El 3 de noviembre de 2024, más de 10,000 personas participaron en una peregrinación en San Cristóbal de las Casas para honrar al padre Marcelo. Las calles, engalanadas con flores de cempasúchil y velas encendidas, fueron testigo del dolor y la esperanza de una comunidad que lloraba a su líder.
El jueves 20 de octubre de 2024, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el sacerdote indígena tzotzil Marcelo Pérez Pérez fue asesinado tras recibir seis disparos mientras abordaba su camioneta blindada. Su muerte,provocada por quienes se oponían en su lucha por la justicia social y los derechos humanos, dejó un vacío irreversible en su comunidad y encendió un grito colectivo de dolor y resistencia.
Marcelo Pérez Pérez nació en la comunidad de Sna’avil J’pas Jol Pedernal, en el municipio de San Andrés Larráinzar, un territorio profundamente vinculado con la resistencia indígena y las raíces del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Hijo de campesinos tzotziles, creció en una región marcada por la desigualdad, pero también por una rica tradición de organización comunitaria y lucha. Desde joven, Marcelo abrazó el espíritu de servicio, guiado tanto por las enseñanzas del cristianismo como por las cosmovisiones indígenas que exaltan el respeto por la madre tierra, Lum k’inal.
Fue ordenado sacerdote en 2002 en la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, un epicentro de las teologías indígenas y de la lucha por los derechos humanos.Marcelo se convirtió en un puente entre las tradiciones eclesiásticas y las prácticas espirituales indígenas. Era común verlo integrar rituales católicos con ceremonias tzotziles, como la quema de copal o la oración comunitaria en su lengua materna, asimismo el padre luchaba por el respeto a las culturas originarias ya que era esencial para la construcción de una verdadera paz.
Durante más de 20 años, el padre Marcelo trabajó incansablemente por las comunidades indígenas de Simojovel, Pantelhó, Chilón y otras regiones de los Altos y la Selva de Chiapas. Fue líder del Movimiento en Defensa de la Vida y el Territorio (Modevite), que surgió como respuesta al despojo territorial promovido por proyectos mineros, el fracking y otras actividades extractivistas.León Enrique Ávila en un artículo publicado en La Jornada destaca que también contribuyó a la creación del Movimiento Zoque en Defensa de la Vida y el Territorio, un esfuerzo colectivo que logró detener la explotación del subsuelo en varias comunidades como Oxchuc, Chenalhó, Panchimalco y Ocosingo.
El padre Marcelo no sólo predicaba; actuaba. En 2018, colaboró activamente para el retorno de 400 familias desplazadas de Chavajebal, municipio de El Bosque, promoviendo el diálogo entre actores en conflicto. Para los desplazados, a quienes llamaba k’uxulanel, o «los que llevan el dolor del desarraigo», la figura de Marcelo significaba esperanza y reconciliación.
Las amenazas contra su vida fueron constantes. Desde 2015 se le otorgaron medidas cautelares por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Sin embargo, en 2021, fue acusado por la Fiscalía General del Estado de Chiapas de estar vinculado a la desaparición de 21 personas en Pantelhó, un caso que activistas y organizaciones de derechos humanos denunciaron como una represalia por su trabajo comunitario.
Luis Enrique Avila señaló: “Marcelo entendía que la defensa de la tierra es también la defensa de la vida misma. Su voz profética incomodaba porque no tenía miedo de denunciar las injusticias, incluso cuando estas provenían de las estructuras de poder más violentas”.
Frente a la catedral, el obispo Rodrigo Aguilar Martínez declaró: “El sacrificio de Marcelo no será en vano. Como pueblo, debemos alzar la voz y transformar esta tragedia en un llamado a la paz y la justicia”. Por su parte, León Enrique Álvarez, defensor de los humedales, afirmó: “Perder a Marcelo es perder una brújula ética para nuestro tiempo. Su labor es un recordatorio de que defender la vida tiene un costo, pero también un valor incalculable «.Su padre, Miguel Pérez Sántiz, expresó: “Estoy muy triste. Es mi hijo, pues. Pero sé que él nunca dejó de luchar por su pueblo, y eso me da fuerza”.
La vida del padre Marcelo fue un ejemplo de cómo la fe puede integrarse con las luchas sociales. En Chiapas, donde el sincretismo religioso es una práctica cotidiana, Marcelo logró que las ceremonias católicas fueran espacios donde las comunidades pudieran expresar tanto su espiritualidad como su resistencia.
Hoy, su legado vive en cada campesino que defiende su tierra, en todos los ritual donde se bendicen los frutos de la cosecha y en cada voz que se alza contra la injusticia. Marcelo Pérez Pérez se ha convertido en un mártir de la tierra, un símbolo de la intersección entre fe, justicia y cultura indígena. Su muerte, lejos de silenciarlo, ha amplificado su mensaje: la lucha por la vida y la dignidad de los pueblos indígenas de Chiapas sigue más viva que nunca.
Janin Teodosio Gómez es miembro del Seminario Permanente Observatorio del G20 de la Facultad de Filosofía y Letras, a cargo del Dr. Alberto Betancourt
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