Al cierre de 2021, el nivel de producción en términos de PIB no se recuperó con respecto al período previo a la irrupción del coronavirus.
Esto es comprensible considerando que la pandemia debilitó en gran medida a los sectores que han representado el centro de acumulación de capital como es el caso de la industria automotriz y la construcción. Por otro lado, el sector servicios continúa concentrándose en actividades improductivas en donde la población recibe una remuneración reducida con casi ninguna perspectiva para mejorar su condición económica.
En primer lugar, la industria automotriz fue el sector manufacturero que experimentó la mayor expansión en términos de producción a raíz de la implementación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Las plantas automotrices estadounidenses se instalaron para aprovechar la mano de obra barata además de aprovechar la infraestructura particularmente en los estados del norte del país junto con las facilidades del pago de impuestos. También las empresas europeas, japonesas y recientemente chinas se instalaron para entrar al mercado norteamericano con lo cual la inversión extranjera directa dio lugar a una gran generación de empleos.
Sin embargo, las empresas extranjeras han usado una gran cantidad de insumos importados por lo que el efecto de arrastre sobre la economía mexicana ha sido limitado. Esta problemática se refleja en la escasez de semiconductores por lo que la industria automotriz no ha operado de manera continua por falta de estos insumos industriales. También las empresas automotrices han exacerbado la devastación ambiental en los estados del norte impulsando a diversas industrias que han generado una gran cantidad de desechos peligrosos entre ellos los sectores de minería, plásticos, metal-mecánica, entre otros. En la producción de un vehículo eléctrico, la demanda de minerales crece de manera exponencial entre ellos cobre, níquel y manganeso por lo que la devastación ambiental sería aún mayor en el norte del país en donde ya se están produciendo estos automóviles.
Pero más importante es que el mercado estadounidense ya no ha apuntalado de manera significativa la recuperación de la industria automotriz. Las exportaciones mexicanas de la industria automotriz no han alcanzado las cifras previas a la pandemia. Tampoco la inversión extranjera directa se ha recuperado en este sector por lo que ya no ha tenido lugar el auge exportador. Lo anterior es compresible tomando en cuenta que la clase media estadounidense se ha venido achicando aún más a raíz de la pandemia por lo que ha estado imposibilitada de adquirir un vehículo. Con ello podemos concluir que la industria automotriz cada vez muestra menos posibilidades de impulsar el crecimiento de la economía mexicana.
Por otro lado, la urbanización descontrolada expandió en sobremanera la producción del sector de la construcción en los últimos años. En este sentido, las fibras jugaron un rol crucial pues son instrumentos financieros en donde los capitales extranjeros han invertido en la adquisición de diversos bienes inmuebles como centros comerciales, edificios de oficinas y departamentos. Esos capitales foráneos han obtenido así grandes dividendos derivados de la venta y renta de esos inmuebles. También empresarios mexicanos se han enriquecido invirtiendo en la construcción de bienes inmobiliarios como Grupo Carso liderado por el empresario Carlos Slim.
Los proyectos inmobiliarios continúan siendo financiados por capitales nacionales y extranjeros en la pandemia. Por mencionar algunos casos en la Ciudad de México, la Fibra Uno inaugurará el centro comercial Mitikah mientras la Fibra Danhos comenzará a operar el centro comercial Parque Tepeyac este año; finalmente la fibra Be Grand planeó la construcción de diversos rascacielos que incluyen oficinas y departamentos como Downtown Reforma. Otra amenaza proviene del megaproyecto Conjunto Estadio Azteca que consiste en la edificación de un centro comercial y un hotel para recibir a turistas por el mundial de futbol en 2026, lo que aumentaría el precio de los servicios y agravaría la escasez de recursos como el agua ante la profundización de la urbanización.
Pese a la edificación de nuevas obras de construcción, la recuperación ha sido demasiado débil a raíz la pandemia. En 2021, el nivel de producción del sector de la construcción fue inferior en un doce por ciento con respecto a hace dos años atrás del año mencionado. La inversión privada aún no se ha recuperado a nivel nacional afectando asimismo la demanda de edificios y oficinas. Como producto del confinamiento, el encarecimiento de los materiales ha hecho cada vez más difícil relanzar la inversión privada. Por estos factores mencionados, Francisco Solares, presidente de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción, declaró que para recuperar el nivel de producción previo a la pandemia habrá que esperar hasta los primeros meses de 2024.
