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Crisis política en Bolivia

Democracia sin pueblo

Fuentes: Rebelión

Bolivia no solo enfrenta una crisis económica con escasez de combustibles, inflación y una caída en los ingresos del Estado. A un nivel más profundo, el país vive una fractura política e histórica: el pacto social que alguna vez mantuvo unido al bloque popular en torno al Movimiento al Socialismo se está desmoronando. El gobierno de Luis Arce, heredero formal del “proceso de cambio”, ha perdido el impulso transformador que le daba legitimidad. El MAS se ha convertido en un terreno de disputa entre facciones internas, mientras que la oposición neoliberal se reorganiza sigilosamente. Pero el problema va más allá de lo político. Es, fundamentalmente, una lucha por el verdadero significado de la democracia: ¿se trata solo de votar cada cinco años o implica la capacidad real de las mayorías para decidir su propio destino?

En este artículo proponemos un balance de la coyuntura boliviana desde la teoría política, nos apoyamos en los cuatro conceptos de democracia formulados por René Zavaleta Mercado (1981), para comprender la crisis institucional, la fragmentación del MAS y el vacío de propuestas, sostenemos que es urgente recuperar una visión de la democracia como autodeterminación de las masas —no como forma vacía, sino como fuerza histórica capaz de recomponer el bloque popular desde abajo.

La democracia como autodeterminación popular

Para Zavaleta Mercado, la democracia no es unívoca, sino que tiene varias concepciones coexistentes en la historia, identifica cuatro movimientos o formas clásicas de la democracia en la sociedad capitalista, así como una noción revolucionaria destinada a superarla. En primer lugar, describe la democracia como movimiento general de la época, asociada con la expansión del Estado capitalista y la dominación burguesa. En segundo lugar, aparece la democracia como representación, basada en el modelo del Estado-nación y el voto como medio para legitimar el poder político. La tercera forma es la democracia como forma de conocimiento, esto es, la idea de que el Estado y la clase dominante conocen y gestionan la sociedad mediante información (una forma de democracia que refuerza el control social). Estos tres modos son, en conjunto, los que consolidan el status quo capitalista.

Contra esas formas oficiales, Zavaleta (1981) contrapone la cuarta noción: la democracia como autodeterminación de las masas. Esta última es, para él, “el desiderátum de este discurso”. En esta perspectiva, las “masas” son las clases populares organizadas en movimientos de lucha, no una mera mayoría estadística: sus intereses y rebeliones constituyen un sujeto colectivo emergente en la escena política. Zavaleta enfatiza que la historia de las masas es “siempre (…) una historia que se hace contra el Estado”, de modo que su democracia implica estructuras de rebelión más que de pertenencia al poder estatal. En sus propias palabras, en este concepto se reemplaza “la democracia para la clase dominante” por una “democracia para sí misma” (Zavaleta Mercado, 2009). En consonancia con Zavaleta, Juárez (2022), por ejemplo, propone concebir la democracia como “condición social”: más que un procedimiento electoral aislado, debe ser un entorno de participación amplia y derechos reales para las mayorías.

Entonces para Zavaleta la democracia tiene un carácter dialéctico: en el nivel formal es parte del aparato del capitalismo (igualdad abstracta, representación, propaganda), pero al mismo tiempo existe una pulsión democratizadora desde abajo, que necesita de la autodeterminación popular para materializarse. Este cuarto concepto de democracia –la autodeterminación de las masas– exige un sujeto revolucionario organizado que actúe con espontaneidad creativa durante las crisis orgánicas. No es esa democracia liberal (la mera igualdad de votos), sino la democracia de los de abajo, orientada a reabsorber el Estado y superar la separación entre sociedad civil y política. Entonces la democracia como autodeterminación de las masas es una “síntesis en el sentido de reabsorción del Estado” y un principio de mayor libertad popular.

La democracia como condición social: entre 1946, 2019 y 2025

La democracia, cuando se reduce a su expresión más superficial —la del voto y el procedimiento—, se transforma fácilmente en un instrumento de exclusión más que en una garantía de libertad. Esta comprensión estrecha ha sido utilizada históricamente por sectores dominantes para deslegitimar gobiernos que, aunque no siempre ajustados a la norma electoral liberal, sí representaron a las mayorías sociales. Tal es el caso de Gualberto Villarroel en 1946, Evo Morales en 2019, y la figura en disputa de Evo en 2025, cuya exclusión del tablero electoral se plantea nuevamente bajo el ropaje de la defensa de la democracia. En el caso de Villarroel, se le acusó de fascista no tanto por su programa social —que incluía reformas educativas, laborales e indígenas inéditas en la historia republicana—, sino por no haber accedido al poder mediante elecciones directas. El argumento “democrático” se volvió una coartada perfecta para su derrocamiento y linchamiento, a pesar de su innegable apoyo popular. Del mismo modo, en 2019, tras la renuncia de Evo Morales —forzada por una combinación de presión militar, desestabilización interna y movilizaciones opositoras—, el relato de la “recuperación democrática” ocultó una brutal represión contra los sectores populares que resistieron en Senkata y Sacaba. En ambos casos, la defensa liberal de la democracia actuó en contra de las mayorías organizadas.

