“Todo anónimo es un rufián, todo rufián busca el anónimo”. Ese fue el “proverbio” que perduró de la polémica “Ley Tamayo”, aprobada el 30 de diciembre de 1944. La prensa al unísono vilipendió su contenido y dio inicio a una página sombría en la vida de su autor.
Cuando Bolivia, de forma acelerada, se preparaba para enfrentar la invasión chilena, nació Franz Tamayo Solares, en La Paz, el 28 de febrero de 1879; murió el 29 de julio de 1956. Sus padres Isaac Tamayo (1844-1914) y la “indígena” Felicidad Solares lo bautizaron originalmente como Francisco.
En su etapa escolar sufrió “segregación racial”. Por ello, tuvo que recibir clases particulares. Continuó sus estudios en la Universidad de La Sorbona. Era políglota. Tuvo dos esposas: la francesa Blanca Bouyon y la boliviana Luisa Galindo. Con la primera tuvo dos hijos y con la segunda, 15. Esos datos fueron detallados por Néstor Taboada, en Franz Tamayo: profeta de la rebelión.
PERIODISTA.
Fue director, periodista y columnista de El Diario (1910 y 1913). Escribió también en El Tiempo (1909), La Razón (1917) y La República (1921). Fundó los rotativos El Fígaro (1915) y El Hombre Libre (1917).
Entre sus obras destacaron Odas (1898), Creación de la pedagogía boliviana (1910), La Prometheida o las Oceánides (1917), Nuevos Rubayat (1927), Scherzos (1932), Scopas (1939) y Epigramas griegos (1945).
Creó el Partido Radical (1913). Fue diputado (1921), presidente de la Cámara de Diputados (1931) y ministro de Relaciones Exteriores (1932), puntualizó Ramiro Duchén Condarco, en Aproximación bibliográfica a Franz Tamayo.
MONOLITO.
En las elecciones presidenciales del 11 de noviembre de 1934 fue candidato por el Partido Republicano Genuino. Ganó con un 59,04 por ciento. Pero nunca fue posesionado. El 27 de ese mes, los militares nacionalistas, en el “corralito de Villamontes”, asestaron un golpe contra el presidente Daniel Salamanca. Así, el 1 de diciembre, su vicepresidente José Luis Tejada Sorzano lo sucedió en la jefatura de Estado (1934-1936).
Debido a ese acontecimiento, Tamayo se aisló durante 10 años. De acuerdo con Taboada, lo apodaban el “monolito del lago Titicaca y los misterios de Tiwanaku”, porque se paseaba por el espacioso patio colonial de su casa de la calle Loayza meditando, reflexionando. En instantes se detenía. “Llevaba siempre un sombrero blanco de jipijapa para defenderse del sol. Como característica natural tenía los dedos pulgares atravesados en las sisas de su chaleco”. Augusto Céspedes lo denominó “El monolito pensante”.
Como la flor de loto que emerge del lodo, en 1944, él resucitó a la vida política bajo el gobierno de Gualberto Villarroel (1943-1946).
ANONIMATO.
El 1 de agosto de 1944, fue elegido presidente de la Convención Nacional, a sugerencia de Augusto Céspedes y Víctor Paz Estenssoro. El 27 de diciembre, la Convención aprobó la “Ley Tamayo”, contra el anonimato. El 30, el Ejecutivo la promulgó. Ese hecho imprimió una página oscura en su biografía.
La norma incluyó seis artículos: 1) En todas las publicaciones que “traten de la cosa pública o del interés privado” queda “absolutamente prohibido el anonimato”; 2) No se excluyen de ello los contenidos en “tono burlesco o jocoso”; 3) “La firma del autor deberá necesariamente aparecer al pie del escrito”; 4) El Poder Ejecutivo reglamentará “la manera de proceder” contra los infractores; 5) “En las crónicas e informaciones radiales se indicará obligatoriamente la procedencia de ellas”; y, 6) Todas las disposiciones anteriores quedan “abrogadas”.
Los periodistas se opusieron a la medida. El 20 de enero, en La Razón, Guillermo Céspedes alertó que “la acción de la prensa no tendrá la eficacia de antes” y que “se limitará su influencia o será anulada por completo”.
DESCABELLADA.
José Carrasco, en esa jornada, en El Diario, manifestó que esa Ley es una “descabellada concepción de una mente exaltada y ensimismada”: “Ocurrencia olímpica de quien se cree haber llegado a las cumbres de la sabiduría”, es decir, un “ser peligroso y dañino”.
En La Calle se incluyó el comentario de varios directores y periodistas. Armando Arce dijo que “es una traba dentro de las labores periodísticas por su impracticabilidad e inutilidad”. José Cuadros Quiroga expresó que se inspiró en el deseo de saber quiénes los “insultan o elogian”.
Jorge Canedo Reyes sostuvo que esa lastimosa invención que va contra la institucionalidad de la prensa surgió de las “apasionadas reacciones de un genial resentido en el declinar de su talento”. A su turno, Adolfo de Los Santos la calificó “de cerradura hermética”.
TONANTE.
En Los Tiempos de Cochabamba se publicó el artículo “Tamayo, el tonante…”, que fue reproducido por Última Hora, el día 26 de enero. En él se denunció que el proyectista de la Ley, cuando desempeñaba la cartera de Relaciones Exteriores, “solicitó acogida para sus artículos en La Razón” y que esos contenidos fueron “publicados como si fueran de la redacción”.
En esa jornada, El Diario destacó el comentario de El País, en el que se encumbró la figura del “gran periodista” alto-peruano Vicente Pazos Kanki, “indio cien por cien” y “heroicamente libertario”, quien jamás habría ideado la “Ley Tamayo”.
En un análisis del caso, publicado en Última Hora en fecha 31 de enero, J. Céspedes concluyó que esa disposición legal “pudo ser eficaz hace cincuenta años”.
RUFIANES.
En su defensa, en Tamayo rinde cuenta y ¡para siempre!, el autor de la polémica Ley declaró: “Esto fue uno de los mayores puntos de acusación contra mí. En la cuenta que estoy rindiendo, diré que sigo creyendo en la bondad de la Ley, salvadora para la democracia”. Sin embargo, “doy por descartada mi Ley” y en su lugar “prefiero poner un proverbio a mi manera: Todo anónimo es un rufián, todo rufián busca el anónimo”.
En esa línea, Víctor Orduna y Gustavo Guzmán, en Del periodismo y sus memorias, precisaron que en los periódicos de esa época, “detrás del anonimato, figuraban por lo general políticos dispuestos a hincar el diente”. Con ese recurso, heredado desde los orígenes de la prensa, se utilizaba a los medios para publicar material “cocinado” y escrito por algún partido.
El ministro de Gobierno, Edmundo Nogales, frente a la polémica, el 25 de enero de 1945, convocó a una reunión para reglamentar la Ley. Pero no se logró el objetivo.
Como una ráfaga de viento que desmorona un hermoso castillo de naipes, la “Ley Tamayo” puso en duda el prestigio de su autor, uno de los más prominentes pensadores del siglo XX.
Grecia Gonzales Oruño es Comunicadora Social
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