años. Sabemos por supuesto que los asentamientos informales o barrios precarizados existentes en todo el país, pero con primacía en las grandes capitales y sus conurbanos, habitualmente conocidos como villas, no son más que un ejemplo de los niveles de empobrecimiento a que pueden ser llevadas las poblaciones y, en especial, resultan relevantes en tanto su historia y desarrollo devela el carácter errático y contradictorio de las políticas públicas que no solo no han logrado controvertir los niveles de precarización de la vida que caracteriza a las villas, sino que han sido su causal directa.

Historias olvidadas

La desigualdad como rasgo característico de la situación de un importante espectro de la población residente en las villas del país se extiende también al tratamiento historiográfico sobre los orígenes de las mismas. Al respecto, se encuentra información fragmentada y, en ocasiones, contradictoria. En términos generales parece válido afirmar que fue hacía mediados de la década de 1930 que se instalaron los primeros pobladores que darían nacimiento a lo que en aquellos primeros años se conocía como villas de emergencia, intentando destacar con ese nombre el carácter transitorio que se suponía cubrir a estos asentamientos.

Pero no resulta desacertado vincular los orígenes de las villas de la ciudad con los procesos migratorios de finales del siglo XIX. Se ha reconocido que por aquella época, y en especial luego de la epidemia de fiebre amarilla de 1871, muchos migrantes empezaron a instalarse en viejas casonas abandonadas por sus antiguos propietarios que huían de la epidemia, dando con ello inicio a la formación de los Conventillos. Si bien, estas formas de generación de vivienda no coinciden exactamente con la de los asentamientos, resultan similares las formas de resolución de la problemática habitacional que desde entonces aquejaba a los sectores trabajadores. Y también es similar la falta de respuesta del Estado, que continua desde entonces.

En términos generales suele ligarse la existencia de las villas con la migración de ciudadanos bolivianos y paraguayos. Sin embargo, existe evidencia histórica que señala que la primera de las villas de la ciudad de Buenos Aires fue poblada por contingentes de ciudadanos de los países de Europa de este, en especial polacos, que llegaron a la Argentina para la construcción de los túneles del subterráneo, y con posterioridad sufrieron los problemas propios de la crisis de los años 30’s, terminando como desempleados a los que el propio Estado ubicó, hacia 1931, en unos galpones abandonados, próximos a la zona del llamado Puerto Nuevo, hoy Retiro, y que empezó a ser conocida por la población como Villa Desocupación. En los años siguientes se fueron instalando los primeros asentamientos villeros, es decir, con casetas hechas por sus propios habitantes con distintos materiales (madera y chapas) en la zona de Retiro, vinculada con las actividades portuarias. Los pioneros de esta villa eran en un comienzo un grupo social muy castigado de italianos, y el barrio se conocería durante mucho tiempo como “Barrio de Inmigrantes”. Unas cuantas manzanas más al norte, con el apoyo del gremio de La Fraternidad, se asentaron familias de ferroviarios en los márgenes de las vías del Belgrano en lo que se conocería como ‘’Villa Saldías’’.

Con tal antecedente, y sumado al inicio de una nueva ola inmigratoria, esta vez relacionada con el inicial impulso al desarrollo del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, trabajadores y trabajadoras provenientes especialmente de las provincias del norte y los países limítrofes de la misma zona, continuaron y profundizaron aquella nueva forma de resolución a la ya vigente problemática en torno a la vivienda y el desempleo. En esta vinculación del nacimiento de las villas de la ciudad con los procesos de migración, tanto ultramarina como regional e interna, se manifiesta la relación existente entre la precarización de las formas de vida para enormes sectores de población y el desarrollo desigual del sistema capitalista a nivel global. Dicho desarrollo significo para la Argentina, entre otros aspectos, pasar de tener un 25% de su población como habitante de espacios urbanos hacia 1900, algo más del 60% para 1947, y más del 90% en la actualidad9. En esa masiva migración del campo hacia las ciudades, y las formas en que el Estado ha intervenido en relación a los desafíos propios de tal proceso, se evidencian dinámicas específicas que dan cuenta de las relaciones de clases, el rol del Estado y la configuración del territorio.

