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El voto nulo como medio de organización y disputa: contra el oportunismo, el espontaneísmo y la pasividad

Fuentes: Rebelión

En el escenario político boliviano rumbo a las elecciones generales del 17 de agosto, el debate sobre el voto nulo ha dejado de ser una cuestión eminentemente electoral para constituirse en una disputa ideológica y política de fondo. No se trata –como pretenden hacernos creer ciertos sectores del “progresismo” en crisis o del liberalismo ilustrado– de un simple “gesto” individual frente a una oferta electoral degradada. Lo que está en juego es mucho más profundo, es la capacidad de la clase trabajadora y los sectores populares de romper con el chantaje electoral que intentan imponer el Movimiento Al Socialismo (MAS), con Eduardo del Castillo, y Alianza Popular (AP), con Andrónico Rodríguez, como administradores o continuadores de un modelo económico, político y discursivo de capitalismo de Estado periférico-dependiente de  retórica indígena-popular y con rasgos neoliberales, estos últimos, que tienden a profundizarse[1].

A esta situación se suma la amenaza de la derecha boliviana, que, aunque fragmentada en nombres y siglas, se mantiene unida por un proyecto común, el cual consiste en restaurar un orden oligárquico y neoliberal que excluya sistemáticamente a las mayorías populares. Tuto Quiroga (Alianza Libre), Samuel Doria Medina (Alianza Unidad) y Manfred Reyes Villa (APB-Súmate)[2] han centrado sus campañas en sectores empresariales –especialmente del agronegocio–, “emprendedores” urbanos y clases medias, promoviendo un discurso de ajuste económico que combina privatizaciones, represión y judicialización de la protesta social. Este bloque oligárquico-neoliberal defiende los intereses de la burguesía y del capital transnacional, dispuesto a descargar el peso de la crisis sobre la clase trabajadora, esperando que esta acepte en silencio ser sacrificada, disciplinada y limitada en su capacidad de organización y movilización.

Frente a esta realidad, el voto nulo no puede reducirse a una “retirada”, ni a una “opción moral” aislada, ni mucho menos interpretarse como un gesto que “allana el camino” a la derecha. Todo acto político se inscribe en una trama ideológica que refleja y reproduce determinadas relaciones de poder, convirtiendo cada disputa –como la electoral– en una batalla por la hegemonía. En este sentido, el voto nulo adquiere significado únicamente si se articula con la práctica política, capaz de denunciar y actuar contra el bloque dominante, así como contra el bloque que aspira a serlo, en perspectiva de organizar un nuevo bloque que se oponga y dispute el campo político a los anteriores.

Esto lleva a una reflexión que nos convoca a evitar caer en el oportunismo (que promueve la ilusión del “mal menor”), en el espontaneísmo (que supone que por sí mismo el voto nulo organiza a la clase trabajadora), o en la pasividad (que evita posicionarse explícitamente o le resta importancia a una situación crítica que abrirá una nueva etapa del proceso político[3]).

¿VOTO NULO U OPCIÓN TÁCTICA DEL “MAL MENOR”?

Una lectura frecuente en sectores vinculados al “progresismo” en crisis considera al voto nulo como un “error táctico”, una irresponsabilidad que favorecerá inevitablemente a la derecha. Esta perspectiva parte de la lógica del “mal menor”, es decir, si no se vota por un candidato supuestamente capaz de frenar a los oligárquicos, se estaría entregando el poder[4]. Sin embargo, esta postura simplifica la política a un cálculo electoral inmediato, ignorando la realidad de la correlación de fuerzas y la necesidad de organizar a la clase trabajadora de manera independiente.

El error conceptual aquí es asumir que la política de las mayorías populares puede reducirse a un gesto individual en las urnas, desvinculado de la organización social y de la acción colectiva. Creer que un voto “útil” por el candidato menos malo detendrá al bloque oligárquico-neoliberal es reproducir la dependencia política y reforzar la ilusión de que el MAS o Andrónico Rodríguez pueden representar los intereses de los sectores populares. La estructuración del poder no se hace únicamente en las urnas sino en las calles, en los sindicatos, en las organizaciones campesinas, de mujeres y estudiantiles, en la movilización de base que articula reivindicaciones concretas con un proyecto político. En otras palabras, en las relaciones capilares en el seno de las organizaciones sociales de base.