Esta lógica persiste en 2025. La eventual exclusión política de Evo, apoyada en fallos constitucionales, es justificada en nombre de la legalidad y el respeto a los límites formales del poder. Sin embargo, esa legalidad se revela instrumental cuando bloquea la posibilidad de que una mayoría social decida democráticamente su representación. Se repite así una estructura de conflicto en la que la forma democrática es defendida selectivamente mientras su contenido social —la autodeterminación del pueblo— es desmantelado. Desde la perspectiva de Zavaleta, esta tensión no es accidental. Él advertía que la democracia liberal tiene límites estructurales para reconocer a las masas como sujeto histórico. En cambio, la noción de democracia como condición social —recogida por Juárez (2022)— permite entender la democracia como un horizonte material y simbólico donde el pueblo no sólo vota, sino que se organiza, participa y se reconoce a sí mismo como sujeto político. En este marco, la memoria de las masacres de 2019, al igual que la memoria de 1946, no son hechos del pasado, sino parte de una disputa por el sentido mismo de lo democrático. En efecto, los movimientos campesinos e indígenas no defienden una democracia abstracta, sino una democracia enraizada: comunitaria, soberana, participativa. Por eso exigen verdad, justicia y memoria, no como demandas accesorias, sino como parte sustantiva de la agenda democrática. La exclusión de sus voces y liderazgos, en nombre de una supuesta pureza institucional, no es sino la reiteración de una historia de exclusión estructural que se maquilla con lenguaje procedimental.

Lo que se avecina en Bolivia no es solo una elección, sino una nueva disputa por el contenido de la democracia. La historia sugiere que, cada vez que se intentó reconfigurar el orden desde abajo, las élites respondieron con violencia o exclusión. Hoy, ante una democracia vaciada por el clientelismo, la crisis económica y la fragmentación del bloque popular y vaciamiento ideológico del MAS, se reactiva la tensión entre las formas vacías de la democracia liberal y los contenidos sustantivos que reclaman las mayorías históricamente marginadas, y, lo paradójico es que desde dentro del MAS se reclame por esas formas vacías de democracia liberal. La clave, como advertía Zavaleta, no está en elegir entre procedimientos, sino en reconocer si el pueblo está realmente en condiciones de autodeterminarse.

La democracia en el denominado “Proceso de Cambio”

Durante el “proceso de cambio” (2006–2019) el MAS con Evo Morales implementó reformas que incorporaron, al menos discursivamente, elementos de democracia alternativa. La Constitución de 2009 declaró a Bolivia “Estado Plurinacional de Derechos” y habilitó mecanismos de participación directa: referendos, autonomías indígenas y asambleas comunitarias (Mendoza, 2025). En la práctica, hubo periodos de movilización popular (por ejemplo, en 2006-2008 con la “Agenda de Octubre” que reclamaba nacionalización de hidrocarburos y asamblea constituyente) y la institucionalización de espacios consultivos rurales e indígenas, en la primera etapa del cambio la participación de las masas fue “indispensable” para viabilizar reformas, y hubo “procesos colectivos de discusión y decisión” en pequeños ámbitos territoriales (autonomías indígenas).

Sin embargo, muchas de las tradiciones democráticas de base no llegaron a permear el Estado Plurinacional. Como observa Mendoza, la institucionalización fue limitada (“guetos” según él) y el movimiento de masas no logró proyectar plenamente sus formas propias (asambleas comunales, cabildos vecinales, deliberación colectiva) dentro del Estado (Mendoza, 2025). En otras palabras, el Estado plurinacional fue un avance parcial producido por la correlación de fuerzas de entonces; una vez culminada la primera ola reformista, surgió un auge del clientelismo y la prebendalización de líderes desde el gobierno. Zavaleta explicaría este fenómeno como la disipación del poder autónomo de las bases: sin un sujeto de vanguardia fortalecido, las masas entran “en defensa activa” sin garantizar un triunfo transformador.

Por otro lado, no puede negarse que el MAS —bajo el liderazgo de Evo Morales— impulsó una serie de políticas redistributivas que, durante más de una década, lograron sostener un cierto equilibrio social. Nacionalizaciones parciales, bonificaciones sociales, expansión de la salud y la educación pública: todas estas medidas produjeron una inédita redistribución de ingresos que, en sus mejores momentos, pareció configurar una democracia como condición histórica. Desde la lectura de Zavaleta, esto implicaría que los márgenes de autodeterminación se ampliaron en la medida en que los excedentes gasíferos permitieron mejorar las condiciones de vida de las mayorías. Sin embargo, este modelo de bienestar tuvo un límite claro: fue dependiente de una coyuntura internacional favorable, basada en la renta de los hidrocarburos y el tipo de cambio estable. En otras palabras, no se rompió con el modo de producción capitalista ni con el patrón primario-exportador que históricamente ha definido al país.