Los golpes de Estado que empañaron la historia política del país también resultaron significativos en la historia de las villas, ya que las políticas de erradicación desde 1966 vincularon a los gobiernos dictatoriales con la profundización de esta endemia. Vale destacar en especial a la intendencia del brigadier Osvaldo Cacciatore a partir de 1976. Como parte de una política pública, a este personaje se le relaciona con la deshonrosa tarea de ejecutar la construcción de una serie de muros lindantes en ciertas villas de la ciudad con el objetivo de ocultarlas ante la llegada de turistas extranjeros que acompañaron el Mundial de futbol de 1978. Pero, más allá de este simbólico encerramiento, la política militar en relación a las villas resultó de hecho en la drástica disminución de su cantidad de residentes. Los datos estadísticos de la Ciudad de Buenos Aires así lo confirman: pasaron de tener más de 200 mil habitantes habitantes en 1976 a 37 mil en 1980. Desde luego, no se trató de una disminución ocasionada por la asignación de viviendas o algún otro plan benefactor. Muy al contrario, esa drástica disminución se debió a la política represiva y de erradicación de las villas. Existen numerosos testimonios que dan cuenta de las medidas militares en tal sentido. A los dispositivos regulares de allanamientos ilegales de viviendas y desaparición forzada de personas, se sumaron prácticas como la del traslado masivo de vecinos de la villa con la promesa fraudulenta de ser ubicados en locaciones fuera de la ciudad en donde recibirían viviendas, y la resultante de un abandono en terrenos baldíos, con la amenaza de muerte si decidían regresar.

Vinculando la idea según la cual las ciudades deben considerarse como un producto, esto es, el resultado de un proceso de producción, vemos que la producción del territorio que involucra a las villa no fue solo el resultado de hombres y mujeres que, de forma espontánea, más o menos organizada, fueron coincidiendo en un lugar particular, y construyendo sus propias viviendas para sí y sus familias. A esta dimensión explicativa deben necesariamente integrarse elementos como el de la atracción económica que generaron las fábricas e industrias en las grandes ciudades. Sin olvidar que dichas formas de atracción económica, vinculadas a las lógicas del desarrollo capitalista periférico, desatendieron la posibilidad de brindar formas adecuadas para que sus trabajadores alcanzaran la satisfacción plenas de sus necesidades. Asimismo, el Estado, en términos generales, cumplió y sigue cumpliendo su carácter de agente regulador de los intereses de las clases propietarias, y con más omisiones que acciones, coadyuvó en la profundización de la problemática habitacional, laboral y la precarización de la vida en general como un factor determinante de las desigualdades de clase dentro de la formación social capitalista argentina, tanto ayer como hoy. Es decir, sigue siendo un actor con responsabilidad directa en la profusión de la endemia que nos aqueja.

Fronteras de ayer y de hoy

Empobrecimiento y desocupación son conceptos que podrían verse concretados en un recorrido por cualquier villa: en los barrios se sufre profundos niveles de hacinamiento y de dificultades de acceso a servicios públicos esenciales como lo son la conexión a la red pública de gas, de agua, electricidad o a la red cloacal. Como es característico para todas las villas la problemática en torno a la vivienda no se reduce solamente a una cuestión de regularización de la tenencia, sino que la presencia de urbanización informal genera un efecto cotidiano que determina la precariedad de las viviendas que la componen, y esto se hace ostensible en la ausencia de servicios básicos, profundas problemáticas de salud, deterioro ambiental, entre otras, pero se traslada también a la precarización social y la estigmatización permanente de sus habitantes.