Además, esta visión asume implícitamente que la derecha podrá ser detenida en su avance por un solo acto u acontecimiento electoral. La experiencia histórica muestra que los bloques oligárquicos-neoliberales cuentan con múltiples medios para el ejercicio del poder –económicos, mediáticos, represivos, etc.– que no desaparecen con la simple elección de un “mal menor”. La política de supervivencia electoral, oportunismo electoral, entendida como “votar para no perder”, termina reproduciendo el statu quo, diluyendo la capacidad de los sectores populares de disputar la hegemonía y dejando intactas las relaciones de explotación y subordinación.

En contraste, el voto nulo, cuando se entiende como parte de una estrategia política, no es “abandono” ni ingenuidad, sino un acto táctico de ruptura con el bloque dominante y el bloque que aspira a serlo, señalando la necesidad de construir una organización con independencia política y desde abajo. Así, el voto nulo, en esta coyuntura, no es un fin en sí mismo, sino un medio para clarificar la correlación de fuerzas, fortalecer la acción colectiva de los sectores populares frente al “progresismo” en crisis y la ofensiva de la derecha neoliberal.

Lejos de resignarse a la lógica del “mal menor”, la clase trabajadora y los sectores populares deben entender el voto nulo como un recurso de claridad política y de confrontación estratégica. No es un gesto individual, ni un acto simbólico aislado o el resultado de la convocatoria de alguna persona en particular[5], es un llamado a organizarse, a disputar la hegemonía y a poner en cuestión tanto al bloque dominante como a sus pretendientes neoliberales.

¿VOTO NULO EN PERSPECTIVA DE UN PROCESO DE LARGA DURACIÓN?

Otra lectura, plantea al voto nulo como parte de un proceso de larga duración, enfatizando la necesidad de que este acto se convierta en un mecanismo pedagógico, educativo o de “conciencia política” dentro de la clase trabajadora. Según esta perspectiva, el voto nulo, por sí mismo, tendría la capacidad de organizar y preparar a las masas para futuras confrontaciones, funcionando como un instrumento de acumulación gradual de fuerza política, que podría ser aprovechada por organizaciones de izquierda que vayan a sostener esta posición en perspectiva de los futuros conflictos.

El problema central de esta postura radica en su inclinación o sirve de justificativo para el espontaneísmo propagandista, la cual sostiene la idea de que un gesto individual o un llamado abstracto a la abstención o anulación organiza por sí solo a la clase trabajadora. Las experiencias históricas muestran que la organización de los sectores populares no surge automáticamente, por más masivo o difundido que sea, sino de la articulación concreta en sindicatos obreros, federaciones campesinas, colectivos estudiantiles, movimientos de mujeres, diversidades, etc. El voto nulo solo adquiere poder político cuando se vincula con la acción concreta de estas organizaciones y con la construcción de un proyecto político que dispute la hegemonía.

Limitar el voto nulo a un acto pedagógico o de propaganda es reproducir, aunque de forma inconsciente, la lógica de la dependencia política, en donde, se confía en que la fuerza de la “idea” se imponga sobre la realidad de la correlación de fuerzas. En otras palabras, el voto nulo no “educa” automáticamente a la clase trabajadora, sólo adquiere efectividad cuando se articula con la organización social, la movilización de base y la acumulación de fuerzas hacia objetivos concretos.

Por lo tanto, el voto nulo en perspectiva de un proceso de larga duración no puede reducirse a un acto de “formación política” espontáneo, sino un instrumento dentro de una estrategia revolucionaria que busque clarificar la correlación de fuerzas, fortalecer la acción colectiva y permita avanzar en la construcción de poder desde abajo. Su valor no está en la propaganda ni en la retórica abstracta, sino en la capacidad de transformar la experiencia política de los sectores populares en autoorganización, en acción y en disputa real contra los bloques de poder que mantienen la explotación, el marginamiento y la subordinación.

EL VOTO NULO NO PUEDE SER UNA POSICIÓN PASIVA

El voto nulo no es un acto pasivo, por lo que no puede eludir la necesidad de confrontar y polemizar sobre la correlación de fuerzas actual. Posicionarse por el voto nulo no debe reducirse a señalar la crisis del sistema electoral o a “formar conciencia” en los sectores populares sin asumir riesgos organizativos o estratégicos inmediatos.