Con la caída de los precios del gas, el modelo comenzó a crujir. La renta ya no alcanzaba para sostener el pacto redistributivo, y la fragilidad estructural del proyecto quedó al desnudo. La arquitectura económica del proceso de cambio no transformó de raíz el modelo de acumulación; apenas lo gestionó de forma más inclusiva mientras duró la bonanza. El excedente se dispersó, pero no se industrializó. Y sin transformación productiva, no hay autodeterminación posible.

En ese marco, el ciclo histórico abierto por el MAS combinó genuinos destellos de democracia popular —plurinacionalidad, participación indígena-campesina, ampliación de derechos colectivos— con prácticas burocráticas contradictorias: corporativismo, clientelismo, concentración de poder. Es cierto que se aproximó, en algunos momentos, a esa forma de democracia como autodeterminación de las masas que Zavaleta consideraba el desiderátum de la política revolucionaria. Pero no llegó a consolidar esa síntesis. La democracia representativa siguió imponiéndose como forma dominante, y la estructura del Estado permaneció más afín a la lógica de la administración que a la del poder popular.

Democracia, masas y recomposición popular

En medio de una crisis estructural del régimen político y económico en Bolivia, surge con fuerza la necesidad de repensar la democracia, no como una simple formalidad, sino como una experiencia histórica viva. Lo que está en juego hoy no es solo una contienda electoral o la disputa por un partido político, sino el significado profundo de la democracia en un país donde la movilización de las masas definió, durante años, el rumbo del Estado. La democracia liberal —defendida por las élites políticas y sectores tecnocráticos, incluidos los del MAS en el poder (arcistas)— se ha reducido a la gestión de instituciones vacías, que ya no representan a los actores históricos que alguna vez las impulsaron. La lógica burocrática, el cálculo electoral y el clientelismo corporativo han reemplazado el impulso de autodeterminación que caracterizó a las luchas indígenas y populares de las últimas décadas.

Frente a ello, persiste un fondo profundo de democracia sustancial —aquella que Zavaleta definía como autodeterminación de las masas— sostenido en la memoria, la soberanía comunitaria y la justicia social. Esa forma de democracia ya no reside en las instituciones estatales, sino en los márgenes: en las luchas dispersas del campesino, en los comités barriales, en los sindicatos de base. La crisis actual puede ser aun una oportunidad para recomponer el bloque popular, pero la división interna del MAS, marcada por intensos conflictos internos, ha impedido canalizar el descontento social hacia un proyecto político común. Paradójicamente, el MAS sigue siendo el único partido con verdadera capacidad de convocatoria popular.

¿Podrá Evo y el MAS reconstituir el bloque popular?

Evo Morales sigue siendo “la representación más labrada del movimiento de masas, principalmente del campesinado” (Mendoza, 2025). Esto sugiere que, en la política boliviana actual, el liderazgo más capaz de articular demandas populares es el suyo. Pero también es obvio que Morales no representa una panacea: su imagen de caudillo está cargada de mística, pero limitada por la práctica real del último decenio. Por eso todo avance dependerá de la voluntad de las bases mismas para imponer sus prioridades (democracia directa, economía productiva, justicia social) por sobre los intereses burocráticos. De hecho, las recientes movilizaciones exigen justo esto: que la democracia “para sí misma” –en el sentido zavaletiano– se reconozca dentro del propio movimiento masista y en la competencia electoral, antes que recurrir al atajo autoritario.

En conclusión, la “democracia” en Bolivia hoy es un término en disputa. Por un lado, el statu quo insiste en asfixiarla dentro de instituciones endebles y políticas clientelares. Por otro, las clases populares mantienen latente una aspiración democrática genuina –la autodeterminación– que se expresó históricamente en el proyecto del MAS y que puede renacer en nuevas formas de organización. La crisis orgánica obligará a redefinir qué tipo de democracia se construye: si la del mero concurso electoral de élites, o la que brota de la movilización autónoma de las mayorías. La obra de Zavaleta ofrece un punto de referencia: hasta que las masas no asuman colectivamente su autodeterminación democrática, la democracia seguirá siendo «para otros» y no «para sí misma». En ese sentido, cualquier recomposición del bloque popular deberá retomar las viejas aspiraciones del “pueblo organizado” (asambleas, consulta directa, autodeterminación económica) mientras se apoya en las lecciones del pasado –incluida la memoria de Sacaba/Senkata para no repetir sus errores. Solo así podrá abrirse paso una democracia más profunda, capaz de sostener las reformas sociales pendientes sin volver al determinismo clientelar que hoy tanto critica.

REFERENCIAS

Zavaleta Mercado, R. (2009). La democracia como autodeterminación de las masas. En Cuatro conceptos de la democracia (pp. 138–139). Bogotá: Siglo del Hombre Editores; CLACSO.

Mendoza Manjón, V. (2025, 6 de junio). El atolladero boliviano. Jacobin Lat. Recuperado de https://jacobinlat.com/2025/06/el-atolladero-boliviano2/

Juárez Mejía, N. (2022). Sacaba. Cuando una democracia rebasa el canon racional capitalista, pronto es calificada de dictadura. En Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (Ed.), Sacaba y Senkata: noviembre en la memoria (pp. 53–74). La Paz, Bolivia: Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia.

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