Una búsqueda de información que parta de las palabras »Villa» y »Argentina» en cualquiera de los motores de búsqueda de internet disponibles, permite reconocer que, más allá de la visibilización de las problemáticas propias del barrio, las fuentes de información que generan opinión pública y sentidos comunes, relacionan prioritariamente estos lugares con la violencia, el consumo de drogas y el narcotráfico. Ciertamente, otra de las problemáticas que atraviesa a muchos de estos barrios en la actualidad son las redes de narcotráfico, instauradas a lo largo y ancho del territorio, que a su vez generan un profundo problema de consumo que atraviesa cada vez desde más temprano las franjas etarias. El auge de la droga conocida como ‘’Paco’’ no solo está atribuido a su bajo costo, sino también a su componente altamente adictivo y a que se encontró directamente destinado a la población de los sectores populares. Aquellos sectores que se encontraron sufriendo con mayor intensidad los procesos de destrucción y segmentación de los tejidos de contención social. Del consumo y del narcotráfico pueden desglosarse un sinfín de problemáticas que atraviesan a cada vecino de forma distinta: mayores índices de inseguridad, redes de corrupción policial, enfrentamientos entre bandas narcotraficantes, ausencia y precarización del trabajo. Todos estos conflictos dejan un saldo cada vez mayor de jóvenes socialmente marginados o trágicamente muertos. La violencia se convierte en paisaje.

Lo que los medios de comunicación masiva difunden no es inexistente. Pero, al mismo tiempo, el énfasis y la perspectiva de su abordaje, parten de un lugar ideológico y político específicos, y genera un impacto particular en relación a la producción del territorio. Resulta en tal sentido totalmente pertinente la invitación del geógrafo Neil Smith a pensar en una ‘’frontera urbana’’. Este autor, comprende dentro de este concepto un límite instalado dentro de la misma ciudad que separa dos territorios. Y, según nos recuerda en su análisis, no es poco relevante tener en cuenta que la idea misma de frontera, y las prácticas de fronterización, han asumido históricamente una faceta especial en un contexto de construcción discursiva (y política) que asumió la forma retórica de la disputa entre civilización y barbarie (1).

Históricamente, los procesos de construcción nacional adelantados por las nacientes burguesías hispanoamericanas asumieron la tarea de reformular la jerarquización colonial con la que el poder absolutista había legitimado su dominio. Tal reformulación obedecía a la necesidad del modelo republicano, formalmente igualitario, de blindar el orden jerarquizado y desigual con una nueva estructura que lo presentara como radicalmente diferente al denostado antiguo régimen. Así, asegurar su lugar de privilegio y homogeneizar a los sectores dominados bajo sus intereses se asumió, entre otros, con el ejercicio de regulación y deslegitimación de los sectores populares que resultaban señalados en sus costumbres y modos de vida como bárbaros. En Argentina, el dispositivo burgués de barbarización recayó especialmente en los pueblos indígenas que, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, constituían un contrapeso de relevancia a las aspiraciones de las elites dirigentes/terratenientes que deseaban poner en producción, para el gran capital, las vastas extensiones pampeanas y patagónicas que pertenecían a dichos pueblos indígenas. Y así, no solo la pluma racista del prócer Sarmiento fungió en favor del modelo agroexportador, también la espada y el rifle de Roca y sus seguidores, operaron en pro del genocidio indígena, como cristalización de la citada construcción de la frontera entre civilización y barbarie. Se trató de una fronterización como correlato discursivo del genocidio propiciado para apoderarse de las tierras indígenas.

En la actualidad, pensar en la configuración de nuevas fronteras urbanas, nos invita a reconocer los dispositivos de fronterización en su sentido más amplio de barbarización, esta vez, dispuestos en perjuicio de los habitantes de las villas. Hoy, su supuesta barbarie no se viste de ‘’atraso’’. El ‘’malón’’ del presente está dispuesto en los imaginarios de criminalidad, corrupción, drogas y desordenes con los que suelen ser señalados los vecinos de esos barrios. La frontera urbana que divide ‘’la ciudad’’ de ‘’la villa’’ se resume en el imaginario de la seguridad. Pero, evidentemente, tal imaginario es desigual, en un sentido clasista: la seguridad se presenta como un bien para algunos cuyo contrapeso es el peligro que representan otros. En palabras del citado Smith, ‘’el imaginario de la frontera no es ni meramente decorativo ni inocente, arrastra un considerable peso ideológico (…). La frontera ideológica racionaliza la diferenciación social y la exclusión como natural e inevitable’’.