Por otra parte, las perspectivas no son favorables tomando en cuenta el Presupuesto de Egresos de la Federación en donde el gasto programable abarca casi tres cuartas partes del presupuesto en tanto que el gasto no programable la parte restante. Al analizar el gasto programable aprobado-el rubro que se destina a proveer bienes y servicios públicos a la población- por 5.2 billones de pesos en 2022, observamos que estuvo distribuido de la siguiente manera: desarrollo social (64.8%), desarrollo económico (26.7%) y gobierno (8.5%). Como se puede observar, las erogaciones del gobierno se concentran en los programas sociales a costa de reducir los gastos administrativos y sueldos de funcionarios públicos. Pero parece que ya no hay mucho margen de maniobra para ampliar de manera importante la sección de desarrollo económico únicamente reduciendo el gasto corriente del gobierno.
Desde hace varias décadas, existe además una crisis estructural en donde las actividades improductivas particularmente los servicios tienen la participación más preponderante en la economía mexicana. Por mencionar algunas cifras, las actividades terciarias pasaron de 56 a 67% del valor agregado bruto de la producción en el período 1980-2021. Por otro lado, las actividades secundarias disminuyeron su participación de 40 a 30% en tanto que las actividades primarias se mantuvieron casi sin cambios pasando de 4 a 3% del valor agregado bruto de la producción en el período mencionado.
Para la clase empresarial mexicana, la inversión en el sector de servicios es altamente rentable por los elevados ingresos obtenidos en los últimos años. Incluso empresarios mexicanos se han enriquecido únicamente a través de la inversión en actividades de servicios sin la necesidad de tener un éxito importante en negocios relacionados con la actividad industrial. Por ejemplo, la familia Chedraui ha conseguido su enriquecimiento con el establecimiento de los supermercados Chedraui a nivel nacional; asimismo la familia Bringas ha amasado su fortuna con la expansión de los supermercados Soriana. En último lugar, el Grupo Alsea ha aumentado sus ingresos con marcas como Domino’s, Burger King y Starbucks.
Esta situación es preocupante puesto que las actividades terciarias no consisten en gran medida en servicios intensivos en conocimiento como informática, telecomunicaciones y biotecnología. Más de la mitad del valor agregado del sector servicios fue aportado por un pequeño grupo de sectores en 2021: servicios inmobiliarios y de alquiler de bienes muebles e intangibles; comercio al mayor y al por menor; y transportes, correos y almacenamiento. Estas actividades son en cierta manera improductivas en el sentido de que el trabajo de la población empleada no se traduce en el ofrecimiento de servicios intensivos en conocimiento que sean utilizados por la industria y con ello contribuyan a la producción de bienes tangibles.
La recuperación del empleo ha seguido una evolución similar que obedece a la estructura improductiva de la economía mexicana. Cabe recordar que la crisis económica como producto del coronavirus ocasionó una pérdida de doce millones de empleos a mediados de 2020. En mayo del año en curso, los empleos perdidos ya fueron recuperados además de crearse aproximadamente 1.6 millones de plazas de trabajo de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Sin embargo, de esos nuevos empleos, alrededor de la mitad fueron creados en el sector servicios con una participación preponderante de las actividades que mencionamos anteriormente que no involucran una calificación profesional elevada para la población ocupada.
Esa evolución del empleo es comprensible a raíz del levantamiento de las restricciones sobre la movilidad de las personas. La gente crecientemente ha abandonado el confinamiento visitando diversos establecimientos entre ellos restaurantes, centros comerciales y gimnasios. El problema es que la población ocupada en estas actividades enfrenta numerosas dificultades en incrementar sus ingresos por el bajo nivel de productividad que caracteriza el sector servicios. En cambio, la población ocupada en la industria puede mejorar su condición económica gracias a la introducción de innovaciones tecnológicas en una gran gama de sectores.
Este problema es aún más preocupante en las regiones que no cuentan con una base productiva diversificada como en los estados del sureste en Guerrero, Chiapas, Oaxaca abarcando asimismo otros estados como Nayarit e Hidalgo. En esas localidades la población estudia de manera significativa las carreras vinculadas con el sector de servicios ante la imposibilidad de ocuparse en actividades industriales que generen empleos bien remunerados. Lo grave del asunto es que muchos de estos egresados ante la débil absorción de la fuerza de trabajo están en el autoempleo muchas veces como contadores y abogados independientes enfrentando dificultades para poner su propio negocio.
Tras casi cuatro años de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, estamos ante la posibilidad de tener un sexenio perdido en cuanto a los resultados en materia económica. Los programas sociales sin duda alguna han amortiguado los efectos negativos de la crisis económica sobre la población mexicana. Pero para una transformación del país se requiere elaborar una estrategia a largo plazo en la cual se apuntalen industrias con potencial de ingresos, empleos aparte de que no generen una devastación ambiental como lo ha hecho la industria automotriz.
Ulises Noyola Rodríguez. Maestro en economía egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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