El problema central de la pasividad radica en transformar la intervención política en un acto simbólico o discursivo, que propone mucho, pero se desconecta de la acción concreta y de la necesidad de intervenir en la coyuntura. La política de los sectores populares no se construye mediante gestos abstractos; se construye a través de la organización, la movilización y la articulación de demandas concretas dentro de un proyecto político. Todo esto requiere enfrentar, denunciar, diferenciar y clarificar una posición política firme, en especial en lo referente a estas elecciones.

No se puede subestimar la apertura de una nueva etapa del proceso político, que probablemente estará marcada por la intensificación de la lucha de clases. Mantener una posición pasiva frente a estas dinámicas equivale a permitir que el bloque dominante o el bloque que aspira a serlo consoliden sus agendas sin resistencia organizada.

El voto nulo sólo adquiere significado político cuando se convierte en un medio para fortalecer la autoorganización, articular la acción colectiva y disputar la hegemonía frente a los bloques de poder que perpetúan la explotación, la subordinación y la exclusión de las mayorías populares. En ese sentido, no puede ser algo instrumental, un relleno necesario porque la coyuntura exija que se diga algo[6].

A MODO DE CONCLUSIÓN…

Superar estas limitaciones requiere concebir el voto nulo como un recurso de acción política y organización. Su significado no reside en el gesto aislado, en la pedagogía abstracta o en la pasividad, sino en su capacidad de vincularse con la movilización de base, la articulación de demandas concretas y la construcción de un proyecto político que dispute la hegemonía del bloque dominante, de quienes aspiran a reemplazarlo o continuarlo.

En este marco, el voto nulo se transforma en una herramienta para clarificar la correlación de fuerzas, fortalecer la acción colectiva y consolidar la organización social. Lejos de ser un fin en sí mismo, se integra a un proceso estratégico más amplio, donde la intervención, la planificación y la articulación de la lucha con la organización cotidiana de sindicatos, movimientos y colectivos populares constituyen los elementos esenciales para disputar la hegemonía y avanzar en perspectiva de construcción de fuerza social desde abajo.

Notas:

[1] Esta caracterización alude a un modelo económico en el que el Estado asume el rol de principal de agente de acumulación y redistribución, sin superar las relaciones capitalistas, sino administrándolas. Su ubicación periférica responde a la inserción subordinada en la división internacional del trabajo, sustentada en un patrón primario-exportador y en la dependencia tecnológica y financiera de centros de poder global. La retórica indígena-popular opera como dispositivo ideológico de legitimación, el cual reviste el modelo con símbolos, discursos y políticas de reconocimiento que, si bien amplían derechos sociales, no modifican el carácter estructural clasista, racializado y patriarcal del Estado. Finalmente, los “rasgos neoliberales”, ante la crisis económica actual, se expresan en el acercamiento del Estado a capitales privados, la promoción de la inversión extranjera con seguridad jurídica, la preservación de la lógica de mercado en sectores estratégicos y el ajuste fiscal que implicaría la reducción y/o probable eliminación gradual de ciertos beneficios sociales. Situación de alto riesgo para la clase trabajadora.

[2] No se incluyen otros candidatos de mínima incidencia electoral, como Pavel Aracena (ADN), Rodrigo Paz (PDC), Jhonny Fernández (UCS) o Eva Copa (Morena), cuya participación no altera sustancialmente el escenario político.

[3] Partiendo de que estás elecciones no son un mero “circo” o “fiesta democrática”, sino un escenario crítico donde la clase trabajadora enfrenta desafíos concretos de autoorganización, crítica y ruptura ante un escenario que va a reconfigurar las relaciones de fuerza desde el Estado.

[4] Como si el poder fuera un objeto tangible que se entrega de mano en mano, como si bastara con “votar por el menos malo” para protegerlo o retenerlo.

[5] Nos referimos a Evo Morales, quien, tras ser proscrito, llamó al voto nulo asegurando que sin él no habría “democracia” ni elecciones válidas. Una lógica caudillista y personalista que pretende subordinar la acción popular a su figura.

[6] Cuando se reduce la intervención política a un gesto simbólico, se reproduce la ilusión de que la “conciencia” se genera por sí sola, sin necesidad de lucha concreta en el campo político (electoral). 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.