Vincular a las villas con la construcción de fronteras urbanas no solo permite conectar los procesos históricos de conquista y colonización interna con los más contemporáneos procesos de organización de los entramados urbanos, sino que además permite relacionar dinámicas globales y locales. En términos generales, el proceso ideológico de fronterización permitió ‘’desplazar el conflicto social hacia la esfera del mito’’, es decir, naturalizar formas de opresión propias de la dominación de clase y en general, camuflar la explotación económica como eje de la producción del territorio urbano; dando paso a perspectivas funcionalistas sobre las ‘’anomalías’’ urbanas, antes, o subjetivistas sobre las decisiones individuales como motor de tales procesos. Lejos de esas perspectivas, se ve que la fronterizacion urbana es una manifestación de la desigualdad estructural en la producción del territorio: otro síntoma de nuestra endemia actual. Tal proceso, si bien desarrollado en todo el mundo, reconoce matices específicos a nivel de las regiones periféricas del capitalismo, esto es, por su desarrollo desigual.

En ese sentido, una perspectiva crítica (o marxista) apunta a reconocer la contradicción general de la urbanización capitalista. La ciudad constituye una forma de socialización capitalista de las fuerzas productivas. Ella misma es el resultado de la división social del trabajo y es una forma desarrollada de la cooperación entre unidades de producción. Así, debe tenerse en cuenta que como dimensión específica de la producción capitalista, la ciudad permite la concreción de procesos de apropiación del espacio que están absolutamente relacionados con la búsqueda de ganancias y acumulación de capital. Es en esos procesos que se inscribe la fronterización. Es a la búsqueda de ganancias y acumulación de capital que se articula la profusión del discurso de peligrosidad (crimen, drogas y violencia) que se desarrolla sistemáticamente sobre las villas. Esa construcción ideológica representa una dimensión de la lucha de clases, en tanto y en cuanto cumple un rol en la explotación del trabajo y la apropiación del espacio. Y, como se viene expresando, el Estado cumple un papel fundamental en la configuración de la desigualdad frente a la apropiación territorial.

En cuanto a la explotación del trabajo, puede mencionarse que la precarización general de las condiciones de vida genera condiciones que posibilitan el abaratamiento de la compra de la fuerza laboral, no solo en el sentido marxista del sostenimiento del ejercito proletario de reserva, sino en formas concretas de reducción de los costos necesarios para la reproducción de la vida de la clase trabajadora. Aquello que desde ciertas perspectivas se define como marginalización o exclusión, opera realmente en función habilitar y racionalizar (para el sentido común hegemónico) formas de explotación de la fuerza de trabajo ajustadas para la maximización de las ganancias, y moldeadas en el sistema desigual de desarrollo global del capitalismo. Así, marginalidad, más que exclusión, es integración diferencial para la mayor explotación.

En este aspecto, el Estado ha jugado un papel decisivo. Las políticas de abandono urbano que se han evidenciado a lo largo de todo el siglo XX (y lo que va del XXI) en torno a las villas, lejos de atenuar la precarización de la vida, han agrandado la desigualdad en perjuicio de los residentes de las mismas. El rol estatal no se reduce entonces al supuesto ‘’abandono’’ urbano, sino que se complementa con una específica represión punitiva que se despliega de forma permanente y especialmente exacerbada. El eufemísticamente llamado ‘’gatillo fácil’’ representa una política pública contra un sector de la población. Su complemento específico es la regularización de rondas represivas realizadas sistemáticamente, en las que se yuxtaponen, como en ningún otro espacio geográfico, las jurisdicciones de las distintas fuerzas (armadas y de seguridad) que hacen presencia escalonada y actúan en el territorio con destacada sevicia, violando continuamente las garantías constitucionales y que, alternativamente, despliegan retenes de elocuente presencia en las entradas de las villas que, como los fuertes de la frontera indígena del sur en épocas pretéritas, son una marca territorial tanto para los de ‘’afuera’’ como, especialmente, para los de ‘’adentro’’. Pero ¿qué gana con este trato estigmatizador y racista y con la precarización de la vida el gran capital y los gobernantes que lo defienden?

Despojarnos de la ciudad, precarizar nuestras vidas

Uno de los aspectos relacionados con la desigualdad en la apropiación del territorio ha sido reconocido como proceso de gentrificación. Si bien, las múltiples formas de valorización de zonas urbanas, anteriormente infravaloradas y comercializadas a bajos costos, para luego ser puestas a disposición de los negocios inmobiliarios con altas tasas de ganancia, son diferentes según los contextos, es posible establecer algunos de sus patrones comunes. Para Latinoamérica resulta necesario inscribirlos en la avanzada neoliberal que, en Argentina, vino de la mano (sangrienta) del golpe cívico-militar y continuó el peronismo menemista. En general, se trata de una reconfiguración territorial plenamente ligada al gran capital. Éste, en la búsqueda de obtención de mayores ganancias o tasas de retorno, se desplaza y localiza en espacios previamente deteriorados y desvalorizados (por la propia dinámica de producción capitalista), pues es allí en donde existen posibilidades de generar nuevas ganancias. En palabras de Smith ‘’la gentrificación es un producto estructural de los mercados de suelo y vivienda. El capital fluye allí donde la tasa de retorno es mayor, el movimiento de capital hacia los suburbios, junto con la continua desvalorización del capital de las zonas urbanas deprimidas, produce eventualmente una diferencia potencial de renta. Cuando esta diferencia es lo suficientemente amplia, la remodelación (o nuevo desarrollo) puede comenzar a desafiar las tasas de retorno disponibles en otros lugares y el capital vuelve’’.

En relación a la gentrificación, la construcción de la frontera urbana propia de las villas constituye más que una marginación, un encerramiento. Aislados de la posibilidad de existir con condiciones de vida plenas y de gozar de los derechos que suponen abarcar al conjunto de la población, los habitantes de las villas están siendo dispuestos para enfrentar una presumiblemente próxima avanzada de ‘’reconquista’’ del capital sobre el espacio territorial que hoy ‘’ocupan’’. Las villas en general surgieron como espacios deteriorados. Las políticas públicas lejos de modificar tal condición la profundizan. Más que de omisión estatal, puede hablarse incluso de participación activa del Estado en su gestación; un Estado que no solo no solucionó sino que profundizo la dinámica de migración y desplazamiento que aumentó el volumen poblacional de las villas. Como clara continuidad de ese surgimiento, la estructura estatal habilita la fronterización a través de su participación en la producción del imaginario de la seguridad, con todas las consecuencias y cargas que ya se expusieron, lo que cumple un rol especifico en el proceso de explotación económica propio del sistema capitalista y en sus formas específicas de desarrollo desigual.

La similitud trazada entre la fronterización del presente y del pasado en Argentina permite identificar la racialización de la ideología civilizadora como uno de sus ejes principales. El discurso racista sobre ‘’los barbaros’’ de las villas sigue apelando a su manifestación más espuria, y señalando como ‘’negros’’ a quienes son explotados y precarizados en el máximo nivel. En su sentido social, la gentrificación se propone como un rescate civilizatorio. En su sentido económico es una localización de las inversiones en suelo urbano. Para ambos objetivos, el discurso racista funciona en un sentido legitimador frente a una opinión pública culturalmente amparada por el mismo racismo.

Las villas constituyen hoy una ambigua contradicción ante la cual su existencia encierra en sí misma una ‘’anomalía’’, pero esa anomalía, lejos de ser ‘’corregida’’ es profundizada con intensas operaciones ideológicas que terminan responsabilizando al propio habitante de la villa por su situación de precarización, y racionalizando esa condición en la falta de valores de esos ‘’otros’’. El aislamiento estigmatizante, el encierro represivo y continuidad de la precarización para la explotación constituyen una fórmula de posibilidad para una próxima futura gentrificación.

Esa posibilidad se hace patente en varias de las villas del país en la manifestación de dos modelos de política burguesa que operan cotidianamente. Por un lado, el modelo PRO, que administra el gobierno de la ciudad, ha hecho presencia en los últimos años con la construcción de algunas obras, plazas de juegos, señalización de calles. Una primera dimensión del asunto entronca con la dinámica gentrificadora de reconstrucción clasista del paisaje urbano. Un proceso de intervenciones estéticas que se ve en otros escenarios de la CABA y que, además de jugosas cuantías para los contratistas, va delineando la aceptación común de un paisaje aburguesado como supuesto símil de mejoramiento de la calidad de vida. Pero, más concretamente, la expulsión vía indemnización primero y represión (policial y judicial) después, de los habitantes de ciertas zonas, muestra que el único método de la burguesía para resolver las contradicciones de clase manifiestas en la problemática habitacional de esos vecinos es su desplazamiento hacia otras zonas. Después de todo, de lo que se trata es de generar rentabilidad en un espacio urbano deprimido y, por ello mismo, aparentemente disponible y potencialmente valorizable. Las más recientes intervenciones urbanísticas en la villa 31 de CABA ejemplifica elocuentemente ese punto. Desde las agencias gubernamentales correspondientes esto es presentado como una política social, que supone ‘’integrar’’ a la comunidad de las villas. Sin embargo, las obras no alteran las condiciones de vida de los habitantes (con la excepción de aquellos que resultaron desplazados). La frontera urbana sin borrarse, simplemente desplazo su lindero, y para algunas villas se busca presentar otra »cara».

Pero existe otra variable burguesa al tratamiento sobre la problemática de vivienda urbana y el desempleo. El aislamiento, encerramiento y precarización manifiestos en la construcción del territorio de muchas villas son incluidos en el programa peronista bajo la modalidad de su dócil aceptación. El peronismo sostiene una estructura que le permite desarrollar un asistencialismo (ahora nuevamente a través de programas nacionales de ‘’desarrollo social’’) dispuesto a cambio de la domesticación de las reivindicaciones de los habitantes de las villas, que son convocados a redes clientelares que aseguren votos y lealtades punteriles, canalizando la resistencia y dosificando la politización hacia discursos patrioteros inofensivos. El programa incluye la reivindicación de identidades que operan en función de la aceptación (festejada) de la condición de precarización y explotación del sistema (la identidad villera). En tal escenario, bien podría darse también una introducción del interés rentista sobre el suelo, y resolverse con una expulsión negociada de los habitantes actuales o con la asignación de vivienda social en puntos distantes. Ese modelo de gestión de la pobreza parece adecuarse al proceso de gentrificación en una dimensión que no borra del todo la frontera urbana: más parece su punta de lanza. ¿Desaparecerán en el futuro las villas por la obra de algún gobierno? Todo parece indicar que no.

La gentrificación presagia una conquista de clase sobre la ciudad, pretendiendo borrar la geografía y la historia de la clase obrera. Ello explicaría el papel fundamental del Estado en el mantenimiento de las condiciones de precarización de la vida de esa creciente población que reside en las distintas villas. Debemos pensar esta hipótesis en potencial; como un proceso posible, verosímil, preparado hoy con las armas de la estigmatización, la represión y la explotación. Se trata de la lucha de clases y de su concreción en la producción del territorio urbano, y en esa lucha los gobiernos participan en defensa de sus intereses de clase. Las villas, hoy deploradas y sujetas a las políticas de empobrecimiento, desempleo y racismo pueden llegar a representar los nuevos nichos de inversiones jugosas para la especulación capitalista. Eso, desde luego, no implicaría una solución al problema que en ellas se expresa, generaría desplazamientos territoriales y mayor hacinamiento y desempleo para quienes ya lo padecen, es decir, sería un nuevo capítulo de su endémica profundización. Ese mal latente que no parece que vaya a desaparecer, y los gobiernos de ayer y de hoy son su causa, no su solución.

Nota:

  1. Todas las citas han sido extraídas de: Smith, Neil. La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación. Madrid, Traficantes de sueños, 2012